Sentada en la sala de espera de aquel enorme hospital, la duda, la incertidumbre, el miedo de conocer los resultados de aquellos análisis atormentaban la mente y el corazón de aquella mujer que en un momento de debilidad y gran confusión cometió un grave error que quizás había tenido consecuencias.
Diana Maldonado tenía la garganta seca, las manos temblorosas, en ese instante no era la gran empresaria, y mujer de negocios que de la nada fundó un gran emporio. La que estaba ahí era un simple ser humano que podía perder lo más importante en su existencia... el amor de su vida.
Los minutos se hacían eternos, hasta que la puerta del consultorio se abrió:
—Por favor sigan —indicó muy amable la doctora.
Mientras su amiga la esperaba, ella pasó al consultorio.
—Tome asiento —solicitó la ginecóloga.
La mujer así lo hizo con nerviosismo se sentó, entonces la doctora se colocó los lentes para leer los resultados de los análisis, mientras los leía asentía con la cabeza, entre tanto ella esperaba con ansias conocer el resultado.
—¿Qué es lo que tengo doctora? —Enarcó una de sus cejas.
—Felicidades, señora, usted está embarazada.
Esa palabra repicó en la mente de aquella atormentada mujer, no podía ser tanta la mala suerte que se cargaba, justo cuando su matrimonio se había estabilizado y por fin era feliz junto al hombre que amaba, le llegaba esta noticia.
—¿Puedo saber cuánto tiempo tengo de embarazo? —averiguó con la mirada llena de confusión.
La doctora le hizo seguir a la camilla para proceder a examinarla. Luego de pasar el doppler y hacerle las preguntas de rigor, la ginecóloga habló.
—Usted cuenta con seis semanas de embarazo —afirmó.
Ella cerró los ojos apretó los dientes, el niño que esperaba podía ser hijo de su marido, como del hombre con el que tuvo una aventura de una sola noche.
Salió del consultorio con el rostro desencajado. Se veía pálida, mantenía la mirada perdida. No sabía qué hacer, lo que sí tenía claro era que el momento de confesar su aventura había llegado, y que posiblemente su marido no entendería, era como si la vida le estuviera cobrando con creces sus faltas.
—¿Qué te dijo la doctora? ¿Por qué tienes esa cara? —preguntó su amiga.
—Estoy embarazada… —murmuró con los labios temblorosos.
—¡Es una gran noticia! —exclamó llena de júbilo la otra mujer—, tu marido se va a poner feliz.
Ella, la observó con lágrimas en los ojos, y los labios tiritando sin poder contener su tormento.
—Mi marido no me va a perdonar… —susurró, llevándose las manos al rostro— sé que me vas a tratar de inmoral, de irresponsable, de zorra y hasta de pu…
La otra mujer interrumpió:
—No digas eso, somos amigas —reprochó—, si no me cuentas lo qué pasó no podré entenderte.
Ella frunció el ceño, se secó las lágrimas, esbozó una ligera sonrisa.
—Estoy segura de que me vas a sentenciar, porque somos las mismas mujeres las que nos juzgamos entre sí... fui infiel —declaró, asumiendo su falta prosiguió—. Acepto mi culpa, sin embargo, nadie sabe los motivos que me llevaron a cometer ese error, y sé que el mundo entero me va a tildar de mujerzuela, porque para la sociedad las mujeres debemos perdonar las infidelidades y los agravios de los hombres, pero cuando nosotras hacemos lo mismo todo el mundo nos reprocha —resopló—. Asumiré las consecuencias de mis actos, pero quién esté libre de pecado que lance la primera piedra y me condene.
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Queridos lectores este es el tercer libro de la Serie Romance, si has llegado por casualidad, no hay problema, lo puedes leer, pero si deseas seguir el orden, los dos anteriores son: Un contrato por amor, y Déjame decir que te amo.
Por otro lado, les advierto que esta historia tocas temas fuertes, como la infidelidad, si eres sensible a ese tipo de historias es mejor no leer, aclaro que no apoyo la infidelidad, sin embargo, siempre toco en mis libros temas fuertes, y este es uno muy común. Si deciden leerla, deben tener la mente abierta y lo principal respeto a los protagonistas, no voy a permitir insultos ni agravios en contra de los personajes. Recuerden que nadie es perfecto.
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En F*: Si me ves llorar por ti by Angellyna Merida.
