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Capítulo 7. En busca de consuelo

El amanecer envolvía la ciudad con un frío grisáceo mientras Fabio sostenía su teléfono con una mezcla de furia y frustración. Las palabras del inspector Rizzo resonaban en su mente: “Los videos han sido borrados”. No era casualidad; alguien había tratado de ocultar el crimen, y eso solo fortalecía su determinación de encontrar al culpable.

Fabio respiró profundamente, intentando mantener la calma. La imagen de Sasha conectada a las máquinas lo perseguía, pero no podía permitir que la desesperación lo dominara. Su hija necesitaba que él actuara con claridad.

—Inspector, continúe investigando. Busque registros de vehículos en la zona, testigos, cualquier cosa. No quiero excusas, quiero resultados. —Su voz era firme, casi helada.

“Entendido, señor Rossi. Haré lo posible por encontrar algo. Me mantendré en contacto”.

Rizzo colgó, dejando a Fabio con un teléfono en la mano y un torrente de pensamientos caóticos. Caminó hacia la sala de espera, su mente girando en torno a las pocas pistas que tenía. Al llegar, encontró a su madre, mirando fijamente un punto indeterminado en la pared.

—¿Cómo está Sasha? —preguntó, sentándose junto a ella.

—Los médicos dicen que sigue estable, pero frágil. Tenemos que tener fe, Fabio. Ella es una niña fuerte. —Su madre apretó suavemente su mano, tratando de transmitirle consuelo.

Fabio asintió, aunque el nudo en su garganta seguía presente. No podía permitirse flaquear. Miró hacia la habitación donde Sasha descansaba y se prometió a sí mismo que no descansaría hasta que la justicia prevaleciera.

El silencio fue interrumpido por el sonido de un par de tacones golpeando el suelo con fuerza. Fabio giró la cabeza justo a tiempo para ver a Regina entrando al hospital. Su exesposa siempre había tenido un aire de presencia dominante, y esta vez no era diferente. Sus ojos estaban rojos de lágrimas, pero su postura era desafiante.

—¿Dónde está mi hija? —exigió, ignorando a la madre de Fabio mientras avanzaba hacia él.

Fabio se levantó lentamente, tratando de mantener la compostura.

—Está en cuidados intensivos. Los médicos están haciendo todo lo posible —respondió con calma, pero su tono mostraba el cansancio emocional que lo consumía.

Regina lo miró fijamente, sus ojos llenos de rabia y dolor.

—¿Cómo pudiste permitir que esto pasara, Fabio? ¡Se supone que deberías protegerla! —gritó, señalándolo con un dedo acusador.

—No empieces con esto, Regina. Ahora no es el momento para tus reproches. Sasha necesita tranquilidad, no discusiones. —Fabio la miró con dureza, manteniéndose firme ante su ataque.

—Tranquilidad... —murmuró ella, soltando una risa amarga—. Mi hija está luchando por su vida y tú hablas de tranquilidad. ¿Cómo sucedió esto?

Fabio cerró los ojos por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Escapó de casa por un descuido. Fue atropellada por un conductor que huyó de la escena. Estoy haciendo todo lo posible para encontrar al responsable.

Regina lo observó por unos segundos, procesando la información. Aunque su enojo no desapareció por completo, algo en su expresión se suavizó.

—Espero que lo hagas, Fabio. Porque si no lo haces, yo misma me encargaré de que esa persona pague.

Antes de que pudiera responder, la voz de una enfermera los interrumpió.

—Señor Rossi, el médico jefe quiere hablar con usted.

—Yo también, porque soy su madre —espetó Regina con firmeza, y sin esperar respuesta siguió a Fabio y a la enfermera hasta una oficina. El médico los recibió con una expresión serena, pero profesional.

—Hemos realizado más pruebas. Sasha ha respondido bien a los primeros procedimientos, pero sigue siendo un caso delicado. Necesitamos mantenerla bajo observación constante. Hay un riesgo considerable de secuelas debido al traumatismo craneoencefálico.

Fabio apretó los puños bajo la mesa, mientras Regina cerraba los ojos, luchando por contener las lágrimas.

—¿Qué tipo de secuelas? —preguntó Fabio, su voz apenas un susurro.

—Podríamos estar hablando de dificultades motrices, problemas de memoria o incluso daños cognitivos permanentes. Pero es demasiado pronto para saberlo con certeza. Lo importante es que hemos estabilizado su condición inicial.

