Esa noche, desde mi solitario rincón del prado junto a la ventana de la sanadora, vi que mi pequeña seguía teniendo pesadillas a pesar de haber reaccionado. Regresé a mi estudio al alba, apesadumbrado y ansioso como las mañanas anteriores, y me resultó imposible conciliar el sueño. De modo que me envolví en mi bata de invierno y me dirigí al ala de huéspedes, desierta y silenciosa a esa hora, antes que las mujeres de limpieza comenzaran su jornada.
Intenté aligerar mi humor taciturno recorriendo cada habitación. No podía encargar muebles nuevos para el dormitorio de Risa sin despertar curiosidades inconvenientes. En cambio, teníamos muebles de sobra en esa parte del castillo, que sólo se usaba para la reunión de los clanes en mayo, todos de excelente calidad. Serían una solución perfecta para este arreglo temporal.
Después de desayunar, pasé el resto de la mañana en el campo de entrenamiento, aprovechando la actividad física para desahogar la angustia que aún me atorme
Risa pasó otra mala noche, entre pesadillas y largos ratos despierta, en los que permanecía muy quieta, lágrimas silenciosas rodando por sus mejillas. Y a mí se me encogía el corazón de verla así, debatiéndome entre mi urgencia por estar a su lado y el peligro innecesario que implicaba intentar acercarme a ella en ese momento. Pronto, me repetía mientras las estrellas giraban sobre mi cabeza. Pronto nos reuniríamos y ya no volveríamos a separarnos.Risa se levantó al alba, pálida y fatigada, y me obligué a apartarme de su ventana. Me alejé a los saltos hacia el bosque para cazar mi desayuno y desahogar mi impotencia.Ese día convoqué al consejo para la mañana siguiente, antes que Baltar dejara el Valle para relevar a Mendel. Eran mis primos quienes pondrían objeciones a mi plan, y quería que los que partían hacia el norte emprendieran viaje con un mandato claro del cual no pudieran desviarse.Al menos Brenan me dio buenas noticias por la tarde.—Risa pasó
LIBRO 2: PRIMAVERA*El sol se ponía sobre la vasta planicie que se abría a nuestros pies, acotada por densos bosques al sudeste. Desde la cima de aquella colina baja, la única elevación en varios kilómetros a la redonda, Mendel señaló hacia el este, donde las primeras estrellas asomaban en la bruma que velaba las colinas lejanas.Estudié el terreno con el catalejo. Alcanzaba a adivinar la negra silueta de un castillo, y entre él y nosotros, las ruinas de una aldea donde combatiéramos el verano anterior. Recordaba el lugar, pero nunca habíamos llegado más allá de aquella aldea para evitar conflictos con el noble humano que gobernaba esas tierras.Le di el catalejo a Noreia, la jefa de exploradoras, y me volví hacia mi hermano.—¿Crees que podrían pasar inadvertidas? —inquirí.—Sólo si se disfrazan de humanas —respondió Mendel sin vacilar—. Hay dos iglesias entre nosotros y ese bosque, y supimos que en una de ellas funciona u
Pronto se apartó un poco de mi costado, aún sonriendo entre lágrimas, y vi que forcejeaba por desatar la cinta negra, que llevaba anudada en torno a la muñeca de su brazo herido. Eso trajo su cara al alcance de la mía y la lamí con ímpetu.—No puedo atármela sola, mi señor —dijo con voz temblorosa, toda ella vibrando de alegría al mostrarme la cinta—. Te daré la espalda y la sostendré ante mis ojos para que tú lo hagas.Cambié sintiendo que el corazón me estallaría de una felicidad que nunca antes experimentara. Porque ella también estaba feliz. Y el único motivo de su felicidad era haberse reencontrado conmigo.Cubrí sus ojos con manos temblorosas y Risa se volvió para caer en mis brazos. La estreché contra mi pecho luchando por controlar mi emoción, besando su pelo y su frente, aspirando su esencia con ansiedad. Alzó la cara hacia mí, ofreciéndome sus labios, y la besé hasta quedarnos sin aliento.—Oh, mi pequeña, mi pequeña —suspiré volviendo a abrazar
