El juicio se tornaba cada vez más oscuro para Belinda Bernal. La fiscalía había presentado pruebas que, aunque ella sabía manipuladas, parecían irrefutables ante los ojos del juez y el jurado. Documentos falsificados, testimonios sobornados y grabaciones editadas habían creado una imagen distorsionada de su supuesta culpabilidad.Desde su asiento, Fabio Rossi observaba la escena con una expresión impasible, pero en su interior se debatía entre la satisfacción de verla enfrentarse a las consecuencias y un vacío inesperado. Había esperado este momento, pero algo en la manera en que Belinda se aferraba a su inocencia le provocaba una leve, pero insistente, punzada en el pecho.—Se llama justicia, Fabio —le susurró Regina, con una sonrisa de superioridad al notar su distracción—. Esa mujer debe pagar por lo que hizo.Fabio no respondió, simplemente volvió su atención a la sala.Cuando fue el turno de Belinda para declarar, su voz salió entrecortada por la emoción contenida. Se sujetó del
El aire denso y viciado de la prisión sofocaba a Belinda Bernal. El eco de la sentencia aún resonaba en su mente, envolviéndola en una angustia que se negaba a disiparse. A pesar de la dureza de su realidad, había algo dentro de ella que no podía quebrarse. Su hijo. El pequeño ser que crecía en su vientre era su única esperanza, su razón para mantenerse en pie.Los días en prisión eran interminables, se fundían unos con otros en una monotonía gris y opresiva. Belinda pasaba las horas acurrucada en su pequeña celda, acariciando su vientre que comenzaba a crecer. Su hijo, la única luz en ese abismo de desesperación, era su ancla a la cordura.Las noches eran lo peor. Pesadillas la asaltaban, imágenes de Sasha, de Fabio, de Ady riéndose mientras ella gritaba tras los barrotes. Se despertaba empapada en sudor frío, ahogando sus sollozos para no molestar a las otras reclusas.Las comidas escasas, el frío que se filtraba por las paredes, las miradas hostiles de algunas reclusas. Algunas la
El eco del pasado comenzó a retumbar con más fuerza en la mente de Fabio Rossi. Días después de haber visto la grabación del accidente de Sasha, algo dentro de él se había resquebrajado. Su certeza, aquella seguridad con la que había condenado a Belinda, ahora tambaleaba como un castillo de naipes.El whisky no lograba adormecer su mente, ni los negocios lo distraían. En las madrugadas, cuando el silencio se extendía por su casa, la imagen de Belinda inundaba su pensamiento. Recordaba la forma en que ella le sonreía en las mañanas, los pequeños besos que dejaba en su mejilla cuando se despedía para ir al trabajo, la calidez de su cuerpo junto al suyo.Pero en lugar de esos momentos felices, lo último que había visto de ella era su expresión destrozada cuando la declararon culpable. Su voz quebrada, suplicándole que la escuchara. Y él, solo la había mirado con desprecio.No sabía qué hacer, tenía una lucha interna consigo mismo, porque una parte de él había comenzado a revelarse porqu
Fabio Rossi no podía seguir ignorando la verdad. Por más que intentara convencerse de que había hecho lo correcto, algo dentro de él se resistía a aceptar que Belinda fuera culpable. Decidió, finalmente, acudir a la casa de la vecina que había intentado contactarlo.Cuando llamó a la puerta, una mujer de edad avanzada y rostro amable le abrió, con una expresión preocupada en el rostro.—Señor Rossi, gracias por venir. No estaba segura de si debía decirle esto. No me había dado cuenta de que mi cámara de seguridad había grabado el accidente —explicó—. Pero cuando vi la noticia del juicio, decidí revisar mis archivos. A pesar de que ya todo está resuelto, creo que es justo que lo vea con sus propios ojos.Fabio frunció el ceño.—¿De qué está hablando?La mujer lo invitó a pasar y lo condujo hasta su sala, donde colocó un pendrive en su computadora. La pantalla mostró una grabación nocturna, tomada desde la cámara de seguridad de la vecina. Fabio contuvo el aliento mientras las imágenes
