El abrazo fue un refugio para Fabio, un momento de alivio en medio de la tormenta que lo envolvía. La calidez de Belinda contrastaba con el frío constante que sentía desde que Sasha había ingresado al hospital. Cerró los ojos, dejando que la sensación lo invadiera, aunque fuera por unos segundos.
Belinda, aunque sorprendida, no se apartó. Podía sentir el peso del dolor de Fabio en la manera en que la sostenía, en la forma en que su respiración temblaba contra su hombro. No necesitaban palabras para comprender que él estaba al borde del abismo. —Gracias —susurró Fabio finalmente, con voz rasposa, mientras se apartaba ligeramente, pero sin soltarla del todo—. No sé qué me pasa. No suelo ser así, pero todo esto… me supera. Belinda lo miró a los ojos, esos ojos verdes que ahora reflejaban más emociones de las que podía contar. Quiso decir algo que lo reconfortara, algo que pudiera aliviar ese dolor, pero lo único que salió de su boca fue: —Es normal, Fabio. Nadie está preparado para algo así. Pero Sasha te tiene a ti, y eso ya es suficiente para que luche con todas sus fuerzas. Él asintió, sus labios formaron una débil sonrisa. Aunque apenas la conocía, había algo en Belinda que le daba una extraña sensación de paz. Era como si su presencia le recordara que no todo estaba perdido. —¿Te importa si caminamos un rato? —preguntó Fabio, necesitando más tiempo para calmar su mente. —Claro —respondió ella, recogiendo su violín y ajustándolo en su funda. Comenzaron a caminar por el sendero del parque, rodeados del suave murmullo de las hojas movidas por el viento. Fabio caminaba con las manos en los bolsillos, su mirada fija en el suelo, mientras Belinda lo observaba de reojo, esperando a que rompiera el silencio. —Sasha es todo para mí —comenzó él, su voz apenas audible—. Su madre y yo nunca fuimos realmente compatibles, pero cuando ella nació... cambió todo. Fue la primera vez que sentí que había algo más importante que mi trabajo, que mis problemas. Belinda escuchó con atención, sintiendo un nudo en el pecho mientras Fabio hablaba. Podía percibir el amor profundo que sentía por su hija en cada palabra que pronunciaba. —Y ahora... ahora está ahí, en esa cama, y no puedo hacer nada para ayudarla. Todo lo que puedo hacer es esperar y confiar en los médicos. Pero yo no soy bueno esperando. Necesito hacer algo, necesito encontrar al responsable, pero es como si todo estuviera en mi contra. Belinda sintió un impulso de consolarlo. Sin pensarlo demasiado, extendió su mano y la colocó sobre el brazo de Fabio, deteniéndolo en medio del camino. —Vas a encontrar al responsable, Fabio. Lo sé. Pero por ahora, lo mejor que puedes hacer por Sasha es estar presente para ella. Necesita sentir que estás ahí, que no la dejarás sola. Eso es lo más importante. Fabio la miró fijamente, sus ojos llenos de emociones encontradas. Había algo en Belinda que lo hacía confiar en sus palabras, como si fueran una verdad absoluta. —Tienes razón —admitió, asintiendo lentamente—. Ella me necesita, y no puedo fallarle. Extendiendo su mano, acarició con suavidad el rostro de Belinda. Había algo en ella que le daba una calma que no había sentido en días. Belinda se estremeció ante su toque, pero no se apartó. Sus ojos se encontraron y, por un momento, el mundo pareció detenerse a su alrededor. Fabio se inclinó lentamente hacia ella, como atraído por una fuerza invisible. Belinda contuvo la respiración, su corazón latiendo con fuerza. Sus labios se encontraron en un beso suave y tentativo. El tiempo pareció detenerse mientras el mundo a su alrededor se desvanecía. Fabio sintió una calidez que se extendía desde su pecho hasta la punta de sus dedos, como si una chispa hubiera encendido algo dormido dentro de él. El aroma a jazmín de Belinda lo envolvía, mezclándose con la brisa fresca del parque. Belinda cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación. Los labios de Fabio eran cálidos y suaves contra los suyos, moviéndose con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de sus emociones. Podía sentir el