La semana siguiente fue como un oasis en mi tumultuosa llegada al castillo. Me curé de la intoxicación, los cortes de mi brazo y mi cara terminaron de sanar sin complicaciones, y mi otro brazo parecía casi listo para prescindir de las varillas. Pasaba las mañanas con las sanadoras, las tardes con Aine y las noches con el lobo. Por primera vez no echaba de menos la tranquilidad de la cueva, y comenzaba a sentir que la vida en el castillo tal vez no resultara tan mala como temiera en los primeros días.
Fue durante esas jornadas tranquilas que Tilda advirtió que me había hecho la idea errónea de que las mujeres de servicio eran poco menos que explotadas por los lobos, y se tomó el trabajo de explicarme cómo estaban organizadas. Vivían en Iria, que significa tierra fértil, un pintoresco pueblito tres kilómetros al sur del castillo, en casas que compartían entre tres o cuatro
Creí que moriría de vergüenza cuando me hizo arrodillar en medio de la cama, las piernas separadas, sin permitir que me sentara en mis talones. Se tomó su tiempo para entenderse con los botones bajo el corpiño y abrió la prenda por delante para dejar mi cuerpo a la vista. Luego situó el pote con la crema junto a una de mis rodillas antes de recostarse frente a mí.—Adelante, mi pequeña —susurró—. Yo te indicaré si te salteas algo.—Pero, mi señor… —balbuceé.Una de sus manos me sujetó la nuca, y me besó mientras su otra mano tomaba la mía. La llevó a mojar mis dedos en la crema y luego a mi pelvis.—Sigue tú —dijo en un soplo.Mis mejillas ardían cuando volvió a reclinarse en las almohadas. Respiré hondo y comencé a aplicarme la crema. Escuchaba su re
Esa tarde, luego de pasar varias horas estudiando con Aine en el prado, regresé a mi habitación para hallar algo envuelto en tela sobre mi cama.Aparté el envoltorio con curiosidad y sentí que enrojecía hasta las orejas: era un enagua traslúcido y escotado, el breve corpiño profusamente bordado. La falda estaba formada por dos pliegues independientes que caían hasta los pies sin cerrarse ni por delante ni por detrás.Entonces advertí el pequeño trozo de papel que cayera sobre las mantas. Lo levanté y hallé las dos palabras escritas en una letra hermosa, inclinada a la derecha, grande y clara para que la leyera sin inconvenientes: te amo.Besé el papel con los ojos llenos de lágrimas.Por la noche, vestí el atrevido enagua que me dejara el lobo, pero decidí gastarle una pequeña broma y lo cubrí con el vestido m&aacut
Esa mañana me puse el vestido que me probara en la víspera, con el delantal y la cofia. Por primera vez desde que llegara al castillo, no sentía la menor molestia en el brazo que me lesionara el león de la montaña. Decidí no colgarlo del cabestrillo, aunque guardé la ancha tira de tela en el bolsillo del delantal por si la necesitaba. Salí de mi habitación con la bandeja de mi cena, que quedara intacta.Comprendí que era más tarde de lo que creía cuando hallé a Almendra y su compañera limpiando la sala de Tilda. La mujer sonrió al verme. Noté que no se la veía tan congestionada. Me señalé la nariz arqueando las cejas y asintió con otra sonrisa. Tilda llegó en ese momento de las dependencias de las otras sanadoras.La enfrenté con mi expresión más dócil, mostrándole la bandeja en mis manos.<
Una vez más, la actitud de Marla al volver a verme reveló que Tilda le había adelantado lo que acabábamos de hablar. Nos indicó que la siguiéramos y nos precedió a su pequeño estudio. Nos sentábamos las tres a la mesa cuando Ronda se nos unió con té para todas, cerrando la puerta a sus espaldas.—Habla, pequeña —dijo Marla con acento cálido—. Porque así como tú no nos escuchas con tu mente, nosotras no te escuchamos a menos que te expreses de viva voz.—Comprendo por qué me protegen, y que seguramente es necesario —dije, la vista baja para que sus miradas atentas no me intimidaran—. Y se los agradezco de corazón. Salvo Tea, nunca nadie se había preocupado por mí como ustedes. Tal vez por eso me ilusioné con que las humanas me aceptaran. Pero Tilda tiene razón: no es lo que debería i
Recorrimos un amplio corredor que olía a cítricos y al aceite de las lámparas, bajamos una escalera de escalones lisos y pulidos, y otro corredor hasta desembocar en un lugar que me confundió. Parecía que estuviéramos al aire libre, pero la temperatura indicaba que estábamos bajo techo. Debía tratarse de un lugar enorme. Entonces advertí la humedad en el ambiente. El suelo era de grandes baldosas con grabados en relieve, tibias contra mis pies descalzos.El lobo puso en mis manos el cofrecillo con sus lociones y cepillos.—Aguarda un momento, mi pequeña —susurró, besándome.Se alejó de mí y lo oí terminar de desnudarse antes de emitir un estertor sofocado. Un momento después frotó su cabeza contra la mía. Me quité la cinta con una gran sonrisa. Apartó la vista hacia arriba y a nuestro alrededor, como invitá
Ronda vino por mí cuando regresaba de llevar la bandeja del almuerzo a la cocina. Traía dos cestas llenas de botellas del tónico verde brillante que utilizaban los lobos para bañarse.Me indicó que cambiara mi ropa, porque olía a comida, me tendió una de las cestas y me guió por el corredor más allá de mi puerta, a una ancha escalera tras un recodo que jamás había sobrepasado.El primer nivel del castillo me dejó boquiabierta, porque parecía un palacio de hadas. De techos altos y corredores espaciosos, con tapices de colores brillantes y grandes pinturas cubriendo las paredes de piedra. Los pisos eran de grandes baldosas veteadas muy lisas, como si fueran lonjas de piedras minerales pulidas.Ronda me instó a no quedarme atrás admirando cuanto veía, llevándome por dos anchos corredores a los que se abrían pesadas puertas de madera a
—Tengo lo que me pediste —dije señalando las cestas—. Pero la señora Tilda quiere que yo misma entregue las medicinas a cada mujer.Helga no puso objeciones, tal como la sanadora anticipara, y entre las dos separamos lo que correspondía a sus compañeras de turno, que resultó ser sólo una cuarta parte. Me indicó áreas y turnos de las demás, y pareció sorprendida cuando las agrupé sin tomar notas.—No te preocupes, tengo buena memoria —sonreí—. Anotaré el detalle cuando regrese a cenar.En lugar de Kendra hallé a una loba de más edad, la primera que veía con cabello cano, que parecía aún más austera y distante. Helga me dejó a las puertas de la cocina, apresurándose hacia la arcada lateral con mi bandeja. Las mujeres se afanaban limpiando luego de servir la cena, aunque se las ingenia
A la mañana siguiente, cuando logré dejarlo ir y volver mi mente a las tareas del día, comprobé que la mayoría de las medicinas eran para mujeres que trabajaban por la mañana, incluidos los baños.Como tendría que aventurarme por encima de mi escondite en el subsuelo, volví a vestirme como la noche anterior. Marla y sus sanadoras dedicaron varios minutos a alborotar sobre lo bien que me veía, y mientras desayunábamos, me indicaron cómo llegar a las dependencias de limpieza en el primer nivel, y de allí, a los baños. Antes que me fuera, Ronda me entregó otra cesta de lociones.—Ya que irás por allí —terció con un guiño—. Y pregúntales si precisan algo más para la tarde.Marla me detuvo para ajustar la cadena de mi pendiente de adularia, cerrando el broche en otro eslabón de manera que quedara m