La gran sala brillaba con un lujo ostentoso. Las lámparas de cristal colgaban del techo alto, proyectando destellos dorados sobre las cortinas de terciopelo y los vestidos elegantes de los asistentes. La música suave y el murmullo de conversaciones llenaban el espacio, creando una atmósfera de refinada opulencia.
Fabio ingresó al salón con su porte característico: seguro, imponente, y con una ligera sonrisa que nunca llegaba a sus ojos. Saludaba con breves inclinaciones de cabeza, pero su atención estaba en otro lugar. Sus ojos verdes recorrían a la multitud con una intención oculta, buscando algo o a alguien. Entonces la escuchó. La melodía de un violín flotó por el aire, clara y envolvente, como si la misma música lo llamara. Fabio giró la cabeza hacia el rincón donde se encontraba la orquesta. Allí, bajo la cálida luz de las lámparas, estaba ella: Belinda. Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros mientras sostenía el violín con la misma elegancia que había mostrado en el parque. Sus movimientos eran precisos, pero llenos de pasión, como si cada nota naciera de lo más profundo de su ser. Fabio no pudo apartar la mirada. Había algo en Belinda que lo atraía de una manera que no podía entender ni ignorar. Cuando la pieza terminó, Fabio avanzó entre la multitud con un propósito definido, decidido a hablar con ella. Pero al llegar al escenario, Belinda ya no estaba. Mientras tanto, en la terraza… Belinda estaba sentada con algunos de sus compañeros de la orquesta, disfrutando del aire fresco después de la actuación. La noche era tranquila, y las luces del jardín brillaban suavemente sobre las plantas. Uno de los chicos, con una sonrisa que escondía intenciones traviesas, le ofreció una copa. —Es solo un refresco, Belinda —habló ocultando su malicia bajo un tono despreocupado. Ella, sintiendo la garganta seca después de tocar, aceptó la copa sin sospechar nada. Al dar el primer sorbo, notó un sabor dulce, pero pronto un leve ardor en la garganta la hizo fruncir el ceño. —¿Esto tiene alcohol? —preguntó, mirando a sus compañeros, que intentaban contener la risa. —No es para tanto, solo un poco —admitió uno de ellos, pero la burla en sus ojos era evidente. Belinda dejó la copa sobre la mesa con un golpe, sintiendo cómo el calor comenzaba a subirle al rostro. —¡Eso no tiene gracia! —exclamó, levantándose con torpeza. Pero el alcohol ya había hecho efecto. Su visión comenzó a tambalearse, y un mareo ligero la obligó a caminar hacia el jardín para buscar algo de aire fresco. Fabio salió al jardín en ese momento, con la esperanza de encontrarla. Mientras recorría el sendero iluminado por luces tenues, la vio: Belinda estaba sentada en un banco, apoyando la cabeza entre las manos. Su postura reflejaba vulnerabilidad, una imagen que contrastaba con la mujer segura que había visto en el parque. —¿Estás bien? —preguntó Fabio, acercándose con cautela. Belinda alzó la mirada lentamente. Sus ojos brillaban bajo las luces del jardín, y una sonrisa ladeada se formó en su rostro cuando lo reconoció. —¡Tú! El papá de Sasha… —balbuceó, su voz arrastrada por el efecto del alcohol. Fabio arqueó una ceja, estudiándola con detenimiento. —¿Has estado bebiendo? Belinda dejó escapar una risita nerviosa. —Un poco. Bueno, no. Pero no fue mi culpa… —intentó explicarse mientras se tambaleaba al ponerse de pie. Antes de que pudiera caer, Fabio la sostuvo por los brazos. La proximidad repentina entre ellos hizo que ambos se quedaran en silencio. Belinda lo miró, sus dedos aferrándose al cuello de su camisa, y Fabio sintió un calor extraño recorrerlo. —Gracias... Eres muy amable —susurró ella, con una sonrisa que lo desarmó por completo. Sin previo aviso, impulsada por la mezcla de confusión y el efecto desinhibidor del alcohol, Belinda se inclinó hacia él. Sus labios rozaron los suyos en un beso inesperado. Fabio se quedó inmóvil, sorprendido por su audacia, pero pronto se encontró respondiendo, atraído por algo que no podía controlar. El momento fue tan intenso como fugaz. Cuando Belinda se apartó, sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y confusión. —Lo siento… No sé por qué hice eso —murmuró, llevándose una mano a la boca mientras un rubor se extendía por sus mejillas. Fabio la miró con intensidad, su voz grave apenas un susurro. —No tienes por qué disculparte. La tensión entre ellos era palpable, el tipo de tensión que hacía que el mundo se desvaneciera. Belinda lo miró fijamente, con una valentía