El motor del viejo auto rugió en la carretera desierta mientras Ady apretaba el volante con una sonrisa satisfecha.Había salido de la ciudad sin problemas, conduciendo a través de caminos poco transitados, sin cámaras, sin testigos.El bebé dormía en el asiento trasero, envuelto en una manta suave que había robado del hospital. Dentro de un moisés improvisado con mantas y almohadas.Su pequeña respiración pausada llenaba el auto con un ritmo que, lejos de calmarla, la hacía sonreír con euforia.—Mi niño hermoso —murmuró, sin apartar la vista del camino—. Nadie va a separarnos.Se mojó los labios, sintiendo una oleada de satisfacción recorrer su cuerpo.Le había arrebatado a Belinda lo que más amaba.Había ganado. Que se quedara con Fabio y con el dinero. Ella se quedaría con el tesoro más valioso de su prima y estaba segura de que con ese golpe que le había dado, jamás podría ser feliz, pensó con una sonrisa maliciosa, imaginándose el dolor que, seguramente, estaría sufriendo Belind
El sonido de su teléfono vibrando sobre la mesa perforó el denso silencio de la habitación. Fabio se encontraba con la cabeza entre las manos, sin poder contener la desesperación que le corroía por dentro. Repasando una y otra vez las imágenes borrosas de las cámaras de seguridad del hospital. No había pistas concretas, no había rastro, solo la certeza de que su hijo estaba en manos de una mujer peligrosa.Cuando vio el nombre en la pantalla, su estómago se hundió."Hospital Central".Atendió de inmediato.—Aló ¿Qué pasa? —preguntó, su tono cargado de ansiedad.“Señor Rossi, aquí el doctor Valdez. Su esposa ha sufrido un accidente automovilístico”.El corazón de Fabio pareció detenerse, ante la noticia e incluso por un momento, sintió que la tierra se movía bajo sus pies.—¡¿Qué?!“La han traído inconsciente, pero estable. Necesitamos que venga lo antes posible”.Fabio ya estaba de pie, tomando sus llaves.—Voy en camino.El peor miedo de FabioEl hospital estaba iluminado con luces
La lluvia azotaba el parabrisas del Jeep de Fabio mientras avanzaba por el camino rural, tras una nueva pista sobre Ady. Los faros iluminando apenas unos metros de asfalto resbaladizo. Luca, desde el asiento del copiloto, ajustó la mira térmica. —La señal del teléfono de Ady desapareció aquí —murmuró, señalando un desvío cubierto de maleza—. Hay una casa abandonada a dos kilómetros. Fabio apretó el volante. Cada segundo pesaba como una losa. “Tranquila, mi amor, encontraré a nuestro hijo”, susurró para sí mismo, pensado en Belinda que aguardaba en el hospital”. No iba a fallarle, no esta vez. Se bajó del auto, y comenzó a deslizarse entre los árboles con movimientos silenciosos. Su corazón latía con furia contenida, cada músculo de su cuerpo estaba tenso, listo para el enfrentamiento. Sabía que Ady estaba cerca.Las pistas lo habían llevado hasta esa pequeña cabaña en lo profundo del bosque. La información de los detectives, los testimonios de los habitantes del pueblo y los
El disparo retumbó en la cabaña, perforando el aire cargado de lluvia y pólvora. Y aunque Fabio cayó de rodillas, abrazando al bebé contra su pecho. Fue producto de la debilidad causada por la pérdida de sangre que le produjo la herida que le había causado minutos antes Ady. Porque antes de que ella pudiera dispararle nuevamente, resultó herida, por la bala que disparó Lucas.El rostro de Ady se desencajó producto de la rabia, viendo que no pudo lograr su objetivo, sin embargo, estaba decidida a acabar con Fabio como fuera, porque de esa manera haría infeliz a Belinda, así que apuntó de nuevo para dispararle, pero unos de los agentes de policías, se le adelantó y le disparó.Entretanto, Fabio, de rodillas en el suelo, herido, seguía perdiendo sangre. Su respiración se volvió pesada, el dolor era un fuego ardiente en su estómago, pero su mente solo tenía un pensamiento: mantener en sus brazos a su bebé.El llanto del pequeño era un eco lejano en su conciencia, pero su instinto de padre