ligero temblor en sus manos mientras la sostenía, como si temiera que ella fuera a desaparecer en cualquier momento. El beso duró unos segundos, pero para ambos pareció una eternidad. Cuando finalmente se separaron, sus miradas se encontraron nuevamente. Los ojos de Fabio brillaban con una mezcla de sorpresa y algo más profundo, algo que ni él mismo podía nombrar. Belinda sentía que sus mejillas ardían, su corazón latía con tanta fuerza que temía que él pudiera escucharlo. El silencio entre ellos estaba cargado de electricidad, de palabras no dichas y emociones a flor de piel. La brisa del parque agitaba suavemente el cabello de Belinda, creando un halo dorado alrededor de su rostro. Las hojas de los árboles susurraban secretos indescifrables, como si fueran testigos silenciosos de este momento íntimo. Fabio fue el primero en romper el silencio, su voz apenas un susurro ronco. —Yo... lo siento, no debí... Pero Belinda negó suavemente con la cabeza, colocando un dedo sobre sus labios para silenciarlo. —No te disculpes —declaró ella, su voz tan suave como el roce de una pluma—. A veces, en los momentos más oscuros, necesitamos un rayo de luz. Fabio la miró, maravillado por su comprensión, por la manera en que parecía leer sus emociones como si fueran un libro abierto. Sin embargo, la culpa comenzó a arrastrarse por su mente, recordándole la situación en la que se encontraba, la razón por la que estaba en ese parque en primer lugar. —Sasha... —murmuró, el nombre de su hija como un ancla. En ese momento, el sonido estridente de un teléfono los sobresaltó, rompiendo el hechizo del momento. Fabio se apartó rápidamente, con una mezcla de vergüenza y confusión en su rostro. Sacó el celular de su bolsillo y miró la pantalla con el ceño fruncido. —Es del hospital —murmuró, antes de contestar con voz tensa—. ¿Sí? Habla Fabio Rossi. Belinda observó cómo el rostro de Fabio pasaba por una serie de emociones mientras escuchaba a la persona al otro lado de la línea. Preocupación, alivio, y finalmente, una chispa de esperanza iluminó sus ojos. —Entiendo. Sí, voy para allá de inmediato. Gracias —confirmó antes de colgar. Se volvió hacia Belinda, una sonrisa temblorosa en sus labios—. Debo ir, al parecer Sasha ha despertado. —¡Eso es maravilloso, Fabio! —exclamó Belinda, genuinamente feliz por la noticia. Sin pensarlo, Fabio la abrazó de nuevo, esta vez con una energía renovada. Belinda le devolvió el abrazo, compartiendo su alegría. —Tengo que ir al hospital —afirmó Fabio al separarse, la urgencia evidente en su voz—. Yo... quizás debería llevarte a verla, a Sasha le encantaría escuchar tu violín. Belinda asintió, una suave sonrisa en sus labios. —Estaré ahí, Fabio. Ahora ve con ella, Sasha te necesita. Fabio asintó, agradecido por su comprensión. Comenzó a alejarse, pero se detuvo y se volvió hacia ella una vez más. —Belinda, gracias. Por todo. No sé cómo, pero me has ayudado más de lo que imaginas. —Ve —insistió ella, haciendo un gesto con la mano—. Y dile a Sasha que le mando mis mejores deseos. Fabio le dedicó una última sonrisa antes de salir corriendo hacia el estacionamiento. Belinda lo observó alejarse, su corazón aún latiendo rápidamente. No podía negar que había algo especial en Fabio, algo que la atraía de una manera que nunca había experimentado antes. Pero también sabía que la situación era complicada. Él tenía, como treinta años, una hija que lo necesitaba y ella... ella era apenas una joven que acababa de cumplir dieciocho años. Recogió su violín y se preparó para irse, sin embargo, Belinda no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Ese beso le había gustado más de lo que se atrevía a admitir, esa conexión que sentía con Fabio... era tan intensa que la había marcado profundamente, y sabía que ese era solo uno de sus muchos encuentros. Mientras conducía de regreso al hospital, Fabio sintió que, por primera vez en días, podía respirar con un poco más de facilidad. El dolor y la incertidumbre seguían ahí, pero ahora tenía una chispa de esperanza, una razón para seguir adelante. Y esa razón no era solo Sasha, sino también la promesa de un futuro que, aunque incierto, parecía menos oscuro con Belinda en el.El sonido constante de las máquinas acompañaba la respiración tranquila de Sasha, un recordatorio del frágil equilibrio entre la esperanza y el temor. Fabio entró a la habitación con pasos medidos, como si temiera alterar la paz del momento. Su hija dormía profundamente, su pequeño rostro tranquilo a pesar de los cables y monitores que vigilaban su estado.Un médico entró en la habitación y sonrió levemente al ver a Fabio.