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Después de la cena, Christopher invitó a todos a pasar la noche en su pent-house. Tenía muchas habitaciones disponibles para todos y no quería que se marcharan en la mitad de una tormenta.

Casilda tuvo que aceptar, más al ver a sus gemelos felices batiendo la lengua y discutiendo con el señor Dubois. Le sacaban chispas.

Las chicas y los gemelos animaron la noche jugando un poco de Twister. Desde la sala, James y Chris los observaban con los ojos oscurecidos.

No les gustó ver a sus chicas retorciéndose en el piso con esos dos mocosos que, cada vez que hacían un desafío, se paseaban frente a ellos como si fueran la reencarnación del diablo.

Mientras charlaban y miraban celosos a sus chicas jugar con los gemelos, James dijo:

—No caigamos en sus juegos. Eso quieren... provocarnos.

Chris bufó.

—No tienen oportunidad. Con esos brazos debiluchos. —Apretó su brazo para mostrar su músculo.

Atrapado entre ellos, Julián se carcajeó.

No pudo negar que le encantó verlos luchar contra lo que sentían. Querían aparentar que nada les afectaba, y que el juego de los gemelos y sus niñas no les hacía ni cosquillas.

Pero los celos eran más que cosquillas.

Cuando ya no pudieron resistirlo, dejaron sus cálidos lugares junto a la chimenea y se unieron al maldito Twister, aun cuando no se sentían en edad para contornearse de esa forma tan... desfachatada.

—¿Estamos seguros de que este juego no tiene restricción de edad? —preguntó James, leyendo las instrucciones.

Los gemelos bufaron.

—Abuelo. Aburrido —dijeron los gemelos al unísono.

Romina se rio y se colgó de su cuello.

—Lo jugaba cuando tenía trece —dijo ella, mirándole provocadora y en la oreja le dijo—: sin ropa interior.

James la miró revuelto y se sintió acalorado.

—Tal vez deberíamos tener uno en casa —susurró agitado.

Chris se quedó mirando las poses y su mente voló a mil kilómetros por hora. Sonrió malicioso y se sintió muy tentado de enviarlos a todos a dormir para quedarse a solas con su Lily y esa m*****a alfombra de Twister.

Desnudos, en poses extrañas, que sin dudas gozaría mucho.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Lily cuando notó lo perdido que estaba.

Chris suspiró y con gesto seductor le quitó el cabello del cuello y en la oreja le dijo:

—Que tal vez deberíamos jugar más en la cama.

Lily se carcajeó fuerte y lo abrazó por la cintura cuando entendió lo que trataba de decirle.

—Esconderé la alfombra en nuestro cuarto. No te preocupes —dijo ella sobre su oreja y se dio la vuelta entre sus brazos para aplastarle su culo en su pelvis.

A Chris nada lo tranquilizaba más que sentirse atrapado y contenido en ese culo perfecto que le quitaba todas las preocupaciones.

En la madrugada, Lily llevó a sus invitados a sus habitaciones. Les ofreció toallas limpias, batas y ropa de cama para que pudieran descansar cómodamente.

Sasha la ayudó, no muy a gusto, porque se sentía terriblemente insegura con la presencia de Casilda ahí. La veía como una competencia porque, como todas, tenía sus inseguridades femeninas.

—¿Estás bien? —preguntó Lily, mirándola preocupada—. Estuviste muy callada.

Sasha no supo qué decirle.

Estaban solas en la cocina, guardando las sobras de la cena para comer los siguientes días.

Sasha puso mueca entristecida.

—No estoy muy segura.

—¿Extrañas a tu familia? —Lily intentó conseguir la verdad.

Sasha le sonrió dulce.

—No, imposible —rio dulce—. Con ustedes, es imposible extrañar a mi familia —dijo con su acento ruso agraciado. Lily le sonrió—. Pero... —suspiró y la miró con las mejillas rojas—. No quiero incomodarla o ponerla en aprietos, pero...

—¿Incomodarme? —Lily rio—. Sea sincera, por favor.

Sasha cerró el refrigerador y con grandes ojos miró a Lily. Ella supo que le diría algo importante y se preparó para todo.

—¿Usted y su hermana, se enojarían conmigo si yo les digo que... tal vez... me guste su padre? —preguntó directa, torciéndose los dedos de las manos por la ansiedad.

Lily se tomó unos instantes para procesarlo todo. Notó lo mucho que aquello le afectaba a Sasha y trató de ser sensata y que sus sentimientos de hija no interfirieren.

—Jamás me enojaría por algo que podría hacer feliz a mi padre.

—¿Lo haría feliz? —preguntó Sasha.

Lily le sonrió.

—Sí, por supuesto que lo haría feliz, pero no quiero que sea un “tal vez” —dijo Lily con firmeza. Sasha la miró con grandes ojos—. Es: sí o no. —Fue tajante—. Mi padre no merece ni necesita inseguridades, Sasha. —Las dos se miraron con intensidad—. Sí o no.

Sasha sonrío y con firmeza asintió.

Era sí.

Lily se despidió cariñosa de ella y le dijo que aún estaba a tiempo, que la noche aun no terminaba.

