Aunque Fabio intentó mantener la calma, no pudo evitar que su cuerpo entero se pusiera en tensión.Belinda respiró profundo, su mente, procesando lo que estaba ocurriendo.—Aún faltaban algunos días —susurró, con el temor pintado en su voz.Fabio la sostuvo por los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos.—Todo saldrá bien. Además, recuerda que el médico dijo que a veces algunas primerizas se podían adelantar. El bebé ya está bien, no tienes nada que temer.Aunque habló con seguridad, la verdad es que en el fondo sentía un poco de temor, pero no iba a preocuparla con sus miedos, sabía que ella necesitaba escuchar esas palabras.Belinda asintió, pero sus manos temblaban.Fabio no perdió tiempo.La ayudó a ponerse una bata sobre el camisón, buscó el bolso, el bolso de maternidad, que había visto en la esquina del cuarto.Con cuidado, la cargó en brazos y la llevó hasta el auto.Mientras caminaba, llamó al chofer. Este ya estaba en posición y en menos de un par de minutos estaban en ma
El hospital era un caos de luces blancas, pasos apresurados y murmullos de médicos y enfermeras que iban y venían en la unidad de maternidad. Todo estaba bajo control, o al menos eso creían. Nadie notó cuando una mujer con una sudadera gris con capucha caminó por los pasillos, con la cabeza gacha y el paso calculado.Ady sabía lo que estaba haciendo.Llevaba un par de días observando el lugar, aprendiendo los movimientos del personal, memorizando los cambios de turno, las rondas de los guardias y cada punto ciego de las cámaras de seguridad. Así como tenía vigilada a la misma Belinda.Esperó pacientemente a que llegara la oportunidad perfecta.Y llegó justo cuando Belinda fue ingresada en trabajo de parto.Desde el momento en que la vio llegar en los brazos de Fabio, su mandíbula se apretó con rabia. La imagen de ellos juntos le revolvió las entrañas.Pero nada de eso importaba ahora. Ella estaba ahí por una razón. Y no se iba a marchar sin lo que había ido a buscar.Ady se quedó cer
Fabio sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Las palabras de la enfermera resonaban en su cabeza como un eco interminable "Su hijo fue el niño que se robaron".No. No podía ser cierto. Su mente entró en un torbellino de pánico y furia. Sin pensarlo dos veces, agarró a la enfermera por los hombros.—¿Cómo pudo pasar esto? ¡Se supone que este lugar es seguro! —gritó, su voz temblando de rabia y miedo.La mujer, visiblemente asustada, balbuceó.—Lo-lo siento, señor. No sabemos cómo ocurrió. La policía ya viene en camino...Pero Fabio ya no la escuchaba. Soltó a la enfermera y corrió hacia la salida del hospital, sacando su teléfono para llamar al hombre de seguridad—¡Bloqueen todas las salidas! ¡Nadie sale de este hospital! —ordenó a su equipo de seguridad. —¡Revisen cada auto, cada rincón! ¡Encuentren a mi hijo! Su mente trabajaba a toda velocidad. Ady. Tenía que ser ella. ¿Cómo no lo vio venir? ¿Cómo pudo bajar la guardia?Corrió hacia el estacionamiento, sus ojos revisando fre
El reloj marcaba cada segundo con un ritmo insoportable.Fabio estaba sentado en la habitación del hospital con la cabeza enterrada en las manos, tratando de encontrar una solución, un rastro, una pista, cualquier maldito indicio que los llevara hasta su hijo.Pero la realidad era cruel.No había nada.Nada que les dijera dónde estaba Ady. Nada que les indicara hacia dónde había huido con su bebé.Y mientras él intentaba mantenerse cuerdo, el sol comenzaba a asomarse en el horizonte.Belinda no había dicho una palabra en horas.Después de su colapso, se quedó en la cama, con la mirada perdida en un punto fijo de la pared. No hablaba, no lloraba, no reaccionaba.Solo estaba ahí.Como si el mundo ya no existiera para ella.Fabio la miró con el corazón destrozado.—Bel… —murmuró con cuidado, acercándose.Nada.—La policía sigue buscándolo. Lo encontraremos.Nada.Se inclinó y tomó una de sus manos.Estaba fría.—Por favor, háblame…Nada.Fabio sintió cómo su pecho se apretaba con una ang
