Los hombres terminaron de comprar sus obsequios y se preocuparon cuando no las vieron cerca, así que Christopher llamó a Lily para reagruparse.
El centro comercial estaba caótico, aun así, se encontraron junto al árbol navideño y los villancicos.
Regresaron al pent-house algunas horas después. Sasha y Julián estaban limpiando la jaula de los hámsteres y jugando con ellos en sus esferas de plástico.
—¿Y cómo les fue? —preguntó Julián cuando los vio llegar cargando cajas con obsequios.
Se levantó del piso con un hámster en la mano.
—¡Excelente! —exclamó Rossi y vio a Tronca en la mano de su suegro—. Hola, mi dientona... ¿dormiste bien? —preguntó.
Julián sonrió, más al ver al hámster reconocer su voz y alzarse en sus dos patas.
Chris sintió tanta ternura que quiso estirarse para besarla en los bigotes, pero su suegro lo miró con las cejas alzadas de forma suspicaz.
—No puede tener dos mujeres viviendo bajo el mismo techo, señor Rossi —bromeó.
Christopher se rio con ganas.
—¿Lo dice por experiencia propia? —preguntó Chris, siguiéndole el juego.
James estudió la interacción de Chris con el padre de las López con curiosidad. Era natural, divertida, de confianza.
—Oh, créame... en mis años universitarios fui todo un Don Juan —confesó travieso, sosteniendo su vaso con ponche—. Tal vez tuve a dos mujeres durmiendo en la misma cama —bromeó.
—¿Años universitarios? —Chris dejó lo que hacía y lo miró dudoso—. No sabía qué había ido a la universidad.
Su suegro sonrió y le dio un par de palmazos cariñosos en el brazo.
—Hijo, inicié muchas cosas que nunca pude terminar —confesó Julián con mueca entristecida—. Nora... y el resto es historia.
Rossi formó una “o” con sus labios y se quedó pensativo un largo rato. Su frase lo tocó: “Inicié muchas cosas que nunca pude terminar”. Su melancolía era palpable. Se preguntó si a su suegro le habría gustado terminar la universidad.
Romy pasó a su lado para poner otra pila de obsequios junto al árbol y los distrajo unos instantes. Más a James, quien se quedó embelesado mirándola vestir ropa navideña y esos grotescos calcetines de renos que empezaban a provocarle ternura.
—Papito... ¿más ponche? —preguntó cariñosa. Su padre asintió y ella le rellenó el vaso—. Ustedes... ¿más ponche? —Miró a los hombres con atención.
James y Christopher asintieron al unísono y aceptaron vasos con ponche que bebieron sin decir ni una sola palabra.
James no pudo negar que le fascinó verse atendido por una mujer tan cálida y de mirada oscura; tenía algo en los labios que lo hechizaba.
La tensión de James para con el padre de Romina era dificultosa, como un camino rocoso. James no podía conducir sin sentir todos los baches sacudiéndolo con fuerza y amenazándolo con perder el equilibrio.
No podía perder el equilibrio, no frente a él.
Christopher seguía dudoso y se acercó a su suegro para conocer más de su historia.
—Entonces, Nora y usted se conocieron en la universidad —especuló Chris.
Su suegro sonrió y le contó su historia.
—En realidad, la conocí en un trabajito que tenía después de la escuela. —James se acercó con timidez—. Cuando entré a la universidad, nos alejamos un tiempo, pero siempre la veía cuando iba a trabajar los fines de semana. —Sonrió—. Una cosa llevó a la otra y usted sabe de eso... —Rio.
—¿La embarazó? —Chris tenía mucha curiosidad.
—Sí, y decidimos migrar —confesó. Rossi abrió grandes ojos—. No pudimos lograrlo, era invierno y tuvo un aborto espontáneo en la frontera. Discutimos. Fue la primera vez que nos rompimos. Yo quería regresar, pero ella quería venir aquí... decía que tendríamos un futuro mejor.
—¿Y usted qué quería? —preguntó Rossi.
Su suegro le sonrió dulce, pero nostálgico. Estaba roto.
James supo que la respuesta no era bonita.
—A veces, en las noches tristes pienso en eso —musitó su suegro sin poder mirarlo a los ojos—. Yo no quería venir —confesó con los ojos llorosos—. Pero si no hubiera venido, mis niñas no existirían. —Movió las manos como si fueran una balanza—. Una cosa por otra. —Sonrió.
Rossi sintió el pecho apretándosele. James miró a Chris con curiosidad.
—Entiendo... —Chris estaba muy tocado por la historia de juventud de su suegro.
—Y si mis niñas no existieran, no estaría aquí, con ustedes, bebiendo este grandioso ponche —dijo Julián con su entusiasmo característico y los miró a los dos por igual.