—Señor Rossi, tenemos buenas noticias. Sasha está respondiendo bien al tratamiento. Aunque su estado sigue siendo delicado, hemos notado una mejoría en sus signos vitales. Este es un buen indicio.Fabio sintió que una ola de alivio lo inundaba. Cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras del médico calmaran su tormento interno.—Gracias, doctor. Esto significa mucho para mí. ¿Puedo quedarme con ella un rato?—Por supuesto. Solo procure que descanse.El médico salió, dejando a Fabio solo con Sasha. Se sentó junto a su cama, tomando su pequeña mano entre l
La luz de la mañana se derramaba por las ventanas de la mansión Bernal, iluminando el mármol del suelo con un resplandor cálido. Belinda estaba en el salón, repasando las notas de una melodía que había estado practicando, cuando su padre apareció en el umbral. Su expresión seria y la tensión en sus hombros hicieron que Belinda dejara la partitura a un lado.—Belinda, necesito hablar contigo —propuso Bernardo, su voz cargada de gravedad.Belinda se incorporó de inmediato, un atisbo de inquietud recorriéndole el cuerpo.—¿Qué sucede, papá? —preguntó, intentando mantener la compostura.—Ayer vino a mi oficina un empresario importante. Estaba investigando un incidente que involucró a un vehículo como el tuyo. —La mirada fija de Bernardo se clavó en su hija—. Me pidió información y solicitó inspeccionar el auto.El corazón de Belinda dio un vuelco. La mención del accidente y la conexión con su auto hicieron que la inquietud se convirtiera en un peso aplastante en su pecho.—¿Qué incidente?
El hospital estaba envuelto en un silencio solemne, roto solo por el eco de pasos apresurados y el suave murmullo de conversaciones entre los médicos. Belinda caminaba por el pasillo hacia la habitación de Sasha con el violín en su estuche, sujetándolo con ambas manos como si fuera su salvación y su escudo. Fabio había insistido en que viniera. Él creía que la música podía alegrar a su pequeña, aunque fuera solo un poco.Al llegar, Fabio la esperaba en la puerta. Su rostro reflejaba el cansancio acumulado, pero al verla, sus ojos parecieron iluminarse brevemente.—Gracias por venir —murmuró en voz baja, como si temiera perturbar el frágil ambiente de la habitación.Belinda asintió, respondiéndole con una sonrisa tenue. Juntos entraron al cuarto donde Sasha descansaba. La pequeña lucía débil, pero sus ojos se iluminaron al ver a Belinda.—¡Tú! —musitó Sasha con voz entrecortada, esbozando una sonrisa que le costó todo su esfuerzo.Belinda se acercó a la cama y colocó suavemente una ma
Fabio quería olvidar todo su dolor, sumergirse en el cuerpo de esa mujer que había robado poco a poco su corazón, la besó con una pasión desbordante, mientras la despojaba de cada prenda de ropa.Los besos se volvieron más intensos y apasionados. Las manos de Fabio recorrieron el cuerpo de Belinda con urgencia, como si quisiera memorizar cada curva. Ella respondía con igual fervor, dejándose llevar por el deseo que había estado conteniendo.Prenda tras prenda, fueron cayendo al suelo mientras se dirigían hacia la cama. Fabio la recostó con suavidad, admirando su belleza a la tenue luz de la habitación. Sus ojos recorrieron cada centímetro de su piel desnuda, maravillándose ante la perfección de su juventud.—¡Eres hermosa!Belinda se estremeció bajo su mirada intensa. Nunca antes se había sentido tan expuesta y vulnerable, pero al mismo tiempo tan deseada. Las manos de Fabio exploraban su cuerpo con reverencia, arrancando suspiros de placer.Sus labios se encontraron nuevamente en un