inesperada. —¿Podrías repetirlo? —preguntó, su voz cargada de emoción. Fabio apartó la mirada, luchando contra la tentación. —No creo que esto sea correcto. Estás ebria, y yo… Antes de que pudiera terminar, Belinda se inclinó nuevamente hacia él, sellando sus palabras con un beso más profundo, más urgente. Fabio sintió que el control que tanto valoraba comenzaba a desmoronarse mientras sus manos se deslizaban por su cintura, acercándola más a él. El mundo parecía desaparecer a su alrededor, pero un destello de lucidez lo detuvo. Con esfuerzo, Fabio se separó, sosteniendo a Belinda por los hombros. —Esto no está bien. Necesitas descansar. Belinda lo miró, decepcionada, pero demasiado mareada para insistir. Fabio la ayudó a sentarse de nuevo. —Voy a buscar agua. Quédate aquí. Cuando volvió, ella ya no estaba. Fabio buscó por el jardín, llamándola con preocupación, pero Belinda había desaparecido en la noche, dejando atrás una sensación de vacío y un sinfín de preguntas.El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas doradas y rosadas que se reflejaban en los globos pastel flotando entre las mesas decoradas con flores frescas. La brisa traía consigo el dulce aroma de los postres y el sutil perfume de los arreglos florales. Cada detalle del jardín reflejaba la dedicación de los padres de Belinda para celebrar sus dieciocho años.Aunque su cumpleaños había pasado el fin de semana anterior, la presentación de Belinda con la orquesta había pospuesto la celebración. Ahora, bajo las luces cálidas de las guirnaldas, la noche prometía ser memorable.Belinda estaba radiante. Su vestido azul suave parecía diseñado para resaltar la frescura de su juventud y la delicadeza de sus movimientos. Recibía abrazos y felicitaciones con una sonrisa genuina, pero había algo en su mirada que traicionaba una leve incomodidad: no estaba acostumbrada a ser el centro de atención.—¡Feliz cumpleaños, hija mía! —exclamó su padre, acercándose con una
La luz matinal se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación de Belinda con un resplandor suave y cálido. Aún bajo las sábanas, exhaló un suspiro largo mientras los recuerdos del beso con Fabio revoloteaban en su mente. Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios, pero se desvaneció cuando un toque en la puerta interrumpió su ensueño.—¡Belinda! Baja pronto, Ady quiere hablar contigo —llamó su madre desde el pasillo.Belinda se levantó con pereza, vistiéndose rápidamente antes de bajar las escaleras. En el salón, Ady la esperaba con una taza de café entre las manos y una expresión demasiado amigable.—Buenos días, cumpleañera —saludó Ady con una sonrisa que parecía brillar más de lo normal.—Buenos días —respondió Belinda, sentándose frente a ella.Ady inclinó la cabeza, observándola con ojos chispeantes.—¿Cómo te sientes hoy? Supongo que todavía emocionada por ese auto tan espectacular.Belinda sonrió con timidez.—Es un sueño hecho realidad. Mis padres realmente
La brisa matinal se tornó densa y sofocante para Ady mientras conducía sin rumbo fijo. Las lágrimas nublaban su visión, y sus manos temblaban al aferrarse al volante. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, como un tambor que marcaba el ritmo de su creciente pánico. Sabía que había cometido un error imperdonable, pero el miedo a enfrentar las consecuencias era un abismo que no estaba dispuesta a cruzar.Finalmente, detuvo el auto en un callejón vacío, lejos de las miradas curiosas. Bajó con torpeza, y su estómago se revolvió al ver las manchas de sangre en el parachoques y la leve hendidura que delataba el impacto. Ady apretó los dientes y sacó su teléfono. Sus dedos marcaron el número de Belinda, pero antes de que pudiera pulsar llamar, cortó la llamada.—No puedo decírselo... si se entera, me delatará. ¡Es una estúpida! Tengo que arreglar esto antes de que todo se derrumbe —murmuró entre dientes, su voz un eco de desesperación.Con las manos temblorosas, tomó unas toalla
Al escuchar la voz de la niñera, Fabio sintió que el mundo se le derrumbaba encima. —¿Qué? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¡Voy para allá ahora mismo! —gritó, ya corriendo hacia su auto.En cuestión de minutos, Fabio condujo a toda velocidad, ignorando las señales de tránsito y los cláxones de otros conductores. Nada importaba excepto llegar a su hija. Cuando finalmente llegó a su casa, una ambulancia ya estaba estacionada frente a la entrada. Los paramédicos trabajaban con rapidez para estabilizar a Sasha antes de trasladarla al hospital.Marta estaba arrodillada junto a la niña, llorando desconsoladamente. El rostro de Fabio, generalmente sereno y controlado, ahora estaba marcado por el terror. Se arrodilló al lado de su hija, tocando su rostro pálido con una suavidad que contrastaba con la desesperación en su mirada.—Sasha... mi niña, papá está aquí. Todo va a estar bien —aseveró, como si al pronunciar esas palabras pudiera hacerlas realidad.Fabio subió a la ambulancia junto a Sasha, su mirada
