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Capítulo 2. Encuentro inesperado.

La gran sala brillaba con un lujo ostentoso. Las lámparas de cristal colgaban del techo alto, proyectando destellos dorados sobre las cortinas de terciopelo y los vestidos elegantes de los asistentes. La música suave y el murmullo de conversaciones llenaban el espacio, creando una atmósfera de refinada opulencia.

Fabio ingresó al salón con su porte característico: seguro, imponente, y con una ligera sonrisa que nunca llegaba a sus ojos. Saludaba con breves inclinaciones de cabeza, pero su atención estaba en otro lugar. Sus ojos verdes recorrían a la multitud con una intención oculta, buscando algo o a alguien.

Entonces la escuchó.

La melodía de un violín flotó por el aire, clara y envolvente, como si la misma música lo llamara. Fabio giró la cabeza hacia el rincón donde se encontraba la orquesta. Allí, bajo la cálida luz de las lámparas, estaba ella: Belinda.

Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros mientras sostenía el violín con la misma elegancia que había mostrado en el parque. Sus movimientos eran precisos, pero llenos de pasión, como si cada nota naciera de lo más profundo de su ser. Fabio no pudo apartar la mirada. Había algo en Belinda que lo atraía de una manera que no podía entender ni ignorar.

Cuando la pieza terminó, Fabio avanzó entre la multitud con un propósito definido, decidido a hablar con ella. Pero al llegar al escenario, Belinda ya no estaba.

Mientras tanto, en la terraza…

Belinda estaba sentada con algunos de sus compañeros de la orquesta, disfrutando del aire fresco después de la actuación. La noche era tranquila, y las luces del jardín brillaban suavemente sobre las plantas. Uno de los chicos, con una sonrisa que escondía intenciones traviesas, le ofreció una copa.

—Es solo un refresco, Belinda —habló ocultando su malicia bajo un tono despreocupado.

Ella, sintiendo la garganta seca después de tocar, aceptó la copa sin sospechar nada. Al dar el primer sorbo, notó un sabor dulce, pero pronto un leve ardor en la garganta la hizo fruncir el ceño.

—¿Esto tiene alcohol? —preguntó, mirando a sus compañeros, que intentaban contener la risa.

—No es para tanto, solo un poco —admitió uno de ellos, pero la burla en sus ojos era evidente.

Belinda dejó la copa sobre la mesa con un golpe, sintiendo cómo el calor comenzaba a subirle al rostro.

—¡Eso no tiene gracia! —exclamó, levantándose con torpeza. Pero el alcohol ya había hecho efecto. Su visión comenzó a tambalearse, y un mareo ligero la obligó a caminar hacia el jardín para buscar algo de aire fresco.

Fabio salió al jardín en ese momento, con la esperanza de encontrarla. Mientras recorría el sendero iluminado por luces tenues, la vio: Belinda estaba sentada en un banco, apoyando la cabeza entre las manos. Su postura reflejaba vulnerabilidad, una imagen que contrastaba con la mujer segura que había visto en el parque.

—¿Estás bien? —preguntó Fabio, acercándose con cautela.

Belinda alzó la mirada lentamente. Sus ojos brillaban bajo las luces del jardín, y una sonrisa ladeada se formó en su rostro cuando lo reconoció.

—¡Tú! El papá de Sasha… —balbuceó, su voz arrastrada por el efecto del alcohol.

Fabio arqueó una ceja, estudiándola con detenimiento.

—¿Has estado bebiendo?

Belinda dejó escapar una risita nerviosa.

—Un poco. Bueno, no. Pero no fue mi culpa… —intentó explicarse mientras se tambaleaba al ponerse de pie.

Antes de que pudiera caer, Fabio la sostuvo por los brazos. La proximidad repentina entre ellos hizo que ambos se quedaran en silencio. Belinda lo miró, sus dedos aferrándose al cuello de su camisa, y Fabio sintió un calor extraño recorrerlo.

—Gracias... Eres muy amable —susurró ella, con una sonrisa que lo desarmó por completo.

Sin previo aviso, impulsada por la mezcla de confusión y el efecto desinhibidor del alcohol, Belinda se inclinó hacia él. Sus labios rozaron los suyos en un beso inesperado. Fabio se quedó inmóvil, sorprendido por su audacia, pero pronto se encontró respondiendo, atraído por algo que no podía controlar.

El momento fue tan intenso como fugaz. Cuando Belinda se apartó, sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y confusión.

—Lo siento… No sé por qué hice eso —murmuró, llevándose una mano a la boca mientras un rubor se extendía por sus mejillas.

Fabio la miró con intensidad, su voz grave apenas un susurro.

—No tienes por qué disculparte.

La tensión entre ellos era palpable, el tipo de tensión que hacía que el mundo se desvaneciera. Belinda lo miró fijamente, con una valentía inesperada.

—¿Podrías repetirlo? —preguntó, su voz cargada de emoción.

Fabio apartó la mirada, luchando contra la tentación.

—No creo que esto sea correcto. Estás ebria, y yo…

Antes de que pudiera terminar, Belinda se inclinó nuevamente hacia él, sellando sus palabras con un beso más profundo, más urgente. Fabio sintió que el control que tanto valoraba comenzaba a desmoronarse mientras sus manos se deslizaban por su cintura, acercándola más a él.

El mundo parecía desaparecer a su alrededor, pero un destello de lucidez lo detuvo. Con esfuerzo, Fabio se separó, sosteniendo a Belinda por los hombros.

—Esto no está bien. Necesitas descansar.

Belinda lo miró, decepcionada, pero demasiado mareada para insistir. Fabio la ayudó a sentarse de nuevo.

—Voy a buscar agua. Quédate aquí.

Cuando volvió, ella ya no estaba. Fabio buscó por el jardín, llamándola con preocupación, pero Belinda había desaparecido en la noche, dejando atrás una sensación de vacío y un sinfín de preguntas.

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