Su prima la miró con una sonrisa dulce y piadosa, pero Belinda ya no era la misma ingenua de antes. Sabía que cada gesto de Ady era de hipocresía.—Belinda… —dijo con una voz suave—. Estoy preocupada por ti, vine porque quiero ayudarte.La joven entrecerró los ojos, mirándola con incredulidad.—¿Ayudarme? —espetó con sarcasmo—. ¿Después de tenderme esta trampa?Ady suspiró, fingiendo tristeza.—Fabio está cegado por el dolor, Bel. No quiere escuchar razones, pero yo… —bajó la mirada—. Yo fingí estar de su lado para que no sospechara de mí.Belinda sintió un escalofrío recorrer su espalda.—¿Fingiste? —inquirió con una expresión de burla. No podía creer que su prima la subestimara. Pero al parecer era así, se acercó a ella y le tomó las manos.—¡Si! Todo lo que ocurrió en su casa fue un teatro. Quería asegurarme de que él no me viera apoyándote para poder seguir cerca y convencerlo de que te escuchara.—¡No mientas! Nunca pensé que fueras tan malvada, Ady. Si realmente quieres ayudar
Belinda perdió la noción del tiempo en aquella celda. Los días transcurrían con una monotonía cruel, sumergiéndola en un abismo donde el hambre y la desesperación eran sus únicas compañeras. Su cuerpo estaba entumecido por el frío del suelo de cemento. Apenas le daban de comer una vez al día, y el agua era tan escasa que su garganta siempre estaba seca. La piel se le pegaba a los huesos, y sus pensamientos se volvían más oscuros con cada segundo de soledad.Cuando finalmente la sacaron, habían pasado dos semanas, la luz artificial del pasillo le hirió los ojos. Se tambaleó sobre sus pies, sintiendo cómo la sangre tardaba en fluir por sus extremidades adormecidas. La llevaron a medio asearse y luego dos guardias la escoltaron hasta la sala donde la esperaba su abogado.Él la miró con una expresión de preocupación mezclada con resignación. No había buenas noticias.—Tu prima te ha denunciado por agresión —soltó sin rodeos.Belinda sintió que el poco aire que le quedaba en los pulmones
El juicio se tornaba cada vez más oscuro para Belinda Bernal. La fiscalía había presentado pruebas que, aunque ella sabía manipuladas, parecían irrefutables ante los ojos del juez y el jurado. Documentos falsificados, testimonios sobornados y grabaciones editadas habían creado una imagen distorsionada de su supuesta culpabilidad.Desde su asiento, Fabio Rossi observaba la escena con una expresión impasible, pero en su interior se debatía entre la satisfacción de verla enfrentarse a las consecuencias y un vacío inesperado. Había esperado este momento, pero algo en la manera en que Belinda se aferraba a su inocencia le provocaba una leve, pero insistente, punzada en el pecho.—Se llama justicia, Fabio —le susurró Regina, con una sonrisa de superioridad al notar su distracción—. Esa mujer debe pagar por lo que hizo.Fabio no respondió, simplemente volvió su atención a la sala.Cuando fue el turno de Belinda para declarar, su voz salió entrecortada por la emoción contenida. Se sujetó del
El aire denso y viciado de la prisión sofocaba a Belinda Bernal. El eco de la sentencia aún resonaba en su mente, envolviéndola en una angustia que se negaba a disiparse. A pesar de la dureza de su realidad, había algo dentro de ella que no podía quebrarse. Su hijo. El pequeño ser que crecía en su vientre era su única esperanza, su razón para mantenerse en pie.Los días en prisión eran interminables, se fundían unos con otros en una monotonía gris y opresiva. Belinda pasaba las horas acurrucada en su pequeña celda, acariciando su vientre que comenzaba a crecer. Su hijo, la única luz en ese abismo de desesperación, era su ancla a la cordura.Las noches eran lo peor. Pesadillas la asaltaban, imágenes de Sasha, de Fabio, de Ady riéndose mientras ella gritaba tras los barrotes. Se despertaba empapada en sudor frío, ahogando sus sollozos para no molestar a las otras reclusas.Las comidas escasas, el frío que se filtraba por las paredes, las miradas hostiles de algunas reclusas. Algunas la
