Fabio condujo hasta la casa de Ady, su sangre hirviendo con cada kilómetro que recorría. Cuando llegó, la encontró en el jardín, regando unas flores con una tranquilidad que le revolvió el estómago.—Fabio —sonrió ella al verlo—. Qué grata sorpresa, me alegra que te hayas animado a visitarme.Corrió hacia él y colocó sus manos sobre su cuello, acercándolo más a su cuerpo. Fabio gruñó de ira, la tomó de los brazos y la apartó de su lado con violencia.La miró fijamente, conteniendo apenas su ira.—Se acabó el juego, Ady. Lo sé todo.La sonrisa de Ady flaqueó por un segundo, pero se recompuso rápidamente.—No sé de qué hablas, querido.—Sé que fuiste tú quien atropelló a Sasha. Sé que fabricaste todas esas pruebas contra Belinda. El detective confesó.Ady dejó caer la regadera, el agua formó un charco a sus pies, pero ella ni se inmutó. Su expresión se endureció por un instante, pero pronto volvió a su papel de víctima.—Fabio, por favor… ¿Cómo puedes creer semejante locura? ¿De verdad
Fabio Rossi nunca había experimentado un miedo tan absoluto. Su mente se negaba a procesar la información. Belinda estaba embarazada. De su hijo. Y ahora, la posibilidad de perderla a ella y al bebé lo estaba asfixiando.El hospital olía a antiséptico y desesperación. Todo era un caos de sonidos y movimientos apresurados cuando mientras los médicos transportaban a Belinda, Fabio se quedó paralizado en la entrada.El pasillo parecía más largo de lo normal. Su respiración estaba descontrolada. Su corazón martillaba con fuerza en su pecho. Se quedó quieto hasta que logró forzar sus piernas a moverse.—¡Belinda! —gritó, pero nadie le respondió.Un médico y una enfermera corrían junto a la camilla, intercambiando instrucciones apresuradas.—Presión arterial bajando rápidamente. Necesitamos estabilizarla antes de entrar a cirugía —dijo uno de los doctores.—Sigue perdiendo sangre. El latido fetal… aún tenemos una frecuencia, pero la otra… —La voz de la enfermera se cortó.Fabio sintió un nu
Fabio Rossi se apartó lentamente del grupo de médicos y de los padres de Belinda, sintiendo que el mundo a su alrededor se volvía una neblina espesa. Su pecho ardía con un dolor indescriptible, como si cada latido le desgarrara desde dentro.Había perdido otra hija y esta vez él había sido el único culpable, no la protegió. Dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos, con la desesperación anidando en su pecho, y aunque Belinda seguía viva, pendía de un hilo.El hospital parecía un laberinto de pasillos interminables, fríos e impasibles ante su desesperación. Se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera, con los codos sobre las rodillas y el rostro enterrado entre las manos.Las palabras del médico seguían retumbando en su mente: "Las próximas cuarenta y ocho horas son cruciales. No sabemos si logrará despertar".Cada segundo era una agonía. Cada minuto que pasaba sin verla, sin saber si sobreviviría, lo hacía sentir como si el tiempo se estuviera burlando de él.Intentó pedi
Fabio salió de la habitación con el corazón destrozado. Sabía que tenía un largo camino por recorrer para que ella lo perdonara, pero estaba dispuesto a todo por volver a ver amor en su mirada. Sentía el peso de la verdad aplastándolo. Sabía que no había excusas, que ningún acto de reparación cambiaría el daño que había hecho. Pero no podía quedarse de brazos cruzados. Debía lograr que Belinda fuera liberada de prisión, aunque seguramente seguiría atrapada en una jaula de dolor, una que él mismo había construido.Pero estaba dispuesto a todo por recompensarla, empezando a que no iba a permitir que Ady, la verdadera culpable, quedara impune.No esta vez.Durante los siguientes días, Fabio se sumergió en la única batalla que ahora importaba: hacer justicia.Impulsó la investigación con toda la fuerza de su influencia. Movió contactos, presionó a los fiscales y utilizó su poder mediático y económico para exponer la verdad. No le importó que su nombre se arrastrara por el lodo, que lo ll
Las luces frías de la comisaría proyectaban sombras fantasmales en las paredes grises. Ady Bernal estaba sentada en la sala de interrogatorios, esposada a la mesa de acero, con una expresión de absoluto desprecio.El oficial frente a ella revisó el expediente antes de levantar la mirada.—Señorita Bernal, enfrenta cargos graves: homicidio culposo, manipulación de pruebas y soborno. Tenemos pruebas contundentes, testimonios y registros de transferencias que demuestran su implicación en la incriminación de Belinda Bernal y en la alteración de la investigación. ¿Tiene algo que decir en su defensa?Ady resopló con fastidio, reclinándose en la silla con fingida indiferencia, en presencia de un defensor público.—No sé de qué me están hablando —dijo con una sonrisa cínica—. Esto es una farsa. Fabio Rossi está manipulando todo porque se siente culpable por su error.El oficial cruzó los brazos.—¿Así que niega haber sobornado a un detective?Ady entrecerró los ojos, y su mandíbula se tensó.
