El grito de Belinda aún resonaba en los oídos de Fabio, como un eco de la culpa que lo carcomía desde dentro, lo hizo retroceder.Ella lo miraba con una mezcla de furia y angustia, su pecho subiendo y bajando con rapidez, sus labios entreabiertos como si aún intentara procesar lo que estaba ocurriendo.—Así que eras tú —murmuró, más para sí misma que para él—. ¿Por qué no puedes simplemente dejarme en paz?Él levantó la mirada, sus ojos brillantes de lágrimas contenidas.—Porque no puedo Belinda...La mente de Belinda trabajaba a toda velocidad, procesando lo que estaba viendo. Las flores, las galletas, los zapatitos... todo cobraba sentido ahora.—Has sido tú y mis padres te lo permitieron —dijo, más una afirmación que una pregunta.Fabio asintió, incapaz de negar lo evidente. —Las llaves eran por cualquier emergencia. Pero yo... no pude resistirme a verte.Belinda sintió una mezcla de emociones: sorpresa, ira, confusión y, muy en el fondo, un atisbo de alivio que no quería reconoce
Fabio sentía que la sangre le hervía en las venas.Terminó sentado en el medio de Belinda y Manuel, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa. Miraba al músico con una expresión que claramente decía "¿qué diablos haces aquí?"Belinda, por otro lado, parecía disfrutar de su incomodidad.El joven sonrió con amabilidad.—Yo soy un amigo de Belinda —respondió el hombre con un poco de inquietud.—No te preocupes, Manuel, Fabio no es mi marido. Solo es una visita indeseada —siseó con fastidio.Fabio resopló, pero no dijo nada. Se limitó a acercarse más a Belinda, tanto que su brazo rozó el de ella.Belinda lo miró de reojo y enarcó una ceja.—¿Te molesta la presencia de mi amigo, Fabio? Porque la tuya me molesta a mí Y estamos como demasiado pegados —protestó con aparente inocencia.Fabio sonrió con falsa tranquilidad.—¿Molestarme? Para nada. Es más, ¿por qué no nos cuentas más sobre la orquesta, Manuel? —Su tono al pronunciar su nombre fue tan seco que hasta Manuel se sintió incómodo.
La tensión entre Fabio y Belinda seguía latente mientras él la ayudaba a subir al auto. Ella insistía en que estaba exagerando, pero él no estaba dispuesto a correr ningún riesgo cuando se trataba de su hijo.—Deja de mirarme como si estuviera a punto de desmayarme —espetó Belinda, cruzándose de brazos mientras miraba por la ventana.Fabio la observó de reojo mientras conducía.—No estoy exagerando. Es mejor asegurarnos de que todo esté bien —respondió con calma, aunque su mandíbula estaba tensa.El camino al hospital fue silencioso. Fabio tenía las manos firmes sobre el volante, luchando contra la ansiedad que lo devoraba por dentro. No quería admitirlo en voz alta, pero el simple pensamiento de que algo le ocurriera a Belinda o al bebé lo hacía enloquecer.Cuando llegaron, Fabio la alzó de una vez, y prácticamente corrió al interior del hospital, a pesar de sus protestas.—¡Fabio, no es necesario que me cargues como si estuviera a punto de colapsar! —gruñó, mientras él la llevaba ap
La celda de Ady era un espacio sombrío, pero su mente estaba más oscura aún. Desde que su intento de reducir la condena había sido frustrado por Fabio, había comenzado a planear algo más audaz. No iba a pasar el resto de su vida encerrada entre esas paredes.No.Ella no era una criminal. No se veía a sí misma como una delincuente común. Creía que había sido víctima de un sistema corrupto, porque lo ocurrido con Sasha era solo un accidente, y la traición de su propia familia y, sobre todo, de la existencia de Belinda Bernal. No iba a dejar que esa maldita mujer ganara.Observó, escuchó, analizó. La cárcel tenía su propio ecosistema, su propia ley, y Ady había aprendido a moverse en él con la destreza de un depredador. La primera semana tras su condena fue un infierno: insultos, empujones, miradas desafiantes que le dejaban claro que allí no era nadie.Pero ella no estaba dispuesta a seguir en el fondo de la cadena alimenticia. Sabía que, si quería tener algún tipo de poder, debía gana
