La luz matinal se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación de Belinda con un resplandor suave y cálido. Aún bajo las sábanas, exhaló un suspiro largo mientras los recuerdos del beso con Fabio revoloteaban en su mente. Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios, pero se desvaneció cuando un toque en la puerta interrumpió su ensueño.
—¡Belinda! Baja pronto, Ady quiere hablar contigo —llamó su madre desde el pasillo. Belinda se levantó con pereza, vistiéndose rápidamente antes de bajar las escaleras. En el salón, Ady la esperaba con una taza de café entre las manos y una expresión demasiado amigable. —Buenos días, cumpleañera —saludó Ady con una sonrisa que parecía brillar más de lo normal. —Buenos días —respondió Belinda, sentándose frente a ella. Ady inclinó la cabeza, observándola con ojos chispeantes. —¿Cómo te sientes hoy? Supongo que todavía emocionada por ese auto tan espectacular. Belinda sonrió con timidez. —Es un sueño hecho realidad. Mis padres realmente me sorprendieron. Ady asintió, pero había algo en su expresión que no terminaba de encajar. —Claro, claro, es increíble. Pero bueno, me imagino que el auto no es lo único emocionante que te ha pasado últimamente, ¿verdad? —preguntó, con un tono cargado de insinuación. Belinda sintió un calor subirle a las mejillas. —No exageres, Ady. Lo que pasó con Fabio no significa nada. Ady fingió sorpresa, llevándose una mano al pecho. —¿Nada? ¡Por favor! Por cómo lo describiste, parecía algo sacado de una película romántica. ¿No estás al menos un poco curiosa de si volverás a verlo? Belinda bajó la mirada, incómoda. —No lo sé. Apenas lo conozco. No creo que vuelva a suceder. —Bueno, quién sabe. Tal vez el destino tenga otros planes para ti. Ady dejó el tema ahí, pero su mente ya estaba trabajando. Había algo en el brillo de los ojos de Belinda cuando mencionaba a Fabio que la irritaba profundamente. Decidida a no dejar que su prima tuviera todo, decidió moverse con cautela. —Hablando de otra cosa, ¿puedo pedirte un favor? Es algo pequeño. —Claro, dime. Ady sonrió, como si el favor fuera insignificante. —¿Puedo usar tu auto? Solo para una diligencia rápida. Prometo que lo cuidaré y te lo devolveré enseguida. Belinda frunció el ceño. —¿Mi auto? Apenas lo he estrenado. Además, tenía planeado ir a la universidad para averiguar lo de mi ingreso. —Podemos hacerlo juntas —propuso Ady rápidamente—. Te llevo a la universidad y luego tomo el auto. Te recojo cuando termines. —No estoy segura, Ady. Mis padres me dijeron que tuviera cuidado. Si algo le pasara… —Nada va a pasar —insistió Ady, poniendo su mejor cara de súplica—. Confía en mí, Belinda. Belinda suspiró, sintiéndose atrapada. —Está bien, pero solo un rato. Y por favor, ten mucho cuidado. —¡Gracias! Eres la mejor —aseguró Ady, abrazándola rápidamente antes de que pudiera cambiar de opinión. Horas después, mientras Ady conducía el auto… El Bugatti rugía mientras Ady aceleraba por las calles de la ciudad. Sus manos se aferraban al volante con fuerza, y una sonrisa maliciosa se formaba en sus labios. Había esperado demasiado para tener un momento como este. Durante la noche anterior, Ady había investigado sobre Fabio. Sus contactos y su habilidad para manipular información le habían dado todo lo que necesitaba. Fabio Rossi no era solo un hombre atractivo; era el CEO de una de las empresas más poderosas del país. Influyente, rico, y con mucho más poder que la familia Bernal. Por lo que estaba completamente fuera del alcance de Belinda, al menos en su mente. El descubrimiento la llenó de rabia. No podía soportar la idea de que Belinda pudiera tener la atención de un hombre tan importante. La envidia la consumía, y con cada pensamiento, su frustración creía. Con el auto de Belinda bajo su control, Ady condujo por las calles de la ciudad. Aceleraba y cambiaba de carril con imprudencia, ignorando las reglas de tránsito. Una sonrisa maliciosa adornaba su rostro mientras imaginaba a su prima sufriendo las consecuencias de su descuido. Aceleró el lujoso auto, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Su plan comenzaba a tomar forma en su mente mientras se dirigía hacia la residencia de Fabio Rossi.En la mansión Rossi, Sasha jugaba en el jardín bajo la supervisión de Marta, la niñera. Sin embargo, como era habitual en ella, escapó de la vista de la mujer para perseguir a un conejo que había visto entre los arbustos. Riendo y corriendo, cruzó la calle sin mirar a los lados.
