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Milo me dejó pasearme por mi estudio como fiera enjaulada, gruñendo ceñudo, evitando sus ojos.

—Ya, Mael, te imprimaste. No hay muchas formas de decirlo.

Me detuve bruscamente para girar hacia él como si me hubiera insultado. Milo rió por lo bajo, sosteniendo mi mirada fulgurante con las cejas un poco alzadas.

—Eso es lo que intentabas decirme, ¿verdad?

Le di la espalda para ir a detenerme ante la ventana, las manos en las caderas.

—La pequeña que tú y Mora cuidan en el Atalaya, ¿no? —inquirió con suavidad—. ¿Y qué quieres hacer al respecto?

—¿Hacer? —repetí enfadado—. ¡No hay nada que pueda hacer!

—Ya. Planeas tener a nuestra futura reina prisionera en una cueva del bosque.

—¡Es humana! ¡Es menor de edad! —repliqué iracundo—. ¡Se

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