A la mañana siguiente, molía manzanilla con Tilda cuando la puerta de la sala se abrió de par en par. Nos volvimos las dos y el corazón me dio un vuelco al ver entrar a la princesa con la esposa del Gamma. Mi incliné ante ellas, más que nada para hurtar la cara a sus miradas penetrantes. Se detuvieron a tres pasos de la mesa en completo silencio. Tilda me miró de reojo de camino hacia afuera. Apreté las manos temblorosas contra mi delantal al quedar sola con ellas.
—Con que en los baños a medianoche —dijo la princesa con frialdad.
—Y vistiendo una camisa de hombre —agregó la otra loba con acento reprobador.
La princesa miró interrogante a su cuñada antes de volver a enfrentarme.
—¿Todavía usas las ropas que te llevé a la cueva? ¿No te dimos suficientes desde que llegaste? —inquirió muy seria.
—No son las mismas, pero sí, mi señora —murmuré, tratando de decir la verdad cuanto pudiera—. Me gustan. Son cómodas.
—¿Encontraste el regalo de
Llegaron las cocineras al rescate. Dos de ellas fueron a reunirse con Aine y Arleen, dos vinieron conmigo y Adara, las cuatro restantes trajeron más jarras de vinos y agua y se llevaron las bandejas con las fuentes. A nosotras nos tocaba retirar los platos usados y ponerlos en las bandejas de las cocineras, que salieron al tiempo que las otras regresaban con las fuentes del plato principal y la variedad habitual de guarniciones. Servirlo llevó más tiempo y cuidado que la entrada, pero al fin todos los lobos tuvieron su abundante comida. Si el almuerzo se estiraba un minuto más de lo estrictamente necesario, me daría una crisis nerviosa o me desmayaría. Sintiendo que respirar hondo y mantener la vista baja ya no me ayudaba, le pedí a Adara que se quedara por las dudas, apilé con cuidado las fuentes de guarniciones vacías y las llevé a la habitación lateral. Necesitaba salir de allí aunque más no fuera un momento. Las cocineras ya subían los pos
Despertar en sus brazos sólo me hizo volver a llorar. Me acurruqué contra su pecho, la cara junto a su piel cálida. Me acarició las mejillas amoratadas y me estrechó en silencio, besando mi pelo. —Tu hermana tiene razón, mi señor —murmuré con voz entrecortada—. Esto no puede seguir así. —Comprendo—dijo con amargura—. Quieres marcharte. —Quisiera que te decidas, mi señor. Tus dudas son la raíz de todo esto. —¿Qué me decida? ¿A qué te refieres? Rocé su pecho bajo la clavícula, la piel tersa, intacta. —¿Acaso no hallaste a tu compañera? —Claro que sí. Eres tú. —¿Entonces por qué no llevas la marca de los lobos imprimados? Hizo una inspiración temblorosa y luché por no dejarme conmover. —Si en verdad te propones hacerme tu esposa, podrías probarlo desposándome hasta que tenga edad de que nos casemos. Si no puedes o no te atreves, quiero convertirme en una verdadera mujer de servicio, cumplir mis horas aquí y
LIBRO 3: VERANO A pesar de todas las dificultades que la esperaban en el castillo, Risa ha comenzado a ganarse su lugar entre lobos y humanas. Y el amor que la une a Mael ha seguido afianzándose, superando los obstáculos que se les presentaron. Ahora queda la promesa de Mael de desposarla en otoño y hacerla su esposa el próximo invierno. Pero aún resta toda una estación hasta entonces. Una estación que incluirá el inicio del plan de Mael para revertir el curso de la guerra a favor de los lobos, así comoun necesario cambio en la relación de los lobos con los humanos en el Valle. Y un suceso inesperado y traumático que podría marcar el destin
