El amanecer envolvía la ciudad con un frío grisáceo mientras Fabio sostenía su teléfono con una mezcla de furia y frustración. Las palabras del inspector Rizzo resonaban en su mente: “Los videos han sido borrados”. No era casualidad; alguien había tratado de ocultar el crimen, y eso solo fortalecía su determinación de encontrar al culpable.
Fabio respiró profundamente, intentando mantener la calma. La imagen de Sasha conectada a las máquinas lo perseguía, pero no podía permitir que la desesperación lo dominara. Su hija necesitaba que él actuara con claridad. —Inspector, continúe investigando. Busque registros de vehículos en la zona, testigos, cualquier cosa. No quiero excusas, quiero resultados. —Su voz era firme, casi helada. “Entendido, señor Rossi. Haré lo posible por encontrar algo. Me mantendré en contacto”. Rizzo colgó, dejando a Fabio con un teléfono en la mano y un torrente de pensamientos caóticos. Caminó hacia la sala de espera, su mente girando en torno a las pocas pistas que tenía. Al llegar, encontró a su madre, mirando fijamente un punto indeterminado en la pared. —¿Cómo está Sasha? —preguntó, sentándose junto a ella. —Los médicos dicen que sigue estable, pero frágil. Tenemos que tener fe, Fabio. Ella es una niña fuerte. —Su madre apretó suavemente su mano, tratando de transmitirle consuelo. Fabio asintió, aunque el nudo en su garganta seguía presente. No podía permitirse flaquear. Miró hacia la habitación donde Sasha descansaba y se prometió a sí mismo que no descansaría hasta que la justicia prevaleciera. El silencio fue interrumpido por el sonido de un par de tacones golpeando el suelo con fuerza. Fabio giró la cabeza justo a tiempo para ver a Regina entrando al hospital. Su exesposa siempre había tenido un aire de presencia dominante, y esta vez no era diferente. Sus ojos estaban rojos de lágrimas, pero su postura era desafiante. —¿Dónde está mi hija? —exigió, ignorando a la madre de Fabio mientras avanzaba hacia él. Fabio se levantó lentamente, tratando de mantener la compostura. —Está en cuidados intensivos. Los médicos están haciendo todo lo posible —respondió con calma, pero su tono mostraba el cansancio emocional que lo consumía. Regina lo miró fijamente, sus ojos llenos de rabia y dolor. —¿Cómo pudiste permitir que esto pasara, Fabio? ¡Se supone que deberías protegerla! —gritó, señalándolo con un dedo acusador. —No empieces con esto, Regina. Ahora no es el momento para tus reproches. Sasha necesita tranquilidad, no discusiones. —Fabio la miró con dureza, manteniéndose firme ante su ataque. —Tranquilidad... —murmuró ella, soltando una risa amarga—. Mi hija está luchando por su vida y tú hablas de tranquilidad. ¿Cómo sucedió esto? Fabio cerró los ojos por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas. —Escapó de casa por un descuido. Fue atropellada por un conductor que huyó de la escena. Estoy haciendo todo lo posible para encontrar al responsable. Regina lo observó por unos segundos, procesando la información. Aunque su enojo no desapareció por completo, algo en su expresión se suavizó. —Espero que lo hagas, Fabio. Porque si no lo haces, yo misma me encargaré de que esa persona pague. Antes de que pudiera responder, la voz de una enfermera los interrumpió. —Señor Rossi, el médico jefe quiere hablar con usted. —Yo también, porque soy su madre —espetó Regina con firmeza, y sin esperar respuesta siguió a Fabio y a la enfermera hasta una oficina. El médico los recibió con una expresión serena, pero profesional. —Hemos realizado más pruebas. Sasha ha respondido bien a los primeros procedimientos, pero sigue siendo un caso delicado. Necesitamos mantenerla bajo observación constante. Hay un