Belinda no podía dormir, necesitaba hablar con Fabio, se fue al apartamento que compartían y lo esperó con la luz encendida.Entretanto, Fabio condujo con lentitud, apretó el volante del auto hasta que sus nudillos blanquearon. Observando desde la distancia, vio las ventanas iluminadas del dormitorio de Belinda.El resplandor cálido que antes lo invitaba a entrar ahora le quemaba la retina. “¿Estará riéndose de mí en este momento?”, pensó, mordiendo el interior de su mejilla hasta sentir el sabor metálico de la sangre.Los mensajes falsos seguían danzando en su mente. “Destruyan las cámaras. Pagaré lo que sea”. Respiró hondo, conteniendo el impulso de irrumpir en la casa y estrangular la verdad a golpes. “No. Debo ser estratégico. Si sospecha que lo sé, destruirá las pruebas*. Arrancó el motor con un rugido y aceleró, dejando atrás el aroma de jazmines que Belinda solía plantar para él.Días después.Belinda dejó caer el cepillo de pelo en el lavabo del baño, su reflejo en el espejo,
El estruendo de la prueba de embarazo golpeando el suelo pasó desapercibido. Aunque ella se puso nerviosa, en el frenesí del momento, la pateó sin querer, deslizándose bajo el mueble sin que Fabio se diera cuenta.Pero eso no importaba.Porque en ese instante, la furia lo consumía, y sus manos se cerraban con fuerza alrededor de su cuello.Fabio la sujetaba con una furia incontenible, su respiración era un jadeo áspero y sus ojos verdes brillaban como llamas de un incendio incontrolable. Sus dedos, firmes, alrededor de su garganta, ejercían una presión que la hizo temblar, pensando que la mataría.Belinda jadeó, su vista se tornó borrosa mientras lágrimas caían por su rostro. Sus uñas rasguñaron los brazos de Fabio en un intento desesperado por librarse de su agarre.—¡Dímelo, Belinda! —gruñó, apretando los dientes—. ¡¿Cómo pudiste hacerme esto?! ¡¿Cómo pudiste matar a Sasha y acostarte conmigo como si nada hubiera pasado?!Su voz se quebró en la última palabra, pero su furia solo cr
La noche envolvía la ciudad con un manto oscuro cuando Belinda, con el rostro hinchado por el llanto, llegó tambaleándose a la puerta de su apartamento. Sus manos temblaban tanto que apenas pudo introducir la llave en la cerradura. Una vez dentro, se desplomó contra la puerta, dejando que el peso de todo lo ocurrido la aplastara."¿Cómo pudo pasar esto?", se preguntaba, una y otra vez, su mente, un torbellino de confusión y dolor. Las acusaciones de Fabio, la sonrisa triunfante de Ady, todo se mezclaba en una pesadilla de la que no podía despertar.Con un esfuerzo sobrehumano, se arrastró hasta el baño. El reflejo que le devolvió el espejo era el de una extraña: ojos enrojecidos, cabello revuelto, marcas rojas en el cuello donde los dedos de Fabio se habían clavado. Un sollozo escapó de su garganta al recordar la furia en sus ojos, el desprecio en su voz."Me odia", pensó, sintiendo que su corazón se quebraba en mil pedazos. "Cree que maté a Sasha".Instintivamente, su mano se posó so
La lluvia golpeaba los ventanales de la mansión Rossi como lágrimas heladas. Fabio, de pie frente a la chimenea apagada, apretaba entre sus manos el collar de plata que Belinda solía usar. Las llamas danzaban solo en su memoria, recordando las risas de su hija corriendo por los pasillos. Ahora, cada recuerdo estaba envenenado por lo que había hecho Belinda. “¿Cuándo comenzó todo?”, se preguntó, observando el reflejo distorsionado de su rostro en el cristal empañado. Belinda había entrado en su vida como un huracán de luz, prometiendo sanar sus heridas. Pero ahora, cada palabra, cada caricia, cada promesa susurrada en la oscuridad le parecía una mentira calculada. —¿Cómo no lo vi? —murmuró, arrojando el collar contra la pared. El sonido metálico al chocar con el mármol lo hizo estremecer. Caminó a su despacho, el silencio de su casa pesaba sobre él como una losa. Solo el tenue resplandor de la lámpara iluminaba la fotografía de Sasha que sostenía entre sus manos.—Mi niña… —murm
