Al escuchar la voz de la niñera, Fabio sintió que el mundo se le derrumbaba encima. —¿Qué? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¡Voy para allá ahora mismo! —gritó, ya corriendo hacia su auto.
En cuestión de minutos, Fabio condujo a toda velocidad, ignorando las señales de tránsito y los cláxones de otros conductores. Nada importaba excepto llegar a su hija. Cuando finalmente llegó a su casa, una ambulancia ya estaba estacionada frente a la entrada. Los paramédicos trabajaban con rapidez para estabilizar a Sasha antes de trasladarla al hospital. Marta estaba arrodillada junto a la niña, llorando desconsoladamente. El rostro de Fabio, generalmente sereno y controlado, ahora estaba marcado por el terror. Se arrodilló al lado de su hija, tocando su rostro pálido con una suavidad que contrastaba con la desesperación en su mirada. —Sasha... mi niña, papá está aquí. Todo va a estar bien —aseveró, como si al pronunciar esas palabras pudiera hacerlas realidad. Fabio subió a la ambulancia junto a Sasha, su mirada fija en su rostro mientras las sirenas rompían el silencio de la mañana. Cada segundo que pasaba en ese trayecto lo consumía. Al llegar al hospital, los médicos tomaron a Sasha y lo dejaron en la sala de espera. Fabio comenzó a caminar de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto. Cada minuto era un tormento, y el eco de sus pasos en los pasillos vacíos parecía amplificar su angustia. Finalmente, un médico se acercó a él con una expresión grave. —Señor Rossi, hemos hecho todo lo posible para estabilizar a su hija, pero su estado es crítico. Ha sufrido un traumatismo craneoencefálico y múltiples fracturas. Necesitamos operarla de inmediato para aliviar la presión en su cerebro. Las próximas horas serán cruciales. Fabio sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Se apoyó contra la pared, cerrando los ojos con fuerza mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. —Hagan lo que sea necesario... por favor, salven a mi hija —suplicó con voz quebrada. El médico asintió y regresó al quirófano. Fabio se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera, enterrando el rostro entre las manos. Su pequeña Sasha estaba luchando por su vida, y él se sentía completamente impotente. El tiempo pasaba lentamente. Fabio no podía dejar de preguntarse quién era el responsable de esta tragedia. La persona que atropelló a su hija había huido. Necesitaba respuestas, necesitaba justicia. Cada segundo alimentaba la determinación en su interior. Cuando el médico regresó horas después, Fabio se levantó de un salto. —¿Cómo está mi hija? —preguntó con urgencia. —La operación fue un éxito, pero su estado sigue siendo delicado. Ahora está en la unidad de cuidados intensivos. Tendremos que esperar para ver cómo evoluciona en las próximas 48 horas. Fabio asintió lentamente, agradeciendo al médico antes de dirigirse a la habitación donde estaba Sasha. Al verla conectada a máquinas, con tubos y vendas cubriendo su pequeño cuerpo, algo dentro de él se rompió. Se sentó junto a la cama, tomando su diminuta mano entre las suyas. —Voy a encontrar a quien te hizo esto, Sasha. Te lo prometo —susurró, su voz cargada de determinación. Al amanecer, Fabio salió del hospital. Su madre había llegado para apoyarlo, y mientras él se dirigía a su auto, no pudo evitar enfrentarse a Marta. —Jamás pensé que podrías ser tan negligente, Marta. Me has decepcionado profundamente. Reza para que mi hija salga bien de esto, porque también voy a responsabilizarte —sostuvo con frialdad antes de marcharse. Fabio marcó el número de un inspector amigo suyo dentro de la policía. La búsqueda del responsable sería su próxima prioridad. —Inspector Rizzo, necesito su ayuda. Mi