riesgo considerable de secuelas debido al traumatismo craneoencefálico. Fabio apretó los puños bajo la mesa, mientras Regina cerraba los ojos, luchando por contener las lágrimas. —¿Qué tipo de secuelas? —preguntó Fabio, su voz apenas un susurro. —Podríamos estar hablando de dificultades motrices, problemas de memoria o incluso daños cognitivos permanentes. Pero es demasiado pronto para saberlo con certeza. Lo importante es que hemos estabilizado su condición inicial. Esas palabras fueron, para Fabio, como si le clavaran cientos de puñaladas en el corazón. Salió de allí, sintiendo el peso de la conversación con el médico. La imagen de Sasha, frágil y conectada a máquinas, seguía grabada en su mente. Su madre había insistido en que regresara para descansar, pero Fabio no podía. Había algo dentro de él que no lo dejaba permanecer quieto. Decidió conducir hasta el parque donde conoció a Belinda. Necesitaba aire, un lugar donde pudiera pensar y, tal vez, distraerse de su tormento. El parque estaba tranquilo, con el susurro de los árboles movidos por el viento llenando el aire. Fabio caminó hacia el lugar donde había visto por primera vez a Belinda tocar su violín. El recuerdo lo golpeó con fuerza, recordándole la calidez de la niña que ahora luchaba por su vida y la conexión inesperada que sintió con aquella joven. Se sentó en un banco cercano, observando cómo algunas familias paseaban y los niños reían despreocupados. No pasó mucho tiempo antes de que el sonido de un violín llegara hasta él. La melodía era suave, como un murmullo melancólico que encajaba perfectamente con su estado de ánimo. Fabio levantó la mirada y, para su sorpresa, vio a Belinda al otro lado del parque, tocando con la misma pasión que había presenciado antes. Su corazón dio un vuelco. Había algo en ella que lo atraía, algo que no podía explicar, pero que, en ese momento, necesitaba desesperadamente. Se levantó y caminó hacia ella, sus pasos silenciosos sobre la grava. Belinda lo vio acercarse y dejó de tocar, bajando el violín con una sonrisa tímida. —Hola... no esperaba verte aquí —mencionó ella, con una mezcla de sorpresa y calidez en su voz. Fabio se detuvo frente a ella, intentando esbozar una sonrisa, pero su expresión estaba cargada de cansancio y preocupación. —Hola, Belinda. Tampoco pensé que volvería a verte, pero... parece que necesitaba estar aquí —respondió, su voz baja y un tanto quebrada. Belinda notó la tensión en sus ojos, y su sonrisa desapareció lentamente. —¿Estás bien? Pareces... cansado. ¿Y Sasha? Fabio suspiró, pasándose una mano por el cabello mientras miraba al suelo. —Mi hija, Sasha... está en el hospital. —Las palabras salieron de su boca con un peso que parecía hundirlo aún más—. Fue atropellada por alguien que huyó, y ahora está luchando por su vida. Belinda llevó una mano a su boca, horrorizada por la noticia. —Lo siento mucho, Fabio. No tenía idea... —Su voz temblaba ligeramente, reflejando la empatía que sentía. Fabio asintió, agradeciendo su reacción, pero no quería compasión. Quería respuestas, quería justicia. —Los médicos dicen que las próximas horas serán cruciales. Ella es fuerte, pero... no puedo dejar de pensar en lo que pasó, en quién fue el responsable. ¿Cómo puede alguien hacerle eso a una niña y simplemente huir? —Fabio apretó los puños, la ira contenida en su voz. Belinda dio un paso hacia él, sin saber exactamente cómo consolarlo. Extendió una mano y la apoyó suavemente en su brazo. —No puedo imaginar lo difícil que debe ser para ti, pero estoy segura de que ella saldrá adelante. Sasha es una niña especial, lo pude notar desde que la conocí —articuló, tratando de ofrecerle algo de esperanza. Fabio la miró a los