Por fin llegó el día esperado. La noche cayó sobre la prisión con un manto de sombras y un silencio pesado, interrumpido solo por el sonido de pasos arrastrándose sobre el suelo de cemento y el murmullo ocasional de reclusas que aún no se resignaban al sueño.Para Ady, esa no era una noche cualquiera.Era la noche en que recuperaría su libertad.La noche en que volvería a tomar control de su destino.El aire en su celda olía a humedad y metal oxidado, pero ella ya no lo notaba. Solo podía concentrarse en cada detalle de su plan, en cada paso meticulosamente orquestado para asegurarse de que no fallara.Su sangre hervía con la emoción contenida.Había esperado demasiado por esto. Y ahora, era el momento de actuar.Las luces de los pasillos comenzaron a atenuarse.Ady se puso de pie lentamente, estirando los músculos y tomando una respiración profunda. Su celda estaba justo al final del bloque, una ventaja que había tomado en cuenta en su plan de escape.Desde su posición, pudo ver a Cl
El silencio en la casa de Fabio se sintió más pesado a partir de ese momento. A pesar de las luces encendidas y la seguridad reforzada, Belinda no podía evitar sentir que la oscuridad la rodeaba, que en cualquier momento, desde algún rincón, Ady surgiría como una sombra dispuesta a arrancarle lo poco de paz que había logrado recuperar.La noticia de su fuga la había golpeado como un puñetazo en el estómago.Ady estaba libre. Eso significaba que estaba en peligro.Ella y su hijo.—No... no puede ser —susurró con voz temblorosa, aferrándose a su vientre como si con eso pudiera proteger a su bebé—. Tengo miedo, Fabio.El terror se instaló en su pecho como una garra heladaFabio se acercó de inmediato, sosteniéndola de los brazos, intentando transmitirle algo de seguridad.— No tienes por qué tener miedo, estaré contigo, no voy a dejarte sola. Voy a hacerme cargo de esto, Belinda. No voy a permitir que te acerque —su voz era firme, segura, pero ella no podía calmarse.—¡No lo entiendes! —
La ciudad resplandecía bajo las luces nocturnas, bulliciosa y llena de vida, pero para Ady, era un mundo que debía recorrer en las sombras. No podía darse el lujo de ser reconocida. No aún. Había escapado de la cárcel y luego se había ido de la ciudad, pero no iba a permanecer por mucho más tiempo, tenía una deuda pendiente por cobrar y no quería esperar más.Bajó del taxi con el rostro oculto bajo la capucha de su abrigo y se deslizó entre la multitud sin llamar la atención. Se detuvo frente a un pequeño motel de mala muerte y miró alrededor con cautela antes de entrar.El recepcionista, un hombre delgado con el rostro marcado por cicatrices, apenas le prestó atención cuando dejó unos billetes sobre el mostrador.—¿Cuánto tiempo? —preguntó él, hojeando los billetes.—Una semana —respondió Ady con voz baja.El hombre asintió y le entregó una llave sin hacer preguntas.Subió las escaleras con rapidez y se encerró en la habitación que le habían asignado. Era un lugar deprimente, con un
Los días continuaron pasando y, aunque el miedo seguía anclado en el pecho de Belinda, poco a poco comenzó a acostumbrarse a la nueva rutina dentro de la mansión de Fabio.Él no forzaba su presencia, pero estaba ahí. Siempre cerca, atento, asegurándose de que no le faltara nada.La convivencia entre ellos era menos tensa que antes. Ya no discutían por cualquier cosa. Fabio había aprendido a no insistir demasiado, a respetar sus silencios, a mantenerse presente sin invadirla y a esperar el momento justo.A veces, cuando Belinda se quedaba dormida en la sala, él la cubría con una manta y apagaba las luces con sumo cuidado. Otras veces, cuando ella pasaba demasiado tiempo sin comer, aparecía con una bandeja con su comida favorita, dejándola en la mesa sin decir nada.Pequeños gestos.Gestos que ella notaba.Y aunque su corazón aún no estaba listo para confiar en él de nuevo, su instinto le decía que Fabio estaba intentando, de verdad, demostrarle que había cambiado.Esa tarde, Belinda es