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Capítulo 4. Un favor peligroso.

La luz matinal se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación de Belinda con un resplandor suave y cálido. Aún bajo las sábanas, exhaló un suspiro largo mientras los recuerdos del beso con Fabio revoloteaban en su mente. Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios, pero se desvaneció cuando un toque en la puerta interrumpió su ensueño.

—¡Belinda! Baja pronto, Ady quiere hablar contigo —llamó su madre desde el pasillo.

Belinda se levantó con pereza, vistiéndose rápidamente antes de bajar las escaleras. En el salón, Ady la esperaba con una taza de café entre las manos y una expresión demasiado amigable.

—Buenos días, cumpleañera —saludó Ady con una sonrisa que parecía brillar más de lo normal.

—Buenos días —respondió Belinda, sentándose frente a ella.

Ady inclinó la cabeza, observándola con ojos chispeantes.

—¿Cómo te sientes hoy? Supongo que todavía emocionada por ese auto tan espectacular.

Belinda sonrió con timidez.

—Es un sueño hecho realidad. Mis padres realmente me sorprendieron.

Ady asintió, pero había algo en su expresión que no terminaba de encajar.

—Claro, claro, es increíble. Pero bueno, me imagino que el auto no es lo único emocionante que te ha pasado últimamente, ¿verdad? —preguntó, con un tono cargado de insinuación.

Belinda sintió un calor subirle a las mejillas.

—No exageres, Ady. Lo que pasó con Fabio no significa nada.

Ady fingió sorpresa, llevándose una mano al pecho.

—¿Nada? ¡Por favor! Por cómo lo describiste, parecía algo sacado de una película romántica. ¿No estás al menos un poco curiosa de si volverás a verlo?

Belinda bajó la mirada, incómoda.

—No lo sé. Apenas lo conozco. No creo que vuelva a suceder.

—Bueno, quién sabe. Tal vez el destino tenga otros planes para ti.

Ady dejó el tema ahí, pero su mente ya estaba trabajando. Había algo en el brillo de los ojos de Belinda cuando mencionaba a Fabio que la irritaba profundamente. Decidida a no dejar que su prima tuviera todo, decidió moverse con cautela.

—Hablando de otra cosa, ¿puedo pedirte un favor? Es algo pequeño.

—Claro, dime.

Ady sonrió, como si el favor fuera insignificante.

—¿Puedo usar tu auto? Solo para una diligencia rápida. Prometo que lo cuidaré y te lo devolveré enseguida.

Belinda frunció el ceño.

—¿Mi auto? Apenas lo he estrenado. Además, tenía planeado ir a la universidad para averiguar lo de mi ingreso.

—Podemos hacerlo juntas —propuso Ady rápidamente—. Te llevo a la universidad y luego tomo el auto. Te recojo cuando termines.

—No estoy segura, Ady. Mis padres me dijeron que tuviera cuidado. Si algo le pasara…

—Nada va a pasar —insistió Ady, poniendo su mejor cara de súplica—. Confía en mí, Belinda.

Belinda suspiró, sintiéndose atrapada.

—Está bien, pero solo un rato. Y por favor, ten mucho cuidado.

—¡Gracias! Eres la mejor —aseguró Ady, abrazándola rápidamente antes de que pudiera cambiar de opinión.

Horas después, mientras Ady conducía el auto…

El Bugatti rugía mientras Ady aceleraba por las calles de la ciudad. Sus manos se aferraban al volante con fuerza, y una sonrisa maliciosa se formaba en sus labios. Había esperado demasiado para tener un momento como este.

Durante la noche anterior, Ady había investigado sobre Fabio. Sus contactos y su habilidad para manipular información le habían dado todo lo que necesitaba. Fabio Rossi no era solo un hombre atractivo; era el CEO de una de las empresas más poderosas del país. Influyente, rico, y con mucho más poder que la familia Bernal. Por lo que estaba completamente fuera del alcance de Belinda, al menos en su mente.

El descubrimiento la llenó de rabia. No podía soportar la idea de que Belinda pudiera tener la atención de un hombre tan importante. La envidia la consumía, y con cada pensamiento, su frustración creía.

Con el auto de Belinda bajo su control, Ady condujo por las calles de la ciudad. Aceleraba y cambiaba de carril con imprudencia, ignorando las reglas de tránsito. Una sonrisa maliciosa adornaba su rostro mientras imaginaba a su prima sufriendo las consecuencias de su descuido. 

Aceleró el lujoso auto, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Su plan comenzaba a tomar forma en su mente mientras se dirigía hacia la residencia de Fabio Rossi. 

En la mansión Rossi, Sasha jugaba en el jardín bajo la supervisión de Marta, la niñera. Sin embargo, como era habitual en ella, escapó de la vista de la mujer para perseguir a un conejo que había visto entre los arbustos. Riendo y corriendo, cruzó la calle sin mirar a los lados.

Ady, absorta en sus pensamientos, no vio a la niña hasta que fue demasiado tarde.

El chirrido de los frenos rompió la calma del vecindario. Sasha salió despedida por el impacto, cayendo al suelo como un muñeco de trapo.

Ady se quedó paralizada, sus manos temblando en el volante mientras procesaba lo que acababa de suceder.

—No... no puede ser... —susurró.

Con manos temblorosas, Ady salió del auto y se acercó a la niña. Sasha yacía inconsciente, un hilo de sangre brotando de su frente. El miedo y la culpa se mezclaron en el pecho de Ady, nublando su juicio.

En ese momento, escuchó voces que llamaban a Sasha desde la mansión. El pánico la consumió.

Sin pensarlo dos veces, corrió de vuelta al auto y arrancó a toda velocidad, dejando atrás a la niña y su responsabilidad.

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