James alzó su vaso con ponche para brindar.
Fue un brindis silencioso. Ninguno pudo decir nada, porque si pronunciaban palabra, no se escucharía su voz masculina, sino, una voz quebradiza.
—¿Extraña su hogar, señor López? —James le preguntó tras carraspear.
—No, con mis niñas no tengo tiempo ni corazón para extrañar nada ni a nadie; y no me diga señor López, por favor —pidió él con amabilidad—. Julián o suegro... a menos que sus planes sean marcharse apenas obtenga lo que quiere. —Los dos se miraron con agudeza.
James contuvo una sonrisa, y podría haberle dicho que, lo que él quería no era simple, que no le bastaba con una noche de pasión, sino, con algo más, pero Chris intervino para salvar tan sincera conversación.
—Afilen los cuchillos después, por favor. Este es horario para todo público—rogó divertido y volvió a mirar a su suegro cuando especuló otra vez—: Entonces valió la pena venir aquí, ¿no?
Su suegro le sonrió cariñoso.
—Oh, totalmente, niño. —Los miró a los dos con una sonrisa—. Toda decisión que tomé, me trajo hasta este momento, hasta ustedes. Mis niñas son la única cosa que empecé y que me hace sentir orgulloso de haber terminado.
—Lo hizo bien —supuso James, pensativo.
—Lo hice muy bien —corrigió su suegro.
Los dos se sonrieron divertidos.
—Mejor que bien, diría yo —bromeó Chris y se levantó feliz cuando vio a Lily caminar hacia ellos.
La encontraba cada vez más preciosa. No sabía qué clase de hechizo le había hecho, pero estaba a sus pies.
Romina venía tras ella, vistiendo un delantal de cocina y traía las manos llenas de harina.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Julián, curioso por lo que estaban haciendo encerradas en la cocina.
Mucho silencio lo tenía intrigado.
Lily estaba metida en el bolso de Romina, buscando los ingredientes que habían conseguido.
—A Romy se le antojó un pastel de terciopelo rojo —dijo Lily, escarbando en el fondo de su bolso.
—¿Un antojo? —preguntó James y se levantó avivado por las ilusiones—. ¿El bebé? —Se puso sonriente.
Julián pudo ver su cara llena de ilusión y entró en pánico.
—¿Qué? —preguntó Julián y se levantó también y miró a sus hijas con grandes ojos.
James puso su mano en su vientre y Romina le miró con consternación. No pudo detenerlo, porque estaba llena de harina. Se vio descubierta frente a todos sus familiares.
—No —rio nerviosa—. No esa clase de antojo... —Intentó explicarle.
—¿Qué? —Julián volvió a preguntar, pero con un tono más férvido.
Eso solo confirmaba lo que ya sospechaba.
—¿No? —James preguntó confundido—. Pero es un antojo... —dijo con sus ojos verdes brillantes.
Lily vio esa escena y se rio al entender lo que James se estaba imaginando. Le causó ternura ver ese lado adorable del abogado.
—No han pasado ni veinticuatro horas de...
—¡¿Qué?! —Julián exclamó totalmente fuera de sí.
—No, los cuchillos no —lamentó Rossi y supo que esa conversación no terminaría bien.
—Romina López —llamó Julián mirándola con horror. Ella se preparó para darle una explicación, pero él se le adelantó cuando dijo—: No, no digas nada, por favor. No estoy lo suficientemente borracho para escuchar eso... —Puso mueca nauseabunda y miró a James con espanto.
Cogió la jarra con ponche y se la empinó en los labios. Volvió a mirar a James con los labios apretados en una sola línea y con firmeza le ordenó:
—Acompáñeme al cuarto, por favor.
—Papito... —Romina intervino y quiso arreglar las cosas—. Papito dijiste que ya soy adulta y... —No pudo hacer nada.
James apretó el ceño y asintió; sin vacilar caminó al cuarto con su suegro.
Lily tuvo que calmar a Romina y le recordó que su padre solo intentaba protegerla.
Cuando Julián cerró la puerta detrás de él, James y él se miraron con agudeza.
—Sé que le dije que podía llamarme suegro, a menos que sus planes fueran marcharse una vez que consiguiera lo que quería.
—Sí, señor —respondió James, serio.
Podía sentir el corazón latiéndole fuerte dentro del pecho, las piernas tiritándole. No podía perder el equilibrio.
—¿Y por qué no se ha marchado? —insistió Julián.
James supo que esa era una pregunta capciosa y sonrió.
—Porque no he conseguido lo que quiero —respondió—, y porque le prometí a su hija que jamás la abandonaría.
Julián alzó su barbilla para estudiarlo mejor. Estuvo en silencio un largo rato, para ver si se ponía nervioso y empezaba a hablar, a confesar sus verdaderas intenciones, pero a James era difícil doblegarlo.
