«A ella le toco esa vida, y se convirtió en señora se vistió de la amargura, el corazón sin llanto y una vida oscura…» Francisco Céspedes.
New York- Usa.
Semanas antes.
El chofer abrió la puerta del Subaru, de él descendió: Diana Maldonado irguió su esbelta figura y se quitó los lentes del sol para mirar aquel edificio.
Inhaló profundo, un indescriptible vacío percibió en la boca del estómago, pero no había marcha atrás.
Con pasos firmes subió las escalinatas, ingresó al lugar y buscó la sala en donde tenía aquella audiencia, se encontró con su abogado y luego, dio tres toques a la madera de la puerta, y escuchó la voz de una mujer quién le daba autorización para seguir.
Diana ingresó y sus ojos avistaron la azulada mirada de él.
Rodrigo Vidal se puso de pie, no pudo evitar recorrer la silueta de su esposa, ella iba enfundada en un elegante vestido de lino en corte recto, que entallaba a la perfección su figura. Inspiró profundo al recordar aquellas esbeltas piernas alrededor de su cintura. Diana lo conocía bien y notó sus pupilas dilatadas, se estremeció, y se regañó por eso, ya no podía sentir nada por aquel hombre.
—Tomen asiento —ordenó la abogada del señor Vidal.
El caballero abrió la silla para que ella se sentara, entonces sus rostros quedaron muy cercanos, ambos aspiraron el aroma de otro, y antiguos recuerdos golpearon su memoria.
—Buenos días —saludó Diana a la mujer.
—Señores los he convocado a esta audiencia, en vista de que el proceso de divorcio será de mutuo acuerdo —informó la abogada de Rodrigo, observando a la pareja—. Tengo entendido que los dos son dueños de Corporación Vid- Mal, a más de eso poseen una vivienda en Ecuador, varios autos, una casa en esta ciudad, y cuentas bancarias a nombre de ambos —expuso—, mi cliente el ingeniero Rodrigo Vidal ha decidido ceder sus acciones de corporación Vid-Mal a su esposa, y renuncia a la parte que le corresponde de todos los bienes.
Diana palideció y miró a Rodrigo absorta, luego observó a su abogado.
—Mi cliente la doctora Maldonado no tiene problema en aceptar eso —informó.
—¡No! —exclamó Diana. —¿Te volviste loco? —increpó su futuro exesposo—. La empresa la fundamos ambos, los bienes los adquirimos juntos, no puedes renunciar de buenas a primeras —reclamó.
La azulada mirada de él se clavó en los iris de su esposa.
—Es mi última palabra —aseveró—. No necesito ningún bien material, ya perdí lo que me interesaba que era mi familia, el resto no tiene importancia —Resopló.
Diana soltó un bufido, a pesar de lo sucedido, ella no podía permitir que renunciara a todo, no era justo, presionó sus puños con impotencia.
—Si ambas partes están de acuerdo, y no existe la mínima posibilidad de reconciliación, prepararemos el acta de divorcio.
Rodrigo asintió, aunque por dentro la herida dolía, ardía, quemaba, sabía que todo había sido su culpa, y no encontraba las pruebas para demostrar su inocencia, maldijo su suerte y el haber estado en el lugar equivocado aquel día.
Diana se puso de pie y abandonó la sala, su abogado fue tras de ella.
—Señora Maldonado, lo mejor que puede hacer es aceptar la propuesta del ingeniero Vidal.
Ella le brindó a aquel hombre una gélida mirada.
—No hagas nada por ahora —ordenó—, debo llegar a un acuerdo con él —informó, y abandonó el edificio.
*****
Horas más tarde.
La imponente "Dama de Hierro", como la apodaban por ser una mujer fría y calculadora para los negocios, llegó a su empresa, sus empleados la miraron con respeto, y la saludaron, ella contestó y de inmediato se dirigió a su oficina.
