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LIBRO 2: PRIMAVERA

*

El sol se ponía sobre la vasta planicie que se abría a nuestros pies, acotada por densos bosques al sudeste. Desde la cima de aquella colina baja, la única elevación en varios kilómetros a la redonda, Mendel señaló hacia el este, donde las primeras estrellas asomaban en la bruma que velaba las colinas lejanas.

Estudié el terreno con el catalejo. Alcanzaba a adivinar la negra silueta de un castillo, y entre él y nosotros, las ruinas de una aldea donde combatiéramos el verano anterior. Recordaba el lugar, pero nunca habíamos llegado más allá de aquella aldea para evitar conflictos con el noble humano que gobernaba esas tierras.

Le di el catalejo a Noreia, la jefa de exploradoras, y me volví hacia mi hermano.

—¿Crees que podrían pasar inadvertidas? —inquirí.

—Sólo si se disfrazan de humanas —respondió Mendel sin vacilar—. Hay dos iglesias entre nosotros y ese bosque, y supimos que en una de ellas funciona u

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