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Rossi tuvo que despedirse de Romina y partir a Revues cuánto antes. Estaban a menos de una semana de que el lanzamiento de final de año los golpeara y aun tenían pequeños detalles que afinar.

Lily quiso ir con él, pero Rossi le pidió que se quedara con su hermana el tiempo que ella necesitara.

Romina parecía estar bien, a diferencia de la primera vez que fue internada. Le gustaba su cuarto y su privacidad y, después de mucho tiempo, tenía pasatiempos en los que ocupar su mente.

—Ve tranquila, yo estaré bien —dijo Romy, mirando a su hermana—. Tengo un par de libros pendientes para leer y un par de películas románticas con las que ahogarme en lágrimas —bromeó.

Su padre sonrió satisfecho. Era bueno escucharla de tan buen humor.

—Puedo quedarme a almorzar si gustas —dijo Julián, dispuesto a sostener su mano hasta el día de su muerte.

Romina le sonrió gustosa.

—Estaría feliz, papito, pero James dijo que traería algo especial —susurró ella, coqueta y por encima de su hombro buscó a su novio.

Oh, Dios, que locura era pensar en James Dubois como su novio. Ni siquiera ella sabía muy bien qué significaba aquello. La única... “cosa” que podía llamar novio, resultó un patán de primera y no le llegaba ni a los talones al maravilloso, fuerte, masculino y vergón James Dubois.

—Así que especial —dijo su padre y con desconfianza volvió a mirar a James. El hombre no dejaba de mirar por las ventanas del cuarto. Sus ojos estaban fijos en los rascacielos del frente—. Mira, Romy, yo te tuve en mis brazos cuando eras chiquita —dijo su padre y la miró con ternura—. Te rescaté de esa fiesta cuando tenías seis años porque tus amigos se burlaron de tu disfraz y fui a por ti a la fiesta de piscina cuando te vino el periodo...

—Papá... —Ella quiso que se guardara esos recuerdos vergonzosos.

Pero él tenía un punto.

—Lo que trato de decir... —rio su padre—, es que no importa qué edad tengas, ni en dónde estés, yo iría en tu rescate donde tú me necesites. Solo tienes que decírmelo. —La miró cariñoso—. A las dos. —Miró a sus dos niñas con dulzura.

Las hermanas López se rieron y se abalanzaron encima de él para abrazarlo fuerte. Amaban a su padre.

El señor López las tomó a las dos por la nuca y las llenó de besos paternales.

De reojo, James vio esa bonita escena con una sonrisa torcida. Él no recordaba momentos como ese con sus padres. Solo recordaba órdenes, exigencias y metas. Muchas metas.

—Bueno, podría apostar que Lily se salvaría sin mi ayuda —rio Julián al pensar en todas las travesuras contra el pobre señor Rossi y se rieron los tres abrazados en esa despedida.

Sí, una nueva despedida, pero por alguna extraña razón, se sentía diferente. No tenía dolor, lágrimas, ni angustia; muy por el contrario, tenía felicidad, risas y alivio.

Lily sonrió cuando supo que estaban en el camino correcto, porque, después de mucho, Romina estaba haciendo las cosas bien y la mejor parte era que ella lo sabía.

Lily sollozó cuando entendió que ya no quedaban ni pizcas de la Romina autodestructiva.

Era hora de la reconstrucción.

Julián y Lilibeth se despidieron también de James para ofrecerles un poco de privacidad; el abogado se quedó junto a ella hasta el último segundo.

Lily no pudo esperar a James para hablar con él, puesto que debía llegar a Craze cuanto antes y ayudar a su jefe con todos los detalles de la siguiente publicación y Julián se fue con ella, siempre dispuesto a ayudar.

Tomaron un taxi y, para la sorpresa de Lily, se encontraron con Marlene en el elevador.

—Tarde —reprochó Marlene sin mirarla.

Julián no entendió su referencia tosca y pensó que estaba hablando consigo misma.

—Recién las diez, señorita —dijo él con educación.

Por unos instantes, Marlene desvió su mirada para ojearlo.

—¿Y usted es?... —preguntó Marlene con gesto despreciativo y lo miró por igual.

Lily rodó los ojos.