El amanecer envolvía la ciudad con un frío grisáceo mientras Fabio sostenía su teléfono con una mezcla de furia y frustración. Las palabras del inspector Rizzo resonaban en su mente: “Los videos han sido borrados”. No era casualidad; alguien había tratado de ocultar el crimen, y eso solo fortalecía su determinación de encontrar al culpable.Fabio respiró profundamente, intentando mantener la calma. La imagen de Sasha conectada a las máquinas lo perseguía, pero no podía permitir que la desesperación lo dominara. Su hija necesitaba que él actuara con claridad.—Inspector, continúe investigando. Busque registros de vehículos en la zona, testigos, cualquier cosa. No quiero excusas, quiero resultados. —Su voz era firme, casi helada.“Entendido, señor Rossi. Haré lo posible por encontrar algo. Me mantendré en contacto”.Rizzo colgó, dejando a Fabio con un teléfono en la mano y un torrente de pensamientos caóticos. Caminó hacia la sala de espera, su mente girando en torno a las pocas pistas
El abrazo fue un refugio para Fabio, un momento de alivio en medio de la tormenta que lo envolvía. La calidez de Belinda contrastaba con el frío constante que sentía desde que Sasha había ingresado al hospital. Cerró los ojos, dejando que la sensación lo invadiera, aunque fuera por unos segundos.Belinda, aunque sorprendida, no se apartó. Podía sentir el peso del dolor de Fabio en la manera en que la sostenía, en la forma en que su respiración temblaba contra su hombro. No necesitaban palabras para comprender que él estaba al borde del abismo.—Gracias —susurró Fabio finalmente, con voz rasposa, mientras se apartaba ligeramente, pero sin soltarla del todo—. No sé qué me pasa. No suelo ser así, pero todo esto… me supera.Belinda lo miró a los ojos, esos ojos verdes que ahora reflejaban más emociones de las que podía contar. Quiso decir algo que lo reconfortara, algo que pudiera aliviar ese dolor, pero lo único que salió de su boca fue:—Es normal, Fabio. Nadie está preparado para algo
El sonido constante de las máquinas acompañaba la respiración tranquila de Sasha, un recordatorio del frágil equilibrio entre la esperanza y el temor. Fabio entró a la habitación con pasos medidos, como si temiera alterar la paz del momento. Su hija dormía profundamente, su pequeño rostro tranquilo a pesar de los cables y monitores que vigilaban su estado.Un médico entró en la habitación y sonrió levemente al ver a Fabio.—Señor Rossi, tenemos buenas noticias. Sasha está respondiendo bien al tratamiento. Aunque su estado sigue siendo delicado, hemos notado una mejoría en sus signos vitales. Este es un buen indicio.Fabio sintió que una ola de alivio lo inundaba. Cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras del médico calmaran su tormento interno.—Gracias, doctor. Esto significa mucho para mí. ¿Puedo quedarme con ella un rato?—Por supuesto. Solo procure que descanse.El médico salió, dejando a Fabio solo con Sasha. Se sentó junto a su cama, tomando su pequeña mano entre l
La luz de la mañana se derramaba por las ventanas de la mansión Bernal, iluminando el mármol del suelo con un resplandor cálido. Belinda estaba en el salón, repasando las notas de una melodía que había estado practicando, cuando su padre apareció en el umbral. Su expresión seria y la tensión en sus hombros hicieron que Belinda dejara la partitura a un lado.—Belinda, necesito hablar contigo —propuso Bernardo, su voz cargada de gravedad.Belinda se incorporó de inmediato, un atisbo de inquietud recorriéndole el cuerpo.—¿Qué sucede, papá? —preguntó, intentando mantener la compostura.—Ayer vino a mi oficina un empresario importante. Estaba investigando un incidente que involucró a un vehículo como el tuyo. —La mirada fija de Bernardo se clavó en su hija—. Me pidió información y solicitó inspeccionar el auto.El corazón de Belinda dio un vuelco. La mención del accidente y la conexión con su auto hicieron que la inquietud se convirtiera en un peso aplastante en su pecho.—¿Qué incidente?