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La gente del pueblo se apretaba en torno al pozo, rodeados por los lobos a caballo. Lloraban y gritaban pidiendo misericordia. El Alfa galopaba alrededor de la plaza con la espada en alto. De pronto bajó la espada y los lobos desenvainaron las suyas, talonearon sus cabalgaduras, y las hicieron avanzar hacia el gentío, empujándolos desde todos los flancos al mismo tiempo. Eran caballos de batalla, entrenados para ignorar su instinto de no atropellar humanos, de modo que pisoteaban a quienes no se apartaban, y los lobos ultimaban con sus hojas a quienes intentaban escapar de aquel cerco mortífero que seguía cerrándose.

Grité y me revolví como si fueran a escucharme, como si fueran a hacerme caso. Pero Tea me tenía estrechamente abrazada fuera del cerco, impidiéndome correr hacia los hijos de la princesa, que ejecutaban las órdenes de su líder sin vacilar.

Entonces lo vi venir. Su semental negro galopaba en derechura hacia nosotras. Sus ojos azules fijos en mí, fulguran

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