Diana giró su rostro levantando su mirada, aquella voz hizo que su corazón diera un brinco dentro de su pecho, las lágrimas se apoderaron de su rostro, se llevó las manos a la boca sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, parpadeó varias veces para estar segura, mientras él la observaba con ternura, entonces deslizó su pañuelo para limpiar su hermoso rostro.
Diana se puso de pie, y sin pensarlo, un segundo se lanzó a los brazos de él, rodeándolo por el cuello, volviendo a sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, y la seguridad que sentía estando en sus brazos.
—¡Mi amor! —sollozó casi sin poder hablar. —¡Despertaste! ¡Regresaste conmigo!
Rodrigo, la estrechó con fuerza entre sus brazos, aspirando de nuevo su exquisita fragancia, volviendo a sentir su calidez, sosteniendo el cuerpo de su esposa en sus brazos.
— Sí, soy yo, tu gran amor. ¿Pensabas que me iba a rendir? —cuestionó, mientras le tomaba de la barbilla para mirarla a los ojos—
Gracias por leer, espero hayan disfrutado este libro.
Meses después. New York- Usa. Isabella corría por los amplios jardines de la mansión Vidal, jugaba feliz con su mejor amiga Katty, mientras esperaba la llegada de sus padres y su hermano recién nacido: Santiago. Un par de minutos después escuchó el motor de los autos, entonces a toda prisa ingresó por la cocina, y apareció en la sala, esbozó una amplia sonrisa cuando observó a su mamá entrar. La mirada de Diana se iluminó al ver a su hija, la llamó con la mano para que se acercara y la abrazara con cuidado, pues le dolía la herida de la cesárea que le practicaron. —Hola mami —expresó con cariño. —¿Puedo conocer a mi hermanito? —indagó con curiosidad.
Sentada en la sala de espera de aquel enorme hospital, la duda, la incertidumbre, el miedo de conocer los resultados de aquellos análisis atormentaban la mente y el corazón de aquella mujer que en un momento de debilidad y gran confusión cometió un grave error que quizás había tenido consecuencias.Diana Maldonado tenía la garganta seca, las manos temblorosas, en ese instante no era la gran empresaria, y mujer de negocios que de la nada fundó un gran emporio. La que estaba ahí era un simple ser humano que podía perder lo más importante en su existencia... el amor de su vida.Los minutos se hacían eternos, hasta que la puerta del consultorio se abrió:—Por favor sigan —indicó muy amable la doctora.Mientras su amiga la esperaba, ella pasó al consultorio.—Tome
«A ella le toco esa vida, y se convirtió en señora se vistió de la amargura, el corazón sin llanto y una vida oscura…» Francisco Céspedes.New York- Usa.Semanas antes.El chofer abrió la puerta del Subaru, de él descendió: Diana Maldonado irguió su esbelta figura y se quitó los lentes del sol para mirar aquel edificio.Inhaló profundo, un indescriptible vacío percibió en la boca del estómago, pero no había marcha atrás.Con pasos firmes subió las escalinatas, ingresó al lugar y buscó la sala en donde tenía aquella audiencia, se encontró con su abogado y luego, dio tres to
Rodrigo ya se había acostumbrado a la actitud de Diana, pero no por eso dejaba de sentir dolor en su corazón. Su esposa siempre encontraba la forma de hacerle pagar su falta.A él no le importaban sus hirientes palabras, sino su indiferencia, el compartir la misma casa con ella, y no poder tocarla, besarla, fundirse en su cuerpo como tanto le gustaba, era un verdadero suplicio, sin embargo, no perdía la esperanza de poder recuperar su confianza, y quizás la mejor manera era dejándola libre, y reconquistándola otra vez, pensó, mientras abandonaba la empresa.Diana en su oficina escuchaba atenta la exposición de Katherine, sobre la campaña del nuevo software, pasaron como quince minutos cuando de pronto la asistente de ella, le decía a alguien con desesperación:—No puede pasar. La señora no atiende sin previa cita. —La j
Diana, iba en el vehículo con el corazón palpitando con fuerza y las manos temblorosas que del susto ni siquiera le había dicho al conductor a donde quería que la llevara.—Disculpe señor la mala educación buenas tardes por favor a la Universidad del Azuay.—Está bien señorita.—Váyase por donde no haya mucho tráfico, voy retrasada — pidió Diana angustiada.—Haré lo posible —contestó el conductor.Minutos después llegaron a la universidad, la chica canceló el servicio el ruido de sus tacones se escuchaban por los pasillos del edificio de la facultad, corría para poder llegar al aula.Las clases ya habían empezado y el profesor de Estadística no dejaba entrar a los alumnos atrasados. Diana no tu
Varias semanas después.El lunes por la mañana Diana terminó de arreglar su cabello, luego revisó que su uniforme no tuviera ninguna arruga. A ella le gustaba llegar impecable al trabajo cuando se disponía a salir su madre la interceptó:—Te recuerdo, que a mí se me acabó el dinero y no tengo como pagar el asilo donde está recluida tu abuela —musitó sin ningún reparo la señora.A Diana no le sorprendió el cinismo de su madre, pero si le daba mucha ira la forma en la su mamá se refería a su progenitora, pasando la saliva con dificultad y conteniendo las ganas de portarse grosera, respiró profundo:—No te preocupes mamá, yo me haré cargo de mi abuela, no la pienso dejar desvalida —afirmó Diana, claro que eso significaba muchos sacrificios par
Al día siguiente Diana de la mano de Luciano llegaron al edificio en donde funcionaba la empresa del padre del joven. El estómago de la chica revoloteaba de los nervios.—Tranquila —dijo Luciano, y con una amable sonrisa saludó a la recepcionista. Luego le brindó un recorrido por la empresa a su enamorada.En la planta baja estaba la sala de exhibición y ventas. Varias chicas saludaban con coquetería a su novio, y él devolvía el gesto con amabilidad, en el primer piso alto estaban las oficinas de adquisiciones, contabilidad y recursos humanos. En el segundo: la gerencia.Diana miró los amplios ventanales de la sala de espera, suspiró profundo, y luego su novio golpeó la madera de la puerta.—Adelante —escuchó una varonil voz.—Vamos &mdas
New York - UsaÉpoca Actual.Rodrigo, se quitó sus lentes del sol, bajó del vehículo, subió por el ascensor hasta el décimo piso en donde funcionaba su empresa, él no tenía idea del gran revuelo de gente que se hallaban en la gerencia, molestos por la cancelación de sus citas con Diana.— ¿Rose qué sucede aquí? ¿Y toda esta gente? —indagó, observando a los clientes que se acercaban a hablar con él.—Estas personas tenían citas con la señora Diana. Pero las canceló — pronunció la joven temerosa, no podía olvidar la recomendación de su jefa a modo de amenaza: «Ni una sola palabra a mi marido sobre el incidente de esta mañana, con el hombre que ingresó a mi oficina. Si Rod