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Al día siguiente, decidí que la tormenta que aún se demoraba sobre el Valle seguía sirviendo de excusa para quedarme allí con ella. No quería obligarla a estar todo el tiempo con los ojos vendados, y se me ocurrió que sería un buen momento para que comenzara a habituarse a mi presencia como lobo. Confiaba en que tener pelambre negra y ojos dorados como mi padre la ayudaría a perderme el miedo.

De modo que descubrí sus ojos y salí a comer, porque me rugía el estómago. Al regresar, me eché junto al jergón frente al fuego, a esperar que despertara. Y a contemplarla, esta criatura inesperada que Dios pusiera en mi camino como un desafío. Para obligarme a hacer a un lado expectativas preconcebidas y prejuicios. Para que aprendiera a encontrar belleza y fortaleza más allá de las apariencias. Para que buscara la forma de allanar las incontables diferencias entre nosotros y hacerme amar por quien no tenía vínculos que la ataran a mí. Para que descubriera cómo convertirla en mi igual,

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