—Es mi padre, no actué como si no lo recordara —dijo Lily con tono salvaje—. Comió de su comida con gusto y sus uñas se llenaron de aceite. No creo que olvidara algo tan traumatizante —bromeó.

Marlene enarcó una ceja.

—Qué graciosa —dijo sarcástica.

Lily suspiró cansada y antes de que las puertas del elevador se abrieran, le dijo:

—Por favor, no deje que Francia se quede en usted. —Y le guiñó un ojo antes de partir—. Ven, papito, acompáñame. —Lo cogió del brazo y se lo llevó con ella.

Marlene la vio partir y suspiró al recordar que la asistente no era solo eso. Era prometida, futura esposa de un Rossi, lo que significaba, la futura heredera de todo eso.

La futura dueña de Revues.

Sin dudas, era la asistente que había conseguido llegar más lejos y no sabía si era bueno o... peligroso.

—El alcalde le envió una invitación para su cena de año nuevo. —Apenas se bajó del elevador, su asistente la abordó con sus pendientes—. Su madre no deja de llamar. Dice que su padre está grave en el hospital y...

—¿Flores? —preguntó.

—Enviadas. —Su asistente era muy eficiente. Por encima de su hombro miró a Lily alejarse y suspiró al entender que tenía razón—. Pide una cita con Rossi.

—¿El editor en jefe? —preguntó su asistente, pensando en Christopher.

Marlene negó.

—Con el viejo —respondió Marlene y se puso cómoda en su escritorio—. ¡Y tráeme ese maldito “Libro”! —gritó—. Quiero ver la merde que han hecho con esta revista —susurró mirando las proyecciones de venta que tenía sobre el escritorio.

Se sentó porque no pudo con el estremecimiento. Los números eran enormes y, por primera vez, tuvo miedo.

Suspiró para calmarse. Cerró los ojos y volvió a mirar los números. No pudo soportarlo y dejó su oficina para hablar con Christopher.

Apenas él la vio venir, supo lo que la inquietaba y se adelantó a todo sentimiento de terror.

—Sí, yo también los vi —dijo él, sin dejar de teclear en su computadora. Llevaba dos horas de trabajo intenso. No se había detenido ni un solo segundo—… Vamos a lograrlo. Tendremos a MissTrex en la portada.

Marlene quería disparar toda la m****a que había guardado en sus vacaciones miserables, pero al escuchar ese nombre, no le quedó de otra que retractarse.

Se tragó su m****a.

—Tracy —musitó consternada y tragó duro para calmarse—. Pero ¿cómo...? Nunca pudimos... —No tuvo valor de terminar sus suposiciones.

Rossi sonrió.

—Lily —dijo Rossi con orgullo—. Se conocieron en la universidad. Fueron amigas y Tracy estaba feliz de volver a saber de ella.

Marlene sintió que, la asistente, era más que una asistente.

Rossi vio que Marlene estaba tan sorprendida que no dudó en darle más información para tranquilizarla.

—Asistirá a la semana de la moda, representándonos, ofrecerá rueda de prensa, entrevistas y publicitará la revista con sus diez... —Se calló al recordar que la cifra de seguidores de la influenciadora había cambiado—... m****a... —rio Christopher—. Cien millones de seguidores. —Le sonrió travieso—. Nos dio una lista de los diseñadores que no podrán vestirla y...

—¿Una lista? —rio Marlene, aun desacomodada.

—Sí, ya sabes... lo típico. Chanel, Saint Laurent, Gucci, Valentino, Dior. —Chris y ella se miraron opuestos.

Marlene se carcajeó cruel.

—¿Lo típico? —preguntó sarcástica—. ¿Y qué piensa usar? ¿Un costal? —rio.

Rossi suspiró.

—Artesanías. —Le ofreció el libro con los diseños y Marlene se estiró para estudiarlo.

Aunque pensó ojearlos rápido, porque para ella no existían otros diseñadores que tuvieran el honor de aparecer en su portada, no pudo pasar de la segunda página y tuvo que ir lento.

Le dolió aceptar que la m*****a Tracy, alias MissTrex, tenía razón.

—Lily marcó su favorito —dijo Chris sin mirarla. Siguió trabajando y organizando su mente—. Rojo, verde, brillante, muy...

—Navideño —unió marlene con una sonrisa.

