La ciudad resplandecía bajo las luces nocturnas, bulliciosa y llena de vida, pero para Ady, era un mundo que debía recorrer en las sombras. No podía darse el lujo de ser reconocida. No aún. Había escapado de la cárcel y luego se había ido de la ciudad, pero no iba a permanecer por mucho más tiempo, tenía una deuda pendiente por cobrar y no quería esperar más.Bajó del taxi con el rostro oculto bajo la capucha de su abrigo y se deslizó entre la multitud sin llamar la atención. Se detuvo frente a un pequeño motel de mala muerte y miró alrededor con cautela antes de entrar.El recepcionista, un hombre delgado con el rostro marcado por cicatrices, apenas le prestó atención cuando dejó unos billetes sobre el mostrador.—¿Cuánto tiempo? —preguntó él, hojeando los billetes.—Una semana —respondió Ady con voz baja.El hombre asintió y le entregó una llave sin hacer preguntas.Subió las escaleras con rapidez y se encerró en la habitación que le habían asignado. Era un lugar deprimente, con un
Los días continuaron pasando y, aunque el miedo seguía anclado en el pecho de Belinda, poco a poco comenzó a acostumbrarse a la nueva rutina dentro de la mansión de Fabio.Él no forzaba su presencia, pero estaba ahí. Siempre cerca, atento, asegurándose de que no le faltara nada.La convivencia entre ellos era menos tensa que antes. Ya no discutían por cualquier cosa. Fabio había aprendido a no insistir demasiado, a respetar sus silencios, a mantenerse presente sin invadirla y a esperar el momento justo.A veces, cuando Belinda se quedaba dormida en la sala, él la cubría con una manta y apagaba las luces con sumo cuidado. Otras veces, cuando ella pasaba demasiado tiempo sin comer, aparecía con una bandeja con su comida favorita, dejándola en la mesa sin decir nada.Pequeños gestos.Gestos que ella notaba.Y aunque su corazón aún no estaba listo para confiar en él de nuevo, su instinto le decía que Fabio estaba intentando, de verdad, demostrarle que había cambiado.Esa tarde, Belinda es
Aunque Fabio intentó mantener la calma, no pudo evitar que su cuerpo entero se pusiera en tensión.Belinda respiró profundo, su mente, procesando lo que estaba ocurriendo.—Aún faltaban algunos días —susurró, con el temor pintado en su voz.Fabio la sostuvo por los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos.—Todo saldrá bien. Además, recuerda que el médico dijo que a veces algunas primerizas se podían adelantar. El bebé ya está bien, no tienes nada que temer.Aunque habló con seguridad, la verdad es que en el fondo sentía un poco de temor, pero no iba a preocuparla con sus miedos, sabía que ella necesitaba escuchar esas palabras.Belinda asintió, pero sus manos temblaban.Fabio no perdió tiempo.La ayudó a ponerse una bata sobre el camisón, buscó el bolso, el bolso de maternidad, que había visto en la esquina del cuarto.Con cuidado, la cargó en brazos y la llevó hasta el auto.Mientras caminaba, llamó al chofer. Este ya estaba en posición y en menos de un par de minutos estaban en ma
El hospital era un caos de luces blancas, pasos apresurados y murmullos de médicos y enfermeras que iban y venían en la unidad de maternidad. Todo estaba bajo control, o al menos eso creían. Nadie notó cuando una mujer con una sudadera gris con capucha caminó por los pasillos, con la cabeza gacha y el paso calculado.Ady sabía lo que estaba haciendo.Llevaba un par de días observando el lugar, aprendiendo los movimientos del personal, memorizando los cambios de turno, las rondas de los guardias y cada punto ciego de las cámaras de seguridad. Así como tenía vigilada a la misma Belinda.Esperó pacientemente a que llegara la oportunidad perfecta.Y llegó justo cuando Belinda fue ingresada en trabajo de parto.Desde el momento en que la vio llegar en los brazos de Fabio, su mandíbula se apretó con rabia. La imagen de ellos juntos le revolvió las entrañas.Pero nada de eso importaba ahora. Ella estaba ahí por una razón. Y no se iba a marchar sin lo que había ido a buscar.Ady se quedó cer
