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La noticia de que Tea viviría en Iria corrió como fuego entre las mujeres de servicio, primero en el castillo, luego en el pueblo de las madres. Dos días después, Helga nos recibió en la arcada de madera con varias más, y precedieron nuestra carreta hacia una bonita casa de dos plantas en el sector occidental, con un jardín posterior que tenía espacio de sobra para la huerta que planeábamos.

—La señora Mora nos encargó que la preparáramos para ti —le dijo Helga a Tea, mientras dos mujeres más jóvenes la ayudaban a bajar de la carreta.

—Dios nos proteja —gruñó Tea, haciéndolas reír.

Helga la acompañó hasta el umbral, abrió la puerta de par en par y la invitó a entrar primero. El fresco aire que brotó del interior olía a lavanda y a limón. Entré con las demás y la hallamos en medio del comedor, separado de la cocina como en la casa del cazador. La habitación era luminosa y aireada, con ventanas en tres de las cuatro paredes por las que se veían el Valle, el jar

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