—Tengo lo que me pediste —dije señalando las cestas—. Pero la señora Tilda quiere que yo misma entregue las medicinas a cada mujer.
Helga no puso objeciones, tal como la sanadora anticipara, y entre las dos separamos lo que correspondía a sus compañeras de turno, que resultó ser sólo una cuarta parte. Me indicó áreas y turnos de las demás, y pareció sorprendida cuando las agrupé sin tomar notas.
—No te preocupes, tengo buena memoria —sonreí—. Anotaré el detalle cuando regrese a cenar.
En lugar de Kendra hallé a una loba de más edad, la primera que veía con cabello cano, que parecía aún más austera y distante. Helga me dejó a las puertas de la cocina, apresurándose hacia la arcada lateral con mi bandeja. Las mujeres se afanaban limpiando luego de servir la cena, aunque se las ingenia
A la mañana siguiente, cuando logré dejarlo ir y volver mi mente a las tareas del día, comprobé que la mayoría de las medicinas eran para mujeres que trabajaban por la mañana, incluidos los baños.Como tendría que aventurarme por encima de mi escondite en el subsuelo, volví a vestirme como la noche anterior. Marla y sus sanadoras dedicaron varios minutos a alborotar sobre lo bien que me veía, y mientras desayunábamos, me indicaron cómo llegar a las dependencias de limpieza en el primer nivel, y de allí, a los baños. Antes que me fuera, Ronda me entregó otra cesta de lociones.—Ya que irás por allí —terció con un guiño—. Y pregúntales si precisan algo más para la tarde.Marla me detuvo para ajustar la cadena de mi pendiente de adularia, cerrando el broche en otro eslabón de manera que quedara m
—¿Una fiesta? ¿Aquí?Las sanadoras sonrieron al ver mi expresión de terror.—Es la Luna de las Flores, el plenilunio de mayo —explicó Marla con la paciencia afectuosa que la caracterizaba—. Los pasos de la montaña ya han vuelto a abrirse, de modo que recibimos invitados de los valles vecinos.—¿Más lobos?Sus risas no apaciguaron mis temores.—Es una ocasión muy especial —continuó Marla, acallando a sus sanadoras—. Es la única vez al año que nuestra madre se presenta en público, para agasajar a nuestros parientes y aliados con una cena.—Entiendo. Precisarán ayuda en la cocina. —Sus expresiones me hicieron suspirar desalentada—. ¿Dónde me necesitan?—En los baños.Abrí los ojos como platos y meneé la cabeza con vehemencia.
Las tres mujeres se inclinaron ante Ronda con las cabezas gachas. Yo la miraba sin salir de mi asombro, confundida al ver a la sanadora jovial y comprensiva a la que estaba habituada mostrarse tan severa y hasta atemorizante. Especialmente por defenderme a mí. Brenan ladró desde el borde de la piscina que Cala ya había terminado de limpiar. Ronda meneó levemente la cabeza y se volvió hacia mí con su sonrisa de siempre. —Ve a atender a ese muchacho o pasaremos el resto del día aquí. —Sí, mi señora —murmuré, inclinándome también ante ella. Tomé lo que necesitaba de la estantería y me apresuré hacia los lobos. Aine vino a sentarse al borde mismo de la piscina mientras Brenan se echaba en los mosaicos y yo llenaba la cubeta. —Vengo de intérprete —sonrió, señalando a su hermano con la cabeza, y bajó la voz—. Quiere que te diga que no hagas caso a esas necias, y que Ronda tiene razón. Asentí agregando loción al agua y revolviéndola. Mojé el
—¡Por favor, mi pequeña!Sonreí, la punta de mi lengua remontando su ingle sin el menor apuro. Se estremeció de pies a cabeza y sus dedos se movieron más aprisa en mi cuerpo, intentando transmitirme su urgencia. Alcé la cabeza, los labios entreabiertos, disfrutando aquella deliciosa caricia doble. Sus caderas se alzaron buscando mi boca, jadeando y gruñendo. Decidí que ya había estado bien de jugar con él. Incliné la cabeza tomando en mi boca cuanto podía de él, mi lengua apretada contra su piel tensa. Se dejó ir con un gemido enronquecido, mi puño firme contra su pelvis, dejando que su sabor exquisito me colmara.Antes que pudiera hacer nada más, me sujetó la cintura y me levantó sin ningún esfuerzo. Guió mis rodillas a hundirse en las almohadas a ambos lados de su cabeza. Atiné a tomarme del espaldar de la cama cuando