La tenue luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas de la habitación del hotel, bañando con un resplandor suave los cuerpos entrelazados de Fabio y Belinda. La noche que habían compartido los había dejado exhaustos, pero también llenos de una paz inesperada. Fabio despertó primero, observándola mientras dormía profundamente, con su cabello desparramado sobre la almohada como un halo oscuro.Belinda parecía tan serena, tan frágil y al mismo tiempo tan fuerte. Fabio no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en sus labios. En su vida, marcada por responsabilidades, pérdidas y un dolor que aún lo perseguía, Belinda era un rayo de luz, un refugio inesperado en medio de la tormenta. Besó su frente, pero no se despertó. Pronto sus pensamientos lo llevaron a Sasha, su pequeña guerrera que todavía luchaba por su vida en el hospital. Una punzada de culpa lo atravesó. Había buscado consuelo en Belinda, pero ¿qué significaba eso para su hija? ¿Para él mismo? Fabio respiró hondo, ap
El taller estaba iluminado con luces fluorescentes que arrojaban un brillo frío sobre las herramientas y las máquinas. Belinda observaba cómo el mecánico inspeccionaba el Bugatti, su mirada fija en el parachoques que había decidido mandar a reparar.—Quiero que quede perfecto, que no se note nada —indicó con un tono firme, cruzando los brazos.El mecánico asintió mientras hacía anotaciones.—No se preocupe, señorita. En un par de días lo tendrá como nuevo.Belinda asintió, aunque la tensión en su pecho no desaparecía. Mandar a reparar el auto era su manera de evitar preguntas incómodas, de mantener la paz en su hogar y alejar cualquier problema que quisiera rodear a su familia.Mientras regresaba a casa, no podía evitar que su mente volviera a Fabio y Sasha. Desde aquella noche en el hospital, sentía un vínculo creciente con ellos, como si sus vidas estuvieran entrelazadas de una manera que aún no podía comprender del todo.Belinda estaba en su habitación, sumida en sus pensamientos
El parque estaba bañado por una luz dorada que se filtraba entre las hojas de los árboles, creando sombras danzantes sobre el sendero. Los días habían pasado y Fabio sentía que el dolor no mitigaba ni siquiera un poco. Su único consuelo era la compañía de Belinda, quien hacía de todo para tratar de entretenerlo y que no se sumiera en el dolor.En ese momento, caminaba junto a ella, con su mirada perdida en el horizonte. Era un día tranquilo, con el murmullo de los árboles acompañándolos, pero dentro de él se libraba una tormenta.Belinda se mantenía cerca, su silencio era cálido, como si supiera que las palabras eran innecesarias. Finalmente, Fabio se detuvo junto a un banco, el mismo donde se había sentado Sasha no hace mucho tiempo. Se sentó con un suspiro pesado, apoyando los codos sobre las rodillas y ocultando el rostro entre las manos.—A veces siento que me estoy hundiendo —admitió, su voz ronca por la emoción contenida—. Cada rincón de mi vida está lleno de recuerdos de Sasha
El cielo se extendía como un manto azul profundo, mientras Fabio y Belinda recorrían las curvas de una carretera que serpenteaba entre montañas y valles. El sonido del motor del auto era suave, acompañado por las risas de ambos mientras hablaban de pequeñas trivialidades para distraerse del peso que había marcado sus últimos días. Fabio había decidido llevar a Belinda lejos del bullicio de la ciudad y las sombras de su reciente tragedia. Era un escape necesario, una oportunidad para respirar y encontrar algo de paz.Llegaron a un pintoresco hotel boutique enclavado en la ladera de una montaña. El lugar era acogedor, con una decoración que combinaba madera rústica y detalles modernos. Desde el balcón de su habitación se podía ver un lago cristalino que reflejaba el cielo como un espejo. Fabio observó a Belinda mientras ella miraba maravillada el paisaje, su rostro iluminado por una sonrisa genuina.—Es perfecto, Fabio. Gracias por traerme aquí —dijo ella, girándose hacia él.—No tiene