Rodrigo ya se había acostumbrado a la actitud de Diana, pero no por eso dejaba de sentir dolor en su corazón. Su esposa siempre encontraba la forma de hacerle pagar su falta.
A él no le importaban sus hirientes palabras, sino su indiferencia, el compartir la misma casa con ella, y no poder tocarla, besarla, fundirse en su cuerpo como tanto le gustaba, era un verdadero suplicio, sin embargo, no perdía la esperanza de poder recuperar su confianza, y quizás la mejor manera era dejándola libre, y reconquistándola otra vez, pensó, mientras abandonaba la empresa.
Diana en su oficina escuchaba atenta la exposición de Katherine, sobre la campaña del nuevo software, pasaron como quince minutos cuando de pronto la asistente de ella, le decía a alguien con desesperación:
—No puede pasar. La señora no atiende sin previa cita. —La joven temblaba de miedo, sabía que, si el intruso ingresaba a la oficina de Diana, ella perdería el puesto. Lamentablemente, aquel hombre no la escucho e interrumpió,
La aparente calma que la vida de Diana, experimentaba se desmoronó en ese preciso momento, frente a ella después de seis largos años estaba el hombre que una vez juró amarla, cuidarla, protegerla, y sin darle una explicación lógica desapareció de su vida sin decir nada.
Diana palideció, su mirada permanecía clavada en los castaños ojos de él, parecía un espejismo, lo observó con frialdad, y resentimiento. Él por su parte sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, la tenía de nuevo tan cerca, había vuelto decidido a recuperarla, y esta vez Rodrigo Vidal no iba a ganar.
Al ver su piel tersa, suave, su hermoso cabello oscuro, y el verde aceituna de su mirada, se dio cuenta de que la amaba tal como el primer día, tuvo que contener las ganas de correr a su lado besarla, abrazarla, necesitaba sentir el sabor de sus labios.
—¿Qué haces aquí Luciano? —indagó. —¿No entendiste que no podías entrar? —pronunció Diana, con la voz temblorosa ante los testigos presentes.
—Yo necesito hablar contigo urgente —afirmó sin dejar de mirarla—. Y no me pienso ir de aquí sin que me escuches —enfatizó muy seguro de sus palabras.
—Estoy en una reunión de negocios —indicó Diana.
—No hay problema yo espero que termines la junta para que me atiendas, pero de aquí no me marcho sin ser escuchado —amenazó Luciano y salió de la oficina de Diana.
Ella arrugó el ceño, se quedó perturbada, luego miró a Kate.
—Por favor dame unos minutos —solicitó suavizando el tono de voz.
Diana se encerró en el baño de su oficina, se miraba al espejo y las lágrimas salían de sus ojos, no podía contenerse, quería gritar, llorar, romper todo lo que estuviera a su paso, pero no debía perder el control, las cosas entre ellos nunca quedaron claras, y él siempre auguró que Rodrigo la haría infeliz.
«¿Por qué volviste? ¿Por qué después de tantos años? ¿Por qué ahora que mi vida es un desastre» Se preguntaba una y otra vez?
«¡Cálmate Diana!» se decía así misma tenía que terminar la reunión con Katherine, y atender a Luciano, antes que Rodrigo, regresara.
Lamentablemente, los recuerdos le vinieron a la mente tal cual una película, latentes como el primer día.
La mujer que salía del baño no era la misma, que hacía minutos parecía tener el control del mundo.
— ¿Disculpe que sea indiscreta, pero se siente bien? —preguntó Kate.
Diana, parecía perdida en sus pensamientos, sentimientos, emociones.
—Katherine firmaré con usted —se aclaró la garganta—. Déjeme los documentos para legalizar nuestros negocios, agradezco su tiempo y me disculpo por los inconvenientes que hemos tenido —pronunció como que fuera la misma persona de antes, aquella mujer amable, sensible, noble.
—Perfecto Diana, no se va a arrepentir.
