El parque estaba lleno de vida aquella tarde, con la luz dorada del sol filtrándose entre los árboles y risas infantiles flotando en el aire. Fabio caminaba con paso firme, sosteniendo la pequeña mano de Sasha, su hija de cinco años. Como siempre, la niña hablaba sin parar, su entusiasmo burbujeante contrastando con la mirada seria de su padre.—Papá, ¿puedo jugar un rato? —preguntó Sasha, alzando la vista hacia él con ojos llenos de expectativa.—Cinco minutos —respondió Fabio sin mirarla, ajustando la correa de su reloj. Siempre parecía tener la mente en otro lugar, lejos de los pequeños placeres que rodeaban su mundo.Sin embargo, apenas terminaron de cruzar el sendero, Sasha soltó su mano.—¡Papá, escucha! ¡Es música! —gritó, corriendo hacia el sonido que provenía de un banco cercano.—¡Sasha! —Fabio levantó la voz, su tono grave, cortando el bullicio del parque. Pero la niña no se detuvo.El violín llenaba el aire con una melodía melancólica, como un lamento que resonaba en los r
La gran sala brillaba con un lujo ostentoso. Las lámparas de cristal colgaban del techo alto, proyectando destellos dorados sobre las cortinas de terciopelo y los vestidos elegantes de los asistentes. La música suave y el murmullo de conversaciones llenaban el espacio, creando una atmósfera de refinada opulencia. Fabio ingresó al salón con su porte característico: seguro, imponente, y con una ligera sonrisa que nunca llegaba a sus ojos. Saludaba con breves inclinaciones de cabeza, pero su atención estaba en otro lugar. Sus ojos verdes recorrían a la multitud con una intención oculta, buscando algo o a alguien. Entonces la escuchó. La melodía de un violín flotó por el aire, clara y envolvente, como si la misma música lo llamara. Fabio giró la cabeza hacia el rincón donde se encontraba la orquesta. Allí, bajo la cálida luz de las lámparas, estaba ella: Belinda. Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros mientras sostenía el violín con la misma elegancia que había mostrado en
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas doradas y rosadas que se reflejaban en los globos pastel flotando entre las mesas decoradas con flores frescas. La brisa traía consigo el dulce aroma de los postres y el sutil perfume de los arreglos florales. Cada detalle del jardín reflejaba la dedicación de los padres de Belinda para celebrar sus dieciocho años.Aunque su cumpleaños había pasado el fin de semana anterior, la presentación de Belinda con la orquesta había pospuesto la celebración. Ahora, bajo las luces cálidas de las guirnaldas, la noche prometía ser memorable.Belinda estaba radiante. Su vestido azul suave parecía diseñado para resaltar la frescura de su juventud y la delicadeza de sus movimientos. Recibía abrazos y felicitaciones con una sonrisa genuina, pero había algo en su mirada que traicionaba una leve incomodidad: no estaba acostumbrada a ser el centro de atención.—¡Feliz cumpleaños, hija mía! —exclamó su padre, acercándose con una
La luz matinal se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación de Belinda con un resplandor suave y cálido. Aún bajo las sábanas, exhaló un suspiro largo mientras los recuerdos del beso con Fabio revoloteaban en su mente. Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios, pero se desvaneció cuando un toque en la puerta interrumpió su ensueño.—¡Belinda! Baja pronto, Ady quiere hablar contigo —llamó su madre desde el pasillo.Belinda se levantó con pereza, vistiéndose rápidamente antes de bajar las escaleras. En el salón, Ady la esperaba con una taza de café entre las manos y una expresión demasiado amigable.—Buenos días, cumpleañera —saludó Ady con una sonrisa que parecía brillar más de lo normal.—Buenos días —respondió Belinda, sentándose frente a ella.Ady inclinó la cabeza, observándola con ojos chispeantes.—¿Cómo te sientes hoy? Supongo que todavía emocionada por ese auto tan espectacular.Belinda sonrió con timidez.—Es un sueño hecho realidad. Mis padres realmente
