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Les di la espalda y salí con la cabeza erguida, las manos juntas sobre mi estómago, que parecía haberse convertido en una piedra que me impedía respirar bien. Encontré la mirada penetrante de Kendra apenas cerré la puerta.

—Quédate. Serán confrontadas por lo que hicieron.

—Gracias, mi señora —murmuré, ubicándome junto a ella, de cara al comedor.

—Robarte una joya de la reina —gruñó—. ¿Qué más te hicieron?

—Me sujetaron entre varias para golpearme —respondí en voz baja.

—Son unas salvajes, como sus padres —masculló la loba.

Pronto los lobos comenzaron a dejar el comedor. Un escalofrío me corrió por la espalda al ver que el Alfa salía primero, flanqueado por la princesa y el príncipe de pelo largo. Noté que el Alfa tenía la vista baja bajo un ceño tormentoso y preferí no correr riesgos innecesarios. Hice una profunda reverencia, la cabeza gacha, decidida a permanecer así hasta que se alejara el último lobo.

Por suerte pasaron de

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