—¿Una fiesta? ¿Aquí?
Las sanadoras sonrieron al ver mi expresión de terror.
—Es la Luna de las Flores, el plenilunio de mayo —explicó Marla con la paciencia afectuosa que la caracterizaba—. Los pasos de la montaña ya han vuelto a abrirse, de modo que recibimos invitados de los valles vecinos.
—¿Más lobos?
Sus risas no apaciguaron mis temores.
—Es una ocasión muy especial —continuó Marla, acallando a sus sanadoras—. Es la única vez al año que nuestra madre se presenta en público, para agasajar a nuestros parientes y aliados con una cena.
—Entiendo. Precisarán ayuda en la cocina. —Sus expresiones me hicieron suspirar desalentada—. ¿Dónde me necesitan?
—En los baños.
Abrí los ojos como platos y meneé la cabeza con vehemencia.
Las tres mujeres se inclinaron ante Ronda con las cabezas gachas. Yo la miraba sin salir de mi asombro, confundida al ver a la sanadora jovial y comprensiva a la que estaba habituada mostrarse tan severa y hasta atemorizante. Especialmente por defenderme a mí. Brenan ladró desde el borde de la piscina que Cala ya había terminado de limpiar. Ronda meneó levemente la cabeza y se volvió hacia mí con su sonrisa de siempre. —Ve a atender a ese muchacho o pasaremos el resto del día aquí. —Sí, mi señora —murmuré, inclinándome también ante ella. Tomé lo que necesitaba de la estantería y me apresuré hacia los lobos. Aine vino a sentarse al borde mismo de la piscina mientras Brenan se echaba en los mosaicos y yo llenaba la cubeta. —Vengo de intérprete —sonrió, señalando a su hermano con la cabeza, y bajó la voz—. Quiere que te diga que no hagas caso a esas necias, y que Ronda tiene razón. Asentí agregando loción al agua y revolviéndola. Mojé el
—¡Por favor, mi pequeña!Sonreí, la punta de mi lengua remontando su ingle sin el menor apuro. Se estremeció de pies a cabeza y sus dedos se movieron más aprisa en mi cuerpo, intentando transmitirme su urgencia. Alcé la cabeza, los labios entreabiertos, disfrutando aquella deliciosa caricia doble. Sus caderas se alzaron buscando mi boca, jadeando y gruñendo. Decidí que ya había estado bien de jugar con él. Incliné la cabeza tomando en mi boca cuanto podía de él, mi lengua apretada contra su piel tensa. Se dejó ir con un gemido enronquecido, mi puño firme contra su pelvis, dejando que su sabor exquisito me colmara.Antes que pudiera hacer nada más, me sujetó la cintura y me levantó sin ningún esfuerzo. Guió mis rodillas a hundirse en las almohadas a ambos lados de su cabeza. Atiné a tomarme del espaldar de la cama cuando
Aine y las demás lobas de su edad estarían a cargo de la decoración para la fiesta, de modo que mis lecciones quedaron suspendidas hasta después del evento. Todas las mujeres de servicio estaban superadas de trabajo, lo cual resultaba en una infinidad de pequeños accidentes domésticos. Además, a las mujeres de la limpieza y la lavandería se les había duplicado el trabajo, porque tenían que acondicionar el ala de huéspedes para los invitados. Según dijo Tilda, fue la primera vez en sus décadas como sanadora que tantas humanas se atrevían a llamar a su puerta. Pasábamos el día atendiendo pequeños cortes, quemaduras leves, raspones o magullones. Ronda pronto se sumó a nosotras, porque no nos alcanzaba el tiempo para reponer los elementos que utilizábamos y prepararnos para el día siguiente. Además, insistí en duplicar la producción de infusiones y lociones para las articulaciones, problemas digestivos y alergias respiratorias, porque no quería descuidar a las mujeres a
Bañar a la reina fue lo más hermoso y emocionante que me ocurrió desde que llegara al castillo. Por supuesto que era la pelambre más limpia, sedosa y perfumada que lavara jamás, y comprendí que en realidad no necesitaba un baño, sino conocerme de una forma que no daba lugar a dobleces. La princesa se sentó al borde de la piscina, en caso que su madre necesitara ayuda o quisiera decirme algo. Por primera vez noté el discreto tatuaje bajo su clavícula: un cuarto creciente como el de mi pendiente, con delgadas ramas de viña enroscándose alrededor. Lavé y cepillé a la reina sin prisa. No tardé en darme cuenta que los movimientos más lentos y firmes la ayudaban a distenderse. Y cuando se echó de costado, le gustaba que la rascara con las yemas de los dedos en el flanco, cerca del anca. La princesa rió al ver que su madre se estiraba con los ojos cerrados. —¿Cómo le haces para saber lo que nos gusta? —inquirió con genuina curiosidad. —Porque tiemblan —respo
