Capítulo 5. Una tragedia.

La brisa matinal se tornó densa y sofocante para Ady mientras conducía sin rumbo fijo. Las lágrimas nublaban su visión, y sus manos temblaban al aferrarse al volante. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, como un tambor que marcaba el ritmo de su creciente pánico. Sabía que había cometido un error imperdonable, pero el miedo a enfrentar las consecuencias era un abismo que no estaba dispuesta a cruzar.

Finalmente, detuvo el auto en un callejón vacío, lejos de las miradas curiosas. Bajó con torpeza, y su estómago se revolvió al ver las manchas de sangre en el parachoques y la leve hendidura que delataba el impacto. Ady apretó los dientes y sacó su teléfono. 

Sus dedos marcaron el número de Belinda, pero antes de que pudiera pulsar llamar, cortó la llamada.

—No puedo decírselo... si se entera, me delatará. ¡Es una estúpida! Tengo que arreglar esto antes de que todo se derrumbe —murmuró entre dientes, su voz un eco de desesperación.

Con las manos temblorosas, tomó unas toallas húmedas de su bolso y limpió la sangre lo mejor que pudo, luego decidió llevar el auto a un taller. Su fachada de calma se fracturaba más con cada paso.

—¿Puede arreglar este golpe? —preguntó al mecánico, intentando sonar casual—. Atropellé a un perro y necesito que quede como nuevo. Es un auto nuevo; si mis padres lo ven así, me matan.

El mecánico frunció el ceño mientras examinaba el parachoques. Aunque el golpe no parecía grave, su experiencia le decía que algo no cuadraba.

—Puedo arreglarlo, pero me tomará unas horas. ¿Está segura de que fue solo un perro? Este impacto parece más fuerte.

Ady contuvo el aliento y forzó una risa.

—Era un perro grande, ya sabe. Por favor, hágalo rápido. ¿Cuánto será?

—Tres horas y tres mil dólares.

—¡¿Qué?! Es demasiado —espetó, sus nervios empezando a quebrarse—. ¿No puede hacerme un descuento?

El hombre negó con firmeza.

—Es un auto costoso, y si quiere que quede perfecto y sin rastro, ese es el precio.

Ady apretó los puños, sabiendo que no tenía otra opción.

—De acuerdo, pero necesito que sea discreto y rápido.

El mecánico asintió y comenzó a trabajar. Mientras tanto, Ady deambulaba por la sala de espera, revisando su teléfono nerviosamente. Cada minuto que pasaba era una tortura. Finalmente, apagó el celular, temiendo que Belinda la llamara y descubriera su mentira.

Horas después, el auto estaba listo. El parachoques lucía impecable, como si nada hubiera ocurrido. Ady pagó rápidamente y recogió las llaves. Antes de irse, el mecánico le preguntó:

—¿A nombre de quién emito la factura?

Ady sonrió con frialdad.

—Belinda Bernal.

Mientras conducía de regreso a casa de su prima, encendió el teléfono. Como era de esperarse, Belinda había llamado varias veces. El timbre sonó de inmediato.

—¡Ady! ¿Dónde estás? Ya han pasado horas. Estaba preocupada —reclamó Belinda, con un tono entre angustia y enojo.

—Lo siento, se me hizo tarde. Ya estoy en camino —mintió Ady con voz forzada—. Todo está bien, no te preocupes.

Colgó antes de que Belinda pudiera hacer más preguntas. Al llegar a la casa, estacionó el auto y respiró hondo, preparándose para enfrentar a su prima.

Belinda salió a recibirla, su rostro una mezcla de alivio y molestia.

—¡Por fin! Estaba a punto de llamar a la policía. ¿Por qué tardaste tanto?

Ady forzó una sonrisa.

—Lo siento mucho, prima. El tiempo se me fue volando. Pero mira, te traje un regalo para compensarte —afirmó, sacando una pequeña bolsa de compras que había preparado como coartada.

Belinda tomó la bolsa, aún recelosa.

—Gracias, pero la próxima vez avísame si vas a tardar tanto. Me tenías angustiada.

Ady asintió, fingiendo arrepentimiento.

—Tienes razón, fui muy desconsiderada. No volverá a pasar —prometió, entregándole las llaves del auto a Belinda.

Mientras Belinda examinaba el regalo, Ady aprovechó para escabullirse, alegando que tenía que irse urgentemente. No quería pasar ni un minuto más allí, temiendo que su fachada se derrumbara en cualquier momento.

Una vez sola en su propio auto, Ady finalmente se permitió respirar. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a caer. El peso de lo que había hecho la aplastaba, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Solo podía esperar que nadie la hubiera visto, que la niña estuviera bien. En un momento, pensó que la calle tenía cámara y se puso nerviosa.

—Necesito encontrar a alguien que borre los vídeos de seguridad de la calle, no puedo permitir que la verdad se descubra.

Mientras tanto, en la mansión Rossi... Marta, la niñera de Sasha, comenzó a notar su ausencia. Al salir al jardín y no encontrarla, una creciente sensación de alarma la invadió. La puerta principal estaba entreabierta, algo que jamás dejaban así. Marta salió corriendo hacia la calle, llamando a Sasha a gritos.

Cuando vio el pequeño cuerpo tendido en el asfalto, su mundo se detuvo.

—¡Sasha! —gritó, arrodillándose junto a la niña. La sangre manchaba el pavimento, y aunque Sasha respiraba, era evidente que estaba gravemente herida. Marta llamó al 911 con manos temblorosas, intentando mantener la calma.

—¡Por favor, envíen una ambulancia! Es urgente. Una niña ha sido atropellada. Su estado es grave.

Luego marcó el número de Fabio. Su voz apenas contenía el pánico cuando él respondió.

—¿Qué pasa, Marta? —preguntó Fabio, notando el temblor en su voz.

—Señor Rossi... Sasha tuvo un accidente. Está en la calle frente a la casa. Necesita ayuda urgente. Por favor, venga rápido.

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