El teléfono casi se deslizó de las manos de Belinda.—¿Qué… qué dijiste? —susurró, sintiendo cómo la sangre abandonaba su rostro.“El señor Fabio tuvo un accidente” repitió Luca, su voz grave “Está en la clínica San Viktor”.Un zumbido sordo llenó los oídos de Belinda. Sintió el estómago revuelto y las manos frías como el mármol.—¿Está… está vivo? —preguntó, con un hilo de voz.“Sí, pero llegó en muy mal estado, no se sabe si pueda salir con vida de todo esto”.Dejó caer el teléfono. Su corazón se detuvo por un segundo y luego, el miedo la golpeó con toda su intensidad.Fabio.Dios, no.La respiración de Belinda se volvió errática. Sentía que su pecho se comprimía con cada palabra de Luca.Un segundo. Solo un segundo antes de que todo su cuerpo entrara en movimiento.Caminó por el apartamento sin rumbo, con la vista nublada por las lágrimas que aún no caían. Su mente procesaba lo que acababa de escuchar, pero no lograba asimilarlo.Fabio estaba herido. Fabio estaba en peligro. Fabio
Sala de espera en el quirófano tres. Belinda esperó en una silla, las manos entrelazadas como en oración. Cada minuto era una eternidad, cada pitido de los monitores, un recordatorio de lo frágil que era la vida. Las horas pasaban lentas, pesadas como el plomo. La sala de espera de la clínica era fría, aséptica, con el brillo artificial de los fluorescentes zumbando en el techo.Belinda se abrazó a sí misma, tratando de contener el temblor en su cuerpo. La culpa y el miedo se enredaban en su pecho como cadenas de hierro, y cada minuto que pasaba sin noticias la asfixiaba más.Fabio estaba en el quirófano. Luchando y ella tenía miedo, de perderlo, de no poder sincerarse con él y hacerle saber sus sentimientos.Luca, sentado a su lado, le ofreció un vaso de café humeante.—Bebe algo —dijo con voz ronca, visiblemente agotado.Belinda lo miró por un momento antes de aceptar el vaso con manos temblorosas. El líquido caliente apenas logró calentarla por dentro.—No puedo perderlo —susurr
El médico la guió por pasillos interminables hasta llegar a la unidad de cuidados intensivos. Antes de entrar, le entregó una bata, un gorro y una mascarilla.—Póngase esto —indicó—. Y recuerde, solo son cinco minutos.Belinda se colocó el equipo con manos temblorosas, mientras el médico la esperaba afuera. Su corazón latía desbocado mientras seguía al médico hacia la habitación de Fabio.Nada podría haberla preparado para lo que vio.Fabio yacía inmóvil en la cama, rodeado de máquinas que pitaban y zumbaban. Tubos y cables salían de su cuerpo por todas partes. Su rostro, normalmente fuerte y decidido, estaba hinchado y cubierto de moretones. Un tubo en su boca lo ayudaba a respirar.Belinda sintió que le faltaba el aire. —Oh, Dios mío... Fabio... —sollozó, acercándose con pasos vacilantes.Se detuvo junto a la cama, temerosa de tocarlo. Parecía tan frágil, tan roto.—Los dejaré solos —murmuró el médico, retirándose discretamente.Belinda tomó la mano de Fabio entre las suyas. Estaba
El sonido de voces lejanas la arrastró de vuelta a la realidad.Belinda despertó con un jadeo, el corazón latiendo como un tambor de guerra. Abrió los ojos de golpe, su respiración agitada y su cuerpo empapado en un sudor frío. La luz blanca del techo la cegó por un momento, y el olor a antiséptico le recordó dónde estaba. Intentó sentarse, pero una enfermera la detuvo con suavidad. —Tranquila, señora. Todo está bien. Se recostó de nuevo, mientras los recuerdos llegaban a ella, el pasillo de la unidad de cuidados intensivos se desplegó frente a ella como un recuerdo borroso. La luz blanca, el olor a desinfectante, los murmullos de médicos y enfermeras…Pero entonces, la razón de su angustia la golpeó con fuerza.Fabio.Se levantó de inmediato, pero una enfermera la detuvo con suavidad.—Señora, por favor, debe calmarse —le dijo con voz tranquilizadora.Belinda la miró con los ojos llenos de desesperación.—Mi esposo… quiero ver a Fabio —rogó con un hilo de voz.La enfermera inte