La brisa matinal se tornó densa y sofocante para Ady mientras conducía sin rumbo fijo. Las lágrimas nublaban su visión, y sus manos temblaban al aferrarse al volante. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, como un tambor que marcaba el ritmo de su creciente pánico. Sabía que había cometido un error imperdonable, pero el miedo a enfrentar las consecuencias era un abismo que no estaba dispuesta a cruzar.Finalmente, detuvo el auto en un callejón vacío, lejos de las miradas curiosas. Bajó con torpeza, y su estómago se revolvió al ver las manchas de sangre en el parachoques y la leve hendidura que delataba el impacto. Ady apretó los dientes y sacó su teléfono. Sus dedos marcaron el número de Belinda, pero antes de que pudiera pulsar llamar, cortó la llamada.—No puedo decírselo... si se entera, me delatará. ¡Es una estúpida! Tengo que arreglar esto antes de que todo se derrumbe —murmuró entre dientes, su voz un eco de desesperación.Con las manos temblorosas, tomó unas toalla
Al escuchar la voz de la niñera, Fabio sintió que el mundo se le derrumbaba encima. —¿Qué? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¡Voy para allá ahora mismo! —gritó, ya corriendo hacia su auto.En cuestión de minutos, Fabio condujo a toda velocidad, ignorando las señales de tránsito y los cláxones de otros conductores. Nada importaba excepto llegar a su hija. Cuando finalmente llegó a su casa, una ambulancia ya estaba estacionada frente a la entrada. Los paramédicos trabajaban con rapidez para estabilizar a Sasha antes de trasladarla al hospital.Marta estaba arrodillada junto a la niña, llorando desconsoladamente. El rostro de Fabio, generalmente sereno y controlado, ahora estaba marcado por el terror. Se arrodilló al lado de su hija, tocando su rostro pálido con una suavidad que contrastaba con la desesperación en su mirada.—Sasha... mi niña, papá está aquí. Todo va a estar bien —aseveró, como si al pronunciar esas palabras pudiera hacerlas realidad.Fabio subió a la ambulancia junto a Sasha, su mirada
El amanecer envolvía la ciudad con un frío grisáceo mientras Fabio sostenía su teléfono con una mezcla de furia y frustración. Las palabras del inspector Rizzo resonaban en su mente: “Los videos han sido borrados”. No era casualidad; alguien había tratado de ocultar el crimen, y eso solo fortalecía su determinación de encontrar al culpable.Fabio respiró profundamente, intentando mantener la calma. La imagen de Sasha conectada a las máquinas lo perseguía, pero no podía permitir que la desesperación lo dominara. Su hija necesitaba que él actuara con claridad.—Inspector, continúe investigando. Busque registros de vehículos en la zona, testigos, cualquier cosa. No quiero excusas, quiero resultados. —Su voz era firme, casi helada.“Entendido, señor Rossi. Haré lo posible por encontrar algo. Me mantendré en contacto”.Rizzo colgó, dejando a Fabio con un teléfono en la mano y un torrente de pensamientos caóticos. Caminó hacia la sala de espera, su mente girando en torno a las pocas pistas
El abrazo fue un refugio para Fabio, un momento de alivio en medio de la tormenta que lo envolvía. La calidez de Belinda contrastaba con el frío constante que sentía desde que Sasha había ingresado al hospital. Cerró los ojos, dejando que la sensación lo invadiera, aunque fuera por unos segundos.Belinda, aunque sorprendida, no se apartó. Podía sentir el peso del dolor de Fabio en la manera en que la sostenía, en la forma en que su respiración temblaba contra su hombro. No necesitaban palabras para comprender que él estaba al borde del abismo.—Gracias —susurró Fabio finalmente, con voz rasposa, mientras se apartaba ligeramente, pero sin soltarla del todo—. No sé qué me pasa. No suelo ser así, pero todo esto… me supera.Belinda lo miró a los ojos, esos ojos verdes que ahora reflejaban más emociones de las que podía contar. Quiso decir algo que lo reconfortara, algo que pudiera aliviar ese dolor, pero lo único que salió de su boca fue:—Es normal, Fabio. Nadie está preparado para algo