Esas palabras fueron, para Fabio, como si le clavaran cientos de puñaladas en el corazón. Salió de allí, sintiendo el peso de la conversación con el médico. La imagen de Sasha, frágil y conectada a máquinas, seguía grabada en su mente.

Su madre había insistido en que regresara para descansar, pero Fabio no podía. Había algo dentro de él que no lo dejaba permanecer quieto. Decidió conducir hasta el parque donde conoció a Belinda. Necesitaba aire, un lugar donde pudiera pensar y, tal vez, distraerse de su tormento.

El parque estaba tranquilo, con el susurro de los árboles movidos por el viento llenando el aire. Fabio caminó hacia el lugar donde había visto por primera vez a Belinda tocar su violín.

El recuerdo lo golpeó con fuerza, recordándole la calidez de la niña que ahora luchaba por su vida y la conexión inesperada que sintió con aquella joven. Se sentó en un banco cercano, observando cómo algunas familias paseaban y los niños reían despreocupados.

No pasó mucho tiempo antes de que el sonido de un violín llegara hasta él. La melodía era suave, como un murmullo melancólico que encajaba perfectamente con su estado de ánimo.

Fabio levantó la mirada y, para su sorpresa, vio a Belinda al otro lado del parque, tocando con la misma pasión que había presenciado antes.

Su corazón dio un vuelco. Había algo en ella que lo atraía, algo que no podía explicar, pero que, en ese momento, necesitaba desesperadamente. Se levantó y caminó hacia ella, sus pasos silenciosos sobre la grava.

Belinda lo vio acercarse y dejó de tocar, bajando el violín con una sonrisa tímida.

—Hola... no esperaba verte aquí —mencionó ella, con una mezcla de sorpresa y calidez en su voz.

Fabio se detuvo frente a ella, intentando esbozar una sonrisa, pero su expresión estaba cargada de cansancio y preocupación.

—Hola, Belinda. Tampoco pensé que volvería a verte, pero... parece que necesitaba estar aquí —respondió, su voz baja y un tanto quebrada.

Belinda notó la tensión en sus ojos, y su sonrisa desapareció lentamente.

—¿Estás bien? Pareces... cansado. ¿Y Sasha?

Fabio suspiró, pasándose una mano por el cabello mientras miraba al suelo.

—Mi hija, Sasha... está en el hospital. —Las palabras salieron de su boca con un peso que parecía hundirlo aún más—. Fue atropellada por alguien que huyó, y ahora está luchando por su vida.

Belinda llevó una mano a su boca, horrorizada por la noticia.

—Lo siento mucho, Fabio. No tenía idea... —Su voz temblaba ligeramente, reflejando la empatía que sentía.

Fabio asintió, agradeciendo su reacción, pero no quería compasión. Quería respuestas, quería justicia.

—Los médicos dicen que las próximas horas serán cruciales. Ella es fuerte, pero... no puedo dejar de pensar en lo que pasó, en quién fue el responsable. ¿Cómo puede alguien hacerle eso a una niña y simplemente huir? —Fabio apretó los puños, la ira contenida en su voz.

Belinda dio un paso hacia él, sin saber exactamente cómo consolarlo. Extendió una mano y la apoyó suavemente en su brazo.

—No puedo imaginar lo difícil que debe ser para ti, pero estoy segura de que ella saldrá adelante. Sasha es una niña especial, lo pude notar desde que la conocí —articuló, tratando de ofrecerle algo de esperanza.

Fabio la miró a los ojos, encontrando en ellos una sinceridad que le recordó el momento en que Sasha y Belinda conectaron en el parque. Por un instante, el dolor en su pecho pareció aliviarse.

—Gracias. Es extraño, pero... hablar contigo me hace sentir un poco mejor —admitió, su voz más suave.

Belinda sonrió ligeramente, aunque todavía preocupada.

—Me alegra poder ayudar, aunque sea un poco. Si necesitas algo, lo que sea, estoy aquí.

Fabio asintió, agradecido por sus palabras. Sin pensarlo, se acercó a ella y la atrajo hacia sí en un abrazo repentino.

Belinda se quedó inmóvil por un instante, sorprendida por el gesto, pero pronto levantó sus brazos y lo rodeó, ofreciéndole el consuelo que tanto parecía necesitar.

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