Por rara ocasión, a la mañana siguiente desperté antes que él. Me sorprendió advertir la escasa claridad que la cinta me permitía adivinar. —¿Mi señor? —llamé en voz baja, acariciando su espalda—. ¿No es de día ya? —Es domingo —gruñó soñoliento, la cara seguramente hundida en su almohada—. No necesitamos levantarnos todavía. —Pero tienes que ir a misa. —Iré por la tarde. —¿Y qué excusa daré yo para no ir a la capilla? —Que una semana de rascar panzas peludas te dejó agotada —rezongó volteando para tenderse boca arriba. Reí por lo bajo, buscando a tientas su cara y hallando sus ojos cerrados y su ceño fruncido. —Vamos, sabes que no puedo vestirme a ciegas. —¿Tanta prisa por dejarme? —Mira quién habla, contando los días para irte por ahí a cazar vampiros y dejarme aquí, sola y abandonada en un castillo lleno de humanas. Su ojo se abrió bajo mi mano, que llevó a su boca para darle un mordis
La muchacha que me había reconocido se me plantó delante y me abofeteó con todas sus fuerzas. Las demás me impidieron retroceder. —No te tememos, abominación —gruñó. Otra tomó su lugar y me enfrentó con una mueca despectiva antes de abofetearme también. —Deberías haberte quedado en la cocina —dijo. Entonces una vio el pendiente de adularia en mi cuello. —¿Qué haces con semejante joya? Intentó tomar el cuarto creciente pero lo protegí en mi puño. —No te atrevas a tocarlo —mascullé. La tal Lila y otra más sujetaron mis brazos. La alta aferró la cadena del colgante y la retorció contra mi cuello, ahogándome hasta que me quedé quieta. —¿Dónde obtuviste esta piedra lunar? —preguntó en tono amenazante. —La reina me la obsequió —gruñí luchando por respirar, incapaz de soltarme. —¡La reina! ¡Por supuesto! —A una salvaje chupasangre como tú. —Seguramente la robó. —Y quien le roba a
Les di la espalda y salí con la cabeza erguida, las manos juntas sobre mi estómago, que parecía haberse convertido en una piedra que me impedía respirar bien. Encontré la mirada penetrante de Kendra apenas cerré la puerta. —Quédate. Serán confrontadas por lo que hicieron. —Gracias, mi señora —murmuré, ubicándome junto a ella, de cara al comedor. —Robarte una joya de la reina —gruñó—. ¿Qué más te hicieron? —Me sujetaron entre varias para golpearme —respondí en voz baja. —Son unas salvajes, como sus padres —masculló la loba. Pronto los lobos comenzaron a dejar el comedor. Un escalofrío me corrió por la espalda al ver que el Alfa salía primero, flanqueado por la princesa y el príncipe de pelo largo. Noté que el Alfa tenía la vista baja bajo un ceño tormentoso y preferí no correr riesgos innecesarios. Hice una profunda reverencia, la cabeza gacha, decidida a permanecer así hasta que se alejara el último lobo. Por suerte pasaron de
Tan pronto las humanas se marcharon, las lobas formaron una especie de círculo silencioso entre la puerta y donde yo permanecía, paralizada por la conmoción. Advertí el temblor incontrolable de mis manos, el nudo en mi garganta, el hueco helado en la boca del estómago. Lo que acababa de presenciar me había sacudido más que si me hubiera golpeado un rayo. No me atrevía a pedir permiso para retirarme, de modo que opté por distraerme manteniéndome ocupada. Comencé a recoger los vestidos. La mesa no estaba del todo limpia, pero en el otro extremo de la habitación vi un amplio sillón, así que los llevé hacia allí y me entretuve doblándolos y dejándolos sobre los mullidos cojines. —¿Qué diablos haces, pequeña? La voz de la princesa me inmovilizó con un vestido extendido entre mis manos. Me volví hacia ella intentando dominar mi temor instintivo. —Habla, pequeña, que no te escuchamos —sonrió la princesa. —Es que… Mi señora lo dijo… Es c