La celda de Ady era un espacio sombrío, pero su mente estaba más oscura aún. Desde que su intento de reducir la condena había sido frustrado por Fabio, había comenzado a planear algo más audaz. No iba a pasar el resto de su vida encerrada entre esas paredes.No.Ella no era una criminal. No se veía a sí misma como una delincuente común. Creía que había sido víctima de un sistema corrupto, porque lo ocurrido con Sasha era solo un accidente, y la traición de su propia familia y, sobre todo, de la existencia de Belinda Bernal. No iba a dejar que esa maldita mujer ganara.Observó, escuchó, analizó. La cárcel tenía su propio ecosistema, su propia ley, y Ady había aprendido a moverse en él con la destreza de un depredador. La primera semana tras su condena fue un infierno: insultos, empujones, miradas desafiantes que le dejaban claro que allí no era nadie.Pero ella no estaba dispuesta a seguir en el fondo de la cadena alimenticia. Sabía que, si quería tener algún tipo de poder, debía gana
Por fin llegó el día esperado. La noche cayó sobre la prisión con un manto de sombras y un silencio pesado, interrumpido solo por el sonido de pasos arrastrándose sobre el suelo de cemento y el murmullo ocasional de reclusas que aún no se resignaban al sueño.Para Ady, esa no era una noche cualquiera.Era la noche en que recuperaría su libertad.La noche en que volvería a tomar control de su destino.El aire en su celda olía a humedad y metal oxidado, pero ella ya no lo notaba. Solo podía concentrarse en cada detalle de su plan, en cada paso meticulosamente orquestado para asegurarse de que no fallara.Su sangre hervía con la emoción contenida.Había esperado demasiado por esto. Y ahora, era el momento de actuar.Las luces de los pasillos comenzaron a atenuarse.Ady se puso de pie lentamente, estirando los músculos y tomando una respiración profunda. Su celda estaba justo al final del bloque, una ventaja que había tomado en cuenta en su plan de escape.Desde su posición, pudo ver a Cl
El silencio en la casa de Fabio se sintió más pesado a partir de ese momento. A pesar de las luces encendidas y la seguridad reforzada, Belinda no podía evitar sentir que la oscuridad la rodeaba, que en cualquier momento, desde algún rincón, Ady surgiría como una sombra dispuesta a arrancarle lo poco de paz que había logrado recuperar.La noticia de su fuga la había golpeado como un puñetazo en el estómago.Ady estaba libre. Eso significaba que estaba en peligro.Ella y su hijo.—No... no puede ser —susurró con voz temblorosa, aferrándose a su vientre como si con eso pudiera proteger a su bebé—. Tengo miedo, Fabio.El terror se instaló en su pecho como una garra heladaFabio se acercó de inmediato, sosteniéndola de los brazos, intentando transmitirle algo de seguridad.— No tienes por qué tener miedo, estaré contigo, no voy a dejarte sola. Voy a hacerme cargo de esto, Belinda. No voy a permitir que te acerque —su voz era firme, segura, pero ella no podía calmarse.—¡No lo entiendes! —
La ciudad resplandecía bajo las luces nocturnas, bulliciosa y llena de vida, pero para Ady, era un mundo que debía recorrer en las sombras. No podía darse el lujo de ser reconocida. No aún. Había escapado de la cárcel y luego se había ido de la ciudad, pero no iba a permanecer por mucho más tiempo, tenía una deuda pendiente por cobrar y no quería esperar más.Bajó del taxi con el rostro oculto bajo la capucha de su abrigo y se deslizó entre la multitud sin llamar la atención. Se detuvo frente a un pequeño motel de mala muerte y miró alrededor con cautela antes de entrar.El recepcionista, un hombre delgado con el rostro marcado por cicatrices, apenas le prestó atención cuando dejó unos billetes sobre el mostrador.—¿Cuánto tiempo? —preguntó él, hojeando los billetes.—Una semana —respondió Ady con voz baja.El hombre asintió y le entregó una llave sin hacer preguntas.Subió las escaleras con rapidez y se encerró en la habitación que le habían asignado. Era un lugar deprimente, con un
