Belinda nunca imaginó que el amor podría tocar a su puerta en el momento más inesperado. Fabio, un empresario italiano atractivo y reservado, entra en su vida y despierta emociones que ella nunca había sentido. Entre miradas furtivas y encuentros apasionados, su relación florece rápidamente, prometiendo un futuro lleno de esperanza. Pero todo cambia en un instante. La hija de Fabio, su mayor tesoro, es víctima de un trágico accidente, y todas las pruebas señalan a Belinda como la culpable. El hombre que la amó con devoción se convierte en su peor enemigo, cegado por el dolor y la traición. Mientras Fabio busca justicia y Belinda intenta demostrar su inocencia, una red de mentiras y secretos amenaza con separarlos para siempre. ¿Es posible recuperar la confianza después de una traición devastadora? En esta historia de amor, venganza y redención, Fabio y Belinda descubrirán que el verdadero amor puede nacer incluso en las sombras de la duda.
Leer másEl hospital estaba envuelto en un silencio solemne, roto solo por el eco de pasos apresurados y el suave murmullo de conversaciones entre los médicos. Belinda caminaba por el pasillo hacia la habitación de Sasha con el violín en su estuche, sujetándolo con ambas manos como si fuera su salvación y su escudo. Fabio había insistido en que viniera. Él creía que la música podía alegrar a su pequeña, aunque fuera solo un poco.Al llegar, Fabio la esperaba en la puerta. Su rostro reflejaba el cansancio acumulado, pero al verla, sus ojos parecieron iluminarse brevemente.—Gracias por venir —murmuró en voz baja, como si temiera perturbar el frágil ambiente de la habitación.Belinda asintió, respondiéndole con una sonrisa tenue. Juntos entraron al cuarto donde Sasha descansaba. La pequeña lucía débil, pero sus ojos se iluminaron al ver a Belinda.—¡Tú! —musitó Sasha con voz entrecortada, esbozando una sonrisa que le costó todo su esfuerzo.Belinda se acercó a la cama y colocó suavemente una ma
La luz de la mañana se derramaba por las ventanas de la mansión Bernal, iluminando el mármol del suelo con un resplandor cálido. Belinda estaba en el salón, repasando las notas de una melodía que había estado practicando, cuando su padre apareció en el umbral. Su expresión seria y la tensión en sus hombros hicieron que Belinda dejara la partitura a un lado.—Belinda, necesito hablar contigo —propuso Bernardo, su voz cargada de gravedad.Belinda se incorporó de inmediato, un atisbo de inquietud recorriéndole el cuerpo.—¿Qué sucede, papá? —preguntó, intentando mantener la compostura.—Ayer vino a mi oficina un empresario importante. Estaba investigando un incidente que involucró a un vehículo como el tuyo. —La mirada fija de Bernardo se clavó en su hija—. Me pidió información y solicitó inspeccionar el auto.El corazón de Belinda dio un vuelco. La mención del accidente y la conexión con su auto hicieron que la inquietud se convirtiera en un peso aplastante en su pecho.—¿Qué incidente?
El sonido constante de las máquinas acompañaba la respiración tranquila de Sasha, un recordatorio del frágil equilibrio entre la esperanza y el temor. Fabio entró a la habitación con pasos medidos, como si temiera alterar la paz del momento. Su hija dormía profundamente, su pequeño rostro tranquilo a pesar de los cables y monitores que vigilaban su estado.Un médico entró en la habitación y sonrió levemente al ver a Fabio.—Señor Rossi, tenemos buenas noticias. Sasha está respondiendo bien al tratamiento. Aunque su estado sigue siendo delicado, hemos notado una mejoría en sus signos vitales. Este es un buen indicio.Fabio sintió que una ola de alivio lo inundaba. Cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras del médico calmaran su tormento interno.—Gracias, doctor. Esto significa mucho para mí. ¿Puedo quedarme con ella un rato?—Por supuesto. Solo procure que descanse.El médico salió, dejando a Fabio solo con Sasha. Se sentó junto a su cama, tomando su pequeña mano entre l
El abrazo fue un refugio para Fabio, un momento de alivio en medio de la tormenta que lo envolvía. La calidez de Belinda contrastaba con el frío constante que sentía desde que Sasha había ingresado al hospital. Cerró los ojos, dejando que la sensación lo invadiera, aunque fuera por unos segundos.Belinda, aunque sorprendida, no se apartó. Podía sentir el peso del dolor de Fabio en la manera en que la sostenía, en la forma en que su respiración temblaba contra su hombro. No necesitaban palabras para comprender que él estaba al borde del abismo.—Gracias —susurró Fabio finalmente, con voz rasposa, mientras se apartaba ligeramente, pero sin soltarla del todo—. No sé qué me pasa. No suelo ser así, pero todo esto… me supera.Belinda lo miró a los ojos, esos ojos verdes que ahora reflejaban más emociones de las que podía contar. Quiso decir algo que lo reconfortara, algo que pudiera aliviar ese dolor, pero lo único que salió de su boca fue:—Es normal, Fabio. Nadie está preparado para algo
