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Una vez más, la actitud de Marla al volver a verme reveló que Tilda le había adelantado lo que acabábamos de hablar. Nos indicó que la siguiéramos y nos precedió a su pequeño estudio. Nos sentábamos las tres a la mesa cuando Ronda se nos unió con té para todas, cerrando la puerta a sus espaldas.

—Habla, pequeña —dijo Marla con acento cálido—. Porque así como tú no nos escuchas con tu mente, nosotras no te escuchamos a menos que te expreses de viva voz.

—Comprendo por qué me protegen, y que seguramente es necesario —dije, la vista baja para que sus miradas atentas no me intimidaran—. Y se los agradezco de corazón. Salvo Tea, nunca nadie se había preocupado por mí como ustedes. Tal vez por eso me ilusioné con que las humanas me aceptaran. Pero Tilda tiene razón: no es lo que debería i

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