Pronto se apartó un poco de mi costado, aún sonriendo entre lágrimas, y vi que forcejeaba por desatar la cinta negra, que llevaba anudada en torno a la muñeca de su brazo herido. Eso trajo su cara al alcance de la mía y la lamí con ímpetu.
—No puedo atármela sola, mi señor —dijo con voz temblorosa, toda ella vibrando de alegría al mostrarme la cinta—. Te daré la espalda y la sostendré ante mis ojos para que tú lo hagas.
Cambié sintiendo que el corazón me estallaría de una felicidad que nunca antes experimentara. Porque ella también estaba feliz. Y el único motivo de su felicidad era haberse reencontrado conmigo.
Cubrí sus ojos con manos temblorosas y Risa se volvió para caer en mis brazos. La estreché contra mi pecho luchando por controlar mi emoción, besando su pelo y su frente, aspirando su esencia con ansiedad. Alzó la cara hacia mí, ofreciéndome sus labios, y la besé hasta quedarnos sin aliento.
—Oh, mi pequeña, mi pequeña —suspiré volviendo a abrazar
Su aliento tibio sobre mi piel me despertó al amanecer. Permanecí muy quieto, disfrutando la maravillosa certeza de tener a mi pequeña a mi lado, su brazo sano descansando sobre mi espalda y su pierna entre las mías, como solíamos dormir en el Atalaya. El fuego aún ardía en el hogar, llenando la habitación con el resplandor cálido, cambiante de las llamas.Risa se tendió boca arriba con una queja sofocada y recordé su brazo herido. Volteé en la cama para abrazarla volviendo a cerrar los ojos. Junto con el cansancio del viaje, una paz desconocida me colmaba.—Ni pienses en levantarte —murmuré.Ladeó su cara hacia mí y la sentí agitarse.—Ayúdame, mi señor. Se me ha desatado la cinta.Me dio la espalda y busqué los lazos sin abrir los ojos. Tan pronto aseguré la malhadada cinta, hundí la
La habitación de Risa estaba desierta cuando bajé. Mora me había advertido que las sanadoras habían llevado a mi pequeña a sus dependencias para hacerla descansar, pero había creído que ya estaría allí. No tenía más alternativa que esperar. Alimenté el hogar y cambié para echarme junto al fuego.Una hora después, cuando ya me preguntaba si le permitirían regresar esa noche, oí sus pasos ligeros, vacilantes, acercarse por el corredor de piedra. Contuve el aliento mientras ella luchaba por abrir la pesada puerta. Dio un paso vacilante dentro de la habitación y cayó de rodillas, la cara bañada en lágrimas, el dolor ensuciando su esencia única.—Véndame los ojos, por favor, mi señor —musitó en un hilo de voz.Obedecí apresurado y se dejó caer en mis brazos, la cabeza junto a
Bajé apresurado los empinados escalones de piedra, deteniéndome ante el panel cerrado para prestar atención. Risa estaba sola, no escuchaba ni olía a nadie más en la habitación, pero parecía haberse levantado. Llamé con un golpe discreto.—Aguarda, mi señor, que no logro cubrirme los ojos —replicó Risa de inmediato.Impaciente, me atreví a asomarme. La encontré vistiendo sólo sus enaguas frente al hogar, de espaldas a mí, recogiendo una cinta blanca de la alfombra.—Mantenlos cerrados. Yo lo haré —sonreí.Me acerqué sin prisa, admirando su esbelta silueta a contraluz del fuego cuando se irguió, cubriéndose los ojos con una mano y alzando la otra, en la que sostenía la cinta blanca bordada. Mi sobrina se las había compuesto para peinar su breve cabellera, que apenas le llegaba a los hombr
Pasé la mayor parte del día en el campo de entrenamiento, intentando en vano desahogarme. Mandé ensillar mi semental para jugar el papel de paria y que los muchachos practicaran con un objetivo real y móvil. Y mis armas de madera dejaron a más de uno dolorido, porque no me molesté por contenerme al rechazar sus ataques.—Agradezcan estos palazos en sus lomos —los regañé al oírlos quejarse—. Si estuviéramos en batalla, serían heridas con plata y ustedes estarían retorciéndose de dolor, tal vez tullidos de por vida. Si sobreviven.Ninguno osó volver a protestar.Cayó el sol, poniendo fin a otro día de rabia y angustia, lejos de mi pequeña cuando más me necesitaba. Pero no a los sinsabores.Porque esa noche, cuando al fin pude reunirme con Risa, la hallé débil y temblorosa en su cama, en su habitaci&oac
