El aroma a jazmines del ramo junto a la ventana no lograba enmascarar el olor a desinfectante. Belinda mecía a Thiago frente a la claridad gris del amanecer, sus dedos temblorosos acariciando el suave vello de su cabeza. Fabio dormía en la cama contigua, la respiración entrecortada por las costillas fracturadas. Cada vez que sus miradas se cruzaban, ella sentía el abismo entre ellos: un puente de gratitud quebrado por un río de recuerdos venenosos. El tiempo pasó como un susurro. Días enteros en los que Belinda apenas hablaba. Las noches se convertían en un torbellino de insomnio, y aunque su hijo estaba de vuelta en sus brazos, el miedo y la incertidumbre no desaparecían.Cada vez que cerraba los ojos, veía la sombra de Ady, el rostro de Fabio manchado de sangre, el horror de perder a su bebé una vez más.Él estuvo con ella todo el tiempo. Observándola desde la distancia, sin invadir su espacio, respetando su silencio. Se aseguraba de que tuviera todo lo que necesitaba. Pero eso n
Días despuésEl Danubio brillaba bajo el cielo plomizo de Viena, sus aguas serpenteantes reflejando las cúpulas doradas de la ciudad.Belinda ajustó el estuche de su violín sobre el hombro mientras empujaba el coche de Thiago por el puente de los Candados. Cada candado oxidado, cada inicial grabada, le recordaba promesas rotas. El sonido del tren deslizándose sobre las vías resonaba en sus oídos mientras contemplaba el paisaje. Viena se extendía ante sus ojos como una postal de otro mundo.El aire helado de la mañana se colaba por el abrigo, pero Belinda no lo sentía. Todo su cuerpo estaba centrado en una sola cosa, en su bebé.Thiago dormía plácidamente, ajeno a todo. A los cambios, a las despedidas, al peso en el corazón de su madre que se hacía cada vez más intenso.Con un suspiro profundo, se detuvo para observar a su bebé y acariciar su cabecita con suavidad.—Aquí estaremos bien, mi amor —susurró—. Todo estará bien.Pero incluso cuando lo decía, una parte de ella no terminaba d
La noche era un manto pesado sobre la mansión Rossi. Fabio se había refugiado en su oficina, repasando por enésima vez las imágenes que le llegaban de Belinda. Ella sonreía mientras paseaba con Thiago, la brisa jugueteando con su cabello, los ojos llenos de una paz que él había olvidado, cómo se sentía.La extrañaba tanto, pensaba mientras acariciaba con la yema de los dedos la pantalla del móvil.Estaba a punto de apagar su teléfono cuando la puerta se abrió de golpe.—Fabio, cariño, ¿puedo pasar?Su mandíbula se tensó al ver a Regina parada en el umbral. Había regresado a la ciudad hace un par de semanas, y desde ese momento había intentado por todos los medios acercarse a él, a pesar de rechazarla una y otra vez.Llevaba un vestido ajustado que abrazaba sus curvas y tacones altos que resonaban contra el piso. Sus labios rojos se curvaron en una sonrisa perezosa.—¿Qué haces aquí, Regina? —preguntó sin ocultar su fastidio.—Vaya, ni siquiera un “¿cómo estás?” ¡Qué frío eres! —Caminó
Cuando Fabio salió del apartamento de Regina, se fue a su casa. La ira contra su ex, aún palpitaba en su sangre, pero ahora había algo más fuerte, el miedo.Miedo de haber perdido a Belinda para siempre.Comenzó a marcarle, la llamaba una y otra vez, lo hizo desde otros teléfonos porque ella lo había bloqueado, para explicarle lo que verdaderamente había ocurrido con Regina.Sin embargo, Belinda se negaba a contestarle ni los mensajes, ni las llamadas, aunque intentara ciento de veces, cada intento terminaba con la misma respuesta: Silencio.Estaba desesperado, porque sabía que solo explicándole la verdad, ella iba a aceptarlo. Por eso decidió, que la única forma de arreglar esto era en persona.Apretó los puños y cerró los ojos.No importaba cuánto le costara. No iba a perderla.Viena, Austria.Belinda terminó de vestir a Thiago con un enterizo de lana. El frío en Viena era más intenso que nunca, pero no podía quedarse encerrada. No cuando sentía que se ahogaba.Desde el día en que