El amanecer envolvía la ciudad con un frío grisáceo mientras Fabio sostenía su teléfono con una mezcla de furia y frustración. Las palabras del inspector Rizzo resonaban en su mente: “Los videos han sido borrados”. No era casualidad; alguien había tratado de ocultar el crimen, y eso solo fortalecía su determinación de encontrar al culpable.Fabio respiró profundamente, intentando mantener la calma. La imagen de Sasha conectada a las máquinas lo perseguía, pero no podía permitir que la desesperación lo dominara. Su hija necesitaba que él actuara con claridad.—Inspector, continúe investigando. Busque registros de vehículos en la zona, testigos, cualquier cosa. No quiero excusas, quiero resultados. —Su voz era firme, casi helada.“Entendido, señor Rossi. Haré lo posible por encontrar algo. Me mantendré en contacto”.Rizzo colgó, dejando a Fabio con un teléfono en la mano y un torrente de pensamientos caóticos. Caminó hacia la sala de espera, su mente girando en torno a las pocas pistas
Al escuchar la voz de la niñera, Fabio sintió que el mundo se le derrumbaba encima. —¿Qué? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¡Voy para allá ahora mismo! —gritó, ya corriendo hacia su auto.En cuestión de minutos, Fabio condujo a toda velocidad, ignorando las señales de tránsito y los cláxones de otros conductores. Nada importaba excepto llegar a su hija. Cuando finalmente llegó a su casa, una ambulancia ya estaba estacionada frente a la entrada. Los paramédicos trabajaban con rapidez para estabilizar a Sasha antes de trasladarla al hospital.Marta estaba arrodillada junto a la niña, llorando desconsoladamente. El rostro de Fabio, generalmente sereno y controlado, ahora estaba marcado por el terror. Se arrodilló al lado de su hija, tocando su rostro pálido con una suavidad que contrastaba con la desesperación en su mirada.—Sasha... mi niña, papá está aquí. Todo va a estar bien —aseveró, como si al pronunciar esas palabras pudiera hacerlas realidad.Fabio subió a la ambulancia junto a Sasha, su mirada
La brisa matinal se tornó densa y sofocante para Ady mientras conducía sin rumbo fijo. Las lágrimas nublaban su visión, y sus manos temblaban al aferrarse al volante. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, como un tambor que marcaba el ritmo de su creciente pánico. Sabía que había cometido un error imperdonable, pero el miedo a enfrentar las consecuencias era un abismo que no estaba dispuesta a cruzar.Finalmente, detuvo el auto en un callejón vacío, lejos de las miradas curiosas. Bajó con torpeza, y su estómago se revolvió al ver las manchas de sangre en el parachoques y la leve hendidura que delataba el impacto. Ady apretó los dientes y sacó su teléfono. Sus dedos marcaron el número de Belinda, pero antes de que pudiera pulsar llamar, cortó la llamada.—No puedo decírselo... si se entera, me delatará. ¡Es una estúpida! Tengo que arreglar esto antes de que todo se derrumbe —murmuró entre dientes, su voz un eco de desesperación.Con las manos temblorosas, tomó unas toalla
La luz matinal se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación de Belinda con un resplandor suave y cálido. Aún bajo las sábanas, exhaló un suspiro largo mientras los recuerdos del beso con Fabio revoloteaban en su mente. Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios, pero se desvaneció cuando un toque en la puerta interrumpió su ensueño.—¡Belinda! Baja pronto, Ady quiere hablar contigo —llamó su madre desde el pasillo.Belinda se levantó con pereza, vistiéndose rápidamente antes de bajar las escaleras. En el salón, Ady la esperaba con una taza de café entre las manos y una expresión demasiado amigable.—Buenos días, cumpleañera —saludó Ady con una sonrisa que parecía brillar más de lo normal.—Buenos días —respondió Belinda, sentándose frente a ella.Ady inclinó la cabeza, observándola con ojos chispeantes.—¿Cómo te sientes hoy? Supongo que todavía emocionada por ese auto tan espectacular.Belinda sonrió con timidez.—Es un sueño hecho realidad. Mis padres realmente
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas doradas y rosadas que se reflejaban en los globos pastel flotando entre las mesas decoradas con flores frescas. La brisa traía consigo el dulce aroma de los postres y el sutil perfume de los arreglos florales. Cada detalle del jardín reflejaba la dedicación de los padres de Belinda para celebrar sus dieciocho años.Aunque su cumpleaños había pasado el fin de semana anterior, la presentación de Belinda con la orquesta había pospuesto la celebración. Ahora, bajo las luces cálidas de las guirnaldas, la noche prometía ser memorable.Belinda estaba radiante. Su vestido azul suave parecía diseñado para resaltar la frescura de su juventud y la delicadeza de sus movimientos. Recibía abrazos y felicitaciones con una sonrisa genuina, pero había algo en su mirada que traicionaba una leve incomodidad: no estaba acostumbrada a ser el centro de atención.—¡Feliz cumpleaños, hija mía! —exclamó su padre, acercándose con una