Fabio Rossi no podía permitirse seguir en la oscuridad. Después de descubrir las pruebas manipuladas, el peso del remordimiento era insoportable. No bastaba con saber la verdad, necesitaba demostrarla. Con determinación, contactó a un investigador privado, alguien fuera del alcance de la corrupción que parecía rodear este caso. Debía empezar desde cero.El detective que contrató, Esteban Moreno, tenía fama de ser meticuloso y sin ataduras con nadie. Tras explicarle lo que había descubierto, Esteban aceptó el caso de inmediato.—Si hay algo turbio aquí, lo encontraré, señor Rossi —le aseguró el hombre con una mirada firme.Fabio asintió. No había marcha atrás.A medida que fueron pasando los días y las investigaciones avanzaban, Ady quien tenía a alguien vigilando los pasos de Fabio y de las personas que de cierta manera podían acusarla, se dio cuenta de que algo se traía el hombre entre manos, incluso lo sentía cada vez más distante.Al principio pensó, que era su propio encanto, que
Fabio condujo hasta la casa de Ady, su sangre hirviendo con cada kilómetro que recorría. Cuando llegó, la encontró en el jardín, regando unas flores con una tranquilidad que le revolvió el estómago.—Fabio —sonrió ella al verlo—. Qué grata sorpresa, me alegra que te hayas animado a visitarme.Corrió hacia él y colocó sus manos sobre su cuello, acercándolo más a su cuerpo. Fabio gruñó de ira, la tomó de los brazos y la apartó de su lado con violencia.La miró fijamente, conteniendo apenas su ira.—Se acabó el juego, Ady. Lo sé todo.La sonrisa de Ady flaqueó por un segundo, pero se recompuso rápidamente.—No sé de qué hablas, querido.—Sé que fuiste tú quien atropelló a Sasha. Sé que fabricaste todas esas pruebas contra Belinda. El detective confesó.Ady dejó caer la regadera, el agua formó un charco a sus pies, pero ella ni se inmutó. Su expresión se endureció por un instante, pero pronto volvió a su papel de víctima.—Fabio, por favor… ¿Cómo puedes creer semejante locura? ¿De verdad
Fabio Rossi nunca había experimentado un miedo tan absoluto. Su mente se negaba a procesar la información. Belinda estaba embarazada. De su hijo. Y ahora, la posibilidad de perderla a ella y al bebé lo estaba asfixiando.El hospital olía a antiséptico y desesperación. Todo era un caos de sonidos y movimientos apresurados cuando mientras los médicos transportaban a Belinda, Fabio se quedó paralizado en la entrada.El pasillo parecía más largo de lo normal. Su respiración estaba descontrolada. Su corazón martillaba con fuerza en su pecho. Se quedó quieto hasta que logró forzar sus piernas a moverse.—¡Belinda! —gritó, pero nadie le respondió.Un médico y una enfermera corrían junto a la camilla, intercambiando instrucciones apresuradas.—Presión arterial bajando rápidamente. Necesitamos estabilizarla antes de entrar a cirugía —dijo uno de los doctores.—Sigue perdiendo sangre. El latido fetal… aún tenemos una frecuencia, pero la otra… —La voz de la enfermera se cortó.Fabio sintió un nu
Fabio Rossi se apartó lentamente del grupo de médicos y de los padres de Belinda, sintiendo que el mundo a su alrededor se volvía una neblina espesa. Su pecho ardía con un dolor indescriptible, como si cada latido le desgarrara desde dentro.Había perdido otra hija y esta vez él había sido el único culpable, no la protegió. Dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos, con la desesperación anidando en su pecho, y aunque Belinda seguía viva, pendía de un hilo.El hospital parecía un laberinto de pasillos interminables, fríos e impasibles ante su desesperación. Se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera, con los codos sobre las rodillas y el rostro enterrado entre las manos.Las palabras del médico seguían retumbando en su mente: "Las próximas cuarenta y ocho horas son cruciales. No sabemos si logrará despertar".Cada segundo era una agonía. Cada minuto que pasaba sin verla, sin saber si sobreviviría, lo hacía sentir como si el tiempo se estuviera burlando de él.Intentó pedi