El sendero corría paralelo a las montañas orientales del Valle, que descendían hacia el norte a convertirse en colinas. Los humanos ignoraban su existencia, y aunque agregaba varios kilómetros de camino, nos permitía ir y venir entre el castillo y el Bosque Rojo sin ser vistos. Milo ya había conducido a los nuestros por allí en la víspera, y seguía lo bastante despejado de nieve para que lanzáramos nuestros caballos al galope. Si queríamos llegar frescos para la lucha, lo mejor era dejar esa carrera de cuatro horas a nuestras cabalgaduras y ahorrar nuestra energía.
Pasamos inadvertidos al otro lado de los campos de cultivo de la aldea al atardecer, y apenas nos reunimos con los nuestros, dejé a Kellan a cargo de los caballos para ir a reunirme con mi hermano. Declan llegaría en poco más de una hora, pues se había atrasado para acompañar a Brenan hasta el Atal
El recibimiento de mi pequeña justificó haberla echado en falta la noche anterior, porque literalmente me tumbó en el jergón para cubrirme de besos y caricias. Su esencia dulce me envolvió, despertando mi deseo en un abrir y cerrar de ojos, y me entregué gustoso al reclamo de su boca, que me enloqueció sin demasiada gentileza, como si compartiera mi urgencia.—A eso llamo una bienvenida —musité, besando su frente cuando buscó refugio en mis brazos—. ¿Cómo estás, mi pequeña?—Bien, ahora que regresaste —murmuró, su aliento acariciando mi cuello.Nos dormimos así, bajo la piel de oso, nuestros cuerpos sudados y enredados en un estrecho abrazo. Despertó apenas intenté levantarme y se apretó contra mí.—Sigue durmiendo —le dije, rozando sus labios en un beso.—No puedo dormir sin ti —se quejó.No había cruzado el Valle para contrariarla, de modo que volví a estrecharla entre mis brazos hasta que se durmió otra vez.Caía la noche cuando mi estómago me obligó a dejarla. Cociné el conejo que
Por desgracia, al día siguiente tuve que regresar al castillo, y pasaron al menos dos semanas antes que pudiera volver a quedarme varios días seguidos con ella. Aún regresaba al Atalaya cada noche, y tal vez me demoraba el día entero allí, porque saberla lejos se me hacía cada vez más difícil de sobrellevar.Además, no que hubiera demasiados asuntos urgentes que requirieran mi atención. Milo tenía todo bajo control. Y en el norte, Mendel defendía nuestras posiciones sin inconvenientes, y nos mantenía bien informados de los movimientos de los parias.Fue así como supimos que preparaban otra cacería. Lo más difícil resultó separarme de Risa para sumarme a los nuestros en el Bosque Rojo, porque mi pequeña no lograba contener su miedo y sus lágrimas. El resto fue lo de siempre: el puñado de fugitivos por la noche en la pradera,
Ignoro si soltaron más humanos que de costumbre o se abstuvieron de matarlos antes que alcanzaran la pradera, pero eran al menos un centenar cuando superaron la cuesta. Y tras ellos venían casi una treintena de parias en lugar de la docena habitual, incluyendo al menos media docena de blancos. Ordené a Milo y mi primo Baltar que se llevaran a los más jóvenes para caerles encima por los flancos, una vez que pasara el grueso de los humanos, y Kian, uno de mis hermanos menores, alistó a los demás conmigo.Nuestra estrategia funcionó, pero los fugitivos eran tantos que entorpecían nuestros movimientos. Milo y yo intentábamos individualizar al nuevo general cuando advertimos lo que pasaba en el extremo norte de la pradera. Como siempre, los fugitivos habían dejado atrás a los más débiles, y los blancos se ensañaban con mujeres y niños.—¡Kian, cúbrenos con los muchachos! —ordené—. ¡Baltar, trae a los demás!A medida que nos acercábamos al grupo de blancos, los agudos gritos de dolor y terro
A pesar de cuánto hubiera querido dirigirme directamente al Atalaya, consentí en regresar con los demás al castillo, para que terminaran de limpiar mi herida y la suturaran. Y aunque Marla me aseguró que una noche de sueño tranquilo y cómodo en mi cama obraría milagros, no pude pegar un ojo. Sabía que Mora había enviado un cuervo para que Brenan y Risa supieran que no llegaría hasta el día siguiente, pero imaginaba que mi pequeña se angustiaría, y me costó no largarme en medio de la noche.Al alba bajé a las dependencias de las sanadoras, donde Marla y Ronda me esperaban listas para cambiar los apósitos. Me dieron un té que sabía horrible para mitigar el dolor, comprobaron que la sutura mantenía cerrada la herida ya limpia de plata, y Marla intentó protestar cuando me negué a que volviera a entablillarme el brazo.Poco después me alejaba a caballo, tolerando los sacudones que enviaban ramalazos ardientes desde mi hombro hasta la punta de los dedos. No me importaba. Al final de esa caba
Obedecí su sugerencia de aplicarme más ungüento mientras ella cortaba las verduras a tientas, preguntándome por lo que ocurriera en el Bosque Rojo. Le respondí con tanta vaguedad como me era posible, como siempre, porque la guerra no era algo de lo que me gustara conversar con ella. Y conforme hablaba, recordé las demandas descabelladas que le hiciera el jefe de cazadores a Milo.—¿Qué ocurrió, mi señor? —inquirió Risa en voz baja—. ¿Qué es lo que te tiene a mal traer?No me sorprendió que advirtiera mi súbito cambio de humor. Permaneció en silencio mientras yo intentaba decidir si dar voz a mis pensamientos.—Son tus congéneres, mi pequeña —dije al fin, sin molestarme por disimular mi contrariedad—. A veces me pregunto por qué seguimos tolerándolos.—¿A qué te ref
Mora me aguardaba en la pradera, lista para justificarse antes que tuviera oportunidad de enfadarme con ella.—Aproveché que ya ha vuelto el buen tiempo y he reunido a las exploradoras, para explicarles qué necesitaremos de ellas este verano. Milo dice que precisaremos más, aunque no tengan experiencia, y no me siento capacitada para escogerlas. Lo siento, pero me pareció que no convenía demorar la selección hasta que regresaras del Atalaya. Tienen demasiado por aprender antes de partir.Troté hacia el castillo sin responder. Mal que me pesara, tenía razón. Era el primer día que la pradera amanecía libre de nieve, y el sol no tardaría en evaporar la escarcha. Si pretendía llevarlas con nosotros en verano, éste era el momento ideal para que las mujeres comenzaran su entrenamiento básico.—Me reuniré con ustedes en una hora —le dije ant
La cabalgata de regreso al castillo fue igualmente angustiosa y apremiante. A pesar de que Risa había sobrevivido, aún no estaba fuera de peligro.Cuando al fin salimos del bosque, Ronda nos precedió hacia el jardín medicinal junto al ala oeste del castillo. Sofrenábamos nuestras cabalgaduras cuando se abrió una puerta en el nivel inferior, construido a medias bajo tierra, y Marla salió apresurada con otra sanadora.—¡Mora! —llamé, permitiendo que Brenan tomara a Risa de entre mis brazos.—Aquí estoy —respondió mi hermana, asomándose también.—Quédate con ella hasta que sepan cómo está.—Sí, Alfa.No fue fácil ver cómo se llevaban a Risa. Para evitar que advirtieran mi estado de ánimo, me alejé con los demás caballos hacia las cuadras.—&iques
Una de esas mañanas, Mora me avisó que Kaile, la compañera de Mendel, quería reunirse con nosotros. Poco después nos sentábamos los cuatro a la mesa de mi estudio, que Kaile cubrió de páginas para conformar, como un rompecabezas, un intrincado árbol genealógico. Un solo vistazo a las numerosas interconexiones me bastó para comprender la expresión apesadumbrada de mi cuñada. Me incorporé para pasearme cerca del hogar, dejando que mis hermanos estudiaran el esquema a gusto.—¿Cuánto nos queda? —preguntó Mora alarmada—. ¿Dos generaciones? ¿Tres?—Una. Y sólo parcialmente —respondió Kaile desalentada.—¿A qué te refieres? —intervino Milo ceñudo.—Si no hallamos otros clanes para emparejarnos, sólo los hijos de humanas tienen asegurada la im