Mientras tanto, en el norte, Mendel y Noreia habían decidido que no tenía sentido esperar que llegara Baltar para comenzar la búsqueda de los lobos. De modo que Noreia dejó sola el puesto de avanzada, con intenciones de alcanzar el convento cercano al bosque donde creíamos que hallaríamos el clan.Mi primo y mi hermano se reunieron al día siguiente que intentaron envenenar a Risa, pero Noreia aún no regresaba, y Mendel me hizo saber que aguardaría su retorno antes de emprender el lento viaje hacia el Valle.Su cuervo más robusto y veloz arribó al castillo en la víspera del plenilunio. Entró por la ventana de mi estudio para poco menos que desplomarse en mi escritorio, agotado. Traía presillas en ambas patas, y me apresuré a quitárselas mientras Milo lo sostenía en sus brazos. Intentamos alimentarlo de nuestro desayuno, pero el pobre pájaro estab
Al día siguiente, madre me llamó a sus aposentos poco antes del mediodía. Su sonrisa al darme la bienvenida, entre cómplice y divertida, delató que quería hablarme de Risa. Madre seguía sus pasos a distancia con tanto interés como discreción, y se entretenía manteniéndome al tanto de lo que hacía durante el día.Era una mañana cálida y soleada, y salimos a sentarnos al balcón que se abría sobre su jardín privado.—Tu pequeña tiene a Tilda de cabeza —dijo divertida, sin perder tiempo en preámbulos—. Sus soluciones para curar a las humanas son muy distintas a las nuestras.—Las habrá aprendido de la anciana de la aldea —tercié.—Sí. Lo curioso es que Marla y yo le enseñamos su oficio a Tea cuando llegó al Valle, hace más de cuarenta año
Aproveché que sabía a Risa en el prado para dejar en su habitación la prenda que le pidiera a Mora. Se trataba de un delicado enagua de tela traslúcida, corpiño bajo cubierto de bordados y larga falda, abierta por delante y por atrás. Solíamos regalarle uno a las recién casadas para su noche de bodas, y se me había ocurrido que a Risa le quedaría hermoso.También echaba en falta que me bañara. Sabiendo lo sigilosa que Risa podía ser, estaba seguro que podríamos escabullirnos hasta los baños sin que nadie lo advirtiera.Imaginarla bañándome vistiendo sólo ese enagua, me hizo cosquillear las yemas de los dedos cuando bajé a reunirme con ella. Pero las voces al otro lado del panel me obligaron a contener mi ansiedad. Para variar, Risa conversaba con la mujer que le traía la cena. Aunque escucharlas hablar con familiaridad, y hasta reír, atemperó mi malhumor.Por suerte, la mujer no tardó en marcharse. Aguardé que Risa me indicara que podía entrar y abrí el panel. P
Sabiendo que Risa se proponía pasar la mañana con las humanas, me mantuve ocupado dentro del castillo, atento a cualquier llamado de madre. Si surgía el menor contratiempo, estaba decidido a tomar cartas en el asunto personalmente y al diablo con las consecuencias. Milo advirtió que me costaba concentrarme, de modo que apeló a tratar un tema que despertaría mi interés.—¿Adónde enviaremos a los humanos? —inquirió trayendo un mapa a mi escritorio—. Aún no lo has decidido, y no es algo para dejar para último momento.Respiré hondo, esforzándome por prestarle atención, y me incliné sobre el mapa. Representaba las tierras al norte del Valle que considerábamos bajo nuestro control, detrás de la primera línea.—Deberíamos aprovechar uno de los pueblos abandonados —respondí—. Para que tengan tiempo de acondicionarlo antes del invierno.—Aquí tendrían lugar de sobra para todos —dijo Milo, señalando lo que quedaba de una aldea a una semana del Valle hacia el noroe