—A las once tiene una cita —informó Rose, su asistente siguiéndola.
—Deseo estar sola —ordenó y cerró la puerta de su despacho.
En ese momento Diana Maldonado no era más que la sombra de aquella empresaria que era capaz de llevarse el mundo por delante, únicamente era una mujer a quién el amor de su vida le había roto el corazón, y la encaminó a sumirse en una profunda soledad.
La mujer transitó por su elegante y amplia oficina. Desde los grandes ventanales se miraban los majestuosos edificios de la gran manzana. Era cierto había hecho su sueño realidad, pero. —¿A qué precio? — se cuestionó, quizás las arduas horas de trabajo obligaron a su esposo a buscar consuelo en otra, pero no, no era justo se decía, entonces un torrente de lágrimas rodó por sus mejillas, miró a su alrededor y de nada servía el lujo, el dinero, la fama, cuando era un alma solitaria, una flor marchita, su corazón se estaba secando, y su vida se hallaba cubierta de amargura, y dolor.
El intercomunicador la sacó de sus cavilaciones, se puso de pie y aplastó el botón.
—Doctora, la señora Katherine García ya está aquí —anunció.
—Ya la recibo, dame dos minutos —ordenó.
Diana se dirigió al tocador, enjuagó su rostro, retocó el maquillaje, entonces volvió a cubrirse con aquella máscara de mujer implacable, aspiró profundo y salió a la oficina, se sentó en su sillón, enseguida dio la orden de que hicieran pasar a la señora García.
La joven publicista ingresó al despacho. Su mirada se perdió en la descomunal oficina, a pesar de que ella ya estaba acostumbrada al lujo le impresionó el gran escritorio tallado a mano en madera de cerezo y roble. Ahí sentada en un gran sillón de cuero con su impresionante presencia estaba Diana Maldonado, digitando algo en su computador, al ver que la mujer, no decía nada ella habló:
—Señora García, yo tengo una cita a las doce, así que tiene cinco minutos para tratar de convencerme de que debo confiar en ustedes para la campaña del nuevo software que vamos a lanzar —expresó Diana, posando sus hermosos ojos aceitunas en Kate.
Katherine clavó su vista en la dama, presionó con fuerza su portafolio.
—Señora Maldonado si solo tengo cinco minutos para exponer lo que mi empresa hace, déjeme indicarle que somos los mejores del país. Mcm, Dinan Access, Innovared, trabajan conmigo. Ellos le pueden dar referencia de mi labor —expuso tratando de persuadir a Diana de firmar.
—Imagino que trajo un bosquejo de la campaña que tiene en mente y el presupuesto de la misma.
Diana posó toda su atención en Kate. Con un gesto de su mano la invitó a tomar asiento, entonces ella aprovechó para tocar con sus dedos los muebles muy finos de auténtico cuero. Observó a través de las grandes ventanas la maravillosa vista que tenía de la ciudad. En las paredes colgaban cuadros de afamados pintores y rosas rojas colocadas en jarrones de porcelana china engalanaban aquella oficina.
—Si aquí los tengo conmigo, me gustaría darle una explicación detallada, pero nos llevara más de cinco minutos —indicó Kate, sin dejar de mirar a la mujer que tenía en frente—. Claro que como usted es una persona ocupada y yo también lo soy, tendré que desechar la idea de firmar con ustedes, ya que a las doce y treinta tengo una cita con Safys. —Se puso de pie—. Ha sido un gusto haber perdido mi tiempo con usted señora Maldonado —expresó Katherine, apretando la mandíbula, tratando de disimular su molestia, ella no era de las personas que se dejaban intimidar por nadie y su empresa no andaba mendigando clientes.
Diana bufó, y ladeó los labios.
—Mi querida Katherine, no hay que ser impaciente en la vida, todo llega a su momento. Después de tantos meses de insistir en tener una entrevista conmigo. ¿Te das por vencida? Esperaba mucho más de ti —musitó con aquella arrogancia característica de ella.
