La brisa matinal se tornó densa y sofocante para Ady mientras conducía sin rumbo fijo. Las lágrimas nublaban su visión, y sus manos temblaban al aferrarse al volante. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, como un tambor que marcaba el ritmo de su creciente pánico. Sabía que había cometido un error imperdonable, pero el miedo a enfrentar las consecuencias era un abismo que no estaba dispuesta a cruzar.
Finalmente, detuvo el auto en un callejón vacío, lejos de las miradas curiosas. Bajó con torpeza, y su estómago se revolvió al ver las manchas de sangre en el parachoques y la leve hendidura que delataba el impacto. Ady apretó los dientes y sacó su teléfono. Sus dedos marcaron el número de Belinda, pero antes de que pudiera pulsar llamar, cortó la llamada. —No puedo decírselo... si se entera, me delatará. ¡Es una estúpida! Tengo que arreglar esto antes de que todo se derrumbe —murmuró entre dientes, su voz un eco de desesperación. Con las manos temblorosas, tomó unas toallas húmedas de su bolso y limpió la sangre lo mejor que pudo, luego decidió llevar el auto a un taller. Su fachada de calma se fracturaba más con cada paso. —¿Puede arreglar este golpe? —preguntó al mecánico, intentando sonar casual—. Atropellé a un perro y necesito que quede como nuevo. Es un auto nuevo; si mis padres lo ven así, me matan. El mecánico frunció el ceño mientras examinaba el parachoques. Aunque el golpe no parecía grave, su experiencia le decía que algo no cuadraba. —Puedo arreglarlo, pero me tomará unas horas. ¿Está segura de que fue solo un perro? Este impacto parece más fuerte. Ady contuvo el aliento y forzó una risa. —Era un perro grande, ya sabe. Por favor, hágalo rápido. ¿Cuánto será? —Tres horas y tres mil dólares. —¡¿Qué?! Es demasiado —espetó, sus nervios empezando a quebrarse—. ¿No puede hacerme un descuento? El hombre negó con firmeza. —Es un auto costoso, y si quiere que quede perfecto y sin rastro, ese es el precio. Ady apretó los puños, sabiendo que no tenía otra opción. —De acuerdo, pero necesito que sea discreto y rápido. El mecánico asintió y comenzó a trabajar. Mientras tanto, Ady deambulaba por la sala de espera, revisando su teléfono nerviosamente. Cada minuto que pasaba era una tortura. Finalmente, apagó el celular, temiendo que Belinda la llamara y descubriera su mentira. Horas después, el auto estaba listo. El parachoques lucía impecable, como si nada hubiera ocurrido. Ady pagó rápidamente y recogió las llaves. Antes de irse, el mecánico le preguntó: —¿A nombre de quién emito la factura? Ady sonrió con frialdad. —Belinda Bernal. Mientras conducía de regreso a casa de su prima, encendió el teléfono. Como era de esperarse, Belinda había llamado varias veces. El timbre sonó de inmediato. —¡Ady! ¿Dónde estás? Ya han pasado horas. Estaba preocupada —reclamó Belinda, con un tono entre angustia y enojo. —Lo siento, se me hizo tarde. Ya estoy en camino —mintió Ady con voz forzada—. Todo está bien, no te preocupes. Colgó antes de que Belinda pudiera hacer más preguntas. Al llegar a la casa, estacionó el auto y respiró hondo, preparándose para enfrentar a su prima. Belinda salió a recibirla, su rostro una mezcla de alivio y molestia. —¡Por fin! Estaba a punto de llamar a la policía. ¿Por qué tardaste tanto? Ady forzó una sonrisa. —Lo siento mucho, prima. El tiempo se me fue volando. Pero mira, te traje un regalo para compensarte —afirmó, sacando una pequeña bolsa de compras que había preparado como coartada. Belinda tomó la bolsa, aún recelosa. —Gracias, pero la próxima vez avísame si vas a tardar tanto. Me tenías angustiada. Ady asintió, fingiendo arrepentimiento. —Tienes razón, fui muy desconsiderada. No volverá a pasar —prometió, entregándole las llaves del auto a Belinda. Mientras Belinda examinaba el regalo, Ady aprovechó para escabullirse, alegando que tenía que irse urgentemente. No quería pasar ni un minuto más allí, temiendo que su fachada se derrumbara en cualquier momento. Una vez sola en su propio auto, Ady finalmente se permitió respirar. