Diana negó con la cabeza, no podía comprender como su propia madre le deseaba el mal, se estremeció porque sintió esas palabras como si fueran una maldición, le dolió, sí, pero esta vez se armó de valor, y decidió no volver a derramar una lágrima.
Rodrigo sacó a la chica de esa casa y ambos escucharon el fuerte azote de la puerta.
—Vámonos —le dijo sintiendo como la adrenalina corría por sus venas.
Ella subió al auto con él, Rodrigo acomodó las maletas en la cajuela mientras Diana abrazaba con fuerza el cofre de su abuela.
—Debes esperara que se le pase el enojo a tu mamá, las cosas van a mejorar —indicó él con voz suave.
Ella negó con la cabeza.
—Tú no conoces a mi familia, mi madre me detesta, ella nunca amó a mi padre, y encontró el pretexto perfecto para echarme de la casa —manifestó, y esta vez no derramó una sol
¿Qué locura irá a cometer Diana llevada del dolor? ¿Será cierto lo que dice Rodrigo que no recuerda lo que sucedió? ¿Qué opinan?
En la suite del hotel Diana y Luciano estaban frente a frente, ella lo había abofeteado y él sin hacer nada soportó la afrenta, era consciente de que se lo merecía. —Ahora es mi turno de hablar Diana —increpó Luciano, mirándola a los ojos. Ella respiraba agitada, su pecho subía y bajaba. —Tienes cinco minutos —espetó—, debo llegar con puntualidad a mi empresa, no puedo andar perdiendo el tiempo —resopló. Luciano la contempló, sus iris aceitunas ya no tenían el mismo brillo de antes, y esa mirada que en el pasado mostraba luz, ahora se veía apagada. Seguía tan hermosa, o quizás más de lo que él la recordaba, pero su sonrisa se había borrado de su rostro, ya no era la misma jovencita llena de sueños e ilusiones que conoció en el pasado. Diana palmoteó frente de él para sacarlo de sus cavilaciones, él sacudió la cabeza.
New- York (Presente) Diana abandonó el hotel, envuelta en una marea de confusión, no tenía ganas de ir a la empresa, subió al auto y los recuerdos bombardeaban su cerebro. Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, cuando colocó las manos en el volante, estas temblaron, pequeñas gotas de sudor se posaron en su frente, y percibió que le faltaba el aire, entonces descendió del vehículo para inhalar profundo, necesitaba serenarse. Y justo en ese preciso momento su móvil vibró, notó las innumerables llamadas de su esposo, pero la que en ese instante ingresaba era de su abogado. —Señora Maldonado, buenos días —saludó—, me estoy comunicando por saber sí llegó a un acuerdo sobre la separación de bienes con su marido. La mujer inhaló profundo, liberó un suspiro. —No he tenido tiempo de hablar con él sobre eso —declaró—, yo le av
New York -Usa (Presente)Rodrigo revisaba y firmaba unos informes. Sin embargo, su mente se hallaba dispersa, era ya el medio día y su esposa, no llegaba a la empresa, ni se comunicaba con él.Los teléfonos de la oficina sonaban sin parar, las secretarias corrían de un lugar a otro intentando calmar a los clientes y proveedores que desde el día anterior necesitaban reunirse con Diana.—¿En dónde estás? ¿Qué está pasando contigo? —monologó siendo preso de la incertidumbre, percibía en su pecho una extraña sensación, no sabía si era miedo, lo cierto es que ese mal presentimiento no lo dejaba tranquilo.Inspiró profundo y se puso de pie, se acercó a los ventanales de su oficina, contemplando los enormes edifici
Cuenca – Ecuador (Pasado)Días después.Diana subió corriendo las escaleras hasta el tercer piso en donde rentaban un apartamento pequeño, apenas ingresó fue de inmediato a su alcoba.Lanzó sus libros sobre la cama, y enseguida buscó en su ropero un atuendo adecuado para la ocasión.No sabía si escoger el vestido negro de fina pedrería que su abuela con sus ahorros le compró, o el azul que le quedaba entallado a su figura.Se llevó los dedos a los labios, indecisa y luego miró la hora, entonces corrió a la ducha, después de humectar su cuerpo con la crema con aroma de vainilla, deslizó el vestido azul, decidió que el negro era demasiado formal, dejó su larga cabellera suelta, y lo fue cepi
Diana sintió su cuerpo temblar, cerró sus ojos cuando las manos de él deslizaron la cremallera, y sus labios besaron sus hombros, percibió una ola de calor recorrerle las entrañas. Una vez que el vestido cayó al piso Rodrigo escudriñó con su mirada el cuerpo semidesnudo de la bella mujer, su piel era tersa, suave, y desprendía un exquisito aroma a vainilla. Rodrigo la tomó de las manos e instó para que ella lo fuera desnudando. Diana, con los dedos temblorosos fue desabotonando la camisa de él. Al verla tan nerviosa se atrevió a preguntarle. —¿Estás segura? —indagó mientras le retiraba varios mechones de cabello que cubrían su bello rostro. Diana lo miró directo a los ojos. —Por completo... solo que estoy nerviosa… yo jamás he estado así con un hombre —confesó e inclinó su rostro. El corazón de Rodrigo se estreme
New - York (Presente)Rodrigo bajó corriendo de su auto, se dirigió al vehículo de su esposa, golpeó con desespero la puerta del piloto, entonces ella parpadeando aturdida, abrió la compuerta.—¿Estás bien? —indagó Rodrigo escudriñándola con la mirada, revisando que no tuviera golpes.Ella asintió.—Ayudame a salir —solicitó, y luego lo miró. —¿Tú no tienes heridas? —inquirió.—No, alcance a frenar —respondió él, enseguida le quitó el cinturón de seguridad, cogió la mano de ella para ayudarla a descender—, lo lamento, venía distraído.—Yo también —comentó ella.<
Luciano miraba la hora, caminaba impaciente por la suite. La mesa del comedor estaba decorada con velas, flores, había pedido como cena costillas de cerdo al ajillo, sabía que era uno de los platos favoritos de Diana, mantenía el vino en la hielera. Enseguida colocó música para que el ambiente fuera más romántico. «Alevosía by Luis Eduardo Aute» empezó a sonar. **** Diana aparcó el auto en el estacionamiento del hotel. Se quedó en el vehículo, pensativa, le dolía el alma y lo único que podía alegrarla era ver las fotos de su abuela. Retocó su maquillaje y abandonó su carro, enseguida tomó el ascensor y subió a la suite. Dudó en golpear la madera de la puerta, pero al final lo hizo. Luciano apareció enfundado en unos vaqueros índigos, la camisa gris la llevaba por encima de los pantalones,
Diana salió exaltada del hotel, gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, presionó sus ojos, y sintió náuseas, se sentía asqueada, sucia, indigna, enseguida encendió el auto y emprendió marcha rumbo a su casa. Por su mente, como una especie de película pasaba la nefasta cadena de acontecimientos que la llevaron a ese momento de debilidad. Al llegar a su urbanización notó las luces encendidas, algo que no podía explicar le laceró el pecho, y percibió hastío de ella misma. No tenía el valor para bajar del coche, y mirar a los ojos a su esposo, a su hija, entonces con las piernas temblorosas salió del auto. Agudizó la vista y se dio cuenta de que las lámparas del gran salón de la casa de su vecina estaban prendidas. Limpió su rostro con un pañuelo, frotó sus brazos, percibía su cuerpo helado y se encaminó a casa de Florence. Tocó el timbre, respiró profundo, mientr