El eco del pasado comenzó a retumbar con más fuerza en la mente de Fabio Rossi. Días después de haber visto la grabación del accidente de Sasha, algo dentro de él se había resquebrajado. Su certeza, aquella seguridad con la que había condenado a Belinda, ahora tambaleaba como un castillo de naipes.El whisky no lograba adormecer su mente, ni los negocios lo distraían. En las madrugadas, cuando el silencio se extendía por su casa, la imagen de Belinda inundaba su pensamiento. Recordaba la forma en que ella le sonreía en las mañanas, los pequeños besos que dejaba en su mejilla cuando se despedía para ir al trabajo, la calidez de su cuerpo junto al suyo.Pero en lugar de esos momentos felices, lo último que había visto de ella era su expresión destrozada cuando la declararon culpable. Su voz quebrada, suplicándole que la escuchara. Y él, solo la había mirado con desprecio.No sabía qué hacer, tenía una lucha interna consigo mismo, porque una parte de él había comenzado a revelarse porqu
Fabio Rossi no podía seguir ignorando la verdad. Por más que intentara convencerse de que había hecho lo correcto, algo dentro de él se resistía a aceptar que Belinda fuera culpable. Decidió, finalmente, acudir a la casa de la vecina que había intentado contactarlo.Cuando llamó a la puerta, una mujer de edad avanzada y rostro amable le abrió, con una expresión preocupada en el rostro.—Señor Rossi, gracias por venir. No estaba segura de si debía decirle esto. No me había dado cuenta de que mi cámara de seguridad había grabado el accidente —explicó—. Pero cuando vi la noticia del juicio, decidí revisar mis archivos. A pesar de que ya todo está resuelto, creo que es justo que lo vea con sus propios ojos.Fabio frunció el ceño.—¿De qué está hablando?La mujer lo invitó a pasar y lo condujo hasta su sala, donde colocó un pendrive en su computadora. La pantalla mostró una grabación nocturna, tomada desde la cámara de seguridad de la vecina. Fabio contuvo el aliento mientras las imágenes
Fabio Rossi no podía permitirse seguir en la oscuridad. Después de descubrir las pruebas manipuladas, el peso del remordimiento era insoportable. No bastaba con saber la verdad, necesitaba demostrarla. Con determinación, contactó a un investigador privado, alguien fuera del alcance de la corrupción que parecía rodear este caso. Debía empezar desde cero.El detective que contrató, Esteban Moreno, tenía fama de ser meticuloso y sin ataduras con nadie. Tras explicarle lo que había descubierto, Esteban aceptó el caso de inmediato.—Si hay algo turbio aquí, lo encontraré, señor Rossi —le aseguró el hombre con una mirada firme.Fabio asintió. No había marcha atrás.A medida que fueron pasando los días y las investigaciones avanzaban, Ady quien tenía a alguien vigilando los pasos de Fabio y de las personas que de cierta manera podían acusarla, se dio cuenta de que algo se traía el hombre entre manos, incluso lo sentía cada vez más distante.Al principio pensó, que era su propio encanto, que
Fabio condujo hasta la casa de Ady, su sangre hirviendo con cada kilómetro que recorría. Cuando llegó, la encontró en el jardín, regando unas flores con una tranquilidad que le revolvió el estómago.—Fabio —sonrió ella al verlo—. Qué grata sorpresa, me alegra que te hayas animado a visitarme.Corrió hacia él y colocó sus manos sobre su cuello, acercándolo más a su cuerpo. Fabio gruñó de ira, la tomó de los brazos y la apartó de su lado con violencia.La miró fijamente, conteniendo apenas su ira.—Se acabó el juego, Ady. Lo sé todo.La sonrisa de Ady flaqueó por un segundo, pero se recompuso rápidamente.—No sé de qué hablas, querido.—Sé que fuiste tú quien atropelló a Sasha. Sé que fabricaste todas esas pruebas contra Belinda. El detective confesó.Ady dejó caer la regadera, el agua formó un charco a sus pies, pero ella ni se inmutó. Su expresión se endureció por un instante, pero pronto volvió a su papel de víctima.—Fabio, por favor… ¿Cómo puedes creer semejante locura? ¿De verdad