hija fue atropellada ayer frente a mi casa. Quiero que encuentre al responsable, y quiero resultados rápidos. La respuesta del inspector fue inmediata. “Entendido, señor Rossi. Ya nombraré un equipo para investigar. ¿Tiene alguna pista o sospecha?” Fabio pensó por un momento antes de responder. —La calle tiene cámaras de seguridad. Asegúrese de revisar las grabaciones. Quiero saber quién lo hizo y por qué huyeron. El inspector asintió al otro lado de la línea y prometió informarle en cuanto tuviera avances. Mientras Fabio regresaba al hospital, su mente oscilaba entre la preocupación por Sasha y la rabia que lo consumía. No descansaría hasta encontrar al culpable. Cuando llegó al hospital, encontró a su madre sentada junto a Marta en la sala de espera. Su rostro pálido y las ojeras bajo sus ojos reflejaban el agotamiento. —¿Hay alguna novedad? —preguntó Fabio, sentándose junto a su madre. —Sigue estable, los médicos dicen que debemos ser pacientes. Está luchando, hijo. Sasha es fuerte. Creo que deberías llamar a Regina. Ella tiene derecho a conocer el estado de su hija —manifestó su madre con seriedad. Fabio se tensó ante la mención de Regina, su exesposa. Aunque sabía que su madre tenía razón, la idea de llamarla lo llenaba de ansiedad. —Lo sé, mamá. Pero sabes cómo es Regina. No quiero que venga aquí y cause una escena. Sasha necesita tranquilidad ahora. Su madre lo miró con compasión, pero insistió. —Es su madre, Fabio. Tiene derecho a saber. Además, ¿qué pasará si las cosas... empeoran? —su voz se quebró ligeramente al final. Fabio cerró los ojos, sintiendo el peso de la situación. Finalmente, asintió. —Tienes razón. La llamaré. Se alejó unos pasos y sacó su teléfono. Respiró hondo antes de marcar el número de Regina. Después de varios tonos, escuchó su voz. “¿Fabio? ¿Qué sucede? Es raro que me llames.” —Regina... —comenzó, su voz tensa—. Es sobre Sasha. Ha tenido un accidente. Está en el hospital. Hubo un silencio al otro lado de la línea, seguido de un jadeo ahogado. “¿Qué? ¿Qué le pasó a mi hija? ¡Dímelo todo ahora mismo!” Fabio le explicó la situación lo mejor que pudo, tratando de mantener la calma mientras Regina alternaba entre sollozos y exigencias de más información. —...y ahora está en cuidados intensivos. Los médicos dicen que las próximas 48 horas son cruciales. “Tomo un vuelo para allá ahora mismo”, declaró Regina con firmeza. —Regina, por favor, no causes... Pero ella ya había colgado. Fabio suspiró, preparándose mentalmente para lo que vendría. Regresó junto a su madre, quien lo miró interrogante. —Viene para acá —siséo simplemente. Su madre asintió, apretando suavemente su mano en señal de apoyo. Mientras tanto, el inspector Rizzo llamó a Fabio. “Señor Rossi, hemos revisado las cámaras de seguridad. Pero no hay ninguna imagen del vehículo que atropelló a su hija. Todos los videos han sido borrados.” Fabio sintió que la sangre le hervía al escuchar las palabras del inspector. —¿Cómo que los videos han sido borrados? —preguntó con voz tensa, controlando su ira a duras penas. “Así es, señor Rossi. Parece que alguien hackeó el sistema de seguridad y eliminó todas las grabaciones de ese día. Quien haya sido, sabía lo que hacía.” Fabio apretó el puño con fuerza. Esto no era coincidencia. Quien fuera responsable del accidente de Sasha había planeado cuidadosamente cómo cubrir sus huellas. —Encuentre al responsable, inspector. No me importa lo que cueste o el tiempo que lleve. Quiero respuestas.El amanecer envolvía la ciudad con un frío grisáceo mientras Fabio sostenía su teléfono con una mezcla de furia y frustración. Las palabras del inspector Rizzo resonaban en su mente: “Los videos han sido borrados”. No era casualidad; alguien había tratado de ocultar el crimen, y eso solo fortalecía su determinación de encontrar al culpable.Fabio respiró profundamente, intentando mantener la calma. La imagen de Sasha conectada a las máquinas lo perseguía, pero no podía permitir que la desesperación lo dominara. Su hija necesitaba que él actuara con claridad.