Cuenca-Ecuador (Pasado)
Diana sollozaba abrazada a sus brazos, la jovencita temblaba atemorizada.
—Necesito saber si ese hombre está muerto —suplicó apartando su rostro del fuerte pectoral de Rodrigo.
Él se separó de ella y se reflejó en esa tierna y atemorizada mirada, su corazón se encogió al verla así de indefensa.
—Iré a investigar —mencionó—, por ahora es mejor que no salgas de aquí —recomendó.
Diana negó con la cabeza, deglutió con dificultad la saliva, aún su garganta estaba seca.
—No deseo causarte problemas —repitió. —¿Quién curó mi herida, y me cambió de ropa? —investigó con timidez.
Cuenca- Ecuador. (Pasado) Dos días habían pasado desde aquel incidente con Alessandro. Rodrigo aún no había podido sacarle información a Nadia, él tenía que actuar con cautela para que esa astuta mujer no sospechara nada. Diana casi no podía conciliar el sueño, no sabía que le deparaba el futuro, en la oscuridad de la alcoba sollozaba llena de miedo e incertidumbre, se hacía un ovillo intentando cobrar fuerzas; sin embargo, se sentía atada de manos, además ya no quería seguir incomodando a Rodrigo, él dormía en un mullido sillón del sofá, y por su altura no descansaba con comodidad. —¿Qué voy a hacer virgencita? —susurró gimoteando—, por favor ayúdame —suplicó. Casi a la madrugada de tanto llorar se quedó dormida, al día siguiente despertó sobresaltada por qué escuchó voces en la sala del departamento. <
New – York – Presente. Rodrigo observaba a su hija con el corazón lleno de orgullo. De vez en cuando miraba a su esposa quien parecía ausente, no le sorprendía su actitud, después de todo lo ocurrido en el pasado ella se volvió así: fría, indiferente, solitaria, las pocas veces que la veía sonreír era cuando estaba junto a la pequeña Isabella. —Baila, muy bien —murmuró Rodrigo, acercándose al oído de Diana, ella se sobresaltó y giró, entonces sus rostros quedaron muy cerca, tanto que ambos podían sentir sus respiraciones y el calor de sus alientos. —Lo sé —respondió ella, y volvió a su lugar, cerró sus ojos intentando sobreponerse a su cercanía. Rodrigo, como siempre buscó un acercamiento con su esposa, pero ella volvió a rechazarlo. Mientras el programa de los pequeños continuaba los recuerdos volvieron a la memoria de ambos:
Diana negó con la cabeza, no podía comprender como su propia madre le deseaba el mal, se estremeció porque sintió esas palabras como si fueran una maldición, le dolió, sí, pero esta vez se armó de valor, y decidió no volver a derramar una lágrima. Rodrigo sacó a la chica de esa casa y ambos escucharon el fuerte azote de la puerta. —Vámonos —le dijo sintiendo como la adrenalina corría por sus venas. Ella subió al auto con él, Rodrigo acomodó las maletas en la cajuela mientras Diana abrazaba con fuerza el cofre de su abuela. —Debes esperara que se le pase el enojo a tu mamá, las cosas van a mejorar —indicó él con voz suave. Ella negó con la cabeza. —Tú no conoces a mi familia, mi madre me detesta, ella nunca amó a mi padre, y encontró el pretexto perfecto para echarme de la casa —manifestó, y esta vez no derramó una sol
En la suite del hotel Diana y Luciano estaban frente a frente, ella lo había abofeteado y él sin hacer nada soportó la afrenta, era consciente de que se lo merecía. —Ahora es mi turno de hablar Diana —increpó Luciano, mirándola a los ojos. Ella respiraba agitada, su pecho subía y bajaba. —Tienes cinco minutos —espetó—, debo llegar con puntualidad a mi empresa, no puedo andar perdiendo el tiempo —resopló. Luciano la contempló, sus iris aceitunas ya no tenían el mismo brillo de antes, y esa mirada que en el pasado mostraba luz, ahora se veía apagada. Seguía tan hermosa, o quizás más de lo que él la recordaba, pero su sonrisa se había borrado de su rostro, ya no era la misma jovencita llena de sueños e ilusiones que conoció en el pasado. Diana palmoteó frente de él para sacarlo de sus cavilaciones, él sacudió la cabeza.
New- York (Presente) Diana abandonó el hotel, envuelta en una marea de confusión, no tenía ganas de ir a la empresa, subió al auto y los recuerdos bombardeaban su cerebro. Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, cuando colocó las manos en el volante, estas temblaron, pequeñas gotas de sudor se posaron en su frente, y percibió que le faltaba el aire, entonces descendió del vehículo para inhalar profundo, necesitaba serenarse. Y justo en ese preciso momento su móvil vibró, notó las innumerables llamadas de su esposo, pero la que en ese instante ingresaba era de su abogado. —Señora Maldonado, buenos días —saludó—, me estoy comunicando por saber sí llegó a un acuerdo sobre la separación de bienes con su marido. La mujer inhaló profundo, liberó un suspiro. —No he tenido tiempo de hablar con él sobre eso —declaró—, yo le av
New York -Usa (Presente)Rodrigo revisaba y firmaba unos informes. Sin embargo, su mente se hallaba dispersa, era ya el medio día y su esposa, no llegaba a la empresa, ni se comunicaba con él.Los teléfonos de la oficina sonaban sin parar, las secretarias corrían de un lugar a otro intentando calmar a los clientes y proveedores que desde el día anterior necesitaban reunirse con Diana.—¿En dónde estás? ¿Qué está pasando contigo? —monologó siendo preso de la incertidumbre, percibía en su pecho una extraña sensación, no sabía si era miedo, lo cierto es que ese mal presentimiento no lo dejaba tranquilo.Inspiró profundo y se puso de pie, se acercó a los ventanales de su oficina, contemplando los enormes edifici
Cuenca – Ecuador (Pasado)Días después.Diana subió corriendo las escaleras hasta el tercer piso en donde rentaban un apartamento pequeño, apenas ingresó fue de inmediato a su alcoba.Lanzó sus libros sobre la cama, y enseguida buscó en su ropero un atuendo adecuado para la ocasión.No sabía si escoger el vestido negro de fina pedrería que su abuela con sus ahorros le compró, o el azul que le quedaba entallado a su figura.Se llevó los dedos a los labios, indecisa y luego miró la hora, entonces corrió a la ducha, después de humectar su cuerpo con la crema con aroma de vainilla, deslizó el vestido azul, decidió que el negro era demasiado formal, dejó su larga cabellera suelta, y lo fue cepi
Diana sintió su cuerpo temblar, cerró sus ojos cuando las manos de él deslizaron la cremallera, y sus labios besaron sus hombros, percibió una ola de calor recorrerle las entrañas. Una vez que el vestido cayó al piso Rodrigo escudriñó con su mirada el cuerpo semidesnudo de la bella mujer, su piel era tersa, suave, y desprendía un exquisito aroma a vainilla. Rodrigo la tomó de las manos e instó para que ella lo fuera desnudando. Diana, con los dedos temblorosos fue desabotonando la camisa de él. Al verla tan nerviosa se atrevió a preguntarle. —¿Estás segura? —indagó mientras le retiraba varios mechones de cabello que cubrían su bello rostro. Diana lo miró directo a los ojos. —Por completo... solo que estoy nerviosa… yo jamás he estado así con un hombre —confesó e inclinó su rostro. El corazón de Rodrigo se estreme