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Ronda vino por mí cuando regresaba de llevar la bandeja del almuerzo a la cocina. Traía dos cestas llenas de botellas del tónico verde brillante que utilizaban los lobos para bañarse.

Me indicó que cambiara mi ropa, porque olía a comida, me tendió una de las cestas y me guió por el corredor más allá de mi puerta, a una ancha escalera tras un recodo que jamás había sobrepasado.

El primer nivel del castillo me dejó boquiabierta, porque parecía un palacio de hadas. De techos altos y corredores espaciosos, con tapices de colores brillantes y grandes pinturas cubriendo las paredes de piedra. Los pisos eran de grandes baldosas veteadas muy lisas, como si fueran lonjas de piedras minerales pulidas.

Ronda me instó a no quedarme atrás admirando cuanto veía, llevándome por dos anchos corredores a los que se abrían pesadas puertas de madera a

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