Aine y las demás lobas de su edad estarían a cargo de la decoración para la fiesta, de modo que mis lecciones quedaron suspendidas hasta después del evento. Todas las mujeres de servicio estaban superadas de trabajo, lo cual resultaba en una infinidad de pequeños accidentes domésticos. Además, a las mujeres de la limpieza y la lavandería se les había duplicado el trabajo, porque tenían que acondicionar el ala de huéspedes para los invitados. Según dijo Tilda, fue la primera vez en sus décadas como sanadora que tantas humanas se atrevían a llamar a su puerta. Pasábamos el día atendiendo pequeños cortes, quemaduras leves, raspones o magullones. Ronda pronto se sumó a nosotras, porque no nos alcanzaba el tiempo para reponer los elementos que utilizábamos y prepararnos para el día siguiente. Además, insistí en duplicar la producción de infusiones y lociones para las articulaciones, problemas digestivos y alergias respiratorias, porque no quería descuidar a las mujeres a
Bañar a la reina fue lo más hermoso y emocionante que me ocurrió desde que llegara al castillo. Por supuesto que era la pelambre más limpia, sedosa y perfumada que lavara jamás, y comprendí que en realidad no necesitaba un baño, sino conocerme de una forma que no daba lugar a dobleces. La princesa se sentó al borde de la piscina, en caso que su madre necesitara ayuda o quisiera decirme algo. Por primera vez noté el discreto tatuaje bajo su clavícula: un cuarto creciente como el de mi pendiente, con delgadas ramas de viña enroscándose alrededor. Lavé y cepillé a la reina sin prisa. No tardé en darme cuenta que los movimientos más lentos y firmes la ayudaban a distenderse. Y cuando se echó de costado, le gustaba que la rascara con las yemas de los dedos en el flanco, cerca del anca. La princesa rió al ver que su madre se estiraba con los ojos cerrados. —¿Cómo le haces para saber lo que nos gusta? —inquirió con genuina curiosidad. —Porque tiemblan —respo
Por rara ocasión, a la mañana siguiente desperté antes que él. Me sorprendió advertir la escasa claridad que la cinta me permitía adivinar. —¿Mi señor? —llamé en voz baja, acariciando su espalda—. ¿No es de día ya? —Es domingo —gruñó soñoliento, la cara seguramente hundida en su almohada—. No necesitamos levantarnos todavía. —Pero tienes que ir a misa. —Iré por la tarde. —¿Y qué excusa daré yo para no ir a la capilla? —Que una semana de rascar panzas peludas te dejó agotada —rezongó volteando para tenderse boca arriba. Reí por lo bajo, buscando a tientas su cara y hallando sus ojos cerrados y su ceño fruncido. —Vamos, sabes que no puedo vestirme a ciegas. —¿Tanta prisa por dejarme? —Mira quién habla, contando los días para irte por ahí a cazar vampiros y dejarme aquí, sola y abandonada en un castillo lleno de humanas. Su ojo se abrió bajo mi mano, que llevó a su boca para darle un mordis
La muchacha que me había reconocido se me plantó delante y me abofeteó con todas sus fuerzas. Las demás me impidieron retroceder. —No te tememos, abominación —gruñó. Otra tomó su lugar y me enfrentó con una mueca despectiva antes de abofetearme también. —Deberías haberte quedado en la cocina —dijo. Entonces una vio el pendiente de adularia en mi cuello. —¿Qué haces con semejante joya? Intentó tomar el cuarto creciente pero lo protegí en mi puño. —No te atrevas a tocarlo —mascullé. La tal Lila y otra más sujetaron mis brazos. La alta aferró la cadena del colgante y la retorció contra mi cuello, ahogándome hasta que me quedé quieta. —¿Dónde obtuviste esta piedra lunar? —preguntó en tono amenazante. —La reina me la obsequió —gruñí luchando por respirar, incapaz de soltarme. —¡La reina! ¡Por supuesto! —A una salvaje chupasangre como tú. —Seguramente la robó. —Y quien le roba a