El aroma a jazmines del ramo junto a la ventana no lograba enmascarar el olor a desinfectante. Belinda mecía a Thiago frente a la claridad gris del amanecer, sus dedos temblorosos acariciando el suave vello de su cabeza. Fabio dormía en la cama contigua, la respiración entrecortada por las costillas fracturadas. Cada vez que sus miradas se cruzaban, ella sentía el abismo entre ellos: un puente de gratitud quebrado por un río de recuerdos venenosos. El tiempo pasó como un susurro. Días enteros en los que Belinda apenas hablaba. Las noches se convertían en un torbellino de insomnio, y aunque su hijo estaba de vuelta en sus brazos, el miedo y la incertidumbre no desaparecían.Cada vez que cerraba los ojos, veía la sombra de Ady, el rostro de Fabio manchado de sangre, el horror de perder a su bebé una vez más.Él estuvo con ella todo el tiempo. Observándola desde la distancia, sin invadir su espacio, respetando su silencio. Se aseguraba de que tuviera todo lo que necesitaba. Pero eso n
Días despuésEl Danubio brillaba bajo el cielo plomizo de Viena, sus aguas serpenteantes reflejando las cúpulas doradas de la ciudad.Belinda ajustó el estuche de su violín sobre el hombro mientras empujaba el coche de Thiago por el puente de los Candados. Cada candado oxidado, cada inicial grabada, le recordaba promesas rotas. El sonido del tren deslizándose sobre las vías resonaba en sus oídos mientras contemplaba el paisaje. Viena se extendía ante sus ojos como una postal de otro mundo.El aire helado de la mañana se colaba por el abrigo, pero Belinda no lo sentía. Todo su cuerpo estaba centrado en una sola cosa, en su bebé.Thiago dormía plácidamente, ajeno a todo. A los cambios, a las despedidas, al peso en el corazón de su madre que se hacía cada vez más intenso.Con un suspiro profundo, se detuvo para observar a su bebé y acariciar su cabecita con suavidad.—Aquí estaremos bien, mi amor —susurró—. Todo estará bien.Pero incluso cuando lo decía, una parte de ella no terminaba d
La noche era un manto pesado sobre la mansión Rossi. Fabio se había refugiado en su oficina, repasando por enésima vez las imágenes que le llegaban de Belinda. Ella sonreía mientras paseaba con Thiago, la brisa jugueteando con su cabello, los ojos llenos de una paz que él había olvidado, cómo se sentía.La extrañaba tanto, pensaba mientras acariciaba con la yema de los dedos la pantalla del móvil.Estaba a punto de apagar su teléfono cuando la puerta se abrió de golpe.—Fabio, cariño, ¿puedo pasar?Su mandíbula se tensó al ver a Regina parada en el umbral. Había regresado a la ciudad hace un par de semanas, y desde ese momento había intentado por todos los medios acercarse a él, a pesar de rechazarla una y otra vez.Llevaba un vestido ajustado que abrazaba sus curvas y tacones altos que resonaban contra el piso. Sus labios rojos se curvaron en una sonrisa perezosa.—¿Qué haces aquí, Regina? —preguntó sin ocultar su fastidio.—Vaya, ni siquiera un “¿cómo estás?” ¡Qué frío eres! —Caminó
Cuando Fabio salió del apartamento de Regina, se fue a su casa. La ira contra su ex, aún palpitaba en su sangre, pero ahora había algo más fuerte, el miedo.Miedo de haber perdido a Belinda para siempre.Comenzó a marcarle, la llamaba una y otra vez, lo hizo desde otros teléfonos porque ella lo había bloqueado, para explicarle lo que verdaderamente había ocurrido con Regina.Sin embargo, Belinda se negaba a contestarle ni los mensajes, ni las llamadas, aunque intentara ciento de veces, cada intento terminaba con la misma respuesta: Silencio.Estaba desesperado, porque sabía que solo explicándole la verdad, ella iba a aceptarlo. Por eso decidió, que la única forma de arreglar esto era en persona.Apretó los puños y cerró los ojos.No importaba cuánto le costara. No iba a perderla.Viena, Austria.Belinda terminó de vestir a Thiago con un enterizo de lana. El frío en Viena era más intenso que nunca, pero no podía quedarse encerrada. No cuando sentía que se ahogaba.Desde el día en que