Los días continuaron pasando y, aunque el miedo seguía anclado en el pecho de Belinda, poco a poco comenzó a acostumbrarse a la nueva rutina dentro de la mansión de Fabio.Él no forzaba su presencia, pero estaba ahí. Siempre cerca, atento, asegurándose de que no le faltara nada.La convivencia entre ellos era menos tensa que antes. Ya no discutían por cualquier cosa. Fabio había aprendido a no insistir demasiado, a respetar sus silencios, a mantenerse presente sin invadirla y a esperar el momento justo.A veces, cuando Belinda se quedaba dormida en la sala, él la cubría con una manta y apagaba las luces con sumo cuidado. Otras veces, cuando ella pasaba demasiado tiempo sin comer, aparecía con una bandeja con su comida favorita, dejándola en la mesa sin decir nada.Pequeños gestos.Gestos que ella notaba.Y aunque su corazón aún no estaba listo para confiar en él de nuevo, su instinto le decía que Fabio estaba intentando, de verdad, demostrarle que había cambiado.Esa tarde, Belinda es
Aunque Fabio intentó mantener la calma, no pudo evitar que su cuerpo entero se pusiera en tensión.Belinda respiró profundo, su mente, procesando lo que estaba ocurriendo.—Aún faltaban algunos días —susurró, con el temor pintado en su voz.Fabio la sostuvo por los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos.—Todo saldrá bien. Además, recuerda que el médico dijo que a veces algunas primerizas se podían adelantar. El bebé ya está bien, no tienes nada que temer.Aunque habló con seguridad, la verdad es que en el fondo sentía un poco de temor, pero no iba a preocuparla con sus miedos, sabía que ella necesitaba escuchar esas palabras.Belinda asintió, pero sus manos temblaban.Fabio no perdió tiempo.La ayudó a ponerse una bata sobre el camisón, buscó el bolso, el bolso de maternidad, que había visto en la esquina del cuarto.Con cuidado, la cargó en brazos y la llevó hasta el auto.Mientras caminaba, llamó al chofer. Este ya estaba en posición y en menos de un par de minutos estaban en ma
El hospital era un caos de luces blancas, pasos apresurados y murmullos de médicos y enfermeras que iban y venían en la unidad de maternidad. Todo estaba bajo control, o al menos eso creían. Nadie notó cuando una mujer con una sudadera gris con capucha caminó por los pasillos, con la cabeza gacha y el paso calculado.Ady sabía lo que estaba haciendo.Llevaba un par de días observando el lugar, aprendiendo los movimientos del personal, memorizando los cambios de turno, las rondas de los guardias y cada punto ciego de las cámaras de seguridad. Así como tenía vigilada a la misma Belinda.Esperó pacientemente a que llegara la oportunidad perfecta.Y llegó justo cuando Belinda fue ingresada en trabajo de parto.Desde el momento en que la vio llegar en los brazos de Fabio, su mandíbula se apretó con rabia. La imagen de ellos juntos le revolvió las entrañas.Pero nada de eso importaba ahora. Ella estaba ahí por una razón. Y no se iba a marchar sin lo que había ido a buscar.Ady se quedó cer
Fabio sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Las palabras de la enfermera resonaban en su cabeza como un eco interminable "Su hijo fue el niño que se robaron".No. No podía ser cierto. Su mente entró en un torbellino de pánico y furia. Sin pensarlo dos veces, agarró a la enfermera por los hombros.—¿Cómo pudo pasar esto? ¡Se supone que este lugar es seguro! —gritó, su voz temblando de rabia y miedo.La mujer, visiblemente asustada, balbuceó.—Lo-lo siento, señor. No sabemos cómo ocurrió. La policía ya viene en camino...Pero Fabio ya no la escuchaba. Soltó a la enfermera y corrió hacia la salida del hospital, sacando su teléfono para llamar al hombre de seguridad—¡Bloqueen todas las salidas! ¡Nadie sale de este hospital! —ordenó a su equipo de seguridad. —¡Revisen cada auto, cada rincón! ¡Encuentren a mi hijo! Su mente trabajaba a toda velocidad. Ady. Tenía que ser ella. ¿Cómo no lo vio venir? ¿Cómo pudo bajar la guardia?Corrió hacia el estacionamiento, sus ojos revisando fre