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a caer. El peso de lo que había hecho la aplastaba, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Solo podía esperar que nadie la hubiera visto, que la niña estuviera bien. En un momento, pensó que la calle tenía cámara y se puso nerviosa. —Necesito encontrar a alguien que borre los vídeos de seguridad de la calle, no puedo permitir que la verdad se descubra. Mientras tanto, en la mansión Rossi... Marta, la niñera de Sasha, comenzó a notar su ausencia. Al salir al jardín y no encontrarla, una creciente sensación de alarma la invadió. La puerta principal estaba entreabierta, algo que jamás dejaban así. Marta salió corriendo hacia la calle, llamando a Sasha a gritos. Cuando vio el pequeño cuerpo tendido en el asfalto, su mundo se detuvo. —¡Sasha! —gritó, arrodillándose junto a la niña. La sangre manchaba el pavimento, y aunque Sasha respiraba, era evidente que estaba gravemente herida. Marta llamó al 911 con manos temblorosas, intentando mantener la calma. —¡Por favor, envíen una ambulancia! Es urgente. Una niña ha sido atropellada. Su estado es grave. Luego marcó el número de Fabio. Su voz apenas contenía el pánico cuando él respondió. —¿Qué pasa, Marta? —preguntó Fabio, notando el temblor en su voz. —Señor Rossi... Sasha tuvo un accidente. Está en la calle frente a la casa. Necesita ayuda urgente. Por favor, venga rápido.Al escuchar la voz de la niñera, Fabio sintió que el mundo se le derrumbaba encima. —¿Qué? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¡Voy para allá ahora mismo! —gritó, ya corriendo hacia su auto.En cuestión de minutos, Fabio condujo a toda velocidad, ignorando las señales de tránsito y los cláxones de otros conductores. Nada importaba excepto llegar a su hija. Cuando finalmente llegó a su casa, una ambulancia ya estaba estacionada frente a la entrada. Los paramédicos trabajaban con rapidez para estabilizar a Sasha antes de trasladarla al hospital.Marta estaba arrodillada junto a la niña, llorando desconsoladamente. El rostro de Fabio, generalmente sereno y controlado, ahora estaba marcado por el terror. Se arrodilló al lado de su hija, tocando su rostro pálido con una suavidad que contrastaba con la desesperación en su mirada.—Sasha... mi niña, papá está aquí. Todo va a estar bien —aseveró, como si al pronunciar esas palabras pudiera hacerlas realidad.Fabio subió a la ambulancia junto a Sasha, su mirada
El amanecer envolvía la ciudad con un frío grisáceo mientras Fabio sostenía su teléfono con una mezcla de furia y frustración. Las palabras del inspector Rizzo resonaban en su mente: “Los videos han sido borrados”. No era casualidad; alguien había tratado de ocultar el crimen, y eso solo fortalecía su determinación de encontrar al culpable.Fabio respiró profundamente, intentando mantener la calma. La imagen de Sasha conectada a las máquinas lo perseguía, pero no podía permitir que la desesperación lo dominara. Su hija necesitaba que él actuara con claridad.—Inspector, continúe investigando. Busque registros de vehículos en la zona, testigos, cualquier cosa. No quiero excusas, quiero resultados. —Su voz era firme, casi helada.“Entendido, señor Rossi. Haré lo posible por encontrar algo. Me mantendré en contacto”.Rizzo colgó, dejando a Fabio con un teléfono en la mano y un torrente de pensamientos caóticos. Caminó hacia la sala de espera, su mente girando en torno a las pocas pistas
El abrazo fue un refugio para Fabio, un momento de alivio en medio de la tormenta que lo envolvía. La calidez de Belinda contrastaba con el frío constante que sentía desde que Sasha había ingresado al hospital. Cerró los ojos, dejando que la sensación lo invadiera, aunque fuera por unos segundos.Belinda, aunque sorprendida, no se apartó. Podía sentir el peso del dolor de Fabio en la manera en que la sostenía, en la forma en que su respiración temblaba contra su hombro. No necesitaban palabras para comprender que él estaba al borde del abismo.—Gracias —susurró Fabio finalmente, con voz rasposa, mientras se apartaba ligeramente, pero sin soltarla del todo—. No sé qué me pasa. No suelo ser así, pero todo esto… me supera.Belinda lo miró a los ojos, esos ojos verdes que ahora reflejaban más emociones de las que podía contar. Quiso decir algo que lo reconfortara, algo que pudiera aliviar ese dolor, pero lo único que salió de su boca fue:—Es normal, Fabio. Nadie está preparado para algo
El sonido constante de las máquinas acompañaba la respiración tranquila de Sasha, un recordatorio del frágil equilibrio entre la esperanza y el temor. Fabio entró a la habitación con pasos medidos, como si temiera alterar la paz del momento. Su hija dormía profundamente, su pequeño rostro tranquilo a pesar de los cables y monitores que vigilaban su estado.Un médico entró en la habitación y sonrió levemente al ver a Fabio.—Señor Rossi, tenemos buenas noticias. Sasha está respondiendo bien al tratamiento. Aunque su estado sigue siendo delicado, hemos notado una mejoría en sus signos vitales. Este es un buen indicio.Fabio sintió que una ola de alivio lo inundaba. Cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras del médico calmaran su tormento interno.—Gracias, doctor. Esto significa mucho para mí. ¿Puedo quedarme con ella un rato?—Por supuesto. Solo procure que descanse.El médico salió, dejando a Fabio solo con Sasha. Se sentó junto a su cama, tomando su pequeña mano entre l