Fabio sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Las palabras de la enfermera resonaban en su cabeza como un eco interminable "Su hijo fue el niño que se robaron".No. No podía ser cierto. Su mente entró en un torbellino de pánico y furia. Sin pensarlo dos veces, agarró a la enfermera por los hombros.—¿Cómo pudo pasar esto? ¡Se supone que este lugar es seguro! —gritó, su voz temblando de rabia y miedo.La mujer, visiblemente asustada, balbuceó.—Lo-lo siento, señor. No sabemos cómo ocurrió. La policía ya viene en camino...Pero Fabio ya no la escuchaba. Soltó a la enfermera y corrió hacia la salida del hospital, sacando su teléfono para llamar al hombre de seguridad—¡Bloqueen todas las salidas! ¡Nadie sale de este hospital! —ordenó a su equipo de seguridad. —¡Revisen cada auto, cada rincón! ¡Encuentren a mi hijo! Su mente trabajaba a toda velocidad. Ady. Tenía que ser ella. ¿Cómo no lo vio venir? ¿Cómo pudo bajar la guardia?Corrió hacia el estacionamiento, sus ojos revisando fre
El reloj marcaba cada segundo con un ritmo insoportable.Fabio estaba sentado en la habitación del hospital con la cabeza enterrada en las manos, tratando de encontrar una solución, un rastro, una pista, cualquier maldito indicio que los llevara hasta su hijo.Pero la realidad era cruel.No había nada.Nada que les dijera dónde estaba Ady. Nada que les indicara hacia dónde había huido con su bebé.Y mientras él intentaba mantenerse cuerdo, el sol comenzaba a asomarse en el horizonte.Belinda no había dicho una palabra en horas.Después de su colapso, se quedó en la cama, con la mirada perdida en un punto fijo de la pared. No hablaba, no lloraba, no reaccionaba.Solo estaba ahí.Como si el mundo ya no existiera para ella.Fabio la miró con el corazón destrozado.—Bel… —murmuró con cuidado, acercándose.Nada.—La policía sigue buscándolo. Lo encontraremos.Nada.Se inclinó y tomó una de sus manos.Estaba fría.—Por favor, háblame…Nada.Fabio sintió cómo su pecho se apretaba con una ang
Fabio no podía perder más tiempo.Cada segundo que pasaban sin su hijo era una maldita tortura. Y lo que más le dolía era el dolor en los ojos de Belinda, su brillo se iba apagando lentamente y tenía miedo de lo que pudiera pasar.Había hecho llamadas toda la noche, contactando a sus mejores hombres, activando todos sus recursos. Sabía que la policía haría su parte, pero él no iba a quedarse de brazos cruzados sentado, esperando, necesitaba activar su propia gente, mientras más hubiese personas buscando, más rápido darían con él.—Necesito que rastreen cada posible movimiento de Ady —le ordenó a su jefe de seguridad—. Contacten a los mejores detectives, quiero que busquen en cada maldito rincón de esta ciudad y a sus alrededores. A esa mujer no pudo habérsela tragado la tierra.Si jefe de seguridad asintió con determinación.—Ya tenemos un equipo en ello, señor. Pero si esa mujer planeó esto con tanta precisión, significa que tenía un escape organizado.Fabio apretó la mandíbula.—¿
El motor del viejo auto rugió en la carretera desierta mientras Ady apretaba el volante con una sonrisa satisfecha.Había salido de la ciudad sin problemas, conduciendo a través de caminos poco transitados, sin cámaras, sin testigos.El bebé dormía en el asiento trasero, envuelto en una manta suave que había robado del hospital. Dentro de un moisés improvisado con mantas y almohadas.Su pequeña respiración pausada llenaba el auto con un ritmo que, lejos de calmarla, la hacía sonreír con euforia.—Mi niño hermoso —murmuró, sin apartar la vista del camino—. Nadie va a separarnos.Se mojó los labios, sintiendo una oleada de satisfacción recorrer su cuerpo.Le había arrebatado a Belinda lo que más amaba.Había ganado. Que se quedara con Fabio y con el dinero. Ella se quedaría con el tesoro más valioso de su prima y estaba segura de que con ese golpe que le había dado, jamás podría ser feliz, pensó con una sonrisa maliciosa, imaginándose el dolor que, seguramente, estaría sufriendo Belind