El tiempo avanzaba como un río imparable, y con Ady fuera de escena, Belinda trataba de encontrar un equilibrio en su nueva realidad. Su vientre crecía con cada día, y cada movimiento del bebé dentro de ella era un recordatorio de que debía seguir adelante. Pero seguir adelante no significaba olvidar.La mansión de sus padres se había convertido en su refugio, un lugar donde podía reconstruirse sin la sombra de su pasado. Sin embargo, la tranquilidad que tanto buscaba era constantemente perturbada por la insistencia de Fabio Rossi.Él no la dejaba en paz.No con palabras, sino con acciones.Primero, comenzaron a llegar flores. Rosas rojas, blancas, rosadas de todos los colores. Un ramo cada mañana. Sin nota, sin explicación. Solo flores. Belinda las miraba con frialdad y ordenaba que las tiraran a la basura sin siquiera tocarlas.Luego, fueron los regalos. Perfumes, libros, prendas de diseñador. Ninguno de ellos le arrancó una reacción. Todos fueron rechazados sin vacilación, lanzados
La noche tejía su manto sobre la mansión Bernal, ahogando los sonidos del mundo en una oscura niebla.Fabio, sentado en el porche de la casa alquilada frente a la residencia, observaba la ventana del segundo piso de la mansión Bernal, donde una lamparita dorada titilaba como una luciérnaga herida. Las llaves que los padres de Belinda le habían entregado pesaban en su bolsillo como una condena, "por si algo pasaba". Solo para emergencias, le habían dicho. Sin embargo, era un recordatorio de que su redención dependía de mantenerse en las sombras. Pero a medida que los días fueron pasando, la necesidad por estar más cerca de ella era insoportable, así que decidió que cuando viera las luces de la casa apagarse, iría a verla.Cuando eso ocurrió, así lo hizo, se acercó de manera sigilosa; el silencio de la casa lo envolvió en cuanto cruzó la puerta. Subió las escaleras con pasos lentos para no hacer ruido, avanzando por el pasillo hasta llegar a su habitación.La encontró dormida, envuel
Belinda se mantuvo firme.Ya no era la niña ingenua que creía en las coincidencias. Había demasiadas señales, demasiados indicios de que alguien estaba cruzando la línea entre lo permitido y lo imposible.No podía ser solo su imaginación.No podían ser casualidades, tampoco creía que se tratara de sus padres o de los empleados que trabajaban en la casa.Los zapatitos, las rosas, las galletas, cada detalle como si alguien estuviera exclusivamente dedicado a colocar esas cosas a la vista para agradarle… ¿Y ahora qué más?Decidida a descubrir la verdad, esa noche se acostó más temprano de lo habitual, fingiendo dormir. Se aseguraría de que las puertas estuvieran cerradas, que cada ventana estuviera bloqueada. Si alguien estaba entrando en su casa sin su permiso, lo atraparía.Se acomodó en su cama, su respiración pausada, pero sus sentidos alerta.Las horas pasaron.La casa estaba en completo silencio.A pesar de sus intenciones, al final terminó quedándose dormida, por eso no se dio cue