Las dos estrecharon sus manos. La señora Vidal, temblaba, parecía que estaba a punto de sufrir un colapso nervioso, su mente le decía una cosa y sus emociones, otra.
Katherine salió de la oficina de Diana, y de inmediato Luciano, ingresó, ambos se miraban a los ojos, la respiración de los dos era agitada. Ella se veía muy hermosa, distinta, elegante, distinguida. Él se veía más maduro, apuesto, atractivo, aún conservaba su exquisito aroma a madera y cedro.
El pasado había regresado. El presente era confuso y el futuro incierto.
Ahí se encontraban frente a frente dos almas atormentas por el pasado.
Ella había tratado de olvidar todo aquello que un día la hizo tan feliz y a la vez la convirtió en lo que era ahora.
Él solo había regresado con un propósito recuperarla.
—¿Cómo me encontraste y qué haces aquí? —inquirió con la mirada llena de ira, de odio, de resentimiento en contra de él.
—Eso es lo de menos Diana, lo importante es que estoy acá y debemos aclarar muchas cosas —pronunció él suplicando ser escuchado.
—Ya te habrás dado cuenta de que soy una mujer muy ocupada y no estoy para perder el tiempo contigo. Además, mi esposo no tarda en llegar, porque, así como me encontraste, imagino que sabes que estoy casada.
Ella lo miro altiva, orgullosa, desafiante. Él no dijo nada, esa era la cruel verdad a la cual ahora se enfrentaba, ella ya no era libre como en el pasado, tenía un esposo.
—Lo sé, pero también sé que no eres feliz, tu mirada me lo dice todo —aseveró sin perderla de vista—, no me pienso mover de aquí hasta que me escuches. ¿O tengo que sacar una cita con tu secretaria?, porque si es así pido ser atendido a la brevedad posible. —Luciano, tomó asiento sin ser invitado a hacerlo—. Aquí podemos esperar a tu esposo y hablar los tres, imagino que le dará gusto volver a verme. —Ladeó los labios.
—Yo no te tengo miedo Luciano, si quieres esperar a mi esposo hazlo. Rodrigo Vidal jamás te ha considerado un rival — respondió Diana con ironía.
—Entonces aquí esperaremos a ese imbécil. —Cruzó sus brazos—, me gustaría preguntarle tantas cosas —indicó mirándola—. No comprendo cómo pudo cambiar a una mujer como tú, por esa…
Diana abrió sus ojos con sorpresa, los labios le temblaron.
—¿Cómo lo sabes? —indagó.
—Sé muchas cosas, cariño —informó—, pero no vine a hostigarte, al contrario, estoy acá para demostrarte que soy el hombre que puede hacerte feliz.
— ¿Qué quieres Luciano? ¿Dinero? ¿Cuánto por dejarme en paz y no volver a vernos nunca? —propuso.
—¿Ahora piensas que el dinero lo soluciona todo Diana? —cuestionó poniéndose de pie, ella lo inspeccionó al disimulo: elegante, más varonil, y su perfume era tan exquisito—, yo no estoy aquí por dinero, vine por ti.
Aquellas palabras calaron en lo más profundo de ella, su corazón empezó a latir como hace años no lo hacía, pues había erguido murallas dentro de su pecho para no volver a sufrir por amor.
—Es demasiado tarde Luciano, las cosas entre nosotros están olvidadas.
Él caminó hacia ella. Diana intentó moverse, pero Luciano fue más rápido.
—No te me acerques. ¡Te lo advierto! No me obligues a llamar a seguridad —amenazó.
El hombre se quedó estático y no avanzó más.
—Te espero esta tarde en este hotel. —Luciano puso sobre el escritorio la tarjeta con la dirección tomó un bolígrafo para apuntar el su número de su suite—. Si no llegas estaré aquí día y noche, las veinte y cuatro horas del día, esperando a que podamos hablar —advirtió—. Me conoces bien, sabes que soy capaz de encadenarme a esta oficina con tal de ser escuchado, hasta al peor delincuente le permiten hablar antes de morir. ¡No faltes! —suplicó con la mirada él, alejándose de ella se dirigió hasta la puerta de la oficina—. Te estaré esperando —pronunció observándola.