ojos, encontrando en ellos una sinceridad que le recordó el momento en que Sasha y Belinda conectaron en el parque. Por un instante, el dolor en su pecho pareció aliviarse. —Gracias. Es extraño, pero... hablar contigo me hace sentir un poco mejor —admitió, su voz más suave. Belinda sonrió ligeramente, aunque todavía preocupada. —Me alegra poder ayudar, aunque sea un poco. Si necesitas algo, lo que sea, estoy aquí. Fabio asintió, agradecido por sus palabras. Sin pensarlo, se acercó a ella y la atrajo hacia sí en un abrazo repentino. Belinda se quedó inmóvil por un instante, sorprendida por el gesto, pero pronto levantó sus brazos y lo rodeó, ofreciéndole el consuelo que tanto parecía necesitar.El abrazo fue un refugio para Fabio, un momento de alivio en medio de la tormenta que lo envolvía. La calidez de Belinda contrastaba con el frío constante que sentía desde que Sasha había ingresado al hospital. Cerró los ojos, dejando que la sensación lo invadiera, aunque fuera por unos segundos.Belinda, aunque sorprendida, no se apartó. Podía sentir el peso del dolor de Fabio en la manera en que la sostenía, en la forma en que su respiración temblaba contra su hombro. No necesitaban palabras para comprender que él estaba al borde del abismo.—Gracias —susurró Fabio finalmente, con voz rasposa, mientras se apartaba ligeramente, pero sin soltarla del todo—. No sé qué me pasa. No suelo ser así, pero todo esto… me supera.Belinda lo miró a los ojos, esos ojos verdes que ahora reflejaban más emociones de las que podía contar. Quiso decir algo que lo reconfortara, algo que pudiera aliviar ese dolor, pero lo único que salió de su boca fue:—Es normal, Fabio. Nadie está preparado para algo
El sonido constante de las máquinas acompañaba la respiración tranquila de Sasha, un recordatorio del frágil equilibrio entre la esperanza y el temor. Fabio entró a la habitación con pasos medidos, como si temiera alterar la paz del momento. Su hija dormía profundamente, su pequeño rostro tranquilo a pesar de los cables y monitores que vigilaban su estado.Un médico entró en la habitación y sonrió levemente al ver a Fabio.—Señor Rossi, tenemos buenas noticias. Sasha está respondiendo bien al tratamiento. Aunque su estado sigue siendo delicado, hemos notado una mejoría en sus signos vitales. Este es un buen indicio.Fabio sintió que una ola de alivio lo inundaba. Cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras del médico calmaran su tormento interno.—Gracias, doctor. Esto significa mucho para mí. ¿Puedo quedarme con ella un rato?—Por supuesto. Solo procure que descanse.El médico salió, dejando a Fabio solo con Sasha. Se sentó junto a su cama, tomando su pequeña mano entre l
La luz de la mañana se derramaba por las ventanas de la mansión Bernal, iluminando el mármol del suelo con un resplandor cálido. Belinda estaba en el salón, repasando las notas de una melodía que había estado practicando, cuando su padre apareció en el umbral. Su expresión seria y la tensión en sus hombros hicieron que Belinda dejara la partitura a un lado.—Belinda, necesito hablar contigo —propuso Bernardo, su voz cargada de gravedad.Belinda se incorporó de inmediato, un atisbo de inquietud recorriéndole el cuerpo.—¿Qué sucede, papá? —preguntó, intentando mantener la compostura.—Ayer vino a mi oficina un empresario importante. Estaba investigando un incidente que involucró a un vehículo como el tuyo. —La mirada fija de Bernardo se clavó en su hija—. Me pidió información y solicitó inspeccionar el auto.El corazón de Belinda dio un vuelco. La mención del accidente y la conexión con su auto hicieron que la inquietud se convirtiera en un peso aplastante en su pecho.—¿Qué incidente?