—Si mi empresa insistió en esta cita, no es porque estemos mendigando clientes, al contrario, nos gustan los retos y por eso quisimos manejar la publicidad de tu corporación —increpó Kate a Diana.
La Dama de Hierro la miró con su típica frialdad para los negocios.
— ¿Y qué te hace pensar Katherine que yo voy a firmar con ustedes? Empresas de publicidad me han ofrecido sus servicios y me han explicado en cinco minutos, lo que tú no has podido hacerlo —se refirió con sarcasmo.
—Y por eso me doy cuenta de que a pesar de ser una empresa que no necesita hacer gran publicidad porque sus productos se venden solos, tiene falencias en la mercadotecnia —comentó y ladeó los labios al darse cuenta que captó la atención de aquella odiosa mujer—. Si trabajaran con nosotros, les abriríamos puertas a todo Estados Unidos, sé muy bien que ustedes venden software en Sudamérica, pero aquí en mi país solo están en New York, Chicago, Los Ángeles, San Francisco, dejando a un lado ciudades de gran comercio como lo son Houston, Miami, Filadelfia. Si firma con nosotros Diana, le aseguro que dentro de un año su empresa duplicará las ventas.
Ambas jóvenes se observaron mutuamente. Kate le estaba haciendo una gran oferta a Diana.
En el preciso momento que la señora Maldonado, iba a tomar la palabra la puerta de su oficina se abrió un hombre con impresionantes ojos azules, y cabello rubio apareció.
—Perdóname Diana, pero no sabía que estabas ocupada —irrumpió la reunión.
—Rodrigo —pronunció con seriedad—, si te tomaras la molestia de preguntar antes de entrar no sucedería estas cosas —reclamó—. La señora García tiene una reunión importante en breve —musitó Diana, mirando directo a los ojos a aquel hombre.
—Por mí no se preocupen, si tiene algún pendiente yo puedo esperar — pronunció Katherine
—Perdone mi falta de educación señora. —El apuesto caballero se dirigió a Kate—. Buenos días, soy Rodrigo Vidal, el espo… —presionó los labios—. Socio de esta empresa.
El hombre como todo un caballero estrechó la mano de Katherine, se veía educado y de buenos modales.
—Mucho gusto soy Katherine García —se presentó la joven, levantando su rostro para saludar a aquel caballero de impresionante altura.
En ese momento Diana, se puso de pie, Kate la conocía de vista y por las revistas que su marido tenía en casa con las fotos de ella. Nunca la había tenido tan cerca, se sorprendió al darse cuenta de que era más alta de lo que ella imaginaba, y que poseía una figura impresionante. La dama se acercó a su esposo.
—Ya los iba a presentar —pronunció dirigiendo su gélida mirada a Rodrigo. —¿Para qué me necesitas?
—Debemos hablar de lo ocurrido en la audiencia —susurró—, además tengo que ir al banco, requiero que firmes con urgencia estos documentos.
Rodrigo, extendió el folder hacía ella. Ambos se dirigieron hasta el escritorio, él le iba pasando las carpetas, y cada vez colocaba su rostro muy cerca del de su esposa, atormentándola con aquel aroma tan varonil de su perfume ambarino. Sin embargo, ella mostraba absoluta frialdad, pasaron como cinco minutos en esa situación frente a los ojos de Kate.
—Gracias Diana. ¿Te veo después del almuerzo? —pregunto Rodrigo.
Ella elevó su mirada hacía él
—Sí, claro —informó, entonces se dirigió a la señora García—. Prosigamos Katherine que tiempo es lo que menos tenemos usted y yo.
Rodrigo se acercó a Kate:
—Un gusto conocerla. —Sonrió él—. Espero pueda hacer negocios, yo estaba a cargo de la parte operativa de la empresa —explicó, entonces Diana, lo interrumpió.