Su aliento tibio sobre mi piel me despertó al amanecer. Permanecí muy quieto, disfrutando la maravillosa certeza de tener a mi pequeña a mi lado, su brazo sano descansando sobre mi espalda y su pierna entre las mías, como solíamos dormir en el Atalaya. El fuego aún ardía en el hogar, llenando la habitación con el resplandor cálido, cambiante de las llamas.Risa se tendió boca arriba con una queja sofocada y recordé su brazo herido. Volteé en la cama para abrazarla volviendo a cerrar los ojos. Junto con el cansancio del viaje, una paz desconocida me colmaba.—Ni pienses en levantarte —murmuré.Ladeó su cara hacia mí y la sentí agitarse.—Ayúdame, mi señor. Se me ha desatado la cinta.Me dio la espalda y busqué los lazos sin abrir los ojos. Tan pronto aseguré la malhadada cinta, hundí la
La habitación de Risa estaba desierta cuando bajé. Mora me había advertido que las sanadoras habían llevado a mi pequeña a sus dependencias para hacerla descansar, pero había creído que ya estaría allí. No tenía más alternativa que esperar. Alimenté el hogar y cambié para echarme junto al fuego.Una hora después, cuando ya me preguntaba si le permitirían regresar esa noche, oí sus pasos ligeros, vacilantes, acercarse por el corredor de piedra. Contuve el aliento mientras ella luchaba por abrir la pesada puerta. Dio un paso vacilante dentro de la habitación y cayó de rodillas, la cara bañada en lágrimas, el dolor ensuciando su esencia única.—Véndame los ojos, por favor, mi señor —musitó en un hilo de voz.Obedecí apresurado y se dejó caer en mis brazos, la cabeza junto a
Bajé apresurado los empinados escalones de piedra, deteniéndome ante el panel cerrado para prestar atención. Risa estaba sola, no escuchaba ni olía a nadie más en la habitación, pero parecía haberse levantado. Llamé con un golpe discreto.—Aguarda, mi señor, que no logro cubrirme los ojos —replicó Risa de inmediato.Impaciente, me atreví a asomarme. La encontré vistiendo sólo sus enaguas frente al hogar, de espaldas a mí, recogiendo una cinta blanca de la alfombra.—Mantenlos cerrados. Yo lo haré —sonreí.Me acerqué sin prisa, admirando su esbelta silueta a contraluz del fuego cuando se irguió, cubriéndose los ojos con una mano y alzando la otra, en la que sostenía la cinta blanca bordada. Mi sobrina se las había compuesto para peinar su breve cabellera, que apenas le llegaba a los hombr
Pasé la mayor parte del día en el campo de entrenamiento, intentando en vano desahogarme. Mandé ensillar mi semental para jugar el papel de paria y que los muchachos practicaran con un objetivo real y móvil. Y mis armas de madera dejaron a más de uno dolorido, porque no me molesté por contenerme al rechazar sus ataques.—Agradezcan estos palazos en sus lomos —los regañé al oírlos quejarse—. Si estuviéramos en batalla, serían heridas con plata y ustedes estarían retorciéndose de dolor, tal vez tullidos de por vida. Si sobreviven.Ninguno osó volver a protestar.Cayó el sol, poniendo fin a otro día de rabia y angustia, lejos de mi pequeña cuando más me necesitaba. Pero no a los sinsabores.Porque esa noche, cuando al fin pude reunirme con Risa, la hallé débil y temblorosa en su cama, en su habitaci&oac
Mientras tanto, en el norte, Mendel y Noreia habían decidido que no tenía sentido esperar que llegara Baltar para comenzar la búsqueda de los lobos. De modo que Noreia dejó sola el puesto de avanzada, con intenciones de alcanzar el convento cercano al bosque donde creíamos que hallaríamos el clan.Mi primo y mi hermano se reunieron al día siguiente que intentaron envenenar a Risa, pero Noreia aún no regresaba, y Mendel me hizo saber que aguardaría su retorno antes de emprender el lento viaje hacia el Valle.Su cuervo más robusto y veloz arribó al castillo en la víspera del plenilunio. Entró por la ventana de mi estudio para poco menos que desplomarse en mi escritorio, agotado. Traía presillas en ambas patas, y me apresuré a quitárselas mientras Milo lo sostenía en sus brazos. Intentamos alimentarlo de nuestro desayuno, pero el pobre pájaro estab