Ady, absorta en sus pensamientos, no vio a la niña hasta que fue demasiado tarde. El chirrido de los frenos rompió la calma del vecindario. Sasha salió despedida por el impacto, cayendo al suelo como un muñeco de trapo. Ady se quedó paralizada, sus manos temblando en el volante mientras procesaba lo que acababa de suceder. —No... no puede ser... —susurró. Con manos temblorosas, Ady salió del auto y se acercó a la niña. Sasha yacía inconsciente, un hilo de sangre brotando de su frente. El miedo y la culpa se mezclaron en el pecho de Ady, nublando su juicio. En ese momento, escuchó voces que llamaban a Sasha desde la mansión. El pánico la consumió. Sin pensarlo dos veces, corrió de vuelta al auto y arrancó a toda velocidad, dejando atrás a la niña y su responsabilidad.La brisa matinal se tornó densa y sofocante para Ady mientras conducía sin rumbo fijo. Las lágrimas nublaban su visión, y sus manos temblaban al aferrarse al volante. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, como un tambor que marcaba el ritmo de su creciente pánico. Sabía que había cometido un error imperdonable, pero el miedo a enfrentar las consecuencias era un abismo que no estaba dispuesta a cruzar.Finalmente, detuvo el auto en un callejón vacío, lejos de las miradas curiosas. Bajó con torpeza, y su estómago se revolvió al ver las manchas de sangre en el parachoques y la leve hendidura que delataba el impacto. Ady apretó los dientes y sacó su teléfono. Sus dedos marcaron el número de Belinda, pero antes de que pudiera pulsar llamar, cortó la llamada.—No puedo decírselo... si se entera, me delatará. ¡Es una estúpida! Tengo que arreglar esto antes de que todo se derrumbe —murmuró entre dientes, su voz un eco de desesperación.Con las manos temblorosas, tomó unas toalla
Al escuchar la voz de la niñera, Fabio sintió que el mundo se le derrumbaba encima. —¿Qué? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¡Voy para allá ahora mismo! —gritó, ya corriendo hacia su auto.En cuestión de minutos, Fabio condujo a toda velocidad, ignorando las señales de tránsito y los cláxones de otros conductores. Nada importaba excepto llegar a su hija. Cuando finalmente llegó a su casa, una ambulancia ya estaba estacionada frente a la entrada. Los paramédicos trabajaban con rapidez para estabilizar a Sasha antes de trasladarla al hospital.Marta estaba arrodillada junto a la niña, llorando desconsoladamente. El rostro de Fabio, generalmente sereno y controlado, ahora estaba marcado por el terror. Se arrodilló al lado de su hija, tocando su rostro pálido con una suavidad que contrastaba con la desesperación en su mirada.—Sasha... mi niña, papá está aquí. Todo va a estar bien —aseveró, como si al pronunciar esas palabras pudiera hacerlas realidad.Fabio subió a la ambulancia junto a Sasha, su mirada
El amanecer envolvía la ciudad con un frío grisáceo mientras Fabio sostenía su teléfono con una mezcla de furia y frustración. Las palabras del inspector Rizzo resonaban en su mente: “Los videos han sido borrados”. No era casualidad; alguien había tratado de ocultar el crimen, y eso solo fortalecía su determinación de encontrar al culpable.Fabio respiró profundamente, intentando mantener la calma. La imagen de Sasha conectada a las máquinas lo perseguía, pero no podía permitir que la desesperación lo dominara. Su hija necesitaba que él actuara con claridad.—Inspector, continúe investigando. Busque registros de vehículos en la zona, testigos, cualquier cosa. No quiero excusas, quiero resultados. —Su voz era firme, casi helada.“Entendido, señor Rossi. Haré lo posible por encontrar algo. Me mantendré en contacto”.Rizzo colgó, dejando a Fabio con un teléfono en la mano y un torrente de pensamientos caóticos. Caminó hacia la sala de espera, su mente girando en torno a las pocas pistas
El abrazo fue un refugio para Fabio, un momento de alivio en medio de la tormenta que lo envolvía. La calidez de Belinda contrastaba con el frío constante que sentía desde que Sasha había ingresado al hospital. Cerró los ojos, dejando que la sensación lo invadiera, aunque fuera por unos segundos.Belinda, aunque sorprendida, no se apartó. Podía sentir el peso del dolor de Fabio en la manera en que la sostenía, en la forma en que su respiración temblaba contra su hombro. No necesitaban palabras para comprender que él estaba al borde del abismo.—Gracias —susurró Fabio finalmente, con voz rasposa, mientras se apartaba ligeramente, pero sin soltarla del todo—. No sé qué me pasa. No suelo ser así, pero todo esto… me supera.Belinda lo miró a los ojos, esos ojos verdes que ahora reflejaban más emociones de las que podía contar. Quiso decir algo que lo reconfortara, algo que pudiera aliviar ese dolor, pero lo único que salió de su boca fue:—Es normal, Fabio. Nadie está preparado para algo