—Iba a decir festivo, pero navideño es perfecto —respondió Chris y le gustó calmar a la leona.

Marlene cerró el libro con los modelos y, pese a que era una mujer orgullosa, recelosa y egoísta, tuvo que decirle la verdad:

—Lo hiciste bien, niño.

Christopher dejó lo que hacía para mirarla con los ojos brillantes. No pudo quedarse con lo que sentía y le respondió:

—Sin ti nada sería posible. Has sido un gran pilar para Craze en estas últimas semanas.

Marlene le sonrió orgullosa y se acercó a su escritorio para devolverle el libro con las artesanías y vio como el niño mimado había cambiado un escritorio vacío,  por uno atiborrado de trabajo, fotografías, ediciones antiguas, diccionarios, libros de historia.

—Tu madre estaría orgullosa del editor en jefe en el que te has convertido. —Fue lo último que dijo antes de partir.

Rossi no pudo responder nada. Se quedó quieto, con la mirada perdida y repitiéndose esa última frase que terminó de sacudirlo en esa mañana agitada.

Por otro lado, Marlene regresó a su oficina. Su asistente corrió detrás de ella, con el teléfono en la mano.

—Tengo a Connor en la línea. Dice que está fuera del país, pero que puede hablar.

Marlene escuchó el nombre del padre de Christopher y se quedó desacomodada unos instantes. Pronto recordó sus intenciones pasadas para con Lilibeth López y entendió que, si alejaba a Lilibeth de Craze, el niño mimado perdería su norte.

Atendió la llamada por obligación. No quería preocuparlo.

—Feliz navidad —dijo Marlene.

—Tu asistente dijo que era importante —dijo Connor, corto de paciencia.

Marlene suspiró. Se había precipitado.

—Y lo es —rio nerviosa—. Mi padre está hospitalizado, es grave. Pensé que te gustaría enviarle unas flores o...

Connor terminó la llamada y Marlene se quedó con el teléfono en la oreja para actuar como si siguiera hablando y giró en su silla para mirar por la ventana y para que su asistente no la viera humillarse así.

Pudo sentir las lágrimas subiéndole por la garganta. La vista nublada. Apretó los puños y se aguantó las lágrimas.

Su asistente estaba frente a su escritorio, esperando el teléfono. Marlene no quería sentirse miserable y que todos pensaran que era el maldito tapete de un viejo malagradecido, más egoísta que ella y cruel.

Su padre y Connor eran amigos. Lo mínimo que le debía era un poco de retribución o preocupación después de tantos años de amistad.

Al parecer, no merecía ninguna.

Cuando dejó de actuar, se secó las lágrimas a escondidas y cuando volteó se encontró de frente con Lilibeth López.

Marlene suspiró y se preparó para decirle algo grotesco, pero ella se le adelantó:

—Lamento mucho lo de su padre. Si me permite, me gustaría enviarle unas flores y...

—¿Qué quieres? —preguntó Marlene sin mirarla y empezó teclear en su computadora.

Lily sonrió.

—No sé qué está haciendo aquí —dijo dulce—. Si mi padre estuviera hospitalizado, algo que espero que nunca ocurra, no tendría cabeza para otra cosa. Solo querría estar con él, tal vez sea su último día.

Las mujeres se miraron con angustia, pero Marlene se mantuvo dura y terca.

—Tengo un número y una revista que sacar adelante, niña. Di a qué viniste o lárgate —ordenó Marlene con tono violento.

Pero a Lily parecía que nada le afectaba.

—El número está listo y usted lo sabe. Y ya sacó adelante a Craze por muchos años. Yo leí todos sus artículos... me encantaban todos, más cuando hablaba del empoderamiento feme...

—¡Tu ganas, niña! —Marlene la interrumpió—. Solo cierra esa boquita, por el amor de Dios. —La miró con fastidio y se levantó de su silla para ir a ver su padre—. Tu ganas —dijo otra vez, guardando sus pertenencias para marcharse.

Lily no la dejó:

—Puedo acompañarla si quiere.

Marlene enarcó una ceja y, aunque se veía un roble por fuera, por dentro era blanda, con sentimientos y agonías.

Asintió sin poder mirarla y, aunque Lily no se callaba, Marlene no pudo negar que, disfrutó de su m*****a compañía.

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