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Bajé apresurado los empinados escalones de piedra, deteniéndome ante el panel cerrado para prestar atención. Risa estaba sola, no escuchaba ni olía a nadie más en la habitación, pero parecía haberse levantado. Llamé con un golpe discreto.

—Aguarda, mi señor, que no logro cubrirme los ojos —replicó Risa de inmediato.

Impaciente, me atreví a asomarme. La encontré vistiendo sólo sus enaguas frente al hogar, de espaldas a mí, recogiendo una cinta blanca de la alfombra.

—Mantenlos cerrados. Yo lo haré —sonreí.

Me acerqué sin prisa, admirando su esbelta silueta a contraluz del fuego cuando se irguió, cubriéndose los ojos con una mano y alzando la otra, en la que sostenía la cinta blanca bordada. Mi sobrina se las había compuesto para peinar su breve cabellera, que apenas le llegaba a los hombr

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