—Cariño, yo ya iba a poner al tanto a la señora García, sobre tus funciones en esta empresa —pronunció fijando su mirada profunda en él—, vienes un segundo a la sala de juntas— le pidió, entonces se dirigió a Kate. —¿Nos permites?
—Sí claro —respondió Katherine fingiendo una sonrisa, estaba tan confundida por aquella extraña interacción.
Los señores Vidal, se dirigieron al salón entonces Diana, frunciendo el ceño y con su fría mirada se dirigió a su esposo:
—No es necesario informar a nuestros proveedores de tu salida de la empresa —advirtió—, eso nos va a generar problemas con nuestros clientes, por favor mantengamos todo en secreto —solicitó.
Rodrigo, se acercó a ella, acechándola con su intensa mirada. Diana retrocedió
—No dudo que puedas reemplazarme en esta empresa —le dijo muy cerca de sus labios—, pero nunca podrás sacarme de tu corazón. —Dio vuelta y abandonó la sala de juntas por la puerta que daba a la recepción de la empresa.
Diana golpeó con sus puños el escritorio, la indignación que sentía dentro de su corazón era muy profunda. Percibía que a veces de un momento a otro iba a perder la batalla en contra de su marido, y no podía flaquear. No debía demostrarle que a pesar de la gran herida que le causó aún su corazón se agitaba por él.
Era esos momentos en los que se sentía perturbada, se debatía entre el amor y el resentimiento, entonces su mente evocaba los recuerdos de un viejo amor del pasado que le servía como coraza para ocultar sus verdaderos sentimientos, sin embargo, eso era un arma de doble filo, porque podía ser usada en su contra, creando gran confusión en su corazón.
Rodrigo ya se había acostumbrado a la actitud de Diana, pero no por eso dejaba de sentir dolor en su corazón. Su esposa siempre encontraba la forma de hacerle pagar su falta.A él no le importaban sus hirientes palabras, sino su indiferencia, el compartir la misma casa con ella, y no poder tocarla, besarla, fundirse en su cuerpo como tanto le gustaba, era un verdadero suplicio, sin embargo, no perdía la esperanza de poder recuperar su confianza, y quizás la mejor manera era dejándola libre, y reconquistándola otra vez, pensó, mientras abandonaba la empresa.Diana en su oficina escuchaba atenta la exposición de Katherine, sobre la campaña del nuevo software, pasaron como quince minutos cuando de pronto la asistente de ella, le decía a alguien con desesperación:—No puede pasar. La señora no atiende sin previa cita. —La j
Diana, iba en el vehículo con el corazón palpitando con fuerza y las manos temblorosas que del susto ni siquiera le había dicho al conductor a donde quería que la llevara.—Disculpe señor la mala educación buenas tardes por favor a la Universidad del Azuay.—Está bien señorita.—Váyase por donde no haya mucho tráfico, voy retrasada — pidió Diana angustiada.—Haré lo posible —contestó el conductor.Minutos después llegaron a la universidad, la chica canceló el servicio el ruido de sus tacones se escuchaban por los pasillos del edificio de la facultad, corría para poder llegar al aula.Las clases ya habían empezado y el profesor de Estadística no dejaba entrar a los alumnos atrasados. Diana no tu
Varias semanas después.El lunes por la mañana Diana terminó de arreglar su cabello, luego revisó que su uniforme no tuviera ninguna arruga. A ella le gustaba llegar impecable al trabajo cuando se disponía a salir su madre la interceptó:—Te recuerdo, que a mí se me acabó el dinero y no tengo como pagar el asilo donde está recluida tu abuela —musitó sin ningún reparo la señora.A Diana no le sorprendió el cinismo de su madre, pero si le daba mucha ira la forma en la su mamá se refería a su progenitora, pasando la saliva con dificultad y conteniendo las ganas de portarse grosera, respiró profundo:—No te preocupes mamá, yo me haré cargo de mi abuela, no la pienso dejar desvalida —afirmó Diana, claro que eso significaba muchos sacrificios par