Se llevó a Christopher a la cama, para dejarles espacio para que hablaran en privado.

Romy hizo lo mismo con James. Lo llevó a su cuarto. Con timidez, por supuesto, pero intentó que los nervios no le ganaran.

—Puedo conseguirle algo más cómodo para que duerma —dijo ella, tiritando.

James negó sonriente.

—Desnudos es perfecto —respondió él con buen humor.

No podía negar que estaba cansado. En las últimas horas no había dormido mucho, pero lo impulsaba el deseo de estar a solas con Romina.

Ella dejó las pertenencias de James sobre un sofá y cogió un par de toallas para tomar una ducha rápida. Quería refrescarse antes de meterse a la cama desnuda con ese hombre perfecto.

Por otro lado, James escribió un par de ideas más en su libreta de cocina y cuando se dispuso a guardarla en su abrigo, en uno de sus bolsillos, en el fondo, encontró su olvidado teléfono.

Estaba apagado.

Con el ceño apretado lo tomó para encenderlo. Después de que había llamado a la clínica de Romina y hablado con Rossi, lo había olvidado por completo. Su único interés en ese momento era Romina.

Escuchó el agua de la ducha y supo que Romina estaba bañándose.

Lo encendió calmoso y paciente esperó a que las primeras notificaciones entraran.

Recibió diversos correos y notificaciones, pero solo uno tuvo la fuerza para paralizarlo y terminar de desestabilizarlo. Todo lo que había luchado para mantenerse firme, se fue a la m****a en ese momento.

Era el psicólogo, al que había evitado por miedo a enfrentarse a la verdad.

La respiración se le aceleró cuando leyó sus mensajes y, posteriormente, el correo en el que se le notificaba lo que tanto había temido:

«Señor Dubois, lo estoy esperando. Nuestra cita ya empezó».

«Señor Dubois, es la tercera vez que se ausenta en este mes».

«Señor Dubois, tendré que comunicarle esto al comité».

«Señor Dubois, notifiqué al tribunal sobre el abandono de sus sesiones».

«Señor Dubois, su licencia será inhabilitada hasta que muestre que está en facultades para volver a ejercer».

Leer que le quitaban lo único bueno que tenía lo hizo sentir que se tambaleaba adelante y atrás; todo su mundo cayéndose a pedazos en dos segundos. La respiración, los mareos, los sudores, todo se hizo presente. Jadeó fuerte. Dejó de escuchar, de sentir. Solo fue consciente de que se desvanecía, que el cuerpo se le helaba y el corazón se le arrancaba por la boca.

—Señor Dubois... —Romina apareció por la puerta, calmosa, envuelta en una bata y con el cabello mojado. En cuanto lo vio, supo que algo estaba mal. Lo vio perdido, agarrándose el pecho con la mano y respirando fuerte—. ¡Señor Dubois! —chilló asustada y corrió a contenerlo.

Con suavidad lo ayudó a sentarse en la cama que tenían a un lado y se metió entre sus piernas para tratar de mirar sus ojos. 

Sus pupilas dilatadas y la mirada perdida le hicieron entrever lo que estaba ocurriendo.

Podía sentir su sofoco, su desesperación y miedo. Le frotó los muslos con las manos abiertas y le habló para que se centrara en su voz, pero él no reaccionaba.

Romina vio que tenía el teléfono en la mano. Lo estrujaba con rabia entre sus dedos largos. Con valentía se lo quitó y de reojo leyó la pantalla.

Lo cogió por las mejillas para que él la mirara y cerró todo el espacio que los separaba. Tuvo su rostro a pocos centímetros del suyo y con firmeza le habló:

—Necesito que respires, James. —Ella inhaló profundo para mostrarle cómo hacerlo.

Él la escuchó decir su nombre y parpadeó un par de veces. La sintió sobre su cuerpo, respirando fuerte y envolvió sus brazos por su cintura, sin poder dejar de temblar. Tuvo alivio al sentir su cuerpo tibio, su respiración guiando la suya.

Romina tragó duro al ver que lentamente se calmaba y continuó:

—Mírame, James, mírame a mí. —El hombre fijó sus ojos verdes en ella. La encontró hermosa. Sin maquillaje, con el cabello mojado escurriéndole por la cara—. Estás conmigo... —sollozó asustada. Nunca había visto algo así—. Vuelve... —lloró compungida—. Vuelve, por favor —suplicó.

James gimió y apretó los ojos cuando el corazón le dolió. Podía sentir la opresión en el pecho, los latidos y los espasmos fatigándolo completo.

—Yo...

No pudo pronunciar mucho. Romina Se arrodilló entre sus piernas y le mostró como inhalar y exhalar. Ella cogió sus manos masculinas y las puso sobre su pecho. James sintió sus respiraciones y las acompañó.

Cuando empezó a salir de la oscuridad, ella le estaba esperando al final del túnel. Sus ojos llorosos le hicieron entrever lo mucho que la había asustado.

Su reacción lo desacomodó.

No obstante, él esperaba su rechazo, ella se abalanzó encima de él para besarlo.

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