Ella contuvo la respiración, su presencia la perturbó.
Luciano abandonó la oficina, Diana sostuvo en sus manos la tarjeta, la leía una y otra vez, sin saber qué hacer con su vida, qué rumbo tomar, por primera vez desde que fundó su gran empresa canceló todas las citas.
Su mente solo se centraba en deliberar si asistir o no al encuentro con él, era cierto que muchas cosas quedaron inconclusas y, Luciano, le debía tantas explicaciones, lo único que se venía a su mente eran los recuerdos del pasado.
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Cuenca- Ecuador
Seis años antes.
Diana se puso de pie para ceder su asiento en el autobús a una señora de la tercera edad, frunció el ceño mirando a los jóvenes que iban bien acomodados en sus lugares.
—Siga señora. —Ayudó a la anciana a tomar asiento—, en esta ciudad ya no existen caballeros —se quejó.
Un hombre al ver a la hermosa jovencita se puso levantó para darle su lugar.
—Siga preciosa —le dijo con una sonrisa.
—No gracias.
Diana se abrió paso entre los usuarios, y así llegar a la puerta de atrás del autobús y bajarse en la siguiente parada.
Diana Maldonado, no era cuencana de nacimiento, residía en la ciudad desde los ocho años a raíz del fallecimiento de su padre en un terrible accidente de tránsito. Su familia había sido una de las más adineradas de la capital ecuatoriana, pero la madre de la joven, había dilapidado toda la fortuna de su difunto esposo con su actual pareja e hijos, es por esa razón que la chica se pagaba la universidad trabajando de cajera en un prestigioso banco.
La joven casi no tenía vida social, su rutina era simple: llegaba al banco con puntualidad a las ocho y treinta de la mañana, salía a las cinco de la tarde, recorría, varias calles del centro histórico de la urbe y llegaba a la estación del autobús que la llevaba hasta la universidad.
Cada día cuando el reloj marcaba la hora de salida, y después de entregar el cuadre de caja se dirigía al comedor calentaba la comida que el banco le proporcionaba en el microondas y las colocaba en una bolsa plástica para entregarla a algún indigente, ya que debido a su problema de gastritis ella llevaba sus propios alimentos.
Era viernes cuando Diana, con su mochila en el hombro, y la bolsa con las tarrinas de comida en su mano, se despedía de sus compañeros para salir rumbo a la universidad.
En el camino se encontró con una anciana a la que le entregó los alimentos; la mujer enseguida se puso a comer, no sin antes agradecerle a Diana el gesto, la buena señora la demoró casi diez minutos.
Diana bostezó y la mujer pensando que la estaba aburriendo con su relato la dejó ir, pero en realidad era que la noche anterior no había dormido casi nada por realizar unas tareas, así que paso comprando un café, cuando se dio cuenta de la hora, empezó a correr para alcanzar el autobús. No se percató que de un almacén salía una persona quien iba mirando el teléfono en la calle.
Diana y aquel caballero chocaron de golpe, de milagro ella no fue a parar al suelo, el café se derramó en la camisa fina de aquel sujeto.
— ¡Per mia mamma! —exclamó el caballero abriendo sus brazos arrugando su frente—. ¿Non hai occhi, ragazza? —preguntó enfadado.
Diana, no le entendía, el hombre hablaba italiano, lo miraba asustada.
—Le pido mil disculpas, sé que no es correcto andar corriendo por las calles, pero debo llegar urgente a la universidad. Permítame pagarle su camisa por favor —se disculpó la jovencita apenada.
El hombre era bastante alto, maduro, de piel blanca, ojos verdes, y cabello cano.
