Las luces frías de la comisaría proyectaban sombras fantasmales en las paredes grises. Ady Bernal estaba sentada en la sala de interrogatorios, esposada a la mesa de acero, con una expresión de absoluto desprecio.El oficial frente a ella revisó el expediente antes de levantar la mirada.—Señorita Bernal, enfrenta cargos graves: homicidio culposo, manipulación de pruebas y soborno. Tenemos pruebas contundentes, testimonios y registros de transferencias que demuestran su implicación en la incriminación de Belinda Bernal y en la alteración de la investigación. ¿Tiene algo que decir en su defensa?Ady resopló con fastidio, reclinándose en la silla con fingida indiferencia, en presencia de un defensor público.—No sé de qué me están hablando —dijo con una sonrisa cínica—. Esto es una farsa. Fabio Rossi está manipulando todo porque se siente culpable por su error.El oficial cruzó los brazos.—¿Así que niega haber sobornado a un detective?Ady entrecerró los ojos, y su mandíbula se tensó.
El tiempo avanzaba como un río imparable, y con Ady fuera de escena, Belinda trataba de encontrar un equilibrio en su nueva realidad. Su vientre crecía con cada día, y cada movimiento del bebé dentro de ella era un recordatorio de que debía seguir adelante. Pero seguir adelante no significaba olvidar.La mansión de sus padres se había convertido en su refugio, un lugar donde podía reconstruirse sin la sombra de su pasado. Sin embargo, la tranquilidad que tanto buscaba era constantemente perturbada por la insistencia de Fabio Rossi.Él no la dejaba en paz.No con palabras, sino con acciones.Primero, comenzaron a llegar flores. Rosas rojas, blancas, rosadas de todos los colores. Un ramo cada mañana. Sin nota, sin explicación. Solo flores. Belinda las miraba con frialdad y ordenaba que las tiraran a la basura sin siquiera tocarlas.Luego, fueron los regalos. Perfumes, libros, prendas de diseñador. Ninguno de ellos le arrancó una reacción. Todos fueron rechazados sin vacilación, lanzados
La noche tejía su manto sobre la mansión Bernal, ahogando los sonidos del mundo en una oscura niebla.Fabio, sentado en el porche de la casa alquilada frente a la residencia, observaba la ventana del segundo piso de la mansión Bernal, donde una lamparita dorada titilaba como una luciérnaga herida. Las llaves que los padres de Belinda le habían entregado pesaban en su bolsillo como una condena, "por si algo pasaba". Solo para emergencias, le habían dicho. Sin embargo, era un recordatorio de que su redención dependía de mantenerse en las sombras. Pero a medida que los días fueron pasando, la necesidad por estar más cerca de ella era insoportable, así que decidió que cuando viera las luces de la casa apagarse, iría a verla.Cuando eso ocurrió, así lo hizo, se acercó de manera sigilosa; el silencio de la casa lo envolvió en cuanto cruzó la puerta. Subió las escaleras con pasos lentos para no hacer ruido, avanzando por el pasillo hasta llegar a su habitación.La encontró dormida, envuel
Belinda se mantuvo firme.Ya no era la niña ingenua que creía en las coincidencias. Había demasiadas señales, demasiados indicios de que alguien estaba cruzando la línea entre lo permitido y lo imposible.No podía ser solo su imaginación.No podían ser casualidades, tampoco creía que se tratara de sus padres o de los empleados que trabajaban en la casa.Los zapatitos, las rosas, las galletas, cada detalle como si alguien estuviera exclusivamente dedicado a colocar esas cosas a la vista para agradarle… ¿Y ahora qué más?Decidida a descubrir la verdad, esa noche se acostó más temprano de lo habitual, fingiendo dormir. Se aseguraría de que las puertas estuvieran cerradas, que cada ventana estuviera bloqueada. Si alguien estaba entrando en su casa sin su permiso, lo atraparía.Se acomodó en su cama, su respiración pausada, pero sus sentidos alerta.Las horas pasaron.La casa estaba en completo silencio.A pesar de sus intenciones, al final terminó quedándose dormida, por eso no se dio cue