Al día siguiente Diana de la mano de Luciano llegaron al edificio en donde funcionaba la empresa del padre del joven. El estómago de la chica revoloteaba de los nervios.—Tranquila —dijo Luciano, y con una amable sonrisa saludó a la recepcionista. Luego le brindó un recorrido por la empresa a su enamorada.En la planta baja estaba la sala de exhibición y ventas. Varias chicas saludaban con coquetería a su novio, y él devolvía el gesto con amabilidad, en el primer piso alto estaban las oficinas de adquisiciones, contabilidad y recursos humanos. En el segundo: la gerencia.Diana miró los amplios ventanales de la sala de espera, suspiró profundo, y luego su novio golpeó la madera de la puerta.—Adelante —escuchó una varonil voz.—Vamos &mdas
New York - UsaÉpoca Actual.Rodrigo, se quitó sus lentes del sol, bajó del vehículo, subió por el ascensor hasta el décimo piso en donde funcionaba su empresa, él no tenía idea del gran revuelo de gente que se hallaban en la gerencia, molestos por la cancelación de sus citas con Diana.— ¿Rose qué sucede aquí? ¿Y toda esta gente? —indagó, observando a los clientes que se acercaban a hablar con él.—Estas personas tenían citas con la señora Diana. Pero las canceló — pronunció la joven temerosa, no podía olvidar la recomendación de su jefa a modo de amenaza: «Ni una sola palabra a mi marido sobre el incidente de esta mañana, con el hombre que ingresó a mi oficina. Si Rod
El reloj marcaba la 1:15 pm cuando la vio aparecer en su local, esta vez su mirada la recorrió por completo, desde su cabeza hasta los pies.Diana, era una de las mujeres más hermosas que había conocido. A medida que la veía avanzar podía apreciar sus largas y bien torneadas piernas, sus caderas bien pronunciadas, su estrecha cintura, su busto perfecto, sacudió su cabeza para quitarse los malos pensamientos, ella no era como las mujeres a las que acostumbraba a tratar.Rodrigo, se puso de pie y se aproximó a ella antes que otra persona lo hiciera.—Debemos hablar, pero en otro lugar —solicitó.—Muchas gracias —jadeó aliviada mirando su computador—, aquí tengo todos mis trabajos de la universidad —comentó. —¿Cuánto es? —indagó fingiendo que en ve
Diana parpadeó al sentir como por una abertura de las cortinas se filtraban los rayos del sol, sintió su garganta seca, intentó pasar la saliva, y con dificultad lo hizo, entonces entornó sus ojos y miró aquella habitación, se sobresaltó y recordó lo sucedido. Se incorporó de golpe y emitió un quejido al tocar su herida, entonces en un mullido sillón, observó unos rizos rubios que aparecían apenas, la persona que ahí dormía se había cubierto hasta el rostro.Diana se retiró las cobijas, y se dio cuenta de que ya no traía su ropa, sino una camiseta de hombre y un pantalón de calentador, intentó ponerse de pie, pero su cabeza parecía a punto de estallar.—Auh —se quejó, entonces escuchó esa voz.—¡Despertaste! —
New- York, Usa.Época actual.Diana limpió con el dorso de sus manos las gruesas lágrimas que corrieron por sus mejillas. Recordó la falta de Rodrigo, y su corazón tembló de dolor, cuan ciertas sonaban ahora los reproches de Luciano, quizás si se hubiera entregado a él esa noche, las cosas habrían sido distintas, y ella no se sentiría seca por dentro.*******Luciano, caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada, desesperado, ansiaba que Diana, acudiera a la cita, no perdía la esperanzas de que asistiera, y estar a solas, y poder explicarle todo lo que sucedió.Había regresado con un solo propósito: Recuperarla.Sabía que ella no era feliz en su matrimonio.—Siempre l