El sonido constante de las máquinas acompañaba la respiración tranquila de Sasha, un recordatorio del frágil equilibrio entre la esperanza y el temor. Fabio entró a la habitación con pasos medidos, como si temiera alterar la paz del momento. Su hija dormía profundamente, su pequeño rostro tranquilo a pesar de los cables y monitores que vigilaban su estado.Un médico entró en la habitación y sonrió levemente al ver a Fabio.—Señor Rossi, tenemos buenas noticias. Sasha está respondiendo bien al tratamiento. Aunque su estado sigue siendo delicado, hemos notado una mejoría en sus signos vitales. Este es un buen indicio.Fabio sintió que una ola de alivio lo inundaba. Cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras del médico calmaran su tormento interno.—Gracias, doctor. Esto significa mucho para mí. ¿Puedo quedarme con ella un rato?—Por supuesto. Solo procure que descanse.El médico salió, dejando a Fabio solo con Sasha. Se sentó junto a su cama, tomando su pequeña mano entre l
La luz de la mañana se derramaba por las ventanas de la mansión Bernal, iluminando el mármol del suelo con un resplandor cálido. Belinda estaba en el salón, repasando las notas de una melodía que había estado practicando, cuando su padre apareció en el umbral. Su expresión seria y la tensión en sus hombros hicieron que Belinda dejara la partitura a un lado.—Belinda, necesito hablar contigo —propuso Bernardo, su voz cargada de gravedad.Belinda se incorporó de inmediato, un atisbo de inquietud recorriéndole el cuerpo.—¿Qué sucede, papá? —preguntó, intentando mantener la compostura.—Ayer vino a mi oficina un empresario importante. Estaba investigando un incidente que involucró a un vehículo como el tuyo. —La mirada fija de Bernardo se clavó en su hija—. Me pidió información y solicitó inspeccionar el auto.El corazón de Belinda dio un vuelco. La mención del accidente y la conexión con su auto hicieron que la inquietud se convirtiera en un peso aplastante en su pecho.—¿Qué incidente?
El hospital estaba envuelto en un silencio solemne, roto solo por el eco de pasos apresurados y el suave murmullo de conversaciones entre los médicos. Belinda caminaba por el pasillo hacia la habitación de Sasha con el violín en su estuche, sujetándolo con ambas manos como si fuera su salvación y su escudo. Fabio había insistido en que viniera. Él creía que la música podía alegrar a su pequeña, aunque fuera solo un poco.Al llegar, Fabio la esperaba en la puerta. Su rostro reflejaba el cansancio acumulado, pero al verla, sus ojos parecieron iluminarse brevemente.—Gracias por venir —murmuró en voz baja, como si temiera perturbar el frágil ambiente de la habitación.Belinda asintió, respondiéndole con una sonrisa tenue. Juntos entraron al cuarto donde Sasha descansaba. La pequeña lucía débil, pero sus ojos se iluminaron al ver a Belinda.—¡Tú! —musitó Sasha con voz entrecortada, esbozando una sonrisa que le costó todo su esfuerzo.Belinda se acercó a la cama y colocó suavemente una ma
El parque estaba lleno de vida aquella tarde, con la luz dorada del sol filtrándose entre los árboles y risas infantiles flotando en el aire. Fabio caminaba con paso firme, sosteniendo la pequeña mano de Sasha, su hija de cinco años. Como siempre, la niña hablaba sin parar, su entusiasmo burbujeante contrastando con la mirada seria de su padre.—Papá, ¿puedo jugar un rato? —preguntó Sasha, alzando la vista hacia él con ojos llenos de expectativa.—Cinco minutos —respondió Fabio sin mirarla, ajustando la correa de su reloj. Siempre parecía tener la mente en otro lugar, lejos de los pequeños placeres que rodeaban su mundo.Sin embargo, apenas terminaron de cruzar el sendero, Sasha soltó su mano.—¡Papá, escucha! ¡Es música! —gritó, corriendo hacia el sonido que provenía de un banco cercano.—¡Sasha! —Fabio levantó la voz, su tono grave, cortando el bullicio del parque. Pero la niña no se detuvo.El violín llenaba el aire con una melodía melancólica, como un lamento que resonaba en los r