El grito de Belinda aún resonaba en los oídos de Fabio, como un eco de la culpa que lo carcomía desde dentro, lo hizo retroceder.Ella lo miraba con una mezcla de furia y angustia, su pecho subiendo y bajando con rapidez, sus labios entreabiertos como si aún intentara procesar lo que estaba ocurriendo.—Así que eras tú —murmuró, más para sí misma que para él—. ¿Por qué no puedes simplemente dejarme en paz?Él levantó la mirada, sus ojos brillantes de lágrimas contenidas.—Porque no puedo Belinda...La mente de Belinda trabajaba a toda velocidad, procesando lo que estaba viendo. Las flores, las galletas, los zapatitos... todo cobraba sentido ahora.—Has sido tú y mis padres te lo permitieron —dijo, más una afirmación que una pregunta.Fabio asintió, incapaz de negar lo evidente. —Las llaves eran por cualquier emergencia. Pero yo... no pude resistirme a verte.Belinda sintió una mezcla de emociones: sorpresa, ira, confusión y, muy en el fondo, un atisbo de alivio que no quería reconoce
Fabio sentía que la sangre le hervía en las venas.Terminó sentado en el medio de Belinda y Manuel, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa. Miraba al músico con una expresión que claramente decía "¿qué diablos haces aquí?"Belinda, por otro lado, parecía disfrutar de su incomodidad.El joven sonrió con amabilidad.—Yo soy un amigo de Belinda —respondió el hombre con un poco de inquietud.—No te preocupes, Manuel, Fabio no es mi marido. Solo es una visita indeseada —siseó con fastidio.Fabio resopló, pero no dijo nada. Se limitó a acercarse más a Belinda, tanto que su brazo rozó el de ella.Belinda lo miró de reojo y enarcó una ceja.—¿Te molesta la presencia de mi amigo, Fabio? Porque la tuya me molesta a mí Y estamos como demasiado pegados —protestó con aparente inocencia.Fabio sonrió con falsa tranquilidad.—¿Molestarme? Para nada. Es más, ¿por qué no nos cuentas más sobre la orquesta, Manuel? —Su tono al pronunciar su nombre fue tan seco que hasta Manuel se sintió incómodo.
La tensión entre Fabio y Belinda seguía latente mientras él la ayudaba a subir al auto. Ella insistía en que estaba exagerando, pero él no estaba dispuesto a correr ningún riesgo cuando se trataba de su hijo.—Deja de mirarme como si estuviera a punto de desmayarme —espetó Belinda, cruzándose de brazos mientras miraba por la ventana.Fabio la observó de reojo mientras conducía.—No estoy exagerando. Es mejor asegurarnos de que todo esté bien —respondió con calma, aunque su mandíbula estaba tensa.El camino al hospital fue silencioso. Fabio tenía las manos firmes sobre el volante, luchando contra la ansiedad que lo devoraba por dentro. No quería admitirlo en voz alta, pero el simple pensamiento de que algo le ocurriera a Belinda o al bebé lo hacía enloquecer.Cuando llegaron, Fabio la alzó de una vez, y prácticamente corrió al interior del hospital, a pesar de sus protestas.—¡Fabio, no es necesario que me cargues como si estuviera a punto de colapsar! —gruñó, mientras él la llevaba ap
La celda de Ady era un espacio sombrío, pero su mente estaba más oscura aún. Desde que su intento de reducir la condena había sido frustrado por Fabio, había comenzado a planear algo más audaz. No iba a pasar el resto de su vida encerrada entre esas paredes.No.Ella no era una criminal. No se veía a sí misma como una delincuente común. Creía que había sido víctima de un sistema corrupto, porque lo ocurrido con Sasha era solo un accidente, y la traición de su propia familia y, sobre todo, de la existencia de Belinda Bernal. No iba a dejar que esa maldita mujer ganara.Observó, escuchó, analizó. La cárcel tenía su propio ecosistema, su propia ley, y Ady había aprendido a moverse en él con la destreza de un depredador. La primera semana tras su condena fue un infierno: insultos, empujones, miradas desafiantes que le dejaban claro que allí no era nadie.Pero ella no estaba dispuesta a seguir en el fondo de la cadena alimenticia. Sabía que, si quería tener algún tipo de poder, debía gana