Horas más tarde
Diana, permanecía con los ojos cerrados, sosteniendo a Isabella, en sus brazos, mientras la pequeña dormía.
La joven empresaria observaba el rostro angelical de su niña y no podía comprender la maldad y prejuicios de la gente. De repente su móvil sonó, lo tomó en sus manos mirando que la alerta era de un correo electrónico, lo abrió, alzando una de sus cejas con sorpresa. Se llevó el dedo índice a los labios, pensativa, dejó a Isabella, en la cama y se dirigió a su despacho, ahí reviso toda la información; sin embargo, no podía confiar, así que llamó a Gonzalo.
—Buenas noches, disculpa interrumpir a esta hora —habló Diana.
El abogado estaba recostado en su cama al momento que su móvil sonó al ver que era ella, se sentó de golpe para responder.
—No te preocupes. ¿Tienes algún problema?
—Acabo de recibir un correo y deseo corroborar
Nos acercamos al final de este libro. Gracias a quienes han dejado sus reseñas.
New- YorkUna hora después los camarógrafos colocaron los micrófonos a Diana, y Christine, las dos mujeres ocuparon dos sillones como si fuera una charla de amigas.Las cámaras enfocaron a la rubia presentadora, para iniciar la entrevista:—Soy Christine Pierce, el día de hoy me encuentro con Diana Maldonado, la mujer que ha dado mucho de qué hablar en estos días, ella nos ha recibido en su oficina, y con gusto va a responder las preguntas que le pienso realizar esta mañana. —La mujer dirigió sus ojos azules a la luz de la cámara.—Diana, bienvenida a mi programa, agradezco que hayas aceptado concederme esta entrevista.—Buenas tardes —saludó con seriedad la elegante dama, quién esa mañana lucía una chaqueta a cuadros cruzada en su cintura, y unos pantalones de vestir negros, la mujer cruzó su pierna con sutil
Eran casi las 5:00 pm cuando Diana, concluyó parte de su trabajo, les brindó un receso a sus gerentes para ella también descansar un poco, regresó a su oficina, llamando de nuevo a su casa para constatar que Isa, estuviera bien, habló varios minutos con la niña, luego de colgar la llamada se recargó en su sillón las lágrimas de emoción que había estado conteniendo durante la junta brotaron de sus ojos. Supo en ese momento que sus esfuerzos y sacrificios habían valido la pena, así como varios clientes se marcharon, otros vinieron y su empresa no se quebró, al contrario, resurgió, junto con ella y su equipo, sintió su pecho henchirse de orgullo, limpió sus lágrimas tomando entre sus manos el retrato de Rodrigo. —Valió la pena mi amor... ahora solo falta que despiertes, te necesitamos tanto —sollozó, en ese instante el intercomunicador sonó. Diana tomó un pañuelo facial para limpiar su rostro. —¿Qué sucede? —Señora, el agente García, desea verla. —Hazlo pasar po
Seis meses después.Mar de las pampas— Argentina.La brisa del mar jugaba con el oscuro y hermoso cabello de Diana e Isabella, ambas corrían de la mano, sintiendo la calidez de la arena en sus pies mientras jugaban con las olas del mar.Gonzalo, observaba desde el balcón de su habitación aquel cuadro, que permanec&i
Diana giró su rostro levantando su mirada, aquella voz hizo que su corazón diera un brinco dentro de su pecho, las lágrimas se apoderaron de su rostro, se llevó las manos a la boca sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, parpadeó varias veces para estar segura, mientras él la observaba con ternura, entonces deslizó su pañuelo para limpiar su hermoso rostro. Diana se puso de pie, y sin pensarlo, un segundo se lanzó a los brazos de él, rodeándolo por el cuello, volviendo a sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, y la seguridad que sentía estando en sus brazos. —¡Mi amor! —sollozó casi sin poder hablar. —¡Despertaste! ¡Regresaste conmigo! Rodrigo, la estrechó con fuerza entre sus brazos, aspirando de nuevo su exquisita fragancia, volviendo a sentir su calidez, sosteniendo el cuerpo de su esposa en sus brazos. — Sí, soy yo, tu gran amor. ¿Pensabas que me iba a rendir? —cuestionó, mientras le tomaba de la barbilla para mirarla a los ojos—
Meses después. New York- Usa. Isabella corría por los amplios jardines de la mansión Vidal, jugaba feliz con su mejor amiga Katty, mientras esperaba la llegada de sus padres y su hermano recién nacido: Santiago. Un par de minutos después escuchó el motor de los autos, entonces a toda prisa ingresó por la cocina, y apareció en la sala, esbozó una amplia sonrisa cuando observó a su mamá entrar. La mirada de Diana se iluminó al ver a su hija, la llamó con la mano para que se acercara y la abrazara con cuidado, pues le dolía la herida de la cesárea que le practicaron. —Hola mami —expresó con cariño. —¿Puedo conocer a mi hermanito? —indagó con curiosidad.
Sentada en la sala de espera de aquel enorme hospital, la duda, la incertidumbre, el miedo de conocer los resultados de aquellos análisis atormentaban la mente y el corazón de aquella mujer que en un momento de debilidad y gran confusión cometió un grave error que quizás había tenido consecuencias.Diana Maldonado tenía la garganta seca, las manos temblorosas, en ese instante no era la gran empresaria, y mujer de negocios que de la nada fundó un gran emporio. La que estaba ahí era un simple ser humano que podía perder lo más importante en su existencia... el amor de su vida.Los minutos se hacían eternos, hasta que la puerta del consultorio se abrió:—Por favor sigan —indicó muy amable la doctora.Mientras su amiga la esperaba, ella pasó al consultorio.—Tome
«A ella le toco esa vida, y se convirtió en señora se vistió de la amargura, el corazón sin llanto y una vida oscura…» Francisco Céspedes.New York- Usa.Semanas antes.El chofer abrió la puerta del Subaru, de él descendió: Diana Maldonado irguió su esbelta figura y se quitó los lentes del sol para mirar aquel edificio.Inhaló profundo, un indescriptible vacío percibió en la boca del estómago, pero no había marcha atrás.Con pasos firmes subió las escalinatas, ingresó al lugar y buscó la sala en donde tenía aquella audiencia, se encontró con su abogado y luego, dio tres to
Rodrigo ya se había acostumbrado a la actitud de Diana, pero no por eso dejaba de sentir dolor en su corazón. Su esposa siempre encontraba la forma de hacerle pagar su falta.A él no le importaban sus hirientes palabras, sino su indiferencia, el compartir la misma casa con ella, y no poder tocarla, besarla, fundirse en su cuerpo como tanto le gustaba, era un verdadero suplicio, sin embargo, no perdía la esperanza de poder recuperar su confianza, y quizás la mejor manera era dejándola libre, y reconquistándola otra vez, pensó, mientras abandonaba la empresa.Diana en su oficina escuchaba atenta la exposición de Katherine, sobre la campaña del nuevo software, pasaron como quince minutos cuando de pronto la asistente de ella, le decía a alguien con desesperación:—No puede pasar. La señora no atiende sin previa cita. —La j