Fabio no podía perder más tiempo.Cada segundo que pasaban sin su hijo era una maldita tortura. Y lo que más le dolía era el dolor en los ojos de Belinda, su brillo se iba apagando lentamente y tenía miedo de lo que pudiera pasar.Había hecho llamadas toda la noche, contactando a sus mejores hombres, activando todos sus recursos. Sabía que la policía haría su parte, pero él no iba a quedarse de brazos cruzados sentado, esperando, necesitaba activar su propia gente, mientras más hubiese personas buscando, más rápido darían con él.—Necesito que rastreen cada posible movimiento de Ady —le ordenó a su jefe de seguridad—. Contacten a los mejores detectives, quiero que busquen en cada maldito rincón de esta ciudad y a sus alrededores. A esa mujer no pudo habérsela tragado la tierra.Si jefe de seguridad asintió con determinación.—Ya tenemos un equipo en ello, señor. Pero si esa mujer planeó esto con tanta precisión, significa que tenía un escape organizado.Fabio apretó la mandíbula.—¿
El motor del viejo auto rugió en la carretera desierta mientras Ady apretaba el volante con una sonrisa satisfecha.Había salido de la ciudad sin problemas, conduciendo a través de caminos poco transitados, sin cámaras, sin testigos.El bebé dormía en el asiento trasero, envuelto en una manta suave que había robado del hospital. Dentro de un moisés improvisado con mantas y almohadas.Su pequeña respiración pausada llenaba el auto con un ritmo que, lejos de calmarla, la hacía sonreír con euforia.—Mi niño hermoso —murmuró, sin apartar la vista del camino—. Nadie va a separarnos.Se mojó los labios, sintiendo una oleada de satisfacción recorrer su cuerpo.Le había arrebatado a Belinda lo que más amaba.Había ganado. Que se quedara con Fabio y con el dinero. Ella se quedaría con el tesoro más valioso de su prima y estaba segura de que con ese golpe que le había dado, jamás podría ser feliz, pensó con una sonrisa maliciosa, imaginándose el dolor que, seguramente, estaría sufriendo Belind
El sonido de su teléfono vibrando sobre la mesa perforó el denso silencio de la habitación. Fabio se encontraba con la cabeza entre las manos, sin poder contener la desesperación que le corroía por dentro. Repasando una y otra vez las imágenes borrosas de las cámaras de seguridad del hospital. No había pistas concretas, no había rastro, solo la certeza de que su hijo estaba en manos de una mujer peligrosa.Cuando vio el nombre en la pantalla, su estómago se hundió."Hospital Central".Atendió de inmediato.—Aló ¿Qué pasa? —preguntó, su tono cargado de ansiedad.“Señor Rossi, aquí el doctor Valdez. Su esposa ha sufrido un accidente automovilístico”.El corazón de Fabio pareció detenerse, ante la noticia e incluso por un momento, sintió que la tierra se movía bajo sus pies.—¡¿Qué?!“La han traído inconsciente, pero estable. Necesitamos que venga lo antes posible”.Fabio ya estaba de pie, tomando sus llaves.—Voy en camino.El peor miedo de FabioEl hospital estaba iluminado con luces
La lluvia azotaba el parabrisas del Jeep de Fabio mientras avanzaba por el camino rural, tras una nueva pista sobre Ady. Los faros iluminando apenas unos metros de asfalto resbaladizo. Luca, desde el asiento del copiloto, ajustó la mira térmica. —La señal del teléfono de Ady desapareció aquí —murmuró, señalando un desvío cubierto de maleza—. Hay una casa abandonada a dos kilómetros. Fabio apretó el volante. Cada segundo pesaba como una losa. “Tranquila, mi amor, encontraré a nuestro hijo”, susurró para sí mismo, pensado en Belinda que aguardaba en el hospital”. No iba a fallarle, no esta vez. Se bajó del auto, y comenzó a deslizarse entre los árboles con movimientos silenciosos. Su corazón latía con furia contenida, cada músculo de su cuerpo estaba tenso, listo para el enfrentamiento. Sabía que Ady estaba cerca.Las pistas lo habían llevado hasta esa pequeña cabaña en lo profundo del bosque. La información de los detectives, los testimonios de los habitantes del pueblo y los