El médico la guió por pasillos interminables hasta llegar a la unidad de cuidados intensivos. Antes de entrar, le entregó una bata, un gorro y una mascarilla.—Póngase esto —indicó—. Y recuerde, solo son cinco minutos.Belinda se colocó el equipo con manos temblorosas, mientras el médico la esperaba afuera. Su corazón latía desbocado mientras seguía al médico hacia la habitación de Fabio.Nada podría haberla preparado para lo que vio.Fabio yacía inmóvil en la cama, rodeado de máquinas que pitaban y zumbaban. Tubos y cables salían de su cuerpo por todas partes. Su rostro, normalmente fuerte y decidido, estaba hinchado y cubierto de moretones. Un tubo en su boca lo ayudaba a respirar.Belinda sintió que le faltaba el aire. —Oh, Dios mío... Fabio... —sollozó, acercándose con pasos vacilantes.Se detuvo junto a la cama, temerosa de tocarlo. Parecía tan frágil, tan roto.—Los dejaré solos —murmuró el médico, retirándose discretamente.Belinda tomó la mano de Fabio entre las suyas. Estaba
El sonido de voces lejanas la arrastró de vuelta a la realidad.Belinda despertó con un jadeo, el corazón latiendo como un tambor de guerra. Abrió los ojos de golpe, su respiración agitada y su cuerpo empapado en un sudor frío. La luz blanca del techo la cegó por un momento, y el olor a antiséptico le recordó dónde estaba. Intentó sentarse, pero una enfermera la detuvo con suavidad. —Tranquila, señora. Todo está bien. Se recostó de nuevo, mientras los recuerdos llegaban a ella, el pasillo de la unidad de cuidados intensivos se desplegó frente a ella como un recuerdo borroso. La luz blanca, el olor a desinfectante, los murmullos de médicos y enfermeras…Pero entonces, la razón de su angustia la golpeó con fuerza.Fabio.Se levantó de inmediato, pero una enfermera la detuvo con suavidad.—Señora, por favor, debe calmarse —le dijo con voz tranquilizadora.Belinda la miró con los ojos llenos de desesperación.—Mi esposo… quiero ver a Fabio —rogó con un hilo de voz.La enfermera inte
El sonido de los monitores de la habitación de Fabio era lo único que rompía el silencio en aquel espacio estéril. Belinda no soltaba su mano, aferrándose a la calidez de su piel, sintiendo cada latido débil, pero constante.Los médicos habían dicho que su despertar era un buen indicio; sin embargo, la recuperación sería larga y difícil. Fabio aún no podía hablar, su cuerpo estaba débil, y su estado seguía siendo crítico.Aun así, estaba vivo.Y Belinda se aferraba a ese milagro con todas sus fuerzas.—Vas a salir de esto —susurró, apoyando su frente en el dorso de su mano—. No me importa cuánto tiempo tome, estaré aquí.Luca permanecía en la esquina de la habitación, observando en silencio. Sabía que Fabio no querría que nadie lo viera en ese estado vulnerable, pero en ese momento, no había orgullo ni fuerza que valiera más que la lucha por su vida.—Voy a buscar algo de comer —dijo Luca en voz baja, dándole espacio.Cuando se quedó sola, Belinda acarició la mejilla de Fabio con ter
El día que dieron de alta a Fabio, el aire en el hospital se sintió más ligero. Belinda había pasado tantas noches en vela en ese lugar que casi se había acostumbrado a la rutina del monitor cardíaco, el olor a desinfectante y el murmullo de las enfermeras.Pero ahora, finalmente, era hora de irse.Belinda ayudó a Fabio a vestirse con cuidado, deslizándole la camisa por los brazos con la misma delicadeza con la que había sostenido su mano durante semanas. Él intentó hacer un comentario, algo sarcástico, algo que aligerara el momento, pero su voz seguía débil.Aun así, la miró con una media sonrisa.—No te emociones tanto… sigo aquí.Belinda rio entre lágrimas, negando con la cabeza.—Idiota.Fabio extendió su mano, con esfuerzo, y ella la tomó de inmediato, entrelazando sus dedos.Él estaba aquí. Con ella.Cuando Luca llegó con la silla de ruedas, Fabio frunció el ceño, pero no discutió. No tenía la fuerza para hacerlo.El viaje en automóvil hasta la nueva casa fue silencioso. Fabio