El hospital estaba envuelto en un silencio solemne, roto solo por el eco de pasos apresurados y el suave murmullo de conversaciones entre los médicos. Belinda caminaba por el pasillo hacia la habitación de Sasha con el violín en su estuche, sujetándolo con ambas manos como si fuera su salvación y su escudo. Fabio había insistido en que viniera. Él creía que la música podía alegrar a su pequeña, aunque fuera solo un poco.Al llegar, Fabio la esperaba en la puerta. Su rostro reflejaba el cansancio acumulado, pero al verla, sus ojos parecieron iluminarse brevemente.—Gracias por venir —murmuró en voz baja, como si temiera perturbar el frágil ambiente de la habitación.Belinda asintió, respondiéndole con una sonrisa tenue. Juntos entraron al cuarto donde Sasha descansaba. La pequeña lucía débil, pero sus ojos se iluminaron al ver a Belinda.—¡Tú! —musitó Sasha con voz entrecortada, esbozando una sonrisa que le costó todo su esfuerzo.Belinda se acercó a la cama y colocó suavemente una ma
El parque estaba lleno de vida aquella tarde, con la luz dorada del sol filtrándose entre los árboles y risas infantiles flotando en el aire. Fabio caminaba con paso firme, sosteniendo la pequeña mano de Sasha, su hija de cinco años. Como siempre, la niña hablaba sin parar, su entusiasmo burbujeante contrastando con la mirada seria de su padre.—Papá, ¿puedo jugar un rato? —preguntó Sasha, alzando la vista hacia él con ojos llenos de expectativa.—Cinco minutos —respondió Fabio sin mirarla, ajustando la correa de su reloj. Siempre parecía tener la mente en otro lugar, lejos de los pequeños placeres que rodeaban su mundo.Sin embargo, apenas terminaron de cruzar el sendero, Sasha soltó su mano.—¡Papá, escucha! ¡Es música! —gritó, corriendo hacia el sonido que provenía de un banco cercano.—¡Sasha! —Fabio levantó la voz, su tono grave, cortando el bullicio del parque. Pero la niña no se detuvo.El violín llenaba el aire con una melodía melancólica, como un lamento que resonaba en los r
La gran sala brillaba con un lujo ostentoso. Las lámparas de cristal colgaban del techo alto, proyectando destellos dorados sobre las cortinas de terciopelo y los vestidos elegantes de los asistentes. La música suave y el murmullo de conversaciones llenaban el espacio, creando una atmósfera de refinada opulencia. Fabio ingresó al salón con su porte característico: seguro, imponente, y con una ligera sonrisa que nunca llegaba a sus ojos. Saludaba con breves inclinaciones de cabeza, pero su atención estaba en otro lugar. Sus ojos verdes recorrían a la multitud con una intención oculta, buscando algo o a alguien. Entonces la escuchó. La melodía de un violín flotó por el aire, clara y envolvente, como si la misma música lo llamara. Fabio giró la cabeza hacia el rincón donde se encontraba la orquesta. Allí, bajo la cálida luz de las lámparas, estaba ella: Belinda. Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros mientras sostenía el violín con la misma elegancia que había mostrado en
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas doradas y rosadas que se reflejaban en los globos pastel flotando entre las mesas decoradas con flores frescas. La brisa traía consigo el dulce aroma de los postres y el sutil perfume de los arreglos florales. Cada detalle del jardín reflejaba la dedicación de los padres de Belinda para celebrar sus dieciocho años.Aunque su cumpleaños había pasado el fin de semana anterior, la presentación de Belinda con la orquesta había pospuesto la celebración. Ahora, bajo las luces cálidas de las guirnaldas, la noche prometía ser memorable.Belinda estaba radiante. Su vestido azul suave parecía diseñado para resaltar la frescura de su juventud y la delicadeza de sus movimientos. Recibía abrazos y felicitaciones con una sonrisa genuina, pero había algo en su mirada que traicionaba una leve incomodidad: no estaba acostumbrada a ser el centro de atención.—¡Feliz cumpleaños, hija mía! —exclamó su padre, acercándose con una
La luz matinal se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación de Belinda con un resplandor suave y cálido. Aún bajo las sábanas, exhaló un suspiro largo mientras los recuerdos del beso con Fabio revoloteaban en su mente. Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios, pero se desvaneció cuando un toque en la puerta interrumpió su ensueño.—¡Belinda! Baja pronto, Ady quiere hablar contigo —llamó su madre desde el pasillo.Belinda se levantó con pereza, vistiéndose rápidamente antes de bajar las escaleras. En el salón, Ady la esperaba con una taza de café entre las manos y una expresión demasiado amigable.—Buenos días, cumpleañera —saludó Ady con una sonrisa que parecía brillar más de lo normal.—Buenos días —respondió Belinda, sentándose frente a ella.Ady inclinó la cabeza, observándola con ojos chispeantes.—¿Cómo te sientes hoy? Supongo que todavía emocionada por ese auto tan espectacular.Belinda sonrió con timidez.—Es un sueño hecho realidad. Mis padres realmente