—Tú no tienes idea de lo que cuesta esta camisa —vociferó clavando su mirada en Diana—, es un diseño exclusivo de Versace —pronunció aquel hombre con orgullo.
—Lo lamento mucho —expuso mirándolo a los ojos—. ¿Puedo hacer algo para recompensarle? —Él ladeó una sonrisa—, permítame comprarle una camisa, así no sea de marca —insistió Diana.
El hombre por dentro se burlaba de la insistencia de la joven, había exagerado con eso del diseño exclusivo para poner en aprietos a la pobre muchacha y de esta manera tratar de conseguir una cita con ella.
La observó de pies a cabeza, joven, hermosa, sus ojos aceitunos demostraban mucha dulzura, sus labios sensuales, carnosos provocaban ser besados, era bastante alta y de muy buena figura, su largo cabello castaño oscuro le llegaba casi a la cintura, era una verdadera tentación para aquel hombre.
—Bueno yo puedo admitir las disculpas y hasta incluso perdonarte el costo de la camisa, si aceptas salir conmigo —propuso él sonriendo, mostrando su perfecta y blanca dentadura.
Diana entornó sus parpados con sorpresa.
—Me disculpa, pero yo no salgo con desconocidos —refutó clavando su mirada en aquel hombre sintiendo la sangre encenderle por el cuerpo—, yo estoy ofreciendo enmendar mi error, aunque siendo sinceros, usted también tuvo la culpa, por andar distraído con su teléfono —reclamó entonces se fijó que venía un taxi vacío, lo paró y se subió de prisa, él se quedó pasmado.
—¡Alessandro Zanetti bella ragazza! —exclamó con voz fuerte— algún día nos volveremos a ver —grito él.
***
Queridos lectores se me olvidaba comentarles que la historia se narra en el presente y el pasado de los personajes, cualquier duda estoy a las órdenes.
Diana, iba en el vehículo con el corazón palpitando con fuerza y las manos temblorosas que del susto ni siquiera le había dicho al conductor a donde quería que la llevara.—Disculpe señor la mala educación buenas tardes por favor a la Universidad del Azuay.—Está bien señorita.—Váyase por donde no haya mucho tráfico, voy retrasada — pidió Diana angustiada.—Haré lo posible —contestó el conductor.Minutos después llegaron a la universidad, la chica canceló el servicio el ruido de sus tacones se escuchaban por los pasillos del edificio de la facultad, corría para poder llegar al aula.Las clases ya habían empezado y el profesor de Estadística no dejaba entrar a los alumnos atrasados. Diana no tu
Varias semanas después.El lunes por la mañana Diana terminó de arreglar su cabello, luego revisó que su uniforme no tuviera ninguna arruga. A ella le gustaba llegar impecable al trabajo cuando se disponía a salir su madre la interceptó:—Te recuerdo, que a mí se me acabó el dinero y no tengo como pagar el asilo donde está recluida tu abuela —musitó sin ningún reparo la señora.A Diana no le sorprendió el cinismo de su madre, pero si le daba mucha ira la forma en la su mamá se refería a su progenitora, pasando la saliva con dificultad y conteniendo las ganas de portarse grosera, respiró profundo:—No te preocupes mamá, yo me haré cargo de mi abuela, no la pienso dejar desvalida —afirmó Diana, claro que eso significaba muchos sacrificios par
Al día siguiente Diana de la mano de Luciano llegaron al edificio en donde funcionaba la empresa del padre del joven. El estómago de la chica revoloteaba de los nervios.—Tranquila —dijo Luciano, y con una amable sonrisa saludó a la recepcionista. Luego le brindó un recorrido por la empresa a su enamorada.En la planta baja estaba la sala de exhibición y ventas. Varias chicas saludaban con coquetería a su novio, y él devolvía el gesto con amabilidad, en el primer piso alto estaban las oficinas de adquisiciones, contabilidad y recursos humanos. En el segundo: la gerencia.Diana miró los amplios ventanales de la sala de espera, suspiró profundo, y luego su novio golpeó la madera de la puerta.—Adelante —escuchó una varonil voz.—Vamos &mdas
