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Obedecí su sugerencia de aplicarme más ungüento mientras ella cortaba las verduras a tientas, preguntándome por lo que ocurriera en el Bosque Rojo. Le respondí con tanta vaguedad como me era posible, como siempre, porque la guerra no era algo de lo que me gustara conversar con ella. Y conforme hablaba, recordé las demandas descabelladas que le hiciera el jefe de cazadores a Milo.

—¿Qué ocurrió, mi señor? —inquirió Risa en voz baja—. ¿Qué es lo que te tiene a mal traer?

No me sorprendió que advirtiera mi súbito cambio de humor. Permaneció en silencio mientras yo intentaba decidir si dar voz a mis pensamientos.

—Son tus congéneres, mi pequeña —dije al fin, sin molestarme por disimular mi contrariedad—. A veces me pregunto por qué seguimos tolerándolos.

—¿A qué te ref

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