La luz de la mañana se derramaba por las ventanas de la mansión Bernal, iluminando el mármol del suelo con un resplandor cálido. Belinda estaba en el salón, repasando las notas de una melodía que había estado practicando, cuando su padre apareció en el umbral. Su expresión seria y la tensión en sus hombros hicieron que Belinda dejara la partitura a un lado.—Belinda, necesito hablar contigo —propuso Bernardo, su voz cargada de gravedad.Belinda se incorporó de inmediato, un atisbo de inquietud recorriéndole el cuerpo.—¿Qué sucede, papá? —preguntó, intentando mantener la compostura.—Ayer vino a mi oficina un empresario importante. Estaba investigando un incidente que involucró a un vehículo como el tuyo. —La mirada fija de Bernardo se clavó en su hija—. Me pidió información y solicitó inspeccionar el auto.El corazón de Belinda dio un vuelco. La mención del accidente y la conexión con su auto hicieron que la inquietud se convirtiera en un peso aplastante en su pecho.—¿Qué incidente?
El hospital estaba envuelto en un silencio solemne, roto solo por el eco de pasos apresurados y el suave murmullo de conversaciones entre los médicos. Belinda caminaba por el pasillo hacia la habitación de Sasha con el violín en su estuche, sujetándolo con ambas manos como si fuera su salvación y su escudo. Fabio había insistido en que viniera. Él creía que la música podía alegrar a su pequeña, aunque fuera solo un poco.Al llegar, Fabio la esperaba en la puerta. Su rostro reflejaba el cansancio acumulado, pero al verla, sus ojos parecieron iluminarse brevemente.—Gracias por venir —murmuró en voz baja, como si temiera perturbar el frágil ambiente de la habitación.Belinda asintió, respondiéndole con una sonrisa tenue. Juntos entraron al cuarto donde Sasha descansaba. La pequeña lucía débil, pero sus ojos se iluminaron al ver a Belinda.—¡Tú! —musitó Sasha con voz entrecortada, esbozando una sonrisa que le costó todo su esfuerzo.Belinda se acercó a la cama y colocó suavemente una ma
El parque estaba lleno de vida aquella tarde, con la luz dorada del sol filtrándose entre los árboles y risas infantiles flotando en el aire. Fabio caminaba con paso firme, sosteniendo la pequeña mano de Sasha, su hija de cinco años. Como siempre, la niña hablaba sin parar, su entusiasmo burbujeante contrastando con la mirada seria de su padre.—Papá, ¿puedo jugar un rato? —preguntó Sasha, alzando la vista hacia él con ojos llenos de expectativa.—Cinco minutos —respondió Fabio sin mirarla, ajustando la correa de su reloj. Siempre parecía tener la mente en otro lugar, lejos de los pequeños placeres que rodeaban su mundo.Sin embargo, apenas terminaron de cruzar el sendero, Sasha soltó su mano.—¡Papá, escucha! ¡Es música! —gritó, corriendo hacia el sonido que provenía de un banco cercano.—¡Sasha! —Fabio levantó la voz, su tono grave, cortando el bullicio del parque. Pero la niña no se detuvo.El violín llenaba el aire con una melodía melancólica, como un lamento que resonaba en los r
La gran sala brillaba con un lujo ostentoso. Las lámparas de cristal colgaban del techo alto, proyectando destellos dorados sobre las cortinas de terciopelo y los vestidos elegantes de los asistentes. La música suave y el murmullo de conversaciones llenaban el espacio, creando una atmósfera de refinada opulencia. Fabio ingresó al salón con su porte característico: seguro, imponente, y con una ligera sonrisa que nunca llegaba a sus ojos. Saludaba con breves inclinaciones de cabeza, pero su atención estaba en otro lugar. Sus ojos verdes recorrían a la multitud con una intención oculta, buscando algo o a alguien. Entonces la escuchó. La melodía de un violín flotó por el aire, clara y envolvente, como si la misma música lo llamara. Fabio giró la cabeza hacia el rincón donde se encontraba la orquesta. Allí, bajo la cálida luz de las lámparas, estaba ella: Belinda. Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros mientras sostenía el violín con la misma elegancia que había mostrado en