Solo Romina lo había conseguido.
—¿Y siempre cumple sus promesas? —preguntó Julián tras agónico silencio.
—Siempre —respondió James.
Julián sonrió y se acercó a él para ofrecerle un estrechón de manos. James lo aceptó gustoso, aunque muy nervioso. Todavía tiritaba de pies a cabeza y temía que una crisis lo sacudiera después de tantas horas sin sufrir una.
Intentó no pensar en eso, se esforzó por mantener sus pensamientos puros, concentrados en Romina.
—Entonces cámbiese y ayúdela con el pastel que se le antoja —ordenó Julián y caminó hacia la puerta. James estaba paralizado. Su suegro le guiñó un ojo—. Tiene que practicar...
James se quedó boquiabierto y asintió.
No le quedó de otra que quitarse el abrigo negro y usar un delantal de cocina para ayudar a Romina con su “antojo”.
Cuando James hundió las manos en la harina, las hermanas López gritaron al unísono.—¡Las manos! —reprochó Lily y, tras ella, Romy rio a carcajadas—. ¡Se lavan, por el amor de Dios! —Fingió un sollozo.—Oh... —James se sintió como un niño pequeño atrapado en algo muy, muy malo.—Ay, no importa, hemos comido en la calle y no hemos muerto y no nos hemos intoxicado —bromeó Romy y se acercó a James con dulzura—. Además, el señor Dubois es muy limpio. —Le sonrió dulce tras defenderlo.James se quedó idiotizado unos instantes. Romy era dulce, suave, como un malvavisco. Las ganas de comérsela le fueron en aumento. Lily rodó los ojos y entre dientes murmuró:—Espero que no sean manos con bolas.Romy se rio otra vez. James la tuvo que acompañar.—Las mejores bolas que probarás en tu vida, hermana —respondió ella, traviesa.Lily hizo arcadas y se puso la mano en la boca para simular que vomitaba.Atrapado entre las dos, James no pudo negar que era el mejor sentimiento que había guardado nunca.
Cuando salieron de la cocina, el resto de la familia los estaba esperando.Sasha y Julián terminaban de preparar la mesa, incluyendo nuevos puestos para sus invitados y decorando todo con exageración.Dulces por todas partes, también ponche que, según el criterio de Julián, no podía faltar.Christopher había apilado algunos juegos de mesa junto a la chimenea, a la espera de que los gemelos les hicieran compañía.James y Romina llevaron el pastel al centro de la mesa y Julián se quedó observándolo un largo rato en silencio.—Si sigue mirándolo así, lo va a derretir —bromeó Sasha a su lado.Él sonrió y buscó su mirada con mueca traviesa.—Me lo quiero comer —insinuó él, pero ella no pudo entenderlo.Sus culturas eran muy diferentes.No tardaron en traer el pavo y las papas con mantequilla, conforme Lily escogió algunos villancicos para la cena.Junto al árbol, Rossi miró a todos con una sonrisa torcida. Después de una infancia solitaria y de navidades grises, le dio gusto verse rodeado
Después de la cena, Christopher invitó a todos a pasar la noche en su pent-house. Tenía muchas habitaciones disponibles para todos y no quería que se marcharan en la mitad de una tormenta.Casilda tuvo que aceptar, más al ver a sus gemelos felices batiendo la lengua y discutiendo con el señor Dubois. Le sacaban chispas.Las chicas y los gemelos animaron la noche jugando un poco de Twister. Desde la sala, James y Chris los observaban con los ojos oscurecidos.No les gustó ver a sus chicas retorciéndose en el piso con esos dos mocosos que, cada vez que hacían un desafío, se paseaban frente a ellos como si fueran la reencarnación del diablo.Mientras charlaban y miraban celosos a sus chicas jugar con los gemelos, James dijo:—No caigamos en sus juegos. Eso quieren... provocarnos.Chris bufó.—No tienen oportunidad. Con esos brazos debiluchos. —Apretó su brazo para mostrar su músculo.Atrapado entre ellos, Julián se carcajeó.No pudo negar que le encantó verlos luchar contra lo que sentía
Romina fue paciente. Esperó a que todo terminara y que él estuviera bien, para irse corriendo a la cocina a por un vaso con agua.—Le puse unas gotitas de limón —dijo ella en cuanto regresó.James la miró con lio y no supo qué decir. Estaba avergonzado. Había dejado entrever su más grande miedo y temía que, desde ese punto, Romina se alejara para siempre de él.¿Quién podría quedarse? No era el hombre perfecto que todos pensaban. No era el hombre perfecto que ella había visto.No pudo mirarla a la cara y bebió el agua con limón con un nudo en la garganta.»Mi padre siempre dice que el limón es un buen calmante. —Romina se arrodilló frente a él y se apoyó en sus muslos masculinos—. ¿Te sientes mejor? —preguntó cuando él terminó de beber.James se limpió con elegancia la comisura de los labios y asintió.Quiso agradecerle por el agua y el limón, pero no sabía cómo continuar. ¿Y qué iba a decirle? ¿Qué ya no sería abogado? ¿Qué sus miedos le habían quitado lo único bueno que tenía? ¿Qué