El aire en la sala de interrogatorios era frío y estéril, olía a café rancio y desesperación con la luz fluorescente parpadeando intermitentemente sobre la mesa de metal. El sonido del reloj en la pared marcaba los segundos con una lentitud insoportable, como si cada tic-tac fuese una sentencia contra ella.Belinda estaba sentada con las manos esposadas sobre la mesa, su piel pálida por el miedo y la indignación. Frente a ella, el abogado que su padre había enviado hojeaba los documentos del caso con una expresión tensa.El inspector a cargo la miraba con una gravedad que le heló la sangre.—Señorita Bernal, ha sido acusada de homicidio culposo y manipulación de pruebas —dijo, deslizando un expediente horrible frente a ella—. Las evidencias en su contra son contundentes. ¿Tiene algo que decir antes de que registremos su declaración oficial?Belinda levantó la mirada, con la mandíbula tensa.—Soy inocente —dijo con firmeza, aunque su voz tembló ligeramente.El oficial alzó una ceja y a
Su prima la miró con una sonrisa dulce y piadosa, pero Belinda ya no era la misma ingenua de antes. Sabía que cada gesto de Ady era de hipocresía.—Belinda… —dijo con una voz suave—. Estoy preocupada por ti, vine porque quiero ayudarte.La joven entrecerró los ojos, mirándola con incredulidad.—¿Ayudarme? —espetó con sarcasmo—. ¿Después de tenderme esta trampa?Ady suspiró, fingiendo tristeza.—Fabio está cegado por el dolor, Bel. No quiere escuchar razones, pero yo… —bajó la mirada—. Yo fingí estar de su lado para que no sospechara de mí.Belinda sintió un escalofrío recorrer su espalda.—¿Fingiste? —inquirió con una expresión de burla. No podía creer que su prima la subestimara. Pero al parecer era así, se acercó a ella y le tomó las manos.—¡Si! Todo lo que ocurrió en su casa fue un teatro. Quería asegurarme de que él no me viera apoyándote para poder seguir cerca y convencerlo de que te escuchara.—¡No mientas! Nunca pensé que fueras tan malvada, Ady. Si realmente quieres ayudar
Belinda perdió la noción del tiempo en aquella celda. Los días transcurrían con una monotonía cruel, sumergiéndola en un abismo donde el hambre y la desesperación eran sus únicas compañeras. Su cuerpo estaba entumecido por el frío del suelo de cemento. Apenas le daban de comer una vez al día, y el agua era tan escasa que su garganta siempre estaba seca. La piel se le pegaba a los huesos, y sus pensamientos se volvían más oscuros con cada segundo de soledad.Cuando finalmente la sacaron, habían pasado dos semanas, la luz artificial del pasillo le hirió los ojos. Se tambaleó sobre sus pies, sintiendo cómo la sangre tardaba en fluir por sus extremidades adormecidas. La llevaron a medio asearse y luego dos guardias la escoltaron hasta la sala donde la esperaba su abogado.Él la miró con una expresión de preocupación mezclada con resignación. No había buenas noticias.—Tu prima te ha denunciado por agresión —soltó sin rodeos.Belinda sintió que el poco aire que le quedaba en los pulmones
El juicio se tornaba cada vez más oscuro para Belinda Bernal. La fiscalía había presentado pruebas que, aunque ella sabía manipuladas, parecían irrefutables ante los ojos del juez y el jurado. Documentos falsificados, testimonios sobornados y grabaciones editadas habían creado una imagen distorsionada de su supuesta culpabilidad.Desde su asiento, Fabio Rossi observaba la escena con una expresión impasible, pero en su interior se debatía entre la satisfacción de verla enfrentarse a las consecuencias y un vacío inesperado. Había esperado este momento, pero algo en la manera en que Belinda se aferraba a su inocencia le provocaba una leve, pero insistente, punzada en el pecho.—Se llama justicia, Fabio —le susurró Regina, con una sonrisa de superioridad al notar su distracción—. Esa mujer debe pagar por lo que hizo.Fabio no respondió, simplemente volvió su atención a la sala.Cuando fue el turno de Belinda para declarar, su voz salió entrecortada por la emoción contenida. Se sujetó del