El teatro de Viena estaba lleno hasta el último asiento. Las luces tenues iluminaban los rostros expectantes del público, y en el aire flotaba esa tensión única que precede a un gran espectáculo.Fabio se acomodó en la butaca de la primera fila, su cuerpo rígido por la ansiedad. Sentía el corazón latir con fuerza en el pecho, como si presintiera que esta noche marcaría un antes y un después.Había esperado meses para verla de nuevo.Y ahora, allí estaba.Cuando las luces se atenuaron por completo y un solo foco iluminó el escenario, Belinda apareció.Vestida con un elegante vestido negro de seda, que abrazaba su figura con sofisticación y delicadeza. Su cabello recogido en un moño alto, dejando al descubierto la curva elegante de su cuello.Sostenía su violín con la seguridad de alguien que había nacido para ese momento.Fabio contuvo el aliento.Ella estaba deslumbrante.La ovación inicial se apagó cuando el director levantó la batuta. El silencio envolvió la sala como un velo, y en
El beso se profundizó, sus lenguas encontrándose en una danza familiar y añorada. Fabio la acorraló contra la pared, presionando su cuerpo contra el de ella. Belinda dejó escapar un gemido suave, perdiéndose en la sensación.Por un momento, todo desapareció. Solo eran ellos dos, fundiéndose en un beso que amenazaba con consumirlos.Pero entonces, la realidad golpeó a Belinda como un balde de agua fría.Se apartó bruscamente, jadeando, con los ojos llenos de lágrimas.—No... no puedo hacer esto —susurró, su voz quebrada.Fabio intentó acercarse de nuevo, pero ella levantó una mano para detenerlo.—Por favor, no —pidió, evitando su mirada.—Belinda...Un sollozo escapó de la garganta de Belinda. Quería creerle desesperadamente, pero el miedo era más fuerte.—No puedo, Fabio. No puedo arriesgarme a salir herida otra vez.Él la miró con determinación.—Entonces, déjame demostrártelo. Dame una oportunidad de probarte que digo la verdad.Belinda dudó. Su corazón gritaba que lo aceptara, que
El teléfono casi se deslizó de las manos de Belinda.—¿Qué… qué dijiste? —susurró, sintiendo cómo la sangre abandonaba su rostro.“El señor Fabio tuvo un accidente” repitió Luca, su voz grave “Está en la clínica San Viktor”.Un zumbido sordo llenó los oídos de Belinda. Sintió el estómago revuelto y las manos frías como el mármol.—¿Está… está vivo? —preguntó, con un hilo de voz.“Sí, pero llegó en muy mal estado, no se sabe si pueda salir con vida de todo esto”.Dejó caer el teléfono. Su corazón se detuvo por un segundo y luego, el miedo la golpeó con toda su intensidad.Fabio.Dios, no.La respiración de Belinda se volvió errática. Sentía que su pecho se comprimía con cada palabra de Luca.Un segundo. Solo un segundo antes de que todo su cuerpo entrara en movimiento.Caminó por el apartamento sin rumbo, con la vista nublada por las lágrimas que aún no caían. Su mente procesaba lo que acababa de escuchar, pero no lograba asimilarlo.Fabio estaba herido. Fabio estaba en peligro. Fabio
Sala de espera en el quirófano tres. Belinda esperó en una silla, las manos entrelazadas como en oración. Cada minuto era una eternidad, cada pitido de los monitores, un recordatorio de lo frágil que era la vida. Las horas pasaban lentas, pesadas como el plomo. La sala de espera de la clínica era fría, aséptica, con el brillo artificial de los fluorescentes zumbando en el techo.Belinda se abrazó a sí misma, tratando de contener el temblor en su cuerpo. La culpa y el miedo se enredaban en su pecho como cadenas de hierro, y cada minuto que pasaba sin noticias la asfixiaba más.Fabio estaba en el quirófano. Luchando y ella tenía miedo, de perderlo, de no poder sincerarse con él y hacerle saber sus sentimientos.Luca, sentado a su lado, le ofreció un vaso de café humeante.—Bebe algo —dijo con voz ronca, visiblemente agotado.Belinda lo miró por un momento antes de aceptar el vaso con manos temblorosas. El líquido caliente apenas logró calentarla por dentro.—No puedo perderlo —susurr