Cuando Romina abrió las puertas, se encontraron con Julián. El hombre intentaba entender cómo habían desaparecido sin dejar rastro y cuando los vio salir del closet, suspiró mirando al cielo.—No es lo que usted piensa —dijo James en su defensa.Acababa de salir de un closet, literal.Julián enarcó una ceja y se rio cuando notó lo mucho que le preocupaba al abogado que se pusiera en duda su masculinidad.Decidió divertirse un poco.—Pero acaba de salir del closet —dijo Julián.James se sonrojó.—Pero no de esa forma —refutó James.—¿Acaso existe otra forma? —bromeó Julián.James titubeó.—Papito, solo fue una noche de terapia —dijo Romina besándolo en la mejilla para darle los buenos días.James estaba tenso entre padre e hija. —Terapia, sí, claro —respondió Julián, sarcástico—. En mis tiempos las “llevábamos al huerto” —bromeó, recordando un viejo libro que había leído en su juventud.James se rio cuando entendió su referencia.—Si lo dice por Calisto, de “La Celestina”, no, no fue e
Regresar a la realidad y cotidianidad fue un golpe duro para todos.A Rossi le había fascinado tener su primera navidad en familia, con comida y licor; con amigos, romance y sexo salvaje a escondidas.Por otro lado, Dubois aun asimilaba todo. En una semana habían cambiado tantas cosas en su vida que, cuando se vio al espejo esa mañana, le tomó unos instantes reconocerse.Sonrió cuando la vio a ella a través del reflejo del espejo. Pasó corriendo de lado a lado, reuniendo sus prendas, con el cabello negro ondulado y revuelto.Romina se escabulló hasta el cuarto de baño. Era tarde. A las nueve debía regresar a la clínica y retomar su terapia. Se aseó apresurada y se preparó para partir. Se arregló el cabello y la ropa bajo la intensa mirada de James, quien estaba afligido por esa primera despedida.—Puedes visitarme —musitó ella cuando por fin estuvieron listos para partir.Se encaminaron al elevador.Los gemelos habían partido a sus clases como cada mañana y la empleada de James limpia
Mientras James, Sasha y su suegro ayudaron a Romy a ponerse cómoda para pasar una nueva temporada de terapia, Christopher llevó a Lily a un lugar más privado para hablar.—¿Qué fue todo eso? —preguntó ella, un tanto desconcertada—. ¿Otra competencia de medición de penes? —Estaba furiosa.Chris estaba serio y con mesura le explicó lo ocurrido antes de la navidad. La información que se había filtrado de Romina y como los medios la habían usado a su favor para burlarse de ella, de su de salud mental y sus problemas.Le habló también del actuar de Dubois, de su forma imprudente de querer proteger a Romina y de sus amenazas.Lily se quedó boquiabierta y tragó duro para retractarse.—Cariño, lo siento tanto —susurró dolida y miró a Chris con los ojos llorosos.—¿Por qué lo sientes? —preguntó él, liado.Nunca le habían dicho esas dos palabras que tanto significaba para él.Tal vez, esas eran las dos palabras que esperaba que su madre le dijera alguna vez, pero se había muerto y él se había q
Rossi tuvo que despedirse de Romina y partir a Revues cuánto antes. Estaban a menos de una semana de que el lanzamiento de final de año los golpeara y aun tenían pequeños detalles que afinar.Lily quiso ir con él, pero Rossi le pidió que se quedara con su hermana el tiempo que ella necesitara.Romina parecía estar bien, a diferencia de la primera vez que fue internada. Le gustaba su cuarto y su privacidad y, después de mucho tiempo, tenía pasatiempos en los que ocupar su mente.—Ve tranquila, yo estaré bien —dijo Romy, mirando a su hermana—. Tengo un par de libros pendientes para leer y un par de películas románticas con las que ahogarme en lágrimas —bromeó.Su padre sonrió satisfecho. Era bueno escucharla de tan buen humor.—Puedo quedarme a almorzar si gustas —dijo Julián, dispuesto a sostener su mano hasta el día de su muerte.Romina le sonrió gustosa.—Estaría feliz, papito, pero James dijo que traería algo especial —susurró ella, coqueta y por encima de su hombro buscó a su novio