Las semanas pasaron con una velocidad vertiginosa. Fabio se recuperaba a pasos agigantados, sorprendiendo a médicos y terapeutas. Su determinación y la fuerza de su carácter lo empujaban cada día a mejorar. Aunque el proceso fue largo y doloroso, Belinda estuvo a su lado en cada momento, dándole la motivación que necesitaba.Ahora, podía caminar sin ayuda, sus manos habían recuperado su destreza y su voz volvía a ser fuerte, aunque con un matiz más profundo. Se había convertido en un hombre nuevo, más fuerte, más consciente del valor de su vida y de su familia.Y Belinda lo sabía.Por eso, quería hacer algo especial.Quería dar el siguiente paso.Quería hacer algo que no era común, después de todo eran los hombres quienes pedían matrimonio a las mujeres, no al revés, pero ella estaba dispuesta a hacer lo contraria.Así que esa mañana, mientras Fabio asistía a su última sesión de terapia, Belinda caminó por las calles de Viena hasta llegar a una exclusiva joyería en el centro de la ciu
El avión aterrizó en Dakota bajo un cielo despejado. Desde el avión, la tierra que alguna vez había sido su hogar se extendía como un recordatorio de todo lo que habían vivido, de cada momento que habían compartido, de cada lágrima y cada sonrisa.Esta vez, sin embargo, no volvían solos.Thiago dormía plácidamente en brazos de su madre mientras el avión descendía, ajeno a la razón que los llevaba de vuelta.El sol bañando la pista con una luz dorada que parecía dar la bienvenida a la familia. Cuando bajaron del avión, Fabio tomó una gran bocanada de aire, sintiendo el peso de los recuerdos.Belinda ajustó el portabebés donde Thiago dormía plácidamente, mientras Fabio cargaba las maletas con una sonrisa tranquila. Habían dejado atrás Viena, sus calles empedradas y sus cafés acogedores, para regresar al lugar donde todo había comenzado. —¿Lista? —preguntó Fabio, extendiendo su mano hacia Belinda. Ella la tomó, sintiendo el anillo de compromiso rozar su piel. —Lista —respondió, co
La luna brillaba alta en el cielo de Dakota, iluminando el jardín donde Fabio y Belinda habían sellado su promesa de amor. Dentro de la casa, el silencio solo era interrumpido por el suave murmullo del viento que acariciaba las cortinas. Thiago dormía profundamente en su cuna, ajeno al fuego que ardía entre sus padres. Fabio llevó a Belinda en brazos por el pasillo, y la recostó en la cama, sus ojos se encontraron en la penumbra, comunicando sin palabras todo lo que sentían. Belinda extendió su mano para acariciar el rostro de Fabio, trazando con sus dedos la línea de su mandíbula. Él cerró los ojos, dejándose llevar por la suavidad de su toque.Él se inclinó y capturó sus labios en un beso profundo, lento y lleno de promesas. Sus manos exploraron su cuerpo con familiaridad y reverencia, como si estuvieran redescubriéndose después de años de separación. —Eres tan hermosa —murmuró contra su piel, mientras deslizaba los dedos por su cuello, sus hombros, hasta llegar a la cremallera
El sol de Dakota brillaba con una intensidad cálida, iluminando los días que transcurrían en una mezcla de emoción, nervios y expectativas. Desde el momento en que Fabio aceptó casarse con Belinda, todo se había convertido en un torbellino de planes, decisiones y preparativos.Para Belinda, organizar la boda era más que solo un evento. Era la culminación de una etapa y el inicio de una historia de amor marcada por pruebas, sacrificios y un vínculo inquebrantable.Habían decidido celebrar la ceremonia en Dakota, en una finca rodeada de campos dorados y árboles que danzaban con el viento. Un lugar donde la vida se sentía pura, donde podrían unir sus almas bajo el cielo que los había visto encontrarse y separarse tantas veces.La lista de pendientes parecía interminable: elegir el vestido, el traje de Fabio, las flores, la música, el menú, las sillas, mesas, decoración. Afortunadamente, contaban con la ayuda del mismo Fabio, su madre, algunos empleados y de Luca, quien se encargaba de lo