El sonido de los monitores de la habitación de Fabio era lo único que rompía el silencio en aquel espacio estéril. Belinda no soltaba su mano, aferrándose a la calidez de su piel, sintiendo cada latido débil, pero constante.Los médicos habían dicho que su despertar era un buen indicio; sin embargo, la recuperación sería larga y difícil. Fabio aún no podía hablar, su cuerpo estaba débil, y su estado seguía siendo crítico.Aun así, estaba vivo.Y Belinda se aferraba a ese milagro con todas sus fuerzas.—Vas a salir de esto —susurró, apoyando su frente en el dorso de su mano—. No me importa cuánto tiempo tome, estaré aquí.Luca permanecía en la esquina de la habitación, observando en silencio. Sabía que Fabio no querría que nadie lo viera en ese estado vulnerable, pero en ese momento, no había orgullo ni fuerza que valiera más que la lucha por su vida.—Voy a buscar algo de comer —dijo Luca en voz baja, dándole espacio.Cuando se quedó sola, Belinda acarició la mejilla de Fabio con ter
El día que dieron de alta a Fabio, el aire en el hospital se sintió más ligero. Belinda había pasado tantas noches en vela en ese lugar que casi se había acostumbrado a la rutina del monitor cardíaco, el olor a desinfectante y el murmullo de las enfermeras.Pero ahora, finalmente, era hora de irse.Belinda ayudó a Fabio a vestirse con cuidado, deslizándole la camisa por los brazos con la misma delicadeza con la que había sostenido su mano durante semanas. Él intentó hacer un comentario, algo sarcástico, algo que aligerara el momento, pero su voz seguía débil.Aun así, la miró con una media sonrisa.—No te emociones tanto… sigo aquí.Belinda rio entre lágrimas, negando con la cabeza.—Idiota.Fabio extendió su mano, con esfuerzo, y ella la tomó de inmediato, entrelazando sus dedos.Él estaba aquí. Con ella.Cuando Luca llegó con la silla de ruedas, Fabio frunció el ceño, pero no discutió. No tenía la fuerza para hacerlo.El viaje en automóvil hasta la nueva casa fue silencioso. Fabio
Las semanas pasaron con una velocidad vertiginosa. Fabio se recuperaba a pasos agigantados, sorprendiendo a médicos y terapeutas. Su determinación y la fuerza de su carácter lo empujaban cada día a mejorar. Aunque el proceso fue largo y doloroso, Belinda estuvo a su lado en cada momento, dándole la motivación que necesitaba.Ahora, podía caminar sin ayuda, sus manos habían recuperado su destreza y su voz volvía a ser fuerte, aunque con un matiz más profundo. Se había convertido en un hombre nuevo, más fuerte, más consciente del valor de su vida y de su familia.Y Belinda lo sabía.Por eso, quería hacer algo especial.Quería dar el siguiente paso.Quería hacer algo que no era común, después de todo eran los hombres quienes pedían matrimonio a las mujeres, no al revés, pero ella estaba dispuesta a hacer lo contraria.Así que esa mañana, mientras Fabio asistía a su última sesión de terapia, Belinda caminó por las calles de Viena hasta llegar a una exclusiva joyería en el centro de la ciu
El avión aterrizó en Dakota bajo un cielo despejado. Desde el avión, la tierra que alguna vez había sido su hogar se extendía como un recordatorio de todo lo que habían vivido, de cada momento que habían compartido, de cada lágrima y cada sonrisa.Esta vez, sin embargo, no volvían solos.Thiago dormía plácidamente en brazos de su madre mientras el avión descendía, ajeno a la razón que los llevaba de vuelta.El sol bañando la pista con una luz dorada que parecía dar la bienvenida a la familia. Cuando bajaron del avión, Fabio tomó una gran bocanada de aire, sintiendo el peso de los recuerdos.Belinda ajustó el portabebés donde Thiago dormía plácidamente, mientras Fabio cargaba las maletas con una sonrisa tranquila. Habían dejado atrás Viena, sus calles empedradas y sus cafés acogedores, para regresar al lugar donde todo había comenzado. —¿Lista? —preguntó Fabio, extendiendo su mano hacia Belinda. Ella la tomó, sintiendo el anillo de compromiso rozar su piel. —Lista —respondió, co