New York - UsaÉpoca Actual.Rodrigo, se quitó sus lentes del sol, bajó del vehículo, subió por el ascensor hasta el décimo piso en donde funcionaba su empresa, él no tenía idea del gran revuelo de gente que se hallaban en la gerencia, molestos por la cancelación de sus citas con Diana.— ¿Rose qué sucede aquí? ¿Y toda esta gente? —indagó, observando a los clientes que se acercaban a hablar con él.—Estas personas tenían citas con la señora Diana. Pero las canceló — pronunció la joven temerosa, no podía olvidar la recomendación de su jefa a modo de amenaza: «Ni una sola palabra a mi marido sobre el incidente de esta mañana, con el hombre que ingresó a mi oficina. Si Rod
El reloj marcaba la 1:15 pm cuando la vio aparecer en su local, esta vez su mirada la recorrió por completo, desde su cabeza hasta los pies.Diana, era una de las mujeres más hermosas que había conocido. A medida que la veía avanzar podía apreciar sus largas y bien torneadas piernas, sus caderas bien pronunciadas, su estrecha cintura, su busto perfecto, sacudió su cabeza para quitarse los malos pensamientos, ella no era como las mujeres a las que acostumbraba a tratar.Rodrigo, se puso de pie y se aproximó a ella antes que otra persona lo hiciera.—Debemos hablar, pero en otro lugar —solicitó.—Muchas gracias —jadeó aliviada mirando su computador—, aquí tengo todos mis trabajos de la universidad —comentó. —¿Cuánto es? —indagó fingiendo que en ve
Diana parpadeó al sentir como por una abertura de las cortinas se filtraban los rayos del sol, sintió su garganta seca, intentó pasar la saliva, y con dificultad lo hizo, entonces entornó sus ojos y miró aquella habitación, se sobresaltó y recordó lo sucedido. Se incorporó de golpe y emitió un quejido al tocar su herida, entonces en un mullido sillón, observó unos rizos rubios que aparecían apenas, la persona que ahí dormía se había cubierto hasta el rostro.Diana se retiró las cobijas, y se dio cuenta de que ya no traía su ropa, sino una camiseta de hombre y un pantalón de calentador, intentó ponerse de pie, pero su cabeza parecía a punto de estallar.—Auh —se quejó, entonces escuchó esa voz.—¡Despertaste! —
New- York, Usa.Época actual.Diana limpió con el dorso de sus manos las gruesas lágrimas que corrieron por sus mejillas. Recordó la falta de Rodrigo, y su corazón tembló de dolor, cuan ciertas sonaban ahora los reproches de Luciano, quizás si se hubiera entregado a él esa noche, las cosas habrían sido distintas, y ella no se sentiría seca por dentro.*******Luciano, caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada, desesperado, ansiaba que Diana, acudiera a la cita, no perdía la esperanzas de que asistiera, y estar a solas, y poder explicarle todo lo que sucedió.Había regresado con un solo propósito: Recuperarla.Sabía que ella no era feliz en su matrimonio.—Siempre l
La semana empezó de nuevo. Diana, estaba cansada de Nadia, no la soportaba, era fin de mes y día de pagos, cuando la joven Maldonado recibió su sueldo, se extrañó porque le entregaron una cifra menor.Frunció el ceño revisando el rol de pagos una y otra vez, pensó que se trataba de un error, porque los meses anteriores ganaba más de quinientos dólares, y con el dinero que le entregaron ese mes solo le iba a alcanzar para pagar la mensualidad del asilo de su abuela.Tomó la decisión de hablar con el dueño, golpeo la puerta de la oficina.—Adelante —escuchó la muchacha, entonces ingresó.—Señor Zanetti, disculpe interrumpir, necesito conversar con usted — pronunció nerviosa, entonces él levantó su mirada siniestra hacía ella, a la joven un e