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«A ella le toco esa vida, y se convirtió en señora se vistió de la amargura, el corazón sin llanto y una vida oscura…» Francisco Céspedes.New York- Usa.Semanas antes.El chofer abrió la puerta del Subaru, de él descendió: Diana Maldonado irguió su esbelta figura y se quitó los lentes del sol para mirar aquel edificio.Inhaló profundo, un indescriptible vacío percibió en la boca del estómago, pero no había marcha atrás.Con pasos firmes subió las escalinatas, ingresó al lugar y buscó la sala en donde tenía aquella audiencia, se encontró con su abogado y luego, dio tres to
Rodrigo ya se había acostumbrado a la actitud de Diana, pero no por eso dejaba de sentir dolor en su corazón. Su esposa siempre encontraba la forma de hacerle pagar su falta.A él no le importaban sus hirientes palabras, sino su indiferencia, el compartir la misma casa con ella, y no poder tocarla, besarla, fundirse en su cuerpo como tanto le gustaba, era un verdadero suplicio, sin embargo, no perdía la esperanza de poder recuperar su confianza, y quizás la mejor manera era dejándola libre, y reconquistándola otra vez, pensó, mientras abandonaba la empresa.Diana en su oficina escuchaba atenta la exposición de Katherine, sobre la campaña del nuevo software, pasaron como quince minutos cuando de pronto la asistente de ella, le decía a alguien con desesperación:—No puede pasar. La señora no atiende sin previa cita. —La j
Diana, iba en el vehículo con el corazón palpitando con fuerza y las manos temblorosas que del susto ni siquiera le había dicho al conductor a donde quería que la llevara.—Disculpe señor la mala educación buenas tardes por favor a la Universidad del Azuay.—Está bien señorita.—Váyase por donde no haya mucho tráfico, voy retrasada — pidió Diana angustiada.—Haré lo posible —contestó el conductor.Minutos después llegaron a la universidad, la chica canceló el servicio el ruido de sus tacones se escuchaban por los pasillos del edificio de la facultad, corría para poder llegar al aula.Las clases ya habían empezado y el profesor de Estadística no dejaba entrar a los alumnos atrasados. Diana no tu
Varias semanas después.El lunes por la mañana Diana terminó de arreglar su cabello, luego revisó que su uniforme no tuviera ninguna arruga. A ella le gustaba llegar impecable al trabajo cuando se disponía a salir su madre la interceptó:—Te recuerdo, que a mí se me acabó el dinero y no tengo como pagar el asilo donde está recluida tu abuela —musitó sin ningún reparo la señora.A Diana no le sorprendió el cinismo de su madre, pero si le daba mucha ira la forma en la su mamá se refería a su progenitora, pasando la saliva con dificultad y conteniendo las ganas de portarse grosera, respiró profundo:—No te preocupes mamá, yo me haré cargo de mi abuela, no la pienso dejar desvalida —afirmó Diana, claro que eso significaba muchos sacrificios par
Al día siguiente Diana de la mano de Luciano llegaron al edificio en donde funcionaba la empresa del padre del joven. El estómago de la chica revoloteaba de los nervios.—Tranquila —dijo Luciano, y con una amable sonrisa saludó a la recepcionista. Luego le brindó un recorrido por la empresa a su enamorada.En la planta baja estaba la sala de exhibición y ventas. Varias chicas saludaban con coquetería a su novio, y él devolvía el gesto con amabilidad, en el primer piso alto estaban las oficinas de adquisiciones, contabilidad y recursos humanos. En el segundo: la gerencia.Diana miró los amplios ventanales de la sala de espera, suspiró profundo, y luego su novio golpeó la madera de la puerta.—Adelante —escuchó una varonil voz.—Vamos &mdas
New York - UsaÉpoca Actual.Rodrigo, se quitó sus lentes del sol, bajó del vehículo, subió por el ascensor hasta el décimo piso en donde funcionaba su empresa, él no tenía idea del gran revuelo de gente que se hallaban en la gerencia, molestos por la cancelación de sus citas con Diana.— ¿Rose qué sucede aquí? ¿Y toda esta gente? —indagó, observando a los clientes que se acercaban a hablar con él.—Estas personas tenían citas con la señora Diana. Pero las canceló — pronunció la joven temerosa, no podía olvidar la recomendación de su jefa a modo de amenaza: «Ni una sola palabra a mi marido sobre el incidente de esta mañana, con el hombre que ingresó a mi oficina. Si Rod
El reloj marcaba la 1:15 pm cuando la vio aparecer en su local, esta vez su mirada la recorrió por completo, desde su cabeza hasta los pies.Diana, era una de las mujeres más hermosas que había conocido. A medida que la veía avanzar podía apreciar sus largas y bien torneadas piernas, sus caderas bien pronunciadas, su estrecha cintura, su busto perfecto, sacudió su cabeza para quitarse los malos pensamientos, ella no era como las mujeres a las que acostumbraba a tratar.Rodrigo, se puso de pie y se aproximó a ella antes que otra persona lo hiciera.—Debemos hablar, pero en otro lugar —solicitó.—Muchas gracias —jadeó aliviada mirando su computador—, aquí tengo todos mis trabajos de la universidad —comentó. —¿Cuánto es? —indagó fingiendo que en ve
Diana parpadeó al sentir como por una abertura de las cortinas se filtraban los rayos del sol, sintió su garganta seca, intentó pasar la saliva, y con dificultad lo hizo, entonces entornó sus ojos y miró aquella habitación, se sobresaltó y recordó lo sucedido. Se incorporó de golpe y emitió un quejido al tocar su herida, entonces en un mullido sillón, observó unos rizos rubios que aparecían apenas, la persona que ahí dormía se había cubierto hasta el rostro.Diana se retiró las cobijas, y se dio cuenta de que ya no traía su ropa, sino una camiseta de hombre y un pantalón de calentador, intentó ponerse de pie, pero su cabeza parecía a punto de estallar.—Auh —se quejó, entonces escuchó esa voz.—¡Despertaste! —