—Inspector, continúe investigando. Busque registros de vehículos en la zona, testigos, cualquier cosa. No quiero excusas, quiero resultados. —Su voz era firme, casi helada.“Entendido, señor Rossi. Haré lo posible por encontrar algo. Me mantendré en contacto”.Rizzo colgó, dejando a Fabio con un teléfono en la mano y un torrente de pensamientos caóticos. Caminó hacia la sala de espera, su mente girando en torno a las pocas pistas
El abrazo fue un refugio para Fabio, un momento de alivio en medio de la tormenta que lo envolvía. La calidez de Belinda contrastaba con el frío constante que sentía desde que Sasha había ingresado al hospital. Cerró los ojos, dejando que la sensación lo invadiera, aunque fuera por unos segundos.Belinda, aunque sorprendida, no se apartó. Podía sentir el peso del dolor de Fabio en la manera en que la sostenía, en la forma en que su respiración temblaba contra su hombro. No necesitaban palabras para comprender que él estaba al borde del abismo.—Gracias —susurró Fabio finalmente, con voz rasposa, mientras se apartaba ligeramente, pero sin soltarla del todo—. No sé qué me pasa. No suelo ser así, pero todo esto… me supera.Belinda lo miró a los ojos, esos ojos verdes que ahora reflejaban más emociones de las que podía contar. Quiso decir algo que lo reconfortara, algo que pudiera aliviar ese dolor, pero lo único que salió de su boca fue:—Es normal, Fabio. Nadie está preparado para algo
El sonido constante de las máquinas acompañaba la respiración tranquila de Sasha, un recordatorio del frágil equilibrio entre la esperanza y el temor. Fabio entró a la habitación con pasos medidos, como si temiera alterar la paz del momento. Su hija dormía profundamente, su pequeño rostro tranquilo a pesar de los cables y monitores que vigilaban su estado.Un médico entró en la habitación y sonrió levemente al ver a Fabio.—Señor Rossi, tenemos buenas noticias. Sasha está respondiendo bien al tratamiento. Aunque su estado sigue siendo delicado, hemos notado una mejoría en sus signos vitales. Este es un buen indicio.Fabio sintió que una ola de alivio lo inundaba. Cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras del médico calmaran su tormento interno.—Gracias, doctor. Esto significa mucho para mí. ¿Puedo quedarme con ella un rato?—Por supuesto. Solo procure que descanse.El médico salió, dejando a Fabio solo con Sasha. Se sentó junto a su cama, tomando su pequeña mano entre l
La luz de la mañana se derramaba por las ventanas de la mansión Bernal, iluminando el mármol del suelo con un resplandor cálido. Belinda estaba en el salón, repasando las notas de una melodía que había estado practicando, cuando su padre apareció en el umbral. Su expresión seria y la tensión en sus hombros hicieron que Belinda dejara la partitura a un lado.—Belinda, necesito hablar contigo —propuso Bernardo, su voz cargada de gravedad.Belinda se incorporó de inmediato, un atisbo de inquietud recorriéndole el cuerpo.—¿Qué sucede, papá? —preguntó, intentando mantener la compostura.—Ayer vino a mi oficina un empresario importante. Estaba investigando un incidente que involucró a un vehículo como el tuyo. —La mirada fija de Bernardo se clavó en su hija—. Me pidió información y solicitó inspeccionar el auto.El corazón de Belinda dio un vuelco. La mención del accidente y la conexión con su auto hicieron que la inquietud se convirtiera en un peso aplastante en su pecho.—¿Qué incidente?
El hospital estaba envuelto en un silencio solemne, roto solo por el eco de pasos apresurados y el suave murmullo de conversaciones entre los médicos. Belinda caminaba por el pasillo hacia la habitación de Sasha con el violín en su estuche, sujetándolo con ambas manos como si fuera su salvación y su escudo. Fabio había insistido en que viniera. Él creía que la música podía alegrar a su pequeña, aunque fuera solo un poco.Al llegar, Fabio la esperaba en la puerta. Su rostro reflejaba el cansancio acumulado, pero al verla, sus ojos parecieron iluminarse brevemente.—Gracias por venir —murmuró en voz baja, como si temiera perturbar el frágil ambiente de la habitación.Belinda asintió, respondiéndole con una sonrisa tenue. Juntos entraron al cuarto donde Sasha descansaba. La pequeña lucía débil, pero sus ojos se iluminaron al ver a Belinda.—¡Tú! —musitó Sasha con voz entrecortada, esbozando una sonrisa que le costó todo su esfuerzo.Belinda se acercó a la cama y colocó suavemente una ma
El parque estaba lleno de vida aquella tarde, con la luz dorada del sol filtrándose entre los árboles y risas infantiles flotando en el aire. Fabio caminaba con paso firme, sosteniendo la pequeña mano de Sasha, su hija de cinco años. Como siempre, la niña hablaba sin parar, su entusiasmo burbujeante contrastando con la mirada seria de su padre.—Papá, ¿puedo jugar un rato? —preguntó Sasha, alzando la vista hacia él con ojos llenos de expectativa.—Cinco minutos —respondió Fabio sin mirarla, ajustando la correa de su reloj. Siempre parecía tener la mente en otro lugar, lejos de los pequeños placeres que rodeaban su mundo.Sin embargo, apenas terminaron de cruzar el sendero, Sasha soltó su mano.—¡Papá, escucha! ¡Es música! —gritó, corriendo hacia el sonido que provenía de un banco cercano.—¡Sasha! —Fabio levantó la voz, su tono grave, cortando el bullicio del parque. Pero la niña no se detuvo.El violín llenaba el aire con una melodía melancólica, como un lamento que resonaba en los r
La gran sala brillaba con un lujo ostentoso. Las lámparas de cristal colgaban del techo alto, proyectando destellos dorados sobre las cortinas de terciopelo y los vestidos elegantes de los asistentes. La música suave y el murmullo de conversaciones llenaban el espacio, creando una atmósfera de refinada opulencia. Fabio ingresó al salón con su porte característico: seguro, imponente, y con una ligera sonrisa que nunca llegaba a sus ojos. Saludaba con breves inclinaciones de cabeza, pero su atención estaba en otro lugar. Sus ojos verdes recorrían a la multitud con una intención oculta, buscando algo o a alguien. Entonces la escuchó. La melodía de un violín flotó por el aire, clara y envolvente, como si la misma música lo llamara. Fabio giró la cabeza hacia el rincón donde se encontraba la orquesta. Allí, bajo la cálida luz de las lámparas, estaba ella: Belinda. Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros mientras sostenía el violín con la misma elegancia que había mostrado en
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas doradas y rosadas que se reflejaban en los globos pastel flotando entre las mesas decoradas con flores frescas. La brisa traía consigo el dulce aroma de los postres y el sutil perfume de los arreglos florales. Cada detalle del jardín reflejaba la dedicación de los padres de Belinda para celebrar sus dieciocho años.Aunque su cumpleaños había pasado el fin de semana anterior, la presentación de Belinda con la orquesta había pospuesto la celebración. Ahora, bajo las luces cálidas de las guirnaldas, la noche prometía ser memorable.Belinda estaba radiante. Su vestido azul suave parecía diseñado para resaltar la frescura de su juventud y la delicadeza de sus movimientos. Recibía abrazos y felicitaciones con una sonrisa genuina, pero había algo en su mirada que traicionaba una leve incomodidad: no estaba acostumbrada a ser el centro de atención.—¡Feliz cumpleaños, hija mía! —exclamó su padre, acercándose con una