Contuve el aliento, conmocionada, sin atreverme a pedirle que se explicara. —Soñé con tu madre embarazada —rememoró la reina en voz baja—. La veía llegar perseguida por los jinetes. Y luego veía a mi esposo en casa de Tea con un recién nacido en brazos. Se lo conté, y prometió buscar a la mujer embarazada entre los fugitivos y hacer lo posible por salvarla a ella y al bebé. Bebió su té volviéndose hacia el ventanal y dejó escapar un suspiro. —Nunca comprendí el significado de ese sueño. Era la primera vez que mis visiones me mostraban un humano. Luego mi esposo volvió a verte en el bosque, el día que lo abrazaste y le agradeciste por salvarte. —La reina esbozó una sonrisa melancólica—. Me habló de tu color de ojos, y poco después volví a soñar contigo. Imagino que te vi como eres ahora, o hace uno o dos años. —Viste en lo que me he transformado —dije en un soplo. —Sí. Vi tu belleza única, tanto física como de espíritu. Me alegró saber que esta
Por primera vez me atreví a depositar mis esperanzas en el Alfa. Su reacción al verme bajar la escalera, cargando la cola del vestido de la reina, me hizo pensar que tal vez protestaría hasta convencerla de que me relevara de mis deberes. La princesa guió a la reina hasta su hijo y me indicó que dejara mi carga en el suelo y retrocediera con ella, dándoles un momento a solas. No que nadie fuera a escuchar el diálogo que tuvo lugar entre ellos, a pesar de que los tres príncipes estaban allí con sus compañeros. Me tomé el atrevimiento de observarlos mientras los demás aguardaban en completo silencio. El Alfa enfrentaba a su madre ceñudo, con esa mirada fulgurante que siempre me hacía estremecer de miedo, los dientes apretados, al igual que sus puños. En contraste, la reina Luna se veía serena, una sonrisita divertida en sus labios delgados, las cejas levemente arqueadas, sin inmutarse ante el evidente enfado de su hijo. Los ojos azules del Alfa se desvi
Encontré sus ojos rojizos un instante antes de bajar la vista, las manos cruzadas sobre mi falda.—La luna está por salir, y todos participaremos en una cacería para celebrar el plenilunio —explicó en un tono casi casual, como si nada hubiera ocurrido entre nosotras—. Madre saldrá a disfrutar la luna en el prado. Yo la guiaré hasta donde quiera echarse, y tú te quedarás con ella hasta que regresemos.—Por supuesto, mi señora —murmuré con los ojos bajos.La oí respirar hondo y me atajé por dentro. No sabía qué diría a continuación, pero sí sabía que no quería escucharla.—Te debo una disculpa por lo que ocurrió ayer, Risa —dijo en voz baja, aunque su voz no perdía autoridad ni ganaba calidez.Alcé apenas una mano, adelantándome a lo que fuera que iba
La cama se sacudió bruscamente, y antes que pudiera comprender qué ocurría, el lobo me tumbó boca abajo y se tendió sobre mí, estrechándome entre sus brazos y mordisqueándome el cuello y el hombro.—Dime que tienes la dichosa cinta aquí contigo —susurró agitado.Todavía sobresaltada y medio dormida, me alcanzaron las luces para buscarla bajo mi almohada. Me la arrebató de la mano y se arrodilló a horcajadas sobre mi espalda para cubrirme los ojos. Tan pronto ató la cinta, me hizo volverme y se dejó caer sobre mí para besarme con tal ímpetu que por un momento me asustó.—Tranquila, amor mío. Es sólo la luna —susurró en un acento cálido que pareció correr por mi piel, despertando mi cuerpo a su paso—. La luna y lo hermosa que te veías en el prado.Apartó l
Pasé el día siguiente en los baños. Jara y todas sus compañeras estaban allí también, sin importar qué turno solían trabajar, para que hubiera una mujer atendiendo cada piscina. Cala no daba abasto para lavar los cepillos y preparar los cajoncillos de mimbre, y Tilda iba y venía con cestas repletas de botellas de loción.No era para menos. Después de pasar la noche en el bosque, todos los lobos de las tres manadas querían bañarse antes de la fiesta.Los primeros en presentarse fueron los Alfa con sus lugartenientes, que pronto debían reunirse en consejo de guerra. Yo me hallaba en la piscina más cercana a la estantería, y cuando me erguí después de la profunda reverencia con que recibimos a los líderes, vi que el Alfa se había ido a la piscina más alejada frente a los ventanales, a tenderse de espaldas como la otra vez, y ha