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Esa mañana me puse el vestido que me probara en la víspera, con el delantal y la cofia. Por primera vez desde que llegara al castillo, no sentía la menor molestia en el brazo que me lesionara el león de la montaña. Decidí no colgarlo del cabestrillo, aunque guardé la ancha tira de tela en el bolsillo del delantal por si la necesitaba. Salí de mi habitación con la bandeja de mi cena, que quedara intacta.

Comprendí que era más tarde de lo que creía cuando hallé a Almendra y su compañera limpiando la sala de Tilda. La mujer sonrió al verme. Noté que no se la veía tan congestionada. Me señalé la nariz arqueando las cejas y asintió con otra sonrisa. Tilda llegó en ese momento de las dependencias de las otras sanadoras.

La enfrenté con mi expresión más dócil, mostrándole la bandeja en mis manos.<

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