LA MUJER EQUIVOCADA. Injusta Venganza.
LA MUJER EQUIVOCADA. Injusta Venganza.
Por: Aria Lane
Capítulo 1. A primera vista.

El parque estaba lleno de vida aquella tarde, con la luz dorada del sol filtrándose entre los árboles y risas infantiles flotando en el aire. Fabio caminaba con paso firme, sosteniendo la pequeña mano de Sasha, su hija de cinco años. Como siempre, la niña hablaba sin parar, su entusiasmo burbujeante contrastando con la mirada seria de su padre.

—Papá, ¿puedo jugar un rato? —preguntó Sasha, alzando la vista hacia él con ojos llenos de expectativa.

—Cinco minutos —respondió Fabio sin mirarla, ajustando la correa de su reloj. Siempre parecía tener la mente en otro lugar, lejos de los pequeños placeres que rodeaban su mundo.

Sin embargo, apenas terminaron de cruzar el sendero, Sasha soltó su mano.

—¡Papá, escucha! ¡Es música! —gritó, corriendo hacia el sonido que provenía de un banco cercano.

—¡Sasha! —Fabio levantó la voz, su tono grave, cortando el bullicio del parque. Pero la niña no se detuvo.

El violín llenaba el aire con una melodía melancólica, como un lamento que resonaba en los rincones del parque. 

Fabio alzó la vista hacia la fuente del sonido y vio a una joven, sentada con el instrumento entre las manos, inmersa en su propia burbuja. 

Su cabello negro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y cada movimiento del arco parecía tan preciso como un susurro de la brisa.

Sasha, fascinada por la música, cruzó el camino pavimentado sin notar lo que ocurría a su alrededor. Fabio dio un paso adelante, su cuerpo tensándose al darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

—¡Sasha, detente! —gritó, su voz ahora llena de urgencia.

Fue entonces cuando un joven en bicicleta apareció desde la curva, pedaleando a toda velocidad. Fabio sintió que el aire se le atascaba en los pulmones. El mundo parecía moverse en cámara lenta mientras veía cómo la bicicleta se acercaba peligrosamente a su hija.

La violinista levantó la mirada justo a tiempo para ver lo que ocurría. En un movimiento casi instintivo, soltó su violín y corrió hacia la niña. Fabio apenas podía procesar lo que veía: la joven se lanzó hacia Sasha y, con una agilidad sorprendente, la apartó del camino justo antes de que la bicicleta pasara a toda velocidad.

El corazón de Fabio latió con fuerza mientras también corría hacia ellas. Pero lo que no esperaba era la colisión que siguió. La violinista, intentó levantarse todavía sujetando a Sasha, cuando chocó contra Fabio. Ambos cayeron al suelo con fuerza, el sonido de la respiración agitada y el crujido de hojas secas llenando el aire.

—¡Papá! —gritó Sasha, incorporándose rápidamente mientras los miraba con ojos llenos de asombro y miedo.

Fabio, aún en el suelo, trató de recuperar el aliento. Su mirada se fijó en la joven, quien ahora sostenía a Sasha con una expresión de pura preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó la violinista, ignorando el dolor evidente en sus propias manos mientras miraba a la niña.

Sasha asintió lentamente, todavía sorprendida por lo ocurrido.

—Sí… gracias —murmuró, su voz apenas audible.

Fabio se levantó con esfuerzo, su rostro una mezcla de alivio y furia contenida. Ajustó su chaqueta con movimientos bruscos antes de mirar a su hija.

—Sasha, ¿qué estabas pensando? ¿Por qué corriste sin avisarme? —Su voz era fría, casi cortante.

Sasha bajó la cabeza, pero antes de que pudiera responder, la joven intervino.

—Fue un accidente. No la regañe tanto, señor… —replicó con voz tranquila, pero había un toque de firmeza en sus palabras. 

Al alzar la vista, sus ojos oscuros se encontraron con los de Fabio, y por un instante, ambos se quedaron en silencio.

Fabio no pudo evitar sentirse desconcertado. Había algo en esa mirada que despertaba una sensación extraña, casi familiar. Como si hubiera visto esos ojos antes, en otro tiempo, en otro lugar.

—Gracias por ayudarla, por cierto, soy Fabio —manifestó, finalmente, su tono más suave, extendiendo su mano hacia ella.

Sin embargo, Belinda terminó de ponerse de pie sola, mientras trataba de controlar un cosquilleo en su cuerpo. Con su respiración aún acelerada, recogió el violín que había quedado a un lado del banco, lo revisó  y un suspiro de decepción salió de sus labios al darse cuenta de que estaba fracturado. 

—Yo soy Belinda. No se preocupe, no tiene nada que agradecer. Lo habría hecho por cualquier niño que estuviera en peligro. 

—Lamento el daño. Puedo pagar por la reparación —ofreció Fabio, al ver que el instrumento se había quebrado.

Ella negó con la cabeza, forzando una sonrisa.

—Yo me encargo —lo tranquilizó.

Sasha, ajena a las emociones que flotaban en el aire, sonrió ampliamente.

—¡Gracias, señorita Belinda! ¡Eres como una heroína!

Belinda rio suavemente, mientras tocaba la cabeza de la pequeña alborotando sus cabellos.

—No soy una heroína, pero tú eres muy valiente —respondió.

Fabio observó la escena con una mezcla de emociones. Algo en la forma en que la joven interactuaba con su hija lo hacía sentir incómodamente expuesto, como si pudiera ver a través de las capas de su fachada fría.

—Es hora de irnos —anunció abruptamente, rompiendo el momento. Tomó la mano de Sasha y comenzó a caminar hacia la salida del parque.

Pero mientras se alejaban, Fabio no pudo evitar mirar por encima del hombro. Allí estaba ella, de pie junto al banco, con el violín dañado entre las manos y una expresión que parecía contener más preguntas que respuestas.

Belinda también los observó hasta que desaparecieron entre los árboles. Había algo en ese hombre y su hija que no podía sacarse de la cabeza. Y aunque intentó convencerse de que aquel encuentro no significaba nada, una parte de ella tenía la esperanza de estar equivocada.

Fabio condujo en silencio, con Sasha dormida en el asiento trasero. Miró a su hija a través del espejo retrovisor, y una extraña sensación lo invadió. Estaba aliviado de que nada malo le hubiera pasado; sin embargo, no pudo evitar que su mente volviera una y otra vez a la joven del violín. Había algo en ella, algo que despertaba emociones en él que hace mucho había sepultado.

Aquella tarde, tres vidas se cruzaron por un instante que cambiaría todo. Ninguno de ellos lo